–La decisión está tomada -dijo el director con firmeza. Era
evidente que no dejaba abierta ninguna
posibilidad.
Dana respiró hondo.
–De acuerdo. Buscaremos una escuela más comprensiva. Vamos,
Kemal.
–Bueno, te escucho. ¿Qué fue lo que pasó? – le preguntó
cuando subieron al auto.
Él no podía contarle lo que había dicho Ricky
Underwood.
–Perdóname, Dana. Fue culpa mía.
"Alucinante", pensó Dana.
La finca de los Hudson ocupaba varias hectáreas de terreno en
una zona exclusiva de Georgetown. La familia vivía en una mansión
de tres pisos de estilo georgiano construida sobre la cima de una
colina. La casa, que era imposible ver desde la calle, estaba
pintada de blanco y tenía un largo y sinuoso camino de entrada que
llegaba hasta la puerta principal.
Dana estacionó y miró a Kemal.
–Tú vienes conmigo.
–¿Por qué?
–Porque aquí afuera hace mucho frío. Vamos.
Se encaminó a la puerta de la casa, y el chico la siguió de
mala gana.
–Kemal, tengo que hacer una entrevista muy importante. Quiero
que te portes bien y seas amable. ¿Me lo prometes?
–Sí.
Tocó el timbre. Abrió la puerta un hombre gigantesco de
expresión bondadosa, vestido con uniforme de
mayordomo.
–Sí.
–Soy Cesar. El señor Hudson la está esperando. – Miró a
Kemal, y luego otra vez a Dana. – ¿Quieren darme sus abrigos? –
Tomó los abrigos y los colgó en el armario del vestíbulo. Kemal no
le quitaba los ojos de encima.
–¿Cuánto mide usted?
–¡Kemal! – lo reprendió Dana-. No seas maleducado. – Ah, no
se preocupe, señorita Evans. Estoy acostumbrado.
–¿Es más alto que Michael Jordan? – quiso saber el
niño.
–Creo que sí -respondió el mayordomo-. Mido dos metros diez.
Vengan por aquí, por favor.
El vestíbulo -un largo corredor con piso de madera, espejos
antiguos y mesas de mármol- era inmenso. En las paredes había
repisas con valiosas estatuillas de la dinastía Ming y figuras de
finísimo cristal.
Siguieron a Cesar por el largo corredor hasta llegar a un
living en desnivel, con paredes pintadas en un tono amarillo pálido
y molduras de madera blanca. La habitación estaba amueblada con
cómodos sofás, mesitas estilo reina Ana y sillones Sheraton
tapizados en seda, en la misma gama de amarillo.
El senador Roger Hudson y su esposa, Pamela, se hallaban
sentados a una mesa de backgammon. Ambos se levantaron cuando
oyeron que el mayordomo anunciaba a Dana y Kemal.
Roger Hudson era un hombre de alrededor de cincuenta años.
Tenía rostro severo, ojos grises y fríos y una sonrisa cautelosa.
Parecía mirar con desconfianza, guardando siempre las
distancias.
Su esposa era una mujer muy bella, algo más joven que él.
Tenía todo el aspecto de ser una persona cálida, sincera y
práctica. Su pelo era rubio ceniza, con unos mechones canosos que
no se molestaba en ocultar.
–Perdone que hayamos llegado tarde -se disculpó Dana-. Soy
Dana Evans. Les presento a mi hijo, Kemal.
–Roger Hudson. Ésta es mi esposa, Pamela.