Al releer Planeta negativo ahora, a unos treinta y seis años de su publicación, me parece algo anticuado. En el relato dice que un protón equivale a un neutrón más un positrón pero, en realidad, es más probable que esté compuesto de mesones o quarks.
También resulta interesante que el astro intruso de antimateria sea descubierto por el telescopio óptico. Los escritores de ciencia-ficción imaginaban una astronomía futura en que los telescopios serían como el de cien pulgadas de la década de los 30, sólo que más grandes. Nadie, ni siquiera Clark en este cuento, previo la posibilidad del radiotelescopio, pese a que su principio fundamental había sido descubierto en 1931.
Relatos como Planeta negativo eran demostraciones convincentes de que no bastaba emplear palabras impresionantes como «el radio» y la «cuarta dimensión». El autor tenía que estar al tanto de los últimos descubrimientos científicos.
En 1937 empecé a comprender que mis conocimientos científicos eran bastante completos, o por lo menos superiores a los de la mayoría de autores de ciencia-ficción. Esto significaba perder mi respeto temeroso; estaba cada vez más seguro de que sabía lo suficiente para escribir ciencia-ficción.
Al recordarlo, creo que mi admiración hacia Planeta negativo y mi ambición de ser otro John Clark contribuyeron poderosamente a mi decisión (¡al fin!) de escribir un cuento de ciencia-ficción, no meramente para distraerme, sino con vistas a su posible publicación.
Mi interminable novela de ciencia-ficción había fenecido meses antes. El 29 de mayo de 1937, unos dos meses después de leer Planeta negativo, me puse a escribir por primera vez un cuento de ciencia-ficción. Lo titulé Cosmic Corkscrew y trabajé en él durante cerca de un mes, inasequible al desaliento.
Sin embargo, fue otro comienzo en falso. Tan pronto como me imaginaba a mí mismo escribiendo con intención de publicar, quedaba paralizado. Logré terminar el relato a trancas y barrancas, luego lo guardé en un cajón y lo olvidé por espacio de casi un año.
Mi afición al género fantacientífico no dejaba de aumentar al correr de los años, desde que comencé a leerlo en 1929, y en 1937 alcanzó su cenit. Recuerdo exactamente cómo ocurrió.
Fue en el mes de agosto de 1937, durante las vacaciones anteriores a mi tercer año en Columbia. Ese mes recibimos la «Astounding Stories» de septiembre, y recuerdo como si fuese hoy mismo los sentimientos que me embargaron cuando me senté en la sala de nuestro piso y leí la primera entrega de la nueva serie en cuatro partes de Edward E. Smith, Galactic Patrol.
Creo que nunca he disfrutado tanto con ningún texto. Nunca saboreé tanto cada palabra. Nunca experimenté una impaciencia tan intensa como cuando llegué al final de la primera entrega, comprendiendo que habría de esperar un mes entero para leer la segunda.
Nada volvió a ser igual que antes.
Y en ese número de septiembre de 1937 había otro relato, una novela breve de Nat Schachner, Pasado, presente y futuro, que en esa época me gustó casi tanto como Galactic Patrol.
Schachner era uno de mis escritores favoritos en la «Astounding» de Tremaine, Entre los relatos que me habría gustado incluir en esta antología (en efecto, no pude incluirlos todos; incluso después de amputarla al máximo, los simpáticos caballeros de Doubleday palidecieron al ver la extensión del libro) figuran Ancestral Voices, de diciembre de 1933 (creo que fue el primer relato de inversión de idea), The Ultimate Metal, de febrero de 1935 y The Isotope Men, de enero de 1936.
No obstante, Pasado, presente y futuro era con mucho mi preferido entre los que acabo de citar.