Como se forman los revolucionarios[167]

11 de julio de 1929

Estimado camarada Paz:

A la carta conjunta —que no voy a caracterizar como corresponde en mi respuesta porque tengo la seguridad de que en el futuro colaboraré con la mayoría de los firmantes, quienes la apoyaron por error— usted le agrega una carta privada que me brinda la oportunidad de responderle con toda franqueza, libertad e inclusive con toda brutalidad.

Usted me llama «patrón» y por calificarme así, se apropia el derecho de instruirme y guiarme. Me señala en todo momento de qué manera debe comportarse un «patrón», cómo debe organizar su tiempo, qué tareas debe abandonar para dedicarse a las que usted le asigna. Permítame preguntarle si su tiempo y sus fuerzas están organizadas de acuerdo con esta gran tarea revolucionaria de la que usted desea ser el eje. Porque su carta trata únicamente esa cuestión: ¿Quién será el eje? Y su ruptura con el semanario, la hostilidad que le demuestra, sus acusaciones contra Gourget y ahora contra Rosmer giran en torno a este mismo «eje».

No sé si soy el «patrón», sobre todo un patrón según sus normas. Creo que no. Pero el único móvil que me guía en mis relaciones con mis amigos, como con mis enemigos, es la causa revolucionaria. Los prejuicios personales me son absolutamente ajenos. Como dije muchas veces, quería que Contre le Courant fuera un semanario. En Constantinopla su única objeción fue el aspecto económico del proyecto. Me dijo, confirmando lo que yo ya sabía, que los gastos de Contre le Courant se cubren con dinero enviado por la Oposición rusa[168], y que, agotados dichos fondos, era difícil proseguir con la publicación semanal del periódico. Este argumento me pareció extraño. No podía entenderlo. Me dije: «Se trata de una observación hecha al pasar. No debo exagerar su importancia». Es cierto que debí aceptar su propuesta de editar un periódico bimensual, pero para mí (y para usted) se trataba de una medida provisional, cuya vigencia sería de dos o tres meses como máximo.

En realidad, se resolvió publicar un semanario con la perspectiva de convertirlo en diario, y así consta en su cuaderno de notas. Pero usted ni siquiera se acercó a un diario, ni a un semanario, ni tampoco a un periódico bimensual. Contre le Courant es, ahora más que nunca, una colección de documentos rusos. Leyendo este diario no se aprende nada sobre el movimiento francés. Habíamos elaborado otros proyectos para el trabajo de masas. No se hizo nada. No veo en Contre le Courant el menor indicio de que se haya realizado algo en este sentido. Y después de esperar pacientemente cuatro meses, de repetir con insistencia que debemos salir del encierro, recibiendo por única respuesta sus cuentos acerca de Treint[169] y Souvarine, me envía una cita de su cuaderno de apuntes para justificar su argumentación. Pero ésa es la actitud de un escribano, no de un revolucionario. Y aquí llegamos al problema decisivo. Para publicar nuestros documentos en Rusia, nuestros amigos dieron todo lo que poseen y sacrificaron todo lo que la gente adicta a la causa pudo sacrificar. En París no era necesario llegar a ese extremo. Para editar el semanario bastaban sacrificios totalmente secundarios e insignificantes: tiempo y dinero. Si uno da el primer paso y pone el ejemplo, luego le puede exigir a los demás, gana el derecho de exigir sacrificios en nombre de la causa común. Pero su primer paso fue aducir la carencia de una base financiera y luego, para «profundizar» la teoría de la abstención, agregó la carencia de una base teórica. Todo lo dicho y hecho hasta el momento es vacuo e inoperante. Para hacer algo «sólido» debemos aguardar la publicación de su folleto. En fin, su pretensión es indignante, y usted mismo no habría planteado este argumento inaudito si no se encontrara en una situación precaria que lo obligara a buscar a toda costa algo que se parezca a un argumento.

Para usted, ninguna expresión es lo suficientemente fuerte para desacreditar a los cinco camaradas que «se inspiraron en Costantinopla[170]». Este sarcasmo está fuera de lugar, y es de mal gusto. Estos camaradas, aunque tienen que ganarse la vida, vinieron a Constantinopla a ayudarme por su propia iniciativa, bajo su propia responsabilidad y en un momento muy difícil. Su ayuda me resultó invaluable. Todo eso está bien. Pero la historia tiene otro aspecto. Después de observarlos muy de cerca, me dije que los camaradas que son capaces de asumir esa iniciativa y ese sacrificio personal son revolucionarios, o pueden convertirse en revolucionarios; porque es así, camarada Paz, como se forman los revolucionarios. Hay revolucionarios sabios y otros ignorantes, los hay inteligentes y los hay mediocres. Pero no es revolucionario el que no está dispuesto a destruir obstáculos, el que carece de abnegación y espíritu de sacrificio. No me equivoqué. Estos camaradas jóvenes se declararon totalmente dispuestos a entregar su tiempo, sus fuerzas y medios para publicar un semanario, y a movilizar a otros. Están cumpliendo su promesa, y usted los sabotea en lugar de ayudarlos. Y siempre debido al problema del «eje».

