A las ocho de la noche, Dana paró un taxi.


–Al parque VDNKh. – No estaba segura de cómo se pronunciaba.

El chofer se dio vuelta para mirarla.

–¿VDNKh? Está todo cerrado.

–Ah.

–¿Quiere ir igual?

–Sí.

El hombre se encogió de hombros y apretó el acelerador.


El extenso parque quedaba en el sector nordeste el Moscú. Según la guía, los ostentosos monumentos se habían construido para rendirle homenaje a la gloria soviética, pero cuando la economía entró en recesión y se cortaron los fondos, el parque quedó como un decrépito monumento al dogma soviético. Las magníficas glorietas se estaban viniendo abajo, y el sitio estaba desierto.

Dana se bajó del taxi y sacó unos cuantos dólares.

–¿Alcanza para…?

–Da. – El conductor tomó los billetes, y al instante había desaparecido.

Dana miró alrededor. Estaba sola en el parque helado y ventoso. Fue hasta un banco cercano, se sentó y esperó a Boris. Se acordó de la vez que había esperado a Joan Sinisi en el zoológico. "Y si Boris…"

Una voz a sus espaldas la hizo sobresaltar.

–Horoshiy uyecherniy.

Se dio vuelta, y abrió los ojos sorprendida. Supuso que sería Boris Shdanoff, pero en cambio se encontró con su hermano, el director.

–¡Señor Shdanoff! No esperaba…

–Sígame -replicó él abruptamente, y comenzó a cruzar el parque con rapidez. Dana dudó un instante, pero luego se levantó y se apresuró a seguirlo. El hombre entró en un café de aspecto rústico que había frente al parque, y se sentó a una de las mesas del fondo. Había sólo una pareja en el lugar. Dana se ubicó frente a él.




Se les acercó una desaliñada camarera vestida con un sucio delantal.


–Da?

–Dva cofe, pozhalooysta -pidió Shdanoff. Luego se volvió hacia Dana. – No estaba seguro de si vendría o no, pero se ve que es muy perseverante. A veces eso puede ser peligroso.

–En su carta dice que puede informarme lo que ando buscando.

–Sí. – Llegó el café. Tomó un sorbo y se quedó un momento en silencio. – Usted quiere saber si a Taylor Winthrop y su familia los asesinaron.

El corazón de Dana comenzó a latir más rápido.

–¿Es cierto?

–Sí. – La respuesta fue sólo un fantasmal susurro.

Dana sintió un súbito escalofrío.

–¿Y usted sabe quién fue?

–Sí.

Ella respiró hondo.

–¿Quién…?

Él levantó una mano para interrumpirla.

–Ya se lo voy a decir, pero antes tiene que hacer algo por mí.

Lo miró y preguntó con cautela:

–¿Qué?

–Sacarme de Rusia. Ya no estoy a salvo acá.

–¿No puede ir simplemente al aeropuerto y tomarse un avión? Tengo entendido que ya no está prohibido viajar al exterior.

–Mi estimada señorita Evans, qué ingenua es. Es cierto que las cosas ya no son como en la vieja época del comunismo, pero si intentara hacer lo que me sugiere, me matarían antes de que me acercara siquiera a un aeropuerto. Las paredes todavía ven y oyen. Corro peligro, y necesito que me ayude.

Sus palabras tardaron un instante en hacer efecto. Luego Dana lo miró consternada.

–Yo no puedo sacarlo… No sabría por dónde empezar

–Debe hacerlo, debe encontrar la forma. Corro peligro de muerte.