Se dirigieron al restaurante. Cada segundo que pasaba, Dana
se iba sintiendo más fea, arrepentida de haber aceptado la
invitación.
El restaurante estaba repleto, a punto tal que había una
decena de personas esperando que les dieran mesa. El maítre vino a
recibirlos, presuroso.
–Una mesa para tres-dijo Jeff.
–¿Hicieron una reserva?
–No, pero…
–Lo lamento, pero… -El hombre reconoció a Jeff. – Señor
Connors, es un placer conocerlo. – Miró a Dana. – Señorita Evans,
un verdadero honor. – Hizo una pequeña mueca. – Les pido disculpas,
pero va a haber una pequeña demora. – Cuando sus ojos se posaron en
Rachel, se le iluminó la cara. – ¡Señorita Stevens! Leí en una
revista que estaba haciendo una presentación en
China.
–Así es, Somchai. Pero ya estoy de vuelta.
–Fantástico. – Se volvió hacia Dana y Jeff. – Por supuesto
que hay lugar para ustedes. – Los condujo hacia una mesa en el
centro del salón.
"La odio. La odio con alma y vida", pensó
Dana.
Cuando se sentaron, dijo Jeff:
–Estás hermosa, Rachel. No sé lo que estás haciendo, pero te
sienta muy bien.
"Nos imaginamos perfectamente qué es lo que
hace".
–Estuve viajando mucho. Creo que voy a tomarme unos meses de
descanso. – Miró a Jeff a los ojos.
–¿Te acuerdas de aquella noche en que
fuimos…?
Dana levantó la vista del menú.
–¿Qué es Udang Goreng?
Rachel la miró.
–Camarones en leche de cocos, un plato delicioso. – Volvió a
mirar a Jeff. – ¿Esa noche en que decidimos que…?
–¿Qué es Laksa?
–Sopa de fideos bien picante -respondió ella con paciencia-.
Cuando dijiste que querías…
–¿Y Poh Pia?
–Revuelto de jicama con verduras.
–¿Ah, sí? – Dana decidió que era mejor no preguntar qué era
jicama.
Pero con el fluir de la conversación, Dana se dio cuenta de
que, muy a su pesar, Rachel Stevens empezaba a caerle bien. Tenía
una personalidad cálida y encantadora. A diferencia de la mayoría
de las modelos internacionales, no se vanagloriaba de su belleza ni
se mostraba egocéntrica. Era inteligente, se expresaba con claridad
y, cuando hizo el pedido en tailandés, no se dio aires de
superioridad. "¿Cómo es posible que Jeff la haya dejado
escapar?"
–¿Cuánto tiempo piensas quedarte en Washington? – le preguntó
Dana.
–Tengo que irme mañana.
–¿Adonde esta vez? – quiso saber Jeff.
Ella dudó un momento.
–A Hawaii. Pero estoy muy cansada, Jeff. Hasta se me ocurrió
la posibilidad de cancelar todo.
–Pero no lo harás -dijo él con seguridad.
–No, claro -reconoció con un suspiro.
–¿Y cuándo vuelves? – se interesó Dana.
Rachel la miró durante un largo rato y luego dijo con
suavidad:
–No creo que vuelva a Washington, Dana. Espero que tú y Jeff
sean muy felices. – Sus palabras escondían un
mensaje.
Cuando salieron del restaurante, Dana dijo:
–Los dejo porque tengo que ir a hacer unas
compras.
Rachel la tomó de la mano.
–Fue un placer conocerte.
–Igualmente -respondió Dana y, sorprendida consigo misma, se
dio cuenta de que lo decía con sinceridad.
Después, se quedó mirando cómo Jeff y Rachel se alejaban
caminando. "Hacen una pareja perfecta", pensó.