Capítulo dieciséis

Justin no se movió. No podía. Ni siquiera podía respirar. La mujer que tenía enfrente parecía un ángel vestido de blanco, con unos ojos brillantes y azules que refulgían como el mismo cielo. El aire de pureza que la rodeaba le golpeó como el filo de un cuchillo.

Santo Dios. ¿Qué es lo que había hecho? Ella era su esposa.

Su esposa. Y no se merecía esto. No se merecía un demonio como él. El dolor le invadió como una hoja afilada. Las rodillas le temblaban, el corazón le temblaba. Lo que quería era dar media vuelta y correr. Él se sentía negro por dentro, un negro que contrastaba con su dulzura y su inocencia. Y aunque ella no se diera cuenta en este momento, acabaría por averiguarlo. Le odiaría si supiese lo que era, lo que había hecho. Le odiaría, y él no podría soportado.

Con lo poco que le quedaba de voluntad, apartó sus ojos de la visión que tenía frente a él.

Arabella no sabía qué pasaba, sólo que algo iba mal. Vio cómo sus ojos se oscurecían, como una nube cubría el sol, vio la forma en que los músculos de su cara se tensaban como si se hubiesen congelado. Su sonrisa se marchitó... también su corazón.

¿Qué locura era ésta? Su nuevo marido era el hombre más guapo de toda Inglaterra. Y ella no era más que una mujer torpe y falta de gracia, una mujer que nunca se habría casado si su tía y Georgiana no les hubiesen sorprendido besándose. ¿Cómo había podido llegar a pensar que él se sentiría atraído por ella?

Se sintió como si una espiral de acero la estuviera estrangulando. Batió las palmas frente a él, con desesperación, y habló:

—Lo siento —dijo tristemente—. Simplemente asumí que siendo nuestra noche de bodas... Pero nadie tiene por qué saber si prefieres que no... no... intimemos.

—Arabella...

—Sé que el matrimonio debe ser consumado para que sea válido, pero lo cierto es que esto sólo nos incumbe a nosotros...

Justin se mostraba pensativo.

—Arabella, ¿qué es lo que estás balbuciendo?

Había un gran agujero vacío en el lugar donde debía estar su corazón. Le dolía la garganta y le costaba contener las lágrimas. No lloraría, se dijo.

Desde luego que no.

Se desplomó.

—Lo entiendo. De verdad que lo entiendo. Sé que no soy tan bonita como las demás mujeres. Sé muy bien que no puedo compararme con...

La expresión de Justin se transformó.

—¡Diablos! ¿Qué sin sentido es todo esto?

—Lo he visto, Justin. ¡Lo he visto! ¡Me has mirado como si no pudieras soportar verme!

Hizo un sonido casi imperceptible con su garganta.

—Ven aquí —le pidió.

—No. —Milagrosamente, conseguía mantener su dignidad—. Sólo dime qué es lo que tengo que hacer. Dónde debo dormir...

Fue él quien se acercó a ella. Las manos de Arabella se cerraron en un puño, casi tuvo que apartarlas. Tenía la piel helada, pero él le cogió los dedos con firmeza entre los suyos. Su expresión era todavía medio desafiante medio herida.

Era todo por su culpa, pensó Justin con desazón. ¿Cómo podía explicárselo? No estaba seguro de poder encontrar las palabras adecuadas. No era el pensamiento de estar con una mujer lo que le asustaba, le asustaba fallarle a ella. Arabella. No sabía cómo o cuándo había ocurrido, pero de alguna forma ella se había convertido en algo muy preciado para él. Le aterraba hacer algo que pudiera apartarla de él.

Si hubiese sido listo, la habría dejado ir en ese mismo instante. Pero era lo que era. Un bastardo egoísta y arrogante. Y sabía, por encima de todo, que de ninguna manera iba a dejar que ella saliera de la habitación.

Respiró hondo, sobrecogido por un sentimiento poderoso que no podía negar. Entonces lo supo. Supo por qué se había casado con ella: porque eso era lo que quería. Porque era lo que había querido siempre. Esta noche. Este momento. A esta mujer.

—No se trata de ti —dijo en voz muy baja—. No se trata de ti. Soy yo. Entré y ahí estabas tú, como un ángel... y bueno, ya conoces mi pasado. Conoces mi reputación. Soy un demonio. Todo el mundo lo sabe. Tú lo sabes. Y sé que no ha sido la boda que tú soñabas. Sé que no soy el marido con el que habías soñado. Pero no te deshonraré, no voy a deshonrarte.

