¿Cómo pudo suceder[28]?

25 de febrero de 1929

¿Cómo fue posible que esto sucediera? Se puede responder de dos maneras: describiendo el mecanismo interno de la lucha entre los grupos dominantes o descubriendo las profundas fuerzas sociales subyacentes. Los dos enfoques son correctos y no se excluyen recíprocamente, antes bien, se complementan. Es natural que el lector quiera saber, en primer término, cómo se produjo concretamente un cambio tan radical en la dirección, con qué medios pudo Stalin adueñarse del aparato y dirigirlo contra los demás. En comparación con el problema esencial del reacomodamiento de las fuerzas de clase y la progresión de las etapas de la revolución, la cuestión de los agrupamientos y combinaciones personales sólo tiene una importancia secundaria. Pero, dentro de sus límites, es perfectamente legítima y hay que aclararla.

¿Qué es Stalin? Para dar una caracterización concisa habría que decir: es la mediocridad más destacada de nuestro partido. Está dotado de sentido práctico, una fuerte voluntad y perseverancia en la prosecución de sus objetivos. Su perspectiva política es sumamente estrecha. Y su nivel teórico es igualmente primitivo. Su trabajo de recopilación Fundamentos del leninismo, en el que trató de exaltar las tradiciones teóricas del partido, está lleno de errores elementales. Su desconocimiento de idiomas extranjeros —no conoce uno solo— lo obliga a seguir indirectamente la vida política de otros países. Su mente es obstinadamente empírica y desprovista de imaginación creadora. En el grupo dirigente del partido (en círculos más amplios era totalmente desconocido) siempre se lo suponía destinado a desempeñar papeles secundarios o subsidiarios. Y el hecho de que hoy juegue el papel dirigente refleja más las características del actual período de transición, de equilibrio inestable, que su propia personalidad. Como dijo una vez Helvecio: «Toda época tiene sus grandes hombres y, si éstos faltan, los inventa».

Como todos los empíricos, Stalin está lleno de contradicciones. Actúa según sus impulsos, sin perspectivas. Su línea política es una serie de zigzags. Para cada zig o cada zag, inventa alguna teoría baladí o se la encarga a otros. Su actitud hacia las personas y los hechos es sumamente irresponsable. Jamás se avergüenza de llamar blanco a lo que ayer llamaba negro. No sería difícil reunir un catálogo asombroso de las afirmaciones contradictorias de Stalin. Citaré un solo ejemplo, que es el que mejor se adecua a los límites de un artículo periodístico. Pido disculpas de antemano, porque el ejemplo concierne a mi persona. En los últimos años Stalin empeñó todos sus esfuerzos en lo que se llama «la demistificación de Trotsky». Se elaboró apresuradamente una nueva historia de la Revolución de Octubre, junto con una nueva historia del Ejército Rojo y una nueva historia del partido. Stalin dio la señal para la revisión de los valores con su declaración del 19 de noviembre de 1924:

«Trotsky no desempeñó ni pudo haber desempeñado un papel destacado en el partido ni en la Revolución de Octubre». Comenzó a repetir esta afirmación en toda ocasión propicia.

Alguien le recordó a Stalin un artículo que él mismo había escrito para el primer aniversario de la revolución. El artículo decía textualmente: «Todo el trabajo de organización práctica de la insurrección fue realizado bajo la dirección inmediata del presidente del Soviet de Petrogrado, Trotsky. Puede decirse con certeza que el partido debe ante todo y fundamentalmente a Trotsky el rápido paso de la guarnición al bando del Soviet y la eficaz organización del trabajo del Comité Militar Revolucionario».

¿Qué hizo Stalin para salir de esta embarazosa contradicción? Muy sencillo: intensificó sus invectivas contra los «trotskistas». Existen cientos de ejemplos por el estilo. Sus comentarios sobre Zinoviev y Kamenev[29] se destacan por sus contradicciones igualmente flagrantes. Y podemos estar seguros de que en un futuro próximo Stalin comenzará a expresar de la manera más ponzoñosa, sobre Rikov, Bujarin y Tomski[30], las mismas opiniones que hasta el momento tacha de perversas calumnias de la Oposición.

¿Cómo se atreve a caer en contradicciones tan flagrantes? La clave del asunto es que sólo pronuncia sus discursos o escribe sus artículos cuando su adversario ya no tiene posibilidad de responder. Las polémicas de Stalin son el eco tardío de su técnica organizativa. El stalinismo es, ante todo, el trabajo mecánico del aparato.

