Capítulo cinco
Giraban tan rápido que ella se tuvo que apretar contra su hombro.
—¡Justin! —El nombre sonó con una voz de total consternación. Sólo después se dio cuenta de que le había llamado por su nombre de pila—. ¿Qué estás haciendo?
—Debí haber pensado que sería obvio.
Siguieron girando y pasaron al lado de las señoritas willmington, Abigail y Lucinda, quienes les miraron con los ojos abiertos de admiración. Justin inclinó la cabeza y les dedicó su sonrisa más devastadora. Abigail sonreía tontamente cubriéndose con el abanico, mientras Lucinda le pestañeaba abiertamente.
La mandíbula de Arabella se contrajo.
—¿Es que nadie te ha dicho que es de mala educación bailar con una mujer y estar mirando a las demás al mismo tiempo?
—Celosa estamos, ¿eh?
—¡De eso nada!
Él echó hacia atrás la cabeza y se rió con ganas.
—Arabella, te aseguro que eres deliciosa.
No quería decir eso, por supuesto. De hecho, ella sabía que había querido decir justamente lo contrario.
—No te he perdonado, ¿sabes? —le dijo resuelta.
—¿El qué?
Arabella enseñó los dientes.
—Querida, ¿qué te ocurre? ¿Es que tienes miedo de que se te haya quedado un resto de comida en la boca? Relájate, no tienes nada.
Arabella tomó aire hasta llenar completamente sus pulmones. Se vio forzada a susurrar.
—Estás vengándote de mí, ¿no es cierto? Es la manera que tienes de devolverme la broma que te gasté cuando era una niña.
—Cielo santo, ¡sí que eres suspicaz! ¿Por qué piensas eso?
—Porque pensé que intentarías evitarme como a la plaga.
—¿Por qué querría yo evitarte? Eso implicaría que te tengo miedo.
—Y tú, por supuesto, no temes nada, mucho menos a una simple mujer.
Sus ojos se encontraron. En los de él brillaba una luz... algo que no pudo descifrar. Sólo supo que fuera lo que fuese, no podía confiar en él.
—¿Es que tienes que mirarme así?
—Lo siento —dijo suavemente—. No era mi intención. Lo que ocurre es que hasta ahora no me había fijado en tus pecas.
Sin duda, la estaba comparando con las sofisticadas y elegantes mujeres que él estaba acostumbrado a frecuentar. Arabella no había odiado nunca tanto sus pecas como en ese preciso momento. Cuando era una niña, solía frotarse la cara hasta que su piel se volvía roja y áspera.
Ya de mayor, utilizaba la famosa loción Gowland cada noche, sin que tampoco eso hubiese servido de mucho.
Fue la primera en apartar la vista y guardar silencio. Señor, todo esto era muy raro. A ella no le gustaba bailar. Para ser más precisos, no le gustaba bailar con él. En primer lugar, porque era diabólicamente atractivo. Le molestaba admitir que no podía permanecer ajena a su presencia.
Dios mío, era una tarea que ninguna mujer en su sano juicio podía llevar a cabo. Podía sentir con perfecta claridad el peso de una mano en su muñeca. Pensó que le iba a arder la piel. Y la otra mano la rodeaba, grande, morena y fuerte... Una sensación extraña le golpeó las entrañas.
Volvió a hacerle dar vueltas. Arabella se tambaleó y se vio obligada a sujetarse fuerte a él.
—¡Justin, deja de hacer eso! —le gritó al oído. Sus piernas parecían zancos, y debía tener el rostro acalorado, se dijo avergonzada.
—Querida, ¿de qué otra forma podemos bailar si no?
—¡Me estás sujetando demasiado fuerte!
—¿Ah, sí?
La pregunta fue inocente, pero no la mirada. ¿Qué era lo que le había dicho la otra noche? «Se me conoce por comer a las niñas pequeñas como usted.»