Su voz se había hecho apenas un hilo.

—No podemos escapar de esto ahora. No ahora. Es demasiado tarde. Estamos casados. Eres mi mujer, Arabella. Y aunque parezca extraño, de alguna manera, creo que hemos sido conducidos a esta noche desde el mismo momento en el que yo fui al baile de Farthingale y nos vimos de nuevo.

Mientras hablaba, su palma se deslizó sobre la suya, cuadrada, fuerte, y caliente.

Arabella bajó la mirada, cada una de sus venas sintiendo la manera en la que era acariciada por esos dedos esbeltos, fuertes y morenos. Tragó fuerte, consciente de que todo en su interior se ablandaba.

—Mírame, cariño.

Cariño. El corazón de Arabella se contrajo. Sus ojos se elevaron temblorosos para encontrar los de él.

La garganta se cerró. La ternura inesperada que vislumbró en sus ojos se afianzó fuerte en el centro de su pecho. Ah, Dios, iba a hacerla llorar después de todo...

—Justin —dijo temblorosa—, ah, Justin...

—Escucha, mi amor. Por favor, escúchame. Eres... no conozco otra palabra para describirte excepto ésta: eres exquisita. ¿Es que no lo sabes? —Sus dedos navegaron por los de ella.

—Ah, pero yo no...

—Ah, sí, lo eres. Lo eres. Y cuando me acueste contigo esta noche, no lo haré por deber, o porque nuestro matrimonio deba ser consumado, o por ninguna otra razón estúpida. Lo haré porque te deseo. A ti, mi querida Arabella. Porque te deseo con cada poro de mi piel. ¿Lo entiendes?

Sus ojos se habían quedado clavados en él.

—Sí. —Fue apenas un respiro.

Su incertidumbre fue como una flecha para él. Justin decidió entonces que quizás podía hacérselo comprender de otra manera.

Apoyó su frente en la suya.

—Ah —dijo con voz más animada— pero no pareces estar segura de que tu marido tenga intención de «intimar» con su esposa. —Se detuvo—. Quizás estamos hablando demasiado, en lugar de... pasar a la acción.

Aturdida, Arabella se quedó mirando fijamente unos ojos verdes que brillaban juguetones.

—¿Qué?

Unas manos firmes estaban ya desatando los lazos de su salto de cama. Antes de que pudiera detenerle, la tela cayó a sus pies. En lo que dura un latido, la mirada de aprobación que él le dirigió, lenta y sincera, hizo que sus mejillas enrojecieran de rubor. Era de lo más desconcertante estar allí de pie, medio desnuda mientras él seguía completamente vestido.

—Un camisón sin duda encantador —remarcó de manera casual—, y que sospecho no es el que sueles utilizar para dormir. ¿Es nuevo?

Su cabeza asintió.

—Tía Grace lo eligió —dijo débilmente.

Justin sonrió lentamente.

—Recuérdame que agradezca a tu tía su impecable gusto. —Unas manos fuertes descendieron por sus hombros, y continuaron con la misma vaga intención—. Por ahora, creo que podemos pasar sin este... extraño atuendo.

Antes de terminar la frase, estaba desnuda. La mueca de asombro que se dibujó en su rostro fue pronto ahogada por unos labios cálidos que se cerraron en su boca, un beso devorador que la hizo temblar de pies a cabeza. Apenas se dio cuenta de que la levantaba en brazos y la tumbaba sobre la cama. El mundo y todo lo que él contiene desapareció cuando la besó. Rodeando con sus brazos su cuello, se apretó contra él pero un botón puntiagudo se le hundió en el pecho y tuvo que apartarse.

—¿Qué pasa? —dijo Justin.

—Es de lo más desconcertante estar aquí desnuda —le señaló reticente— mientras tú sigues vestido.

Justin se rió. Dios, ¡pero podía decir las cosas más extrañas esta mujer! Estaba queriendo ir despacio, se estaba tomando su tiempo para no asustarla, cuando sólo Dios sabía que verla con ese camisón le había hecho casi perder el control. El sabor de su boca era intoxicador, el olor de ella, embriagador. Y sostener su forma desnuda y frágil contra él era más de lo que podía soportar para conseguir que sus manos y su boca no se volvieran locas, para no quitarse los pantalones, desnudar su miembro y ponerla bajo él con rapidez, allí de pie, en medio de la habitación.

