–Cállese, señorita.


–Cesar, escúchame. No conoces a esta gente, son asesinos. Tú eres una persona decente. No dejes que el señor Hudson te haga hacer cosas que…

–El señor Hudson no me está obligando a hacer nada. Yo lo hago por la señora de Hudson. – La miró por el espejo retrovisor y sonrió. – Ella me cuida bien.

Dana lo miró boquiabierta. "No puedo dejar que pase esto".

–¿Adónde me llevas?

–Al parque Rock Creek. – No fue necesario que agregara: "Donde la voy a matar".


Roger Hudson, Pamela, Jack Stone y la señora Daley viajaban en una camioneta rumbo al aeropuerto nacional de Washington.

–El avión está listo -anunció Jack Stone-. Tu piloto ya tiene el plan de vuelo a Moscú.

–Ay, cómo detesto el clima frío -comentó Pamela-. Espero que esa desgraciada se pudra en el infierno por obligarme a pasar por esto.

–¿Y Kemal? – preguntó Roger Hudson.

–Dentro de veinte minutos empieza el incendio en la escuela. El niño está en el sótano, bien sedado.


La desesperación de Dana aumentaba segundo a segundo. Se estaban acercando al parque Rock Creek, y el tránsito comenzaba a ralear.

"Kemal está muerto de miedo. Nunca vi a nadie tan aterrorizado. Sabe que va a morir, y le dije que tú también morirías".


El helicóptero iba siguiendo a la limusina.

–Está doblando, Jeff-anunció Norman Bronson-. Parece que se dirige al parque Rock Creek.

–No lo pierdas.




* * *

En la FRA, el general Booster entró en su oficina hecho una furia.


–¿Qué diablos ha estado pasando aquí? – le preguntó a uno de sus ayudantes.

–Como le dije, general. Mientras usted no estaba, el mayor Stone reclutó a varios de nuestros mejores hombres, y se metieron en no sé qué asunto muy importante con Roger Hudson. Están siguiendo a Dana Evans. Mire esto. – Le mostró la pantalla de su computadora, donde se veía una foto de Dana, que salía desnuda de la ducha del Hotel Breidenbacher Hof.

El rostro del general Booster se crispó.

–¡Dios mío! – Se volvió hacia su asistente: -¿Dónde está Stone?

–Se fue. Está saliendo del país con los Hudson.

–Consígame con el aeropuerto nacional, ya mismo.


En el helicóptero, Norman Bronson miró hacia abajo y dijo:

–Se dirigen al parque, Jeff. Cuando lleguen allí, no podremos aterrizar a causa de los árboles.

–Tenemos que detenerlos. ¿Puedes aterrizar en el camino, frente al auto?

–Claro.

–Entonces hazlo.

Bronson movió los controles hacia adelante, y el helicóptero pasó sobre la limusina y comenzó a descender hasta posarse suavemente en el camino, unos veinte metros más adelante. Vieron cómo éste se detenía haciendo chirriar los frenos.

–Apaga los motores -indicó Jeff.

–No podemos hacer eso. Quedaremos a merced de ese individuo si…

–Haz lo que te digo.

–¿Estás seguro de lo que haces?

–No.