Capítulo VIII
La conclusión
Era invierno y estábamos en plena crisis del petróleo. Estábamos sentados en nuestro apartamento intentando calentarnos con las radiaciones de la televisión. El whisky ayudaba, y yo estaba intentando olvidar nuestra incomodidad leyendo mis apuntes y ficheros de todos nuestros casos desde el caso Escarlatina. Ralph y yo habíamos pasado, en este corto período de tiempo, por el caso de la guardería de aluminio, las aventuras del camello humano y el tailandés de la escuela vieja, además del espantoso caso con el terrible veneciano, Granelli. Este último, a propósito, está siendo escrito bajo el título El dux cuya barca era peor que su gaza[5].
Finalmente, dejé las notas y cogí el libro. Tantos recuerdos me hacían sentirme incómodo. A continuación hubo un largo silencio roto por Ralph:
—A lo mejor no la has perdido definitivamente, mi querido Weisstein.
—¿Cómo sabías que estaba pensando en ella?
Ralph sonrió (o al menos creo que estaba sonriendo). Dijo:
—Hasta un Strasse con cerebro de plomo sabría que no puedes olvidar sus grandes ojos marrones, sus sonrisas, su dulce voz, su figura, etc. ¿Qué otra cosa de estos últimos meses podría haber producido esos suspiros y esa mirada al vacío, esos períodos de insomnio y esos olvidos? Es evidente que no estás tan absorto por las historias marineras de C. S. Forester.
»¡Pero anímate! Puede que la bella Lisa todavía tenga un buen motivo para divorciarse de su artístico y mujeriego marido. O a lo mejor se queda viuda.
—¿Qué te hace pensar eso?
—He estado pensando que posiblemente no sea una casualidad que Lausitz haya muerto después de adquirir el cuadro de Escarlatina. He estado husmeando alrededor del cuadro —literal y figurativamente— y creo que hay un hamburgués podrido implicado.
—¿Sospechas que Escarlatina es un asesino? —dije—. ¿Pero cómo pudo matar a Lausitz?
—Aún no lo sé, amigo mío —dijo—. Pero lo averiguaré. Puedes apostar lo que quieras a que lo averiguaré. Los asesinatos viejos son como huesos viejos…, los desentierro.
Y tenía razón, pero esa aventura no sucedió hasta seis meses después.