Sin duda, no era ésa la forma de actuar con una virgen, mucho menos si se trataba de su esposa.

—Una esposa descontenta —bromeó—. Un descuido por mi parte.

Sentándose, se quitó con rapidez la chaqueta, la camisa y las botas. Tumbado de espaldas contra la cama, se quitó los pantalones, se estiró y se giró... colocando su miembro al nivel exacto de los ojos escudriñadores de su mujer.

Bueno, al menos lo habían sido hasta ese momento. Ahora se abrieron tanto que hizo que su miembro se excitara aún más. Arabella abrió la boca en una pequeña «o» de asombro. Sacó la lengua para humedecer sus labios. Ah, Dios, ahora sí, esta visión era un verdadero tormento.

Apretujándose a ella, forzó un tono alegre.

—Mi impaciente esposa no está ya tan impaciente. Nunca habías visto a un hombre desnudo, ¿verdad, cariño? Y mucho menos a uno que está claramente ansioso por satisfacer a su esposa en su primera vez.

Arabella hundió la cabeza en el vello moreno de su pecho, murmurando algo ininteligible. No sabía que el rubor pudiera hacer enrojecer el cuerpo entero de una persona. Hasta ahora.

Justin respiró hondo. Estaba impaciente, y contener sus impulsos era una experiencia del todo nueva para él. Unos rizos rebeldes caían por los hombros y los pechos de la mujer que tenía al lado. Mirando a hurtadillas entre su cabellera sedosa, vio como la piel rosada de su pecho subía y bajaba al ritmo acompasado de su respiración, una visión que le tentaba hasta lo insoportable.

—Te vi con el pelo suelto en Thurston Hall, la noche en que McElroy te acosó. Pensé que nunca había visto nada tan maravilloso como aquello —dijo débilmente. Enrolló un mechón entre sus dedos y lo atrajo hasta sus labios, inhalando profundamente el olor a rosa y lavanda que desprendía, y después lo colocó sobre uno de sus hombros sedosos—. Es glorioso.

—Gracias —dijo en voz muy baja. Tuvo que hacer un esfuerzo por no saltar cuando le puso la mano en la cadera, trazando un camino perezoso por su piel. Era cierto: ver a Justin desnudo le había hecho perder la compostura. Su cuerpo era... extraordinario. Tan extraordinariamente perfecto como su cara. El contorno de sus hombros había sido esculpido y forjado, su piel era brillante y suave, los músculos de sus brazos, esbeltos y compactos. Un pelo áspero, denso y oscuro, cubría su pecho y su estómago.

Con la vista, recorrió el camino ascendente de su columna vertebral, pasando por el cuello, hasta la cara. Su respiración no era sino un chorro débil de aire. Espontáneamente, trazó con sus ojos la belleza tallada de sus facciones, una a una.

—Tú también eres muy guapo —susurró—. Tía Grace piensa como yo.

Sus cejas se elevaron de asombro.

—¿Tía Grace? —repitió.

—Ah, sí. Me dijo que a pesar de su edad, su vista aún no le fallaba.

Justin se rió con ganas, con una risa que alegró por completo su corazón. Envalentonada, Arabella alargó una mano para tocarle la cara.

Unos dedos fuertes se cerraron sobre su muñeca, deteniéndola a medio camino. Arabella tuvo la extraña sensación de que había hecho algo mal, pero él selló la palma de su mano con un beso, y después se la colocó en el centro de su pecho. La mano de Arabella parecía muy pequeña y blanca, hundida entre ese vello oscuro y denso. Esta visión la hizo temblar por completo. En ese instante, Justin colocó una mano en la curva de su cintura, atrayéndola hacia él. La otra la deslizó por entre la mata de su pelo, acercando su boca a la de él.

Comió de su boca hasta el infinito, en unos besos largos y lánguidos que hicieron que su espina dorsal se volviera agua. Arabella se agarró a sus hombros con los dedos. Bajo las yemas, podía sentir una piel firme y dura, cálida como el sol. Suspiró cuando él recorrió con la lengua el lóbulo de su oreja.

—Me encanta cuando me besas —le confesó casi sin respiración—. Besas muy bien, aunque claro, imagino que esto ya lo sabes.

