Capítulo dieciocho

Esa noche en la cama, se acostaron el uno junto al otro, pero sin tocarse. Por primera vez desde el día de su boda, Justin no la había tomado en sus brazos, y Arabella sentía la pérdida en cada rincón de su alma.

Los minutos pasaban. La habitación permanecía en penumbras. Había pasado ya media hora, tal vez una hora entera. Estaba completamente despierta, pero no se atrevía a moverse por temor a despertar a Justin. Sin embargo, sentía que iba a gritar si seguía quieta más tiempo, por lo que se movió primero a un lado, y luego al otro.

Pero el sueño seguía sin querer llegar. Se incorporó un poco para mirar a Justin. Él estaba echado, inmóvil, con un brazo bajo la cabeza, dándole la espalda, su rostro en dirección a la ventana. Mojándose los labios, se dio media vuelta.

—¿Pretendes estar retorciéndote toda la noche?

Arabella se quedó helada. El pinchazo de su voz le dolió tanto como su mirada clavándosele en la espalda.

Mordiéndose el labio, se quedó callada.

—¿Te ocurre algo? —le preguntó inexpresivo.

Sus dedos enrollaron y desenrollaron las puntas de las sábanas.

—No —dijo dubitativa, aunque después se lo pensó mejor—, es decir, sí. O mejor... yo... no lo sé.

—Me encantan las mujeres que tienen opiniones propias.

¿Sarcasmo o agudeza?, se preguntó. Nunca estaba segura.

En cualquier caso, sólo hizo que se sintiera más miserable.

—Lo siento —dijo en voz baja—. No pretendía despertarte.

Justin suspiró.

—Y no lo hiciste. Yo tampoco puedo dormir.

Le oyó buscar algo en la oscuridad, y después la luz de una vela alumbró la habitación. Arabella se tumbó boca arriba, mirando las molduras del techo. Junto a ella, Justin se sentó en la cama, con la espalda contra el cabecera.

—¿Por qué no puedes dormir Arabella?

—Mi mente no está tranquila —le confió—. ¡No puedo dejar de pensar!

—¿En qué?

—En todo —concluyó.

—Ah —dijo Justin secamente—, eso explica todo bastante bien. Ahora, te lo preguntaré una vez más. ¿Qué es lo que te preocupa? Y por favor, no me digas que nada.

Ella se volvió hacia él, tratando de descifrar su ánimo por la expresión de su rostro. Como sólo encontró la amplitud desnuda de su pecho, no pudo sino ocultar su desaliento.

—¿Por qué no puedes dormir tú? —le espetó—. Y por favor, no me digas que por nada.

Hubo un breve silencio.

—Un punto para ti —dijo al fin—. Ya que insistes, te diré que...

Pero Arabella sacudía la cabeza. Sus palabras eran el único impulso que necesitaba para recuperar su orgullo.

—Espera. yo... yo primero. —Con valor se apoyó en sus hombros y tragó saliva—. ¿Es verdad que tú y lady Agatha erais amantes?

Hubo un silencio largo y prolongado. Arabella se atrevió a mirarle, después no tuvo más que preguntarse por su ánimo. Su expresión era sombría.

—¿Dónde has oído eso?

—La noche de la fiesta de disfraces en Vauxhall —admitió— escuché a dos mujeres hablar...

—Ah, sí. Las que decían que era un amante de extremada finura. Las mismas, ¿no?

—Sí. —La lengua de Arabella hizo una bola bajo uno de los lados de su boca—. Pero ¿es cierto?

—¿Que soy un amante de extremada finura? —La fulminó con la mirada—. Es obvio que no, o no me lo preguntarías.

La furia se hizo roja en su cara.

—No eso —dijo rápidamente—, me refiero a lady...

—Sí. —Su voz cortó la suya. Abrupta, parecía dudar. Unas manos fuertes se cerraron alrededor de sus hombros, tirando de ella para que le mirase—. ¿Por qué lo preguntas, Arabella?

—Porque te vi con lady Agatha esta noche y... bueno, ¿cómo lo diría? Los dos juntos, era una visión espectacular. —De repente estaba hablando sin sentido, su mente era una maraña de ira y confusión—. Y lo odio, Justin. Odio estar en la misma habitación que ella, sabiendo que los dos fuisteis amantes. ¡Odio tener que encontrarme cara a cara con esa mujer! Sé que no se puede evitar, dada tu experiencia. Pero quería abofetearla cuando se atrevió a tocarte. Quería cruzar la habitación y estrangular su bonito cuello...

Sus labios se torcieron en una mueca.

—Ah, querida. Parece que me he casado con una mujer celosa.

Que se riera de ella era lo último que esperaba.

—¡Me alegro de que encuentres esto tan divertido! —Vaya, si había querido ser desafiante, había sido de todo menos eso. Sus labios temblaban como su voz. Intentó recomponerse antes de que él percibiera su debilidad.

