Capítulo catorce
Cinco minutos antes de las siete de la mañana siguiente, Arabella, tía Grace y tío Joseph esperaban ya en el estudio de Sebastián. Una nube negra parecía flotar en el aire. Arabella se sentó en el borde de un sillón, con las manos entrelazadas sobre el regazo. Tía Grace y tío Joseph se sentaron en un sofá frente a ella. La expresión de su tío era solemne y estoica. No era su estilo gritar y enfadarse (¡deseaba que no lo hiciera!). Y su tía... tenía los ojos rojos y vidriosos. Seguramente, había estado llorando.
Y todo por su culpa.
Se abrió la puerta. Justin entró con paso firme. Se sentó en el sillón junto a Arabella.
Tío Joseph no perdió el tiempo en cumplidos. Se dirigió directamente a Justin.
—En ausencia de los padres de Arabella, su tía y yo hablamos en su lugar. Y parece que el problema es serio.
Arabella se echó hacia delante.
—Tío, Georgiana no dirá nada. Ella es mi amiga...
—Lo haga o no, eso no tiene importancia! —El tono de su tío era devastador—. Yo lo sé, Arabella. ¡Tu tía lo sabe! Ésta no es una de tus chiquilladas, algo que pueda castigarse y olvidarse después.
Justin habló a su lado.
—No fue culpa suya, señor. La culpa es toda mía —dijo solemne—. Yo la seduje.
Los ojos de Arabella se hicieron más grandes.
—¡Qué! —gritó—. Pero tu...
—¡Calla! —Tanto Justin como su tío la mandaron callar.
Sumisa, deprimida, Arabella se hundió en la silla. Volvió la mirada en dirección a Justin. Parecía totalmente tranquilo e imperturbable.
Su tío le dedicó la más abrasadora de las miradas.
—Mi sobrina se ha visto comprometida por usted, señor.—Los dedos de tío Joseph arañaron el brazo del sofá—. Le pido una compensación.
Justin inclinó la cabeza.
—Y la tendrá, señor.
Arabella hizo un sonido de horror con la garganta. No, pensó con furia. No habría un duelo...
—He deshonrado a su sobrina y dañado su reputación de forma irreparable. Está claro que sólo puedo hacer una cosa. Me casaré con ella.
El tono de Joseph fue duro.
—Tendrá que ser cuanto antes, porque le advierto, no consentiré ninguna demora.
Arabella abrió y cerró la boca. Hablaban como si ella no estuviese allí. Se estaba volviendo loca, o mejor, ellos se habían vuelto locos. El corazón le golpeaba el pecho de tal manera que apenas podía pensar con claridad. Eran tantas las emociones que se arremolinaban en su pecho, que no podía respirar. Mucho menos hablar.
¿Había escuchado mal? Al parecer, sí. Justin no podía haber dicho...
—Pediré una licencia especial, señor. Su sobrina y yo nos casaremos tan pronto como pueda arreglarse.
Boquiabierta, Arabella se quedó mirando impotente a los dos hombres que en ese momento se levantaban y estrechaban las manos.
Por la tarde, todos en la casa estaban al corriente del compromiso. Devon fue la primera en abrazar a Arabella al saber la noticia.
—¡Ah, lo sabía! Sabía que eras la elegida.
Sebastian se mostró menos efusivo, besándole la mano con una chispa de preocupación en sus ojos grises.
—Me alegro de que seas tú —se limitó a decir.
Ante tantas enhorabuenas, Justin sonreía apenas, sin decir mucho. El corazón de Arabella se hundió como una piedra. Pronto lo comprendió. No era como si él estuviese enamorado de ella. ¡Dios, a veces se preguntaba si al menos ella le gustaba! ¿Qué locura era ésta, cómo podía esperar que él actuase como si la amase?
Deshaciéndose en disculpas, los Burwells volvieron antes de lo acordado a Londres (para ir preparando la boda, según dijo su tía). En cuanto a Arabella, se sentía como en un sueño. Como si estuviera viendo todo desde algún lugar, fuera de sí misma.
Dos días más tarde, tío Joseph la informó de que habían obtenido la licencia. La ceremonia había sido acordada para dentro de tres días.
Incluso entonces, nada de aquello parecía estar sucediendo realmente.
El día antes de la boda, Arabella se sentó en el salón, con la cabeza echa un lío. Su tía había salido a mirar unas flores que había encargado. De hecho, pensó con tristeza, tía Grace era la única entusiasmada con los preparativos de la boda. El té que se había servido en la bandeja, seguía allí, frío e inmóvil. Le parecía todo tan increíble... sólo una semana antes, habían llegado a Thurston Hall...
