–Siéntese -le ordenó. Tenía una voz áspera y profunda.


Dana tomó asiento.

–Gracias por recibirme, general.

–Dijo que quería hablar sobre Taylor Winthrop, ¿verdad?

–Sí, mi intención era…

–¿Está escribiendo un artículo sobre él?

–Bueno, yo…

–¡Periodistas de mierda! ¿Por qué no dejan a los muertos en paz? ¡No son más que un montón de buitres ávidos de escándalo!

Dana no podía dar crédito a sus oídos.

Jack Stone parecía incómodo.

–General, le aseguro que no busco ningún escándalo. Conozco la leyenda sobre Taylor Winthrop. Estoy tratando de hacerme una idea de qué clase de hombre era en realidad. Le agradecería que pudiera darme algún dato, por insignificante que sea -respondió Dana, tratando de calmarse.

El general se inclinó hacia adelante.

–No sé qué diablos busca, pero le digo una sola cosa: la leyenda era el hombre. Cuando Taylor Winthrop dirigía la FRA, yo trabajaba a sus órdenes. Fue el mejor director que tuvo esta organización. Todo el mundo lo admiraba. Lo que le ocurrió a él y su familia es una tragedia que escapa a mi comprensión. – Su cara se endureció. – Para serle honesto, no me gusta la prensa, señorita Evans. El descaro de los periodistas ya no tiene límites. Vi sus transmisiones desde Sarajevo. Todo ese sentimentalismo de telenovela no nos sirvió absolutamente de nada.

Dana trató de controlar su ira.

–No estaba allí para ayudarlo a usted, general, sino para informar sobre lo que les sucedía a esos inocentes…

–Diga lo que quiera. Para su información, Taylor Winthrop fue uno de los más grandes estadistas de este país. – Le clavó los ojos. – Si intenta profanar su memoria, va a ganarse una multitud de enemigos. Le recomiendo que se mantenga al margen. Buenos días.

Ella lo miró un momento, y luego se levantó.




–Gracias por su colaboración, general. – Salió de la oficina con rapidez.


Jack Stone la siguió.

–Le indico el camino.

Cuando estaban en el pasillo, Dana respiró hondo.

–¿Siempre es así? – le preguntó, enojada.

El mayor suspiró.

–Le ruego que lo disculpe. A veces es un poco brusco, pero no tiene mala intención.

–¿En serio? Me dio la impresión de que sí.

–Bueno, de todos modos le pido disculpas. – Dio media vuelta, dispuesto a regresar a la oficina.

Ella le tocó el brazo.

–Espere. Me gustaría hablar un rato con usted. Son las doce. ¿Podríamos almorzar en algún lugar?

El miró en dirección al despacho del general.

–De acuerdo. ¿Qué le parece si nos encontramos en la cafetería Sholl's de la calle K dentro de una hora?

–Genial. Gracias.

–No me agradezca antes de tiempo, señorita.


Cuando el mayor Jack Stone llegó a la cafetería casi desierta, Dana lo estaba esperando. Se detuvo un momento en la entrada para asegurarse de que no hubiera nadie conocido, y luego se dirigió a la mesa de Dana.

–Si el general Booster llega a enterarse de que acepté reunirme con usted, me mata. Es un buen hombre. Cumple una función delicada, muy difícil, y es muy eficiente en todo lo que hace. – Dudó un instante. – Los periodistas no le caen muy bien que digamos…

–Ya me di cuenta.

–Quiero dejar algo en claro, señorita Evans. Esta conversación es estrictamente confidencial.

–No se preocupe.

Tomaron unas bandejas y eligieron la comida. Cuando volvieron a sentarse, dijo Jack Stone:

–No quiero que se lleve una impresión equivocada de nuestra organización. Nosotros estamos del lado de los buenos. Por eso trabajamos allí. Nuestro propósito es ayudar a los países en vías de desarrollo.