Su boca volvió junto a la de ella.

—Gracias —dijo contra sus labios—. No creo que nadie me haya nunca dicho algo así. —Podía sentir su sonrisa—. Sin embargo, hay otros muchos sitios donde te puedo besar aparte de aquí. —Besó las comisuras de sus labios—. Y aquí... y aquí. —Succionó el centro de su labio.

Arabella se sintió, de repente, imprudente.

—Tal vez deberías enseñarme.

—Una gran idea. —Agachó la cabeza y presionó con su boca abierta la esbeltez suave de su garganta, dejando que su lengua se moviera al ritmo acompasado de su pulso.

—Ah... es agradable, Justin.

¿«Agradable»?, pensó Justin divertido. Quería que fuera mucho más que... agradable.

Se retiró un poco para poder verla en toda su longitud, deteniéndose en el vello sedoso de su pubis, en la piel pálida e inmaculada de sus pechos, redondos y deliciosamente llenos, unos pechos que se escondían bajo una horda de mechones rojizos. Con una sonrisa malévola, le retiró el cabello. Esos pezones rosados y puntiagudos era algo que no podía ignorar por más tiempo.

Arabella se sonrojó, pero en ningún momento trató de privarle de sus caricias o de su escrutinio.

Sonriendo aún, inclinó la cabeza. Le encantó ver la expresión de asombro de Arabella cuando su boca trazó el contorno oscuro de uno de sus pechos. Su respiración se detuvo al detenerse en el pezón.

Lo rozó con la lengua, apenas una caricia. Arabella perdió el aliento.

De alguna forma, siempre había sabido que bajo su orgulloso y educado exterior se escondía un cuerpo destinado a la tentación. Ella era perfecta. Absolutamente perfecta. Avaricioso, cerró sus manos alrededor de esos pechos lascivos. Sus palmas se llenaron con la carne de unos pezones que sobresalían, como en una invitación, hacia él.

Besó primero uno, después otro. En el último, rodeó con su lengua una y otra vez el centro carmesí, lentamente, en círculos perezosos, dejándolo todo húmedo y brillante, temblorosamente erecto.

Arabella dejó escapar un grito ahogado.

—¿Más? —preguntó Justin suavemente.

Sus labios se partieron. Su boca formó la palabra «Sí», sin llegar a proferir el sonido.

Él la complació.

Saber que ella le miraba fascinada cuando él besaba sus pechos era algo que excitaba a Justin hasta límites insospechados. Tiró de ella. Sintió como Arabella se agarraba con furia a su nuca.

Sintió sus dedos tensos, como si quisieran atraparle e impedirle cualquier alejamiento.

Arabella no podía hablar. Ni siquiera podía respirar. Estaba en éxtasis. En puro éxtasis. Toda ella se descomponía en las sensaciones más puras. Era como si hubieran prendido fuego a sus pechos. El sudor le cubría todo el cuerpo. Y ahora estaba ese apetito profundo y desconocido en el fondo de su estómago. Sus piernas se movieron impotentes. Faltaba algo, tenía que haber algo más... no sabía muy bien lo que era...

Pero Justin sí. Con la sangre arremolinada y el miembro palpitante, la atrapó contra él. Su boca capturó una vez más la de ella, un beso ardiente y exigente que prendió fuego a cada parte de su cuerpo. Pero cuando unos dedos esbeltos trazaron un arriesgado camino en dirección al corazón de su estómago, ella apartó la boca. Le golpeó con las manos.

—Espera —dijo con furia—, ¡espera!

Justin levantó la cabeza. Su pequeño y estridente grito no había conseguido detener el halo carmesí de deseo que le rodeaba.

Cerró los ojos, apartando el pulso de deseo que clamaba en sus entrañas.

—Estoy yendo demasiado deprisa, ¿verdad?

—Un poco —admitió. Se sentía aturdida, avergonzada, desconcertada. Le gustaba lo que él le hacía, pero...—. Tengo miedo, Justin. Tengo miedo.

El clamor de su cabeza empezó a ceder. Retiró un rizo rebelde de sus mejillas coloradas. De repente, fue él el que dudó.

—No puedo prometerte que no te dolerá. Pero entiendo que...

—No, no es eso. —Ella se mostró firme.

—Entonces, ¿qué es? —Extrañado, buscó alguna pista en su cara.