Se oyó un ligero toque en la puerta. Era Ames, el mayordomo.
—Señorita, tiene una visita.
—Preferiría no ver a nadie, Ames.
Fue extrañamente insistente.
—Debería reconsiderar ésta, señorita.
Arabella suspiró.
—Ames, por favor...
—Es su prometido, señorita.
Prometido. La boca se le secó. Jamás hubiese soñado que Justin podría ser llamado de esa manera.
—¿Señorita? —insistió Ames—. Si lo desea, puedo decirle que está indispuesta.
Le vino a la mente que tal vez eso no funcionaría con Justin. Seguramente, entraría de todas formas. Respiró honda y lentamente.
—Por favor, hágale pasar, Ames.
Un momento después, entró Justin. Llevaba su ropa de montar: botas negras y pantalones que se le ajustaban a la rodilla como si fueran su segunda piel.
—Espero que no te importe el que me haya presentado sin avisar.
—Desde luego que no —murmuró. Hizo un gesto en dirección a la silla tapizada con tela de seda de damasco—. Por favor, siéntate.
—Pensé que debíamos vernos al menos una vez antes de mañana. —Se quitó los guantes mientras hablaba, colocándolos después en la mesa de palo rosa.
Estaba nerviosa. Sus manos, advirtió distraída, eran como el resto de su cuerpo: largas, esbeltas, elegantes y, sin embargo, devastadoramente masculinas. Empezaba a arderle la cara. Su mente se adentraba por un camino y no había posibilidad de detenerla: ¿cómo sería el resto de su cuerpo, cómo sería sin toda esa ropa elegante? Era verdaderamente fuerte. Aquella noche en Thurston Hall, la había llevado en brazos con tanta facilidad... Este recuerdo parecía tener una manera extraña de aparecer. Lo hacía en los momentos más insospechados.
—¿Arabella? —volvió a mirarle.
—¿Sí?
Él la miraba fijamente.
—Te he preguntado si estás lista para la boda de mañana.
Arabella no contestó. No podía. Era como si su lengua se hubiese transformado de repente en un instrumento inservible. Todo le daba vueltas. Mañana, a esta hora, ella y Justin serían marido y mujer. Sería su esposa. Su esposa. ¡Ay, Dios!, sería como estar en el cielo... No, sería como el infierno. Esposa o no, todas las mujeres seguirían queriéndole. Peor aún, él querría a las demás mujeres...
—Sí... No. No sé lo que digo. —Dios, era una idiota—. Todo es tan irreal, tan inesperado. —Su tono era entrecortado. Reunió hasta la última pizca de coraje que le quedaba y buscó su mirada—. ¿Por qué? ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué has consentido en casarte conmigo?
Arqueó una ceja.
—¿«Consentido»? —dijo débilmente—. Arabella, tal vez no te has dado cuenta, pero fue idea mía, y no de tu tío, el que nos casáramos.
¿Cómo podía estar tan tranquilo, tan seguro de todo, cuando ella se sentía como si estuviera volando a algún lugar lejano?
—¡Pensé que correrías al oír la palabra «matrimonio»! —explotó.
Él la miró lenta y pausadamente. Después, empezó a decirle con cuidado:
—Puedo ser muchas cosas, Arabella, pero no soy un cobarde.
Arabella respiró hondo.
—¿Cómo hemos llegado hasta aquí? —preguntó, con un hilo de voz que era apenas un susurro—. Nosotros... no encajamos. Lo sabes tan bien como yo. Y sé que no tenías intención de casarte con nadie, mucho menos conmigo.
Justin se puso tenso. Su tono era peligrosamente bajo.
—¿Por qué dices eso?
—Eres el mujeriego más conocido de Londres. Todo el mundo sabe que los mujeriegos hacen todo lo posible por evitar ser cogidos en la trampa del matrimonio.
Justin se inclinó. Le costó un gran esfuerzo no apretar la mandíbula. Dios mío, ¿acaso no estaba dejando claro que no quería casarse con él? Quizás era justo, pensó tristemente, por todos sus pecados.
—Eres una dama, Arabella. El hecho de que en el pasado haya elegido relacionarme con mujeres que no lo eran, no tiene nada que ver con esto. Te he deshonrado y...
—¡Pero no me has deshonrado! Lo único que hicimos... fue besarnos.
—Hicimos más que eso. Te toqué...
Sus mejillas ardieron.
—¿Tienes que recordármelo?