¿Qué concepción tiene usted de la importancia de un semanario destinado a convertirse en diario, en un movimiento que debe tener ramificaciones en todas partes? ¿Cree que se puede realizar esa tarea dedicándole los pocos momentos que su muy atareado ejercicio de la abogacía le deja libres? ¿Se cree usted capaz de dirigir el movimiento, o siquiera un semanario asociado al movimiento, como si fuera una tarea secundaria? Yo tengo otra concepción del eje revolucionario. Creo que la persona que dirige un periódico obrero, sobre todo en una época como la nuestra, que nos impone responsabilidades tan grandes, sólo debería ocuparse de esta tarea. Este problema me preocupa mucho desde que vino a Constantinopla, donde usted mismo me informó que es un abogado sumamente atareado. Pero me dije que, puesto que usted quería dirigir el semanario, naturalmente sacaría las conclusiones pertinentes. Y como no concebía nuestra relación como la de un amo con su esclavo, no le señalé cómo debía repartir su tiempo entre la revolución y el tribunal. Supongo que sabe que cuando Haase quiso convertirse en uno de los ejes del partido alemán, debió abandonar el ejercicio de la abogacía en Koenigsberg[171]. En el congreso de Jena, todos —incluso Bebel— lo elogiaron por sacrificar su renta anual de treinta mil marcos. A los rusos —yo estuve presente en ese congreso— esos elogios nos resultaron muy fastidiosos, por su carácter totalmente pequeñoburgués. Mencioné este incidente en una de mis intervenciones para caracterizar la falta de espíritu revolucionario del partido alemán. Y sin embargo Haase no estaba preparado para afrontar las situaciones revolucionarias, el curso brutal de los acontecimientos.

No me extenderé sobre la trayectoria del partido ruso en la época del trabajo ilegal. La persona que estaba en el movimiento ponía a disposición de éste sus medios materiales, le pertenecía en cuerpo y alma, se identificaba abiertamente con la causa que servía. Fue ese proceso educativo el que nos permitió formar los combatientes que luego fueron los «ejes» de la revolución proletaria.

Camarada Paz, le hablo con franqueza y aun con brutalidad para salvar lo que pueda ser salvado. La situación es demasiado seria como para andar con remilgos. No soy un fanático ni un sectario. Soy perfectamente capaz de comprender a una persona que simpatiza con la causa comunista sin abandonar su medio. Ese tipo de ayuda nos puede resultar muy valiosa, pero es la ayuda de un simpatizante. Me referí a esta cuestión en una carta a mis amigos norteamericanos. Eastman[172] me había escrito, sin remilgos, que ésa era su situación personal. Se autotitula «compañero de ruta», afirma que no aspira a ocupar ningún cargo de dirección en el movimiento de la Oposición y se contenta con ayudarla. Hace traducciones, otorga sus derechos de autor a The Militant, etcétera; ¿por qué? Porque no se puede brindar por entero al movimiento. Y actúa correctamente.

Usted debe comprender que la persona que es el «eje», es decir, el dirigente o uno de los dirigentes del movimiento revolucionario, se adjudica el derecho de llamar a los obreros a hacer los mayores sacrificios, incluso el de sus vidas. Este derecho entraña las responsabilidades concomitantes. En caso contrario, todo obrero inteligente inevitablemente se preguntará: «Si Fulano, que me exige los mayores sacrificios, utiliza las cuatro quintas o las dos terceras partes de su tiempo, no para asegurar mi victoria sino para asegurar su existencia burguesa, demuestra que no tiene confianza en la inminencia de la revolución próxima». Ese obrero tendría razón.

¡Olvídese del programa, por favor! No se trata del programa. Se trata de la actividad revolucionaria en general. Marx dijo una vez que un solo paso adelante del movimiento vale más que diez programas. Y eso que Marx era un experto en la elaboración de programas, e inclusive de manifiestos, ¡tan experto, al menos, como usted y yo!

En conclusión. Sus cartas y sobre todo su actitud política me demuestran que para usted el comunismo es una idea sincera más que la convicción que guía su vida. Y sin embargo esta concepción es muy abstracta. Ahora, justamente cuando es necesario (y lo es desde hace tiempo) realizar una actividad que ocupa absolutamente todo su tiempo, usted instintivamente comienza a oponerse, porque emplea un criterio doble de conducta. Cuando se lo invita a participar, responde «no hay recursos, las fuerzas son insuficientes». Y cuando otros comienzan a buscar los recursos y las fuerzas, dice «si no soy el eje me opongo». ¡Es inaudito! ¡Si no tiene confianza en el semanario, quédese quieto y no sabotee! ¡Usted no tiene experiencia en estas cuestiones, y camina ciegamente hacia una nueva catástrofe! Mañana invocará diferencias teóricas, filosóficas, políticas y filológicas para justificar su posición. ¡No resulta difícil adivinar adónde lo conducirá eso! Si no quiere salir a la palestra, quédese quieto, mantenga una amistosa neutralidad y no dé el triste espectáculo de una oposición sin principios, basada exclusivamente en razones de índole personal.

Con el mayor deseo de salvar nuestra amistad política,

L. Trotsky

Escritos , Tomo I
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