–¿En qué puedo ayudarla?
–Soy Dana Evans. Vengo a ver a la señorita
Sinisi.
–Sí, la está esperando. Suba por el ascensor hasta el
treinta.
–¿Qué departamento?
–No, aquí son todos pisos.
"¿Joan Sinisi vive en un piso?"
Se bajó del ascensor y tocó el timbre. Una criada uniformada
le abrió la puerta.
–¿La señorita Evans?
–Sí.
–Pase, por favor.
Joan Sinisi vivía en un piso con incontables habitaciones y
una enorme terraza desde la cual podía verse toda la ciudad. La
empleada condujo a Dana por un largo pasillo hasta que llegaron a
una gran sala pintada de blanco y decorada con muy buen gusto. Una
mujer pequeña y delgada estaba sentada en el sofá. Al ver llegar a
su invitada, se puso de pie.
La dueña de casa resultó toda una sorpresa. Dana no sabía con
qué se iba a encontrar, pero la mujer que se levantó para saludarla
distaba mucho de ser lo que Dana suponía. Era menuda, no muy
atractiva. Sus ojos marrones e inexpresivos asomaban detrás de un
par de gruesos anteojos. Tenía una voz apagada, casi
inaudible.
–Es un placer conocerla en persona, señorita
Evans.
–Gracias por recibirme. – Se sentó junto a ella en un inmenso
sofá blanco ubicado cerca de la terraza.
–Estaba por tomar un té. ¿Quiere una taza?
–Bueno, gracias.
Joan Sinisi se volvió hacia la empleada y le pidió casi con
timidez:
–Greta, ¿puedes traer el té?
–Muchas gracias.
Todo transmitía cierta sensación de irrealidad. "Joan Sinisi
no tiene nada que ver con este lugar", pensó Dana. "¿Cómo se las
arregla para vivir aquí? ¿A qué clase de acuerdo habrá llegado con
Taylor Winthrop? ¿Y cuál habrá sido el motivo de la
demanda?".
–… y nunca me pierdo su programa -decía la mujer con
suavidad-. Admiro muchísimo su trabajo.
–Gracias.
–Recuerdo cuando transmitía desde Sarajevo, en medio de esos
terribles bombardeos. Me daba mucho miedo de que le pasara
algo.
–Para serle honesta, yo también tenía miedo.
–Fue una experiencia horrenda, ¿verdad?
–Sí, en cierto sentido lo fue.
En ese momento entró Greta con una bandeja de té y tortas. La
apoyó sobre la mesa, frente a las dos mujeres.
–Yo le sirvo -dijo Joan Sinisi.
Dana esperó mientras ella le servía el té.
–¿Quiere torta?
–No, gracias.
La mujer le entregó a Dana la taza y luego se sirvió
ella.
–Como le dije, estoy encantada de conocerla, pero… la verdad
es que no me imagino de qué quiere hablar conmigo.
–Quería hacerle unas preguntas sobre Taylor
Winthrop.
La mujer dio un respingo y se volcó el té sobre la falda.
Estaba pálida como el papel.
–¿Se siente bien?
–Sí, sí… estoy bien. – Se limpió la falda con una servilleta.
– No… pensé que quisiera hablar de eso… -dijo con voz
temblorosa.
La atmósfera había cambiado por completo.
–Usted fue secretaria de él, ¿verdad?
–Sí, pero abandoné el cargo hace un año. No creo que pueda
ayudarla. – Parecía muy nerviosa.
–Me contaron muchas cosas buenas sobre él. Quería saber si
usted podía agregar algo… -le dijo Dana, tratando de
tranquilizarla.