¿Qué ardería en sus hornos de gas? ¿Oxígeno? ¿Podrían inventar la radio, cuando los tubos de vacío resultarían aplastados al instante por la brutal presión atmosférica? Aunque construyeran un tubo bastante fuerte para soportar la presión, los átomos de hidrógeno se colarían, pues se difunden a través de casi todos los materiales que conocemos. Quizás emplearían el alternador de Alexanderson, que no es sino una dinamo de diseño especial para emitir; recibirían mediante detectores de cristal. Pero ni siquiera nuestras mejores radios recibirían mensajes alrededor de ese mundo... a más de trescientos mil kilómetros.
Pero ¿hay allí gente que se preocupe por estas cosas? Naturalmente, no podemos saberlo, aunque podemos asegurar esto: existe un soporte biológico que no es el agua, pero tenemos motivos para creer que sería un excelente sustituto. Tienen una atmósfera que incluye un gas activo. No falta nada para que se desarrolle la vida: un clima agradable y moderado, mucho suelo y, probablemente, un régimen de «lluvias». Quizá la luz del Sol esté un poco diluida, pero allí está.
Sí, esas personas podrían subsistir en base a una extraña química donde el amoníaco líquido desempeña el papel de «agua» y el hidrógeno el de aire, pero es una química posible. Podrían freír un huevo —de una gallina jupiteriana— en la bandeja del congelador de una nevera terrestre, porque para un termómetro graduado según los cambios de estado del amoníaco, sería ésa la temperatura adecuada. El día y la noche —más cortos que los de cualquier otro planeta del sistema— realizarían una distribución más uniforme de la energía solar.
Si alguna criatura extraña de otro sistema solar se acercase para averiguar cuál de los hijos del Sol tiene vida, ¿adónde creen que se dirigiría? ¿A un planeta minúsculo como la Tierra con un vacío casi perfecto como atmósfera, o a un mundo poderoso como Júpiter? Creo que yo escogería Júpiter, si no fuera porque poseo datos especiales, podríamos decir «confidenciales». Mi economía personal se basa en el agua.
Me alegro de ello. De eso y de la atmósfera que respiro. Me pregunto si en Júpiter habrá individuos más inteligentes que nosotros, mirando a través de poderosos telescopios, interrogándose y anhelando, imaginando la existencia de vida en mundos minúsculos y más cercanos al Sol... y deseando en vano. Deseando y sabiendo que no pueden partir. Pues, lo mismo que ninguna nave hecha bajo nuestra presión y con nuestros materiales podría soportar ni un solo día la terrible y aplastante atmósfera de Júpiter, tampoco una nave jupiteriana podría salir al espacio llevando en el interior su atmósfera ultracomprimida. Cargada de un aire terriblemente pesado, intentando escapar de un planeta enormemente macizo... y el hidrógeno, que se filtraría y colaría sin cesar a través de los mismísimos átomos del metal. Me pregunto si vigilan... y anhelan...
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Como es de suponer, Campbell no acertaba más que los astrónomos de 1937 en cuanto a Júpiter —no podía ser de otro modo— pero reflejaba fielmente las teorías entonces vigentes, y nunca lo olvidé. Después de esto, Júpiter no podía ser un mundo de insectos gigantescos. Era un mundo con una atmósfera abrumadora, que contenía metano y amoníaco.
Cuentos míos como The Callistan Menace, Not Final y, en especial, Victory Unintentional fueron escritos pensando en Ojos desconocidos vigilan de Campbell. Estos artículos de Campbell me enseñaron algo más: que un texto científico puede ser tan interesante como una novela. Descubrí que, bien hechos, podían competir con la ficción en las mismas revistas de ciencia-ficción y despertar interés. En los números donde apareció aquella serie, lo primero que leía era el artículo de Campbell.
Llegaría el momento, más o menos una docena de años después, en que «Astounding» publicaría artículos míos. Aún más tarde, «The Magazine of Fantasy and Science Fiction» empezó a publicar regularmente artículos míos, cuyas entregas se prolongaron mucho más que cualquier serie de la historia de este género. (Mientras escribo este texto, estoy preparando la entrega número 181 de dicha serie.)
Y todos los artículos que escribo para las revistas de ciencia-ficción —o mejor dicho, todo lo que escribo fuera de la literatura de creación— los atribuyo a la satisfacción que me produjeron los artículos de Campbell sobre astronomía.
Indudablemente, empezaba a valorar la ciencia por sí misma, y a disfrutar de la ciencia-ficción no sólo por la calidad de los relatos y el interés de la acción, sino también por la exactitud científica. Por tanto, cuando leí Planeta negativo de John D. Clark en la «Astounding Stories» de abril de 1937, hallé una satisfacción de orden completamente nuevo para mí.