Arabella estaba realmente enfadada consigo misma. Parecía como si hubiese estado corriendo. A decir verdad, la falta de aire no tenía nada que ver con la fuerza del brazo que agarraba su muñeca. No, tenía mucho más que ver con la proximidad de sus labios, tan cerca que casi podía sentir su aliento cálido en el rostro. Y la altura... desconcertante... conseguía que se sintiera pequeña y delicada, una proeza digna de destacar. Y... ¡ay, cómo le gustaba! A pesar de todo, ¡le gustaba!
Pero se trataba de Justin Sterling. El más bribón de todos los bribones. Un canalla entre los canallas.
Confundida por la reacción que provocaba en ella, perturbada por su proximidad, recuperó sus defensas, se puso erguida... y, accidentalmente, le pisó un pie en el proceso.
Justin gruñó.
—Había oído que bailar no era una de tus virtudes. Pero esto lo hiciste a propósito, ¿verdad?
—No —se apresuró a decir con un deje de resentimiento. El nudo de su mano en las suyas se hizo más fuerte.
—¡Justin, por el amor de Dios...!
—¿Sabes que es la tercera vez que pronuncias mi nombre en sólo unos minutos? Debo estar ganando posiciones ante tus ojos.
—No estaba contando —masculló entre dientes—. Ahora, afloja el apretón, si eres tan amable.
Él siguió sin inmutarse.
—El vals no ha terminado todavía.
—Justin...
—Cuatro —entonó tiernamente.
Arabella elevó la cabeza tan repentinamente que estuvo a punto de golpearse la barbilla. La mirada que le dedicó hubiese hecho correr a más de un hombre. Pero claro, ¡a él no! Justin Sterling seguía mirándola con un atisbo de sonrisa en los labios.
—Ahora, escúchame. —Hizo lo posible para parecer severa—. No quiero provocar ningún escándalo. Y seguro que tú tampoco...
Su compañero se rió a gusto.
Arabella abrió los ojos de forma exagerada.
—¿Por qué lo encuentras tan divertido?
—Porque es divertido. ¿Escándalo? Querida, has pasado demasiado tiempo lejos del país con tus padres. El nombre de la familia Sterling es sinónimo de escándalo. ¿No lo has oído?
—Pensé que era sólo tu nombre —se atrevió a decir.
—Si lo que quieres es herirme, Arabella, tendrás que intentar otra cosa.
¡Sin duda tenía una respuesta para todo! Ella decidió que la mejor defensa era el silencio.
Justin dio un giro. Arabella se tambaleó, a punto de caer sobre un enorme florero.
—Si pudieras relajarte y seguirme, esto dejaría de ser una terrible experiencia para ti —suspiró Justin—. Soy un excelente bailarín.
Arabella se mordió el labio. Desde luego que lo era. Era ligero y diestro con los pasos. ¿Qué otra cosa podía esperarse de un hombre tan perfecto como él?
Una vez más le pisó un pie.
—Dios mío —murmuró—, ¿es que te has propuesto que no vuelva a caminar de nuevo?
Arabella enrojeció. No apreció en absoluto que se lo recordara.
La música terminó poco después. Antes de que tuviera ocasión de recuperar el aliento, un hombre apareció detrás de ellos. De pelo rizado y mejillas sonrosadas, era casi tan alto y fuerte como Justin. Arabella le miró con curiosidad, advirtiendo cierta arrogancia en la manera en que inclinaba la barbilla hacia Justin.
—Sterling —saludó—. Me alegro de verte.
Arabella reparó en su acento escocés. Justin contestó a su saludo con un movimiento de cabeza.
—McElroy.
El hombre que se hacía llamar McElroy dirigió la mirada hacia Arabella.
—Creo que no tengo el placer de conocer a tu pareja de baile. Tal vez tengas la amabilidad de presentamos.
—Desde luego. Señorita Templeton, lord Patrick McElroy. McElroy, la señorita Arabella Templeton.
Extraño, pero Justin no parecía muy complacido. McElroy se inclinó en una reverencia.
—Encantado, se lo aseguro.
