Sherlock Holmes

Se podría fácilmente argüir que Sherlock Holmes es el personaje de ficción de más éxito de todos los tiempos. Ha pasado un siglo desde que fuera creado en la mente de Arthur Conan Doyle, y en todo este tiempo ha deleitado a innumerables millones de lectores con una intensidad que no ha mermado con el tiempo. Una gran parte de estos lectores se negaban a aceptar que Holmes fuera un personaje de ficción y pensaban que era una persona viva y real, y le enviaban cartas dirigidas a 221B Baker Street contándole sus problemas.

Este éxito, que por lo general proporcionaba placer a los lectores, era, por otro lado, una fuente de constantes molestias para Conan Doyle. Sherlock Holmes oscureció todas las demás ambiciones literarias de Conan Doyle, que agonizaron y murieron bajo la vasta sombra sherlockiana. Incluso llegó a oscurecer a Conan Doyle como individuo, convirtiéndolo en poco más que un intermedio entre el detective y el público.

Conan Doyle sabía esto y lo resentía amargamente. Intentó poner fin a esta esclavitud pidiendo un precio cada vez más alto por cada historia que escribía. No funcionó; siempre le pagaban lo que pedía. Acudió a métodos más drásticos y escribió una historia donde asesinó fríamente a su detective. Tampoco funcionó; el público enfurecido le exigió que resucitara a Holmes.

Con frecuencia he llegado a pensar que Conan Doyle se volcó en el espiritualismo y otras senilidades en épocas más tardías de su vida en un esfuerzo (inconsciente, quizá) de disociarse de Sherlock Holmes y para conseguir una fama que fuera suya propia. Los extremos de la irracionalidad a los que descendió (creía en hadas y se dejaba engañar con fotos que estaban obviamente trucadas), bien podrían haber sido un intento de rebelión contra la suprema racionalidad de Holmes. Y aunque esto fuera cierto, tampoco funcionó. Se reían de Conan Doyle, pero se seguía reverenciando a Holmes.

El éxito de Holmes le incluyó rápidamente en una notable lista de personas (reales y de ficción) que están «indefinidas». Lo que quiero decir es bastante simple de entender: cuando Holmes describe a James Moriarty, ese criminal modelo, como «el Napoleón del crimen», no se molesta en explicar quién era Napoleón. Da por hecho que Watson sabía quién era Napoleón y Conan Doyle podía, sin peligro, dar por hecho que prácticamente cualquier persona capaz de leer sus libros sabía quién era Napoleón.

De la misma manera, cuando alguien describe a otra persona como «un perfecto Sherlock Holmes», nunca se para a explicar lo que quiere decir con esto. Su nombre es parte del idioma. Cada uno de nosotros supone que los demás saben exactamente quién es Sherlock Holmes.

Holmes sentó las bases para los futuros detectives, al menos para los más fascinantes. Había detectives antes de Holmes; y algunos, indudablemente, debieron inspirar el esfuerzo creador de Conan Doyle (sobre todo, Dupin, el detective de Edgar Allan Poe), pero el éxito abrumador y la popularidad de Sherlock Holmes desbordaron todos los de sus preexistentes como si nunca hubieran existido. Fue Holmes el que se convirtió en modelo.

Holmes era un amateur superdotado que podía ver a través de la niebla que mantenía a la policía profesional (chapuzas de Scotland Yard) en una confusión sin remedio.

Esto parece una inversión del orden natural de las cosas. ¿Cómo pueden ser los amateurs superiores a los profesionales? En realidad, es un reflejo de la superstición victoriana y de la aceptación inglesa de su rígido sistema de división social. Los chapuzas de Scotland Yard eran, en el mejor de los casos, de clase media; quizá incluso con origen en las clases bajas. El amateur superdotado, sin embargo, era un señorito educado en Eton (o Harrow) y Oxford (o Cambridge). Naturalmente que un gentleman inglés era muy superior desde su nacimiento a cualquier comerciante.

De este modo, la tradición de detectives gentlemen empezó a existir y fue particularmente explotada por un siglo de escritores de misterio, particularmente los ingleses, siendo quizá Peter Wimsey el caso más extremo. Incluso cuando los detectives eran profesionales, eran con frecuencia gentlemen que se hicieron policías por algún capricho (Roderick Alleyn y Appleby, por ejemplo).

Los escritores policíacos que siguieron a Conan Doyle no intentaron ocultar su deuda, y aunque hubieran querido hacerlo, no habrían podido. Considérese la primera novela de misterio escrita por Agatha Christie (la más exitosa de los escritores post-Doyle), El misterioso asunto en Styles. El narrador, capitán Hastings, confiesa su ambición de convertirse en detective. Se le pregunta: «¿Scotland Yard o Sherlock Holmes?». Y Hastings responde: «Oh, Sherlock Holmes, por supuesto».

De este modo se prepara el escenario para la entrada de Hercule Poirot, el mejor de todos los detectives de la tradición scherlockiana.

He descrito con cierta frecuencia a mi propia creación, el camarero Henry, en las historias donde interviene, como «el Sherlock Holmes de las viudas negras». Como es inútil negar esta deuda, los escritores de misterio se refieren a ella con cinismo para, de esta manera, desarmar por adelantado a los que pudieran opinar de otro modo.

Sherlock Holmes invitaba a imitarle a personas que le admiraban y otros que pretendían burlarse de él. Mark Twain fue uno de los que se burlaban y, desgraciadamente, no lo hizo nada bien. Mucho más éxito tuvo Robert Fish en sus historias de Sherlock Holmes. Mientras los derechos de autor de Conan Doyle estaban aún en vigor, los escritores sólo podían enfrentarse a Holmes de forma indirecta claro, pero se las arreglaron para escribir pastiches, a veces con gracia, en una gran variedad de formas. Después de que las historias pasaran a dominio público, historias «nuevas» de Sherlock Holmes, tan idénticas a los originales como le era posible al escritor, empezaron a ser escritas a raudales.

De hecho, son tan numerosas las continuaciones, parodias y pastiches de Sherlock Holmes que se pueden dividir en subgrupos. El subgrupo que recogemos en este libro son historias donde el estilo scherlockiano de ficción es tratado en términos de ciencia-ficción o fantasía, y es sorprendente (como podrán comprobar) cómo la leyenda sobrevive a la transición.

Este libro recoge quince historias que de una manera u otra implican a Sherlock Holmes. La primera historia está escrita por el mismo Conan Doyle; una auténtica historia de Holmes titulada La aventura del pie de diablo, uno de los dos que, dentro del canon, son lo más parecido a la ciencia-ficción. Además, es una ciencia-ficción muy buena, y os sorprenderá la agudeza con la que Conan Doyle anticipó un fenómeno que abundaría una generación después de su muerte.

La última historia es una de mis típicas de viudas negras, una historia en la cual se analiza un aspecto de las historias de Holmes en el más puro estilo de los Irregulares de Baker Street (véase la historia para saber algunos detalles sobre esta organización), y se llega a una conclusión legítima.

En medio hay otras trece historias donde encontraréis el espíritu de Sherlock Holmes en forma de animales, robots, extraterrestres y demás. La imaginación de los autores no tiene límite en este aspecto, como tampoco la tiene el placer que proporcionaran a todos los verdaderos sherlockianos (para los americanos) o holmesianos (para los británicos).

ISAAC A SIMOV