–Quería agradecerte por cuidar a Kemal ayer a la mañana, Dorothy. Fue muy amable de tu parte.


–Para mí fue un placer.

Hacía un año que Dorothy Wharton y su esposo, Howard, se habían mudado al edificio. Eran dos canadienses de mediana edad, una pareja encantadora. Él era ingeniero y reparaba monumentos.

Una noche que la habían invitado a cenar, él le explicó:

–Washington es la mejor ciudad del mundo para mi clase de trabajo. ¿En qué otro lugar encontraría las oportunidades que tengo acá? – Y él mismo se respondió: -En ningún lado.

–Nos encanta vivir en esta ciudad -agregó su mujer-. No nos iríamos por nada del mundo.


Cuando Dana volvió a su oficina, encontró la última edición del Washington Tribune sobre el escritorio. La tapa del diario estaba dedicada a la familia Winthrop, con diferentes artículos y fotografías. Miró largo rato las imágenes, pensando en mil cosas a la vez. "Es increíble. En menos de un año, murieron cinco miembros de la familia".


El llamado se hizo a un teléfono directo, de la torre principal del grupo Washington Tribune Enterprises.

–Acabo de recibir el aviso.

–Bien. Estaban esperando. ¿Qué quieres que hagan con los cuadros?

–Que los quemen.

–¿Todos? Valen millones de dólares.

–Todo salió a la perfección. Ahora no podemos dejar ningún cabo suelto. Que los quemen ya mismo.


La secretaria de Dana, Olivia Watkins, anunció:

–Hay un llamado para usted en la línea tres. Ya llamó dos veces.

–¿Quién es, Olivia?




–El señor Henry.


Thomas Henry era el director de la escuela Theodore Roosevelt.

Dana se frotó la frente con la mano para alejar el dolor de cabeza que estaba a punto de sentir.

–Buenas tardes, señor Henry.

–Buenas tardes, señorita Evans. ¿Podría pasar a verme por la escuela?

–Claro. Puedo ir dentro de una o dos ho…

–Preferiría que fuera ya mismo, si no le molesta.

–No se preocupe; salgo para allá.