–En el Hotel Ciceroni.


–Tómate un taxi y dile al conductor que te lleve al Toula. Nos vemos ahí en media hora.


El Toula, ubicado en la Via Della Lupa, era uno de los restaurantes más famosos de Roma. Cuando Dana llegó, Romano la estaba esperando.

–Buon giorno. Es un placer verte sin las bombas.

–Lo mismo digo, Dominick.

–Qué guerra tan inútil -dijo, meneando la cabeza-. Tal vez aún más que cualquier otra. Bene! ¿Qué te trae por Roma?

–Vine a ver a un hombre.

–¿Y cómo se llama el afortunado?

–Vincent Mancino.

A Dominick Romano le cambió la cara.

–¿Por qué quieres verlo?

–Probablemente no sea nada, pero estoy llevando a cabo una investigación. ¿Qué sabes sobre él?

Romano pensó cuidadosamente lo que iba a decir.

–Mancino era ministro de Comercio. Viene de un entorno mafioso, y te aseguro que es un hombre muy conntundente. Bueno, de pronto renuncia a un cargo muy importante y nadie sabe por qué. – Miró a Dana con curiosidad. – ¿Por qué te interesa saber sobre él?

Dana eludió la pregunta, y dijo:

–Tengo entendido que cuando Mancino renunció, estaba negociando un acuerdo comercial con Taylor Winthrop.

–Así es, y Winthrop terminó negociando con otro.

–¿Cuánto tiempo estuvo Winthrop en Roma?

–Unos dos meses -respondió Romano después de pensarlo un momento-. Mancino y Winthrop se hicieron amigos, y salían a beber juntos. – Y luego agregó: -Pero algo pasó entre ellos.

–¿Qué?

–Ni idea. Se corren muchas versiones. Mancino tenía una hija única, Pia, que desapareció, y a la mujer le dio un ataque de nervios.




–¿Qué quieres decir con eso de que desapareció? ¿La secuestraron?


–No, simplemente… -Trató en vano de buscar la palabra exacta. – …desapareció. Nadie sabe qué fue de ella. – Suspiró. – Te aseguro que era una belleza.

–¿Dónde está la esposa de Mancino?

–Se comenta que en alguna clínica psiquiátrica.

–¿Sabes dónde?

–No, y tú tampoco quieres saberlo. – El camarero se acercó a la mesa. – Sin embargo sí sé sobre este restaurante. ¿Me dejas que pida yo la comida?

–Cómo no.

–Bene. – Se volvió para hablar con el camarero. – Prima, pasta fagioli. Dopo, abbacchio arrosto con polenta.

–Grazie.

La comida estuvo exquisita, y pasaron a charlar sobre temas poco importantes. Pero cuando se levantaron para irse, dijo Romano:

–Dana, no te acerques a Mancino. No es el tipo de hombre al que uno puede interrogar.

–Pero si…

–Olvídalo. En una palabra… omertá.

–Gracias, Dominick; aprecio tu consejo.


Vincent Mancino tenía sus oficinas en un moderno edificio de su propiedad, ubicado en la Via Sardegna. En la recepción de mármol había un escritorio, y allí sentado un corpulento guardia. El hombre levantó la vista cuando Dana entró.

–Buenos días. ¿En qué puedo ayudarla, señorita?

–Me llamo Dana Evans, y me gustaría ver a Vincent Mancino.

–¿Tiene una entrevista?

–No.

–Entonces no será posible.

–Dígale que es por el tema de Taylor Winthrop.

El guardia la estudió un momento; luego habló por teléfono y cortó. Dana esperaba.