Arabella sonrió e hizo a su vez una pequeña reverencia.
—Es un placer conocerle, milord.
Detrás de ellos, los músicos hicieron sonar unos acordes. McElroy se volvió hacia ella.
—Señorita Templeton, me concede este... —Nunca pudo terminar.
—Lo siento, viejo amigo —le cortó amablemente Justin—, pero la señorita Templeton me había prometido ya esta pieza.
Arabella no tuvo más remedio que seguirle, porque prácticamente la arrastró al centro de la pista.
Sin apenas creérselo, le miró boquiabierta.
—¿Por qué has hecho eso? Tal vez yo tenía ganas de bailar con él.
—Confía en mí —su tono era serio—, no las tenías.
Arabella tomó prestada la frase que él había pronunciado un momento antes.
—Ah, ¿celoso estamos?
La sorprendió que no lo negara tan vehementemente como era de esperar. Seguía preguntándose por qué no lo hacía, cuando sintió sus ojos clavados en los suyos.
—Deja que te lo diga de esta forma, Arabella. Es mejor que bailes conmigo que con él.
—Creo que soy yo quien debe juzgar eso.
Justin frunció el ceño. Sus labios eran de una finura inquietante, la línea de su mandíbula, severa. ¿Por qué demonios se había puesto repentinamente de tan mal humor?
—En lo que respecta a jóvenes doncellas inocentes —dijo bruscamente—, es peligroso.
—¿Cómo? ¿Más que tú? —preguntó con audacia. El giro que había dado la conversación era inquietante. Más tarde se preguntaría cómo había podido atreverse, pero por el momento, no lo pensó.
—Eso no es algo que debas saber. —Puso su cara junto a la de ella—. Dado que eres una doncella inocente, ¿no es cierto?
Arabella jadeó.
—Eso, señor, ¡no es de su incumbencia!
De repente, sonrió. Había recuperado el buen humor. Aunque claro, ¡a su costa!
Siguieron bailando en silencio hasta el final de la pieza. Justin inclinó la cabeza.
—Así ha estado mucho mejor —murmuró, rozando con el aliento su oreja—. Al menos, no has puesto ni una vez tus pies sobre los míos.
La condujo a un lado de la pista, reteniendo su mano enguantada. Ella hubiese querido retirarla, pero no se atrevió, recordando la impertinencia de la noche anterior.
—¡No te atrevas a morderme otra vez! —murmuró entre dientes—. Te prometo que si lo haces, te devolveré el muerdo.
Unos ojos verdes sonrientes se encontraron con los suyos.
—Eso sí que me gustaría verlo.
Inclinó su oscura cabeza... y, ciertamente, no fue para morderla. En el último instante, giró la palma de su mano hacia arriba. Con el pulgar rozó la parte interior de su muñeca, justo donde terminaba el guante y la piel quedaba desnuda. Entonces, sintió la humedad cálida de su lengua trazando el mismo camino...
Arabella se quedó muda. ¡Santo cielo, en lugar de morderla, había tenido la osadía de lamerla!
Al llegar a casa, Arabella arrojó los guantes al fondo del armario, prometiéndose que no volvería a utilizarlos. Después, se dirigió al lavamanos y frotó su ofendida mano tan fuertemente como una vez lo había hecho con sus pecas. ¡Si no volvía a ver a ese hombre en su vida, mucho mejor!
Con suerte, pensó con malicia, volvería al continente, o a donde quiera que hubiese estado.
Aunque por supuesto, era bastante improbable...
Le había visto dos veces seguidas en mucho tiempo. Dos veces. ¿Tendría tan mala suerte de encontrarle una tercera vez? No sería fácil evitarle durante el resto de la temporada.
Pero a Arabella no le hacía gracia la idea de ver a Justin otra vez. De hecho, le preocupaba la fiesta de disfraces que daba lady Melville el día siguiente, y que tendría lugar en los jardines de Vauxhall. A tía Grace le había hecho muchísima ilusión que las invitaran. Según ella, se rumoreaba que habían invitado a un centenar de personas. Arabella había estado entusiasmada con la idea también: había tenido ocasión de admirar el ascenso de un globo desde Vauxhall no hacía mucho y se preguntaba cómo serían las noches en ese hermoso lugar.