Demasiado tarde. Con el pulgar y el índice atrapó su barbilla y la obligó a mirarle.

—¡Arabella! Lo siento, cariño, lo siento. No era mi intención hacerte daño. No es mi intención hacerte daño. Arabella —esta vez, fue él quien no supo qué decir—,... no soy ningún santo. Pero tampoco he estado con el regimiento de mujeres que tú imaginas. Lo que ocurrió con Agatha fue hace años. No significó nada para mí entonces. Ni significa nada para mi ahora. Si alguna vez te encuentras cara a cara con ella, o con cualquier otra mujer con las que he estado...

—Casi sucedió esta noche —dijo Arabella con rebeldía.

—Y repito, si alguna vez ocurre, quiero que recuerdes una cosa.

—¿Qué? —preguntó con tristeza.

—Que no importa cuántas haya en la habitación, la única que me importa eres tú. La única mujer a la que veo eres tú. Sólo existe una mujer en mi vida ahora. Y esa mujer eres tú. Para mí, no existe nadie más hermosa que tú, Arabella.

Sus labios se partieron.

—¿De verdad?

—De verdad. —Sus ojos capturaron los de ella, oscuros y ardientes—. Las promesas que nos hicimos el día de nuestra boda... no las he olvidado, Arabella. Y no las olvidaré. No sé si puedo ser el marido que tú deseas, el marido que necesitas, ese con el que tú has soñado. Pero que Dios me ayude, lo voy a intentar.

Arabella buscó su cara, asombrada por su intensidad, por la fiereza de su declaración. Era como si la hubiesen lavado de arriba abajo. Todo en su interior se revolvía. Tenía miedo de ver demasiado en todo lo que él acababa de revelarle y, a la vez, miedo de no ver lo suficiente.

—Ahora, ¿nos estamos entendiendo?

Arabella asintió, de repente, absurdamente feliz. Pero entonces, sus ojos se oscurecieron.

Justin frunció el rostro.

—¿Qué pasa?

Colocó la yema de su dedo en su frente.

—Esta tarde en tu estudio... ¿todavía estás enfadado?

Algo que bien podía ser miedo cruzó por su rostro.

—Nunca me enfadé, Arabella.

Pero ella podía sentir su tensión repentina en la forma en que sus músculos se contraían bajo sus dedos.

—Me gustaría explicártelo. Pero no sé muy bien lo que sentí, Justin. No sé muy bien por qué empecé a llorar... pero sólo sé que empecé... y entonces apareciste tú. —Sus palabras salieron en tropel—. No eres tú. Todo ha pasado tan deprisa. No hemos tenido apenas un momento para pensar. Quizás fue por lo extraño que ha sido todo. Pero de repente vi que echaba de menos a mis padres... y me di cuenta de cuánto desearía que estuvieran aquí. —Su voz empezó a temblar de nuevo.

Justin la abrazó contra él con un gemido.

—Tienes razón. Ha sido todo muy repentino, ¿verdad? Tal vez no debí dejarte sola esta tarde. Tal vez no debíamos haber ido a la fiesta esta noche.

Arabella se agarró a él al sentir que la estrujaba contra su pecho. Deslizándose entre las sábanas, la llevó a su lado. Con la palma de su mano, le acarició la mejilla.

—¿Todo bien, ahora?

Ella sonrió entre lágrimas.

—Sí, ha sido un día raro, ¿verdad?

—Desde luego que lo ha sido —coincidió. Apareció un atisbo de sonrisa en su cara—. Pero me temo que debo decirte algo.

—¿Y qué es?

—Yo también me sentí celoso cuando te besó Walter. Locamente celoso.

—¡Ay, cariño! —Respiró. Se estrechó de nuevo entre sus brazos y, de repente, empezó a reírse.

—¿Y eso por qué?

—Me temo que debo decirle algo, mi señor —bromeó.

Su sonrisa se desvaneció. Respiró hondo.

—La duquesa viuda de Carrington tenía razón, ¿sabes? Walter nunca podría haberme hecho sentir de la manera en que tu lo haces, Justin. —Colocó una mano en el centro de su pecho con las yemas de los dedos expandidas.

Arqueó perezosamente una ceja.

—¿Estás tratando de aprovecharte de mí, esposa mía?

—Así es —dijo tímida—. ¿Me hará usted el favor?

Una risa profunda invadió la habitación.

—Milady, ¿acaso necesitas preguntarlo?

Empezó por incorporarse colocándose encima de ella. Ella le detuvo con un pequeño movimiento de cabeza, presionándole con la mano para que volviese a la almohada. Se situó sobre él, y le besó, primero suavemente y luego con una pasión creciente, partiendo sus labios y rozándole primero a un lado y después al otro. Justin dejó que explorase con libertad, luchando por mantener sus manos inmóviles, disfrutando con la manera abandonada que ella tenía de besarle.

