[12] ¡He practicado muchísimo!

Naturalmente, cuando empecé a practicar utilizaba los dos lados de la hoja, escribiendo a un espacio y sin márgenes. Tenía que ahorrar papel. Más tarde aprendí a utilizar un solo lado de la hoja y a doble espacio, pero ni siquiera hoy consigo dejar márgenes respetables. Además, tiendo a gastar las cintas de máquina y el papel carbón hasta que quedan más agotados de lo normal. No es cuestión de economía; ya no necesito economizar en este sentido.

Lo que pasa es que aún no me he recuperado del trauma de tener que sacar dinero del cajón de la tienda para papel y cintas de máquina.

Aunque ya era propietario de una máquina de escribir, todavía no había logrado escribir ciencia-ficción. Pero empezaba a enfilar en ese sentido. Para abrir boca me puse a escribir fantasía.

Durante la década de los 30, existía en el mercado una especie de revistas de fantasía. Una se llamaba «Weird Tales», y era un par de años más antigua que «Amazing Stories». Sus cuentos recordaban a Edgar Allan Poe, y se caracterizaban por un estilo horriblemente recargado. El autor más típico de «Weird Tales» era H. P. Lovecraft, cuya manera de escribir me parecía repugnante.

También había revistas sensacionalistas dedicadas a «relatos de terror», que contenían tanto sexo y sadismo como permitía la época. Por aquel entonces podía leerlas, pues mi padre había abandonado toda pretensión de marcarle a un estudiante universitario lo que podía leer, pero me resultaban insoportables.

En consecuencia, el relato fantástico que escribí no se parecía a éstos, sino que fue algo enteramente original. Se refería (según recuerdo) a un grupo de hombres que realizaba una exploración a través de un universo poblado de duendes, enanos y hechiceros, y donde la magia surtía efecto. No sabía que intentaba anticiparme a Tolkien y su Lord of the Rings.

Mientras escribía fantasías, aún leía ávidamente ciencia-ficción. El ingreso en el Colegio no disminuyó mi interés, tal vez porque era muy joven. (Todavía era adolescente cuando me gradué del Colegio,)

No sólo seguí leyendo la «Astounding Stories» con fiel atención, número tras número, sino que procuraba seguir también las «Amazing Stories» y «Wonder Stories», encontrando a veces en ellas algunas joyas preciosas.

Por ejemplo, El hombre que encogió, de Henry Hasse, que apareció en «Amazing Stories» de agosto de 1936.