Pero esto fue antes de que Justin volviese.
Ahora, lamentaba el compromiso. ¿Estaría él allí? Esperaba que no, rezaba para que así fuera.
La idea de verlo de nuevo, de no saber qué es lo que haría después, la atormentaba. Bailar con él fue... No mentiría. Había resultado ser un excelente bailarín, y a su lado, ¡ella se había sentido como un pato! La había atraído hacia él demasiado cerca. Recordaba claramente el sentimiento de su mano en su muñeca, el sudor y la calidez, una calidez que se había extendido hasta sus entrañas. Y en cuanto al lametón..., ¡Dios bendito, su lengua! ¡Era a la vez tan guapo y tan desvergonzado! Y lo que es más, ¡tan impredecible!
Arabella no confiaba en él. Tenía la sensación de que se divertía atormentándola. De que encontraba un gran placer burlándose de ella.
No, definitivamente, no tenía ningún deseo de verle otra vez. Para ser más exacta, prácticamente le repugnaba la idea. Y sin embargo, no podía apartarlo de su mente, ¡esto era lo más insoportable de todo!
Unas horas más tarde, tía Grace se quedó mirando a Arabella desde la puerta, quien, sentada junto a la ventana, miraba distraída en dirección al jardín.
—Debo decirte, querida, que pareces de lo más descontenta.
Arabella la miró.
—¡Tía! No sabía que hubieses vuelto. —Tía Grace se había ido de compras con algunas amigas.
Arabella la invitó a sentarse junto a ella dando una palmadita en los cojines del sillón.
La mujer se unió a ella, colocando la falda del vestido sobre sus piernas.
—Querida, te he visto fruncir el ceño, preocupada, y he visto también que no has parado de moverte por la habitación, en estos últimos cinco minutos. ¿Qué es lo que te pasa?
—Nada —suspiró Arabella.
Su tía la estudió por un momento, después apretó los labios.
—¿Algún caballero ha venido a visitarte esta tarde?
Arabella negó con la cabeza.
Sus ojos grises se suavizaron.
—Ah, entonces es por eso...
—No, ¡no es nada de eso! En realidad, he podido estar un rato a solas, por lo que he disfrutado cada segundo. —Cada segundo en el que no había estado pensando en Justin Sterling, desde luego.
Tía Grace se sorprendió de tanta vehemencia.
—No me había dado cuenta de que eras tan infeliz, querida.
—¡Ah, pero no soy infeliz! —se apresuró a decir Arabella—. Me encanta estar aquí contigo y con tío Joseph. Y me encanta Londres, la alegría y las fiestas. Pero todo este asunto de ser considerada la Inalcanzable... bueno, no lo quiero. No lo quiero. Me contentaría con estar al margen.
Su tía la miró, con la cabeza inclinada a un lado.
—Eso puede ser muy difícil de conseguir, querida, te lo aseguro. El ton es voluble. Pero por el momento, eres el centro de atención de la temporada, y como ya te he dicho, seguirás siéndolo mientras te niegues a elegir marido.
Arabella no pudo evitarlo.
—Tía Grace, si no vuelvo a ser cortejada por ningún otro hombre este año, me sentiré de lo más afortunada.
—Querida, lo que pasa es que todo esto te está superando.
Arabella le dedicó una sonrisa lánguida.
—¿Sabes? En nuestros días, tu madre y yo teníamos a los caballeros haciendo cola en nuestra puerta. ¡Tu abuelo solía quejarse de que su casa había dejado de pertenecerle! —Su tía se reía con el recuerdo—. Y pasó lo mismo con tus primas, ¿lo sabías? Así que yo creo que te viene de familia.