Se quedó sin aliento cuando ella deslizó su lengua por el borde de su mandíbula. Con los ojos cerrados, pudo sentir la palma de su mano en su piel, trazando el contorno de sus hombros, la curva de sus bíceps. Un pavor reverencial se apoderó de él. Era Arabella, le recordó su mente. Arabella le estaba tocando. Arabella le deseaba...

Cada caricia suya resonaba en su interior, le penetraba la piel, cada músculo, cada hueso... como si estuviera tocándole el mismo corazón. Acarició su pecho, enrollando los dedos en la maraña de su vello. Pudo sentir cómo temblaba, como si pensase que podía detenerla.

No podía. No quería.

—Dios bendito. —Las palabras se perdieron en un remolino furioso de aire, porque ahora sus dedos navegaron por su estómago, cruzando la línea saliente de su cadera, y rozando apenas la punta de su miembro. Tanta dulzura explotó en los bordes. Sus caricias inocentes le aceleraron la sangre.

Una tempestad de sensaciones le envolvió, arrastrando el centro mismo de su ingle. Su pene se irguió, hinchado, y sintió una repentina inhalación. Un dolor oscuro y penetrante atravesó sus entrañas. Dios santo, pensó vagamente, si ella seguía haciendo esto, su piel terminaría por arder.

Ella regresó a la altura de su boca, y él le cogió la cabeza con ambas manos, besándola hambriento, sus lenguas enredadas en una intimidad sin sentido. Se abrió, dejando que una de sus delgadas piernas se sostuviese con la de él, con el pubis apoyado contra su muslo, en un tentador y evocador ritmo acompasado al de sus lenguas. Justin podía sentir su clítoris, resbaladizo y caliente, húmedo...

Era más de lo que podía soportar. Contra toda razón. El deseo le abrasaba por dentro, completamente descontrolado. No pudo soportarlo por más tiempo. Con unas manos fuertes, la cogió, poniéndola bajo él, colocando sus delgados muslos bajo los suyos.

Unos dedos impacientes le rasgaron el camisón, desnudando sus pechos. Impulsándose hacia arriba, cogió un pezón con la boca y lo succionó, primero uno y después el otro. Con una mano, ella se abrazó a su pecho, el cuello arqueado en un largo grito de placer que rompió su garganta.

Jadeando, retorciéndose, volviéndose los dos medio locos. La luz del fuego brilló en el borde oscuro de sus pezones, humedecidos por su lengua. Llevaba el camisón a la altura de la cintura, lo que dejaba desnuda sólo la parte de sus pechos, plenos y libres, una visión que se le antojó mucho más erótica que si hubiese estado completamente desvestida.

La tocó entonces, allí donde el nido femenino guarda el centro de su deseo. Tocó su centro cálido. Tocó la carne rosada y morada humedecida de deseo. Y cuando ella se contrajo bajo sus dedos, presionando, buscando, Justin supo que no podría soportarlo más.

Sus manos se deslizaron bajo su espalda para sujetarle las nalgas.

—Tómame —le pidió él, con voz distorsionada. Con las manos en las caderas de ella, se guió hasta penetrar en su sedosa vagina. Y la llenó, duro, espeso y fuerte. Arabella miró hacia abajo, atravesada por tanta dureza inflamada. Justin quería reírse de su expresión, pero en vez de eso, sólo pudo emitir un gemido rabioso.

Y después, volvió a subir, navegando. El pelo de Arabella les envolvía, como un manto brillante de flamante carmesí. Se derretía con cada embestida, se arqueaba ante cada zambullida. Le hizo el amor con una desesperación que no llegaba a comprender, sabiendo sólo que la necesitaba.

Y que, sin embargo, no era suficiente. Ni siquiera se acercaba a ser suficiente. Se dio la vuelta, poniéndola debajo. La necesitaba, la necesitaba como si nunca hubiese necesitado a nadie ni a nada antes, y por un instante estuvo a punto de vacilar. Sintió... sintió miedo. Casi pánico.

Bajo él, Arabella gimió. Se agarró a sus hombros. Con los ojos abiertos, sus pupilas dilatadas de pasión.

—Justin. Quiero...

—Lo sé, amor. —Besó sus labios. Su cuello.

Sus embestidas se hicieron más rápidas. Redobló los esfuerzos para complacerla. Sus manos se agarraron fuertes a él para soportar el frenético movimiento de sus caderas.

—Sí—susurró—, ¡ah, sí!

Un temblor primitivo golpeó su cuerpo. La satisfacción más puramente masculina le sobrevino. «Sí —repitió su mente— ah sí.» Lo que necesitaba ahora. Lo que necesitaba era esto. Lo que necesitaba era ella...

Y éste fue el último pensamiento antes de que, en una ola tras otra, el éxtasis más dulce del mundo estallara en él.