—Mi conducta no fue precisamente la que debe tener un caballero con una dama. Nos sorprendieron en una situación comprometida, y no dejaré que eso arruine tu vida. Te respeto mucho más que eso.
Su tono fue cortante. Arabella parpadeó. Había pensado que no tenía ningún respeto por nada ni por nadie. Bueno, no era del todo así. Él respetaba a su hermano, a su cuñada, o al menos eso pensaba ella... Por primera vez, se dio cuenta de que había asumido demasiadas cosas sobre el hombre que tenía enfrente.
Y había asumido otras muchas cosas que no sabía. Si eran buenas o malas, aún estaba por verse.
—Lo siento —murmuró—. No era mi intención insultarte.
Por su expresión supo que no le había convencido. Empezó a balbucear.
—Lo único... lo único que quiero es que no me odies, Justin. No quiero que estés resentido conmigo.
Su expresión se transformó ligeramente. Antes de darse cuenta, Justin estaba sentado junto a ella en el sofá, con sus manos entre las suyas.
—Es extraño que digas eso. Es precisamente lo que yo estaba a punto de decirte a ti. —Le dirigió una sonrisa tímida—. En realidad, ésa era la razón por la que vine a verte.
El sentimiento de sus manos en las suyas la reconfortó extrañamente. Sus ojos se encontraron, y algo más también. No sabía muy bien lo que era, pero hacía que su pulso se acelerase. Suspiró con melancolía.
—Sólo desearía que mis padres pudiesen estar aquí. Dudo mucho que la carta les haya llegado ya.
Estrechó sus dedos.
—Lo sé. Y por eso, lo siento. Pero tu tío no admitía retrasos. Me cortará la cabeza si esperamos. Además... creo que lo prefiero así.
Arabella frunció el ceño.
—¿Por qué? —¡Ah!, sin duda tenía miedo de que si esperaban, reconsideraría su decisión. Y entonces, ¿qué haría ella?
Una sonrisa empezó a dibujarse en sus labios.
—Sencillamente, me resulta más fácil casarme contigo que cortejarte. Ahora, al menos, no tendré que competir contra toda esa horda de admiradores que te rodean en cada fiesta.
Arrugó la nariz.
—Ésta es la primera vez que tú has venido a visitarme —dijo con ironía.
—Y después de mañana, no habrá necesidad de que lo haga. Te tendré en mi propia casa para cuando te quiera.
«Para cuando te quiera.» Arabella no estaba segura de saber lo que esto significaba. Pero tampoco estaba preparada para especular al respecto.
—Ni siquiera sé dónde vives —murmuró.
—Tengo una casa en Berkeley Square. Creo que la encontrarás bastante agradable. —En el vestíbulo, el reloj de pared dio la hora—. Aunque me encantaría quedarme y seguir hablando contigo, debo marcharme. Tengo una reunión de negocios que atender.
Arabella le miró sorprendida.
—¿Tú?, ¿una reunión de negocios?
Se rió al ver su cara de incredulidad.
—De hecho, he tenido bastante éxito con los negocios. Mi última adquisición ha sido un banco en Escocia. Así que ya lo sabes, te vas a casar con un respetable y aburrido caballero después de todo.
«¿Aburrido?», ésa era última palabra del mundo que ella utilizaría para describir a Justin.
—Lástima —le respondió burlona—, ¡y yo que esperaba poder domesticar a un granuja!
—¡Ah!, aún queda mucho de eso en mí —fue su salida. La luz de sus ojos debería servir de constatación. ¡Tendría mucho que aprender si quería desafiar a un hombre como él!
Antes de que se diera cuenta, unos fuertes brazos la rodearon, instándola a sentarse en sus rodillas. Con una mano le rodeó firmemente la cintura y con la otra capturó su barbilla. Sus labios se partieron en dulce sorpresa cuando él cerró los suyos contra su boca. La besó con tanta fuerza que fue como si el mundo girara y se llevara con él todo el aire que tenía en los pulmones.
Aún le daba vueltas la cabeza cuando se puso en pie, por lo que tuvo que seguir agarrada a él para no caerse.
—¿Todo bien entonces?
Arabella asintió con la cabeza y abrió los ojos.
Para su sorpresa, la sonrisa de tranquilidad había desaparecido de la cara de Justin. En su lugar, tenía una expresión intensa, casi feroz, que le quitó el aliento.
—¿Qué ocurre?
—Estaba pensando.
—¿Qué?
Justin la miró lentamente, observando cada una de las partes de su cara, hasta que se detuvo en sus labios.
—La próxima vez que te bese, serás mi esposa.