Las calles estaban heladas y el viento ululaba, pero Dana ni siquiera lo notó. Se encontraba en un estado de pánico total. A dos cuadras, encontró un hotel y entró corriendo en la recepción.


–¿El teléfono? – le preguntó al empleado del mostrador.

Cuando el joven vio sus manos ensangrentadas, retrocedió.

–¡El teléfono! – repitió, casi a los gritos.

El empleado señaló nerviosamente una cabina que había en un rincón del hall, y Dana se metió en ella sin perder un instante. Sacó una tarjeta telefónica de su cartera y marcó el número de la operadora con dedos vacilantes.

–Quiero llamar a los Estados Unidos. – Las manos le temblaban. Tartamudeando, le dio el número de su tarjeta y el de Roger Hudson a la operadora, y esperó. Tras unos instantes que le parecieron una eternidad, oyó la voz de Cesar.

–Residencia de la familia Hudson.

–¡Cesar! Necesito hablar con el señor -dijo con voz ahogada.

–¿La señorita Evans?

–¡Rápido, Cesar, rápido!

Un minuto después le llegó la voz de Roger.

–¿Dana?

–¡Roger! – Las lágrimas le corrían por la cara. – Está… está muerto. Lo… lo mataron, a él y a su amiga.

–¿Qué? Dios mío, Dana. No sé de qué… ¿está herida?

–No… pero están tratando de matarme.

–Bueno escúcheme con atención. Hay un avión de Air France que sale para Washington a medianoche. L e reservo un pasaje. Fíjese que no la sigan hasta el aeropuerto. No tome un taxi ahí. Vaya directamente al Hotel Metropole, que tiene un servicio constante de ómnibus que van al aeropuerto. Tómese uno y mézclese con la gente. Yo la estaré esperando en Washington cuando llegue. Por el amor de Dios, ¡cuídese!


–Sí, sí. Gra… gracias.

Cortó y se quedó un momento ahí parada, incapaz de moverse, aterrorizada. No podía sacarse de la mente las sangrientas imágenes de Shdanoff y su amiga. Respiró hondo y salió de la cabina. Pasó frente al desconfiado conserje y se internó en la noche helada.




Un taxi se detuvo cerca, y el conductor le dijo algo en ruso.


–Nyet-replicó ella, y comenzó a caminar más rápido. Primero tenía que volver a su hotel.


Cuando Roger Hudson cortó la comunicación, oyó que Pamela entraba por la puerta de calle.

–Dana llamó dos veces desde Moscú. Averiguó por qué asesinaron a la familia Winthrop.

–Entonces habrá que ocuparse de ella de inmediato -respondió Pamela.

–Yo ya lo intenté. Enviamos un francotirador, pero algo le falló.

Pamela lo miró con desprecio.

–Idiota. Llámalos de nuevo. Además, Roger…

–¿Sí?

–Diles que lo hagan parecer un accidente.