Arabella no pudo evitar sonreír. No le cabía ninguna duda de que su tía había sido una belleza en su día. De hecho, sus mejillas mantenían todavía el color y la frescura, y sus ojos brillaban llenos de vida. Cuando sonreía, unos hoyuelos imprimían a su rostro una juventud radiante que era casi contagiosa.
—Los años te han tratado bien, tía Grace. Aún eres una mujer capaz de quitar el hipo a cualquiera.
Su tía le dirigió una mirada de agradecimiento.
—Gracias, niña. Eso ha sido muy gentil de tu parte. Pero ven, ¿no vas al menos a admitir que es bastante halagador tener a todos esos caballeros besando el suelo que pisas?
Arabella se mordió el labio.
—Está bien —admitió—, quizás.
—Sí, sí, lo sabía. Pero volvamos a ese asunto de buscar marido.
Arabella se deshizo en un suspiro.
—Tía Grace —empezó con cuidado—, no sé muy bien cómo decir esto, pero...
—Creo que sé lo que te pasa, criatura. —Tía Grace había recuperado su energía—. Tal vez te he insistido demasiado y he sido persistente con lo de que debes elegir marido. Tal vez, demasiado persistente.
Arabella se relajó.
—Lo admito, me he excedido. Es sólo que disfruto mucho planeando las bodas. Han pasado ya dos años desde que se casó tu prima Edith, ¿sabes? Sin embargo, presiento que tú serás como tu madre y elegirás tú misma la forma. Y en lo que se refiere a tu futuro esposo, te lo prometo, querida, me comprometo a no decirte nada más.
Arabella no dijo nada. Sentía una agitación en el pecho que no acababa de comprender, era como si de repente todo en su interior se revolviera...
No tuvo el valor de informar a su tía de que había bastantes probabilidades de que no tuviera que planear la boda, ya que su sobrina bien podía no llegar a casarse nunca. Ella no era tan guapa ni tan apropiada como sus primas. Ella era... diferente. Sabía por instinto que no se contentaría con la vida de misionera, como lo habían hecho sus padres. Ella no era una intelectual ni una altruista. Y tampoco quería ser como un albatros, revoloteando alrededor de sus padres.
No sabía lo que quería, ni siquiera sabía para lo que podía servir. Sólo parecía saber lo que no quería...
Pero tenía suerte, pensó con un nudo en el estómago. Suerte por haber sido amada toda su vida por todos los que la rodeaban. Y de repente, recordó por qué siempre había disfrutado tanto el tiempo que había pasado con su tía. Nunca la había amado tanto como la amaba en estos momentos.
De forma impulsiva, tomó las manos de su tía entre las suyas.
—¿Sabes?, cuando era pequeña e iba al colegio, y mamá y papá estaban fuera, les echaba mucho de menos. —Un torrente de emociones le picaba en el pecho, tan fuerte que apenas podía hablar. De repente, dejó que todo saliera, y ya no pudo parado—. Pero entonces pensaba en ti, y ya no me dolía tanto. No me sentía tan sola, porque te tenía a ti, tía Grace. Porque tú estabas allí para abrazarme y apoyarme, y hacer de madre cuando mi verdadera madre no estaba. Nunca te he dicho lo mucho que esto significaba para mí.
Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de su tía, y al poco tiempo, también por las suyas. Grace tendió una mano hacia su sobrina para apartarle con cariño un mechón de cabello de la cara.
—¡Arabella, ay, Arabella! No te imaginas lo feliz que me hace oírte decir eso. Siempre estaré aquí para ti, siempre que me necesites. Porque te quiero como si fueras mi propia hija. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí, tía. ¡Claro que sí! —Llevadas por la emoción, se fundieron en un abrazo.
Tía Grace se apartó, dándole una palmadita en la mejilla.
—Pero debes prometerme, querida Arabella, que no te preocuparás más. Que no dejarás que nada te perturbe. Tienes una edad en la que debes estar feliz y contenta... ah, sé que tal vez éste no sea el mejor momento para decir esto, sobre todo cuando prometí no hablarte de maridos nunca más. Pero ya me conoces, y me temo que es mi deber. Sabrás cuándo el hombre verdadero ha llegado a tu vida. Lo sabrás como existe un sol en el cielo. —Puso la mano en el pecho y sonrió—. Como tu madre y yo lo supimos.