Lenin, en lo que se conoce como su «testamento[31]», menciona dos características de Stalin: rudeza y deslealtad. Pero éstas no se desarrollaron al máximo hasta después de la muerte de Lenin. Stalin quiere envenenar lo más posible la atmósfera de la lucha interna del partido y colocarlo así, ante el hecho consumado de una ruptura.

«Este cocinero sólo preparará platos muy picantes», le advertía Lenin al partido ya en 1922[32]. El decreto de la GPU que acusa a la Oposición de prepararse para la lucha armada no es el único plato de este estilo preparado por Stalin. En julio de 1927, cuando la Oposición todavía estaba en el partido y tema su representación en el Comité Central, Stalin repentinamente preguntó: “¿Es verdad que la Oposición se opone a la victoria de la URSS en las próximas batallas contra el imperialismo?”.

Demás está decir que semejante insinuación carecía por completo de fundamento. Pero el cocinero ya había comenzado a preparar el plato llamado Artículo 58. Puesto que el problema de la actitud de la Oposición hacia la defensa de la URSS es de importancia internacional, considero necesario, teniendo en cuenta los intereses de la república soviética, citar algunos pasajes del discurso en que respondí a la pregunta de Stalin.

Olvidemos por un instante la descarada insolencia de la pregunta —dije en el discurso que pronuncié en agosto de 1927 ante el Comité Central y la Comisión de Control Central—. Y no nos detengamos en la caracterización tan cuidadosa que hizo Lenin de los métodos de Stalin: “rudos y desleales”. Tomaremos la pregunta tal cual está planteada y responderemos. Sólo las Guardias Blancas[33] podrían “oponerse a la victoria de la URSS en las próximas batallas contra el imperialismo” […] Lo que Stalin tiene en mente es, en realidad, otra pregunta: “¿Piensa realmente la Oposición que la dirección de Stalin es incapaz de garantizar la victoria de la URSS?” […] Sí, la Oposición piensa que la conducción de Stalin dificulta enormemente la victoria […] En caso de guerra […] todos los militantes de la Oposición ocuparán el puesto que les asigne el partido, sea en el frente o en la retaguardia […] Pero ninguno renunciará a su derecho y su deber de luchar por enderezar el rumbo del partido […] En resumen: ¿por la patria socialista? ¡Sí! ¿Por el curso stalinista? ¡No! Hoy, a pesar de que las circunstancias han cambiado, estas palabras mantienen toda su vigencia y obligan tanto como entonces.

Junto con los supuestos preparativos de la Oposición para la lucha armada y nuestra actitud supuestamente negativa hacia la defensa del estado soviético, me veo obligado a traer a colación un tercer plato del menú de especialidades stalinistas: la acusación de que perpetramos actos terroristas. Al llegar a Constantinopla me enteré de que habían aparecido en la prensa mundial ciertos informes de origen turbio acerca de una supuesta conspiración terrorista, en la que estaban involucrados, se decía, ciertos grupos de la Oposición «trotskista». Conozco perfectamente el origen de estos rumores. En cartas enviadas desde Alma-Ata frecuentemente tuve ocasión de advertir a mis amigos que Stalin, por la senda que había escogido, sentiría la necesidad cada vez más apremiante de descubrir «conspiraciones terroristas» entre los «trotskistas».

Atribuirle a la Oposición planes para una insurrección armada, dirigida por un estado mayor de revolucionarios experimentados y responsables, era una tarea ingrata. Era muchísimo más fácil atribuirle objetivos terroristas a algún grupo de «trotskistas» anónimos. Evidentemente, los esfuerzos de Stalin se orientan actualmente en esa dirección. Lanzar a priori una advertencia pública quizás no le imposibilite a Stalin el cumplimiento de sus planes, pero al menos le dificultará la tarea. Por eso lo hago.

Stalin emplea tales métodos de lucha, que ya en 1926 me sentí obligado a decirle, en una reunión del Buró Político[34], que estaba postulando su candidatura para el puesto de sepulturero de la revolución y el partido. Repito hoy esta advertencia, pero con énfasis redoblado. De todas maneras, hoy estamos tan convencidos como en 1926 de que el partido vencerá a Stalin, y no Stalin al partido.

Escritos , Tomo I
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