Arabella parpadeó.
—Pero tú y tío Joseph... siempre pensé que vuestro matrimonio fue preparado.
—¡Ah, nada de eso! Fue un matrimonio de amor, querida. —Los ojos de Grace brillaron una vez más—. Lo confieso, yo fui la que le conquistó y le tendió la trampa del matrimonio. Él tuvo que luchar por mi amor, pero una vez lo tuvo...
Arabella la miró boquiabierta. ¡Tía Grace se había sonrojado! Grace se aclaró la garganta.
—Lo que importa aquí es que yo supe casi al instante que él era el único. —Se levantó y sacudió las arrugas de su falda. El hoyuelo de su barbilla se hizo más profundo—. ¡Ay!, pero era un granuja muy apuesto, tu tío.
Arabella se quedó pasmada. Tío Joseph disfrutaba de una distinguida reputación fuera de la familia, por lo que le resultaba difícil imaginarlo como a un granuja. En lugar de eso, su mente voló directamente hasta Justin Sterling.
Vio por el rabillo del ojo que su tía se encaminaba hacia la puerta, por lo que se dispuso a seguirla. A medio camino, se detuvo:
—No habrás olvidado la fiesta de disfraces de esta noche, ¿verdad, querida?
—Claro que no.
—Excelente. Le diré a Annie que te prepare el baño. No podemos llegar tarde a semejante acontecimiento.
Dio tres pasos y después se paró para mirarla por encima del hombro.
—En cualquier caso, querida, te vi bailando el vals con Justin Sterling la otra noche.
Arabella reprimió un suspiro.
—¿Qué? —dijo débilmente. ¿Es que había pronunciado el nombre de Justin en voz alta?—. Ah, sí, tía, lo sé. Tal vez debería reanudar mis clases de baile.
—En realidad, lo que iba a decir, querida, es que parecíais congeniar bastante bien, los dos juntos. Me atrevería a decir que no fui la única que se dio cuenta. La viuda duquesa de Carrington estuvo de acuerdo conmigo. Su piel morena casa perfectamente bien con una mujer de tu colorido.
Arabella no sabía qué decir. Georgiana había dicho exactamente lo mismo. Y ahora su tía...
—Crucé unas palabras con él anoche. No olvides que conocemos a su hermano el marqués desde hace muchos años. De hecho, el marqués va a dar una fiesta en su casa la próxima semana. En cuanto a Justin, bueno... desde luego es un hombre encantador.
—Tía Grace, ¡Es un réprobo! Su reputación es...
—Sí, sí, lo sé, es bastante escandalosa. Pero debes admitirlo, ¿acaso no te parece el hombre más increíblemente guapo que hayas visto nunca?
—¡Tía Grace! —carraspeó.
Su tía arqueó una ceja divertida.
—Vamos, criatura. Puede que esté chocheando, pero la vista aún no me falla. —Le guiñó un ojo—. Tengo que decir que me recordó a tu tío hace treinta años.
La mujer continuó bromeando al tiempo que salía animosa por la puerta. Arabella, sin embargo, necesitó algún tiempo para recuperarse. La miraba aún boquiabierta, cuando cerró la puerta.
Atónita, se dejó caer en una silla.
No sabía si reírse descontroladamente o hundir la cabeza entre las manos y llorar.
Primero Georgiana, y ahora su tía. Incluso la duquesa viuda de Carrington, una mujer de lo más impresionante, que hacía temblar a Arabella con sólo mirarla... Joven o anciana, parecía no importar. ¿Qué tipo de sortilegio utilizaba Justin Sterling? ¿Por el amor de Dios, es que no había en el mundo una mujer que permaneciera ajena a sus encantos? Al parecer ella era la única inmune. La única que no sucumbiría.