«Haces que las mujeres se enamoren de ti —estuvo a punto de decir—. Estás haciendo que me enamore de ti.»

—Sé que has estado con muchas mujeres. Lo sé y lo acepto. —Eludió el dolor que quería expandirse por su corazón—. Tú mismo dijiste que preferías a mujeres con experiencia. Y yo no tengo ninguna. Nadie me ha besado antes que tú. Me siento torpe. Una inepta, para ser honesta. ¿Qué ocurre si no soy de las apasionadas? No quiero desilusionarte. No quiero desagradarte.

Ya estaba. Había dicho lo que pensaba. Contuvo la respiración y esperó.

Justin se sintió de repente enfadado consigo mismo. Dios, ¿es que había algo que no hubiese dicho o hecho que no se le hubiese vuelto en su contra?

La miró, miró sus labios temblorosos, miró la manera en que sus hermosos ojos azules parecían medio suplicantes medio heridos. Una emoción potente y posesiva le sobrevino ante el temor de ver a Arabella besando a otro hombre. Nunca se había sentido posesivo con una mujer antes (ni se había imaginado que llegaría a serlo) y este sentimiento le golpeó, como le golpearon los celos.

¿Se sentían todos los recién casados de esa manera? Porque más aún... descubrió que le gustaba sentirse posesivo con ella. Le gustaba saber que ella le pertenecía.

Deslizó la yema del pulgar sobre los labios de ella.

—Te preocupas por nada, Arabella.

—¿Ah, sí? Me gusta lo que estabas haciéndome, Justin. De verdad. Pero quiero agradarte yo a ti también.

Con el dedo en el centro de su boca impidió que siguiera hablando.

—Lo harás, ya verás.

—Pero ¿cómo puedes estar tan seguro?

Por un momento, una sonrisa se escapó por la comisura de sus labios.

—Porque puedo sentirte aquí cariño.

Cogiéndole la mano, la guió deliberadamente hacia la rigidez de su miembro, haciendo que sus dedos se mantuvieran allí presionados por la fuerza de los suyos. Arabella abrió mucho los ojos, y él no tuvo más remedio que sonreír.

Inmediatamente después, su sonrisa se desvaneció. La miró directamente a los ojos.

—Pero sobre todo —dijo con una voz que la hizo temblar de arriba a abajo—, puedo sentirte aquí. —Besando las yemas de sus dedos, guió su otra mano directamente hasta su corazón—. Y debo ser honesto, cariño. Esto nunca me ha pasado con ninguna otra mujer excepto contigo.

Las lágrimas le nublaron la vista.

—Justin —dijo con una voz entre cortada por la emoción—. Ah, Justin.

Unos brazos esbeltos rodearon su cuello. Ella le besó con todos los sentimientos que se arremolinaban en su interior. Cuando al final se detuvo, él acarició su pelo. Una sonrisa extraña asomaba a sus labios.

—Yo también tengo algo que confesarte.

—¿Qué?

—Tengo miedo, yo también.

—¿Tú? —Hizo una mueca—. No te creo.

—Pues claro que sí —le aseguró con gravedad—. Entiéndeme, nunca he estado con una virgen antes. Quiero que esta noche sea para ti inolvidable. Para los dos.

Arabella le miró fijamente, hipnotizada por su expresión, sobrecogida por la ternura de su voz. Se sintió como si hubiera abierto su corazón, como si se hubiera desnudado ante ella.

—Justin —dijo con voz viva, con una emoción dolorosamente dulce que apretaba su pecho—, me haces sentir tan especial...

—Eres especial. Única, y... nunca he conocido a una mujer como tú, mi querida Arabella.

«Mi querida Arabella.» Amaba la manera melodiosa y baja en que pronunciaba su nombre.

—Me gusta saber que nunca has besado a otro hombre —continuó—, me gusta saber que no has visto a ningún otro hombre desnudo. Me gusta saber que soy el primer hombre que se acuesta contigo. —Se detuvo en un silencio inquietante—. Y ahora, creo que es hora de que retornemos las cosas donde las dejamos. ¿Te parece bien, mi querida esposa?

Los ojos de Arabella brillaron.

—Sí, mi señor. Ah, sí.

Sus palabras fueron una puerta abierta para él. Enredando los dedos en su cabello, atrajo su boca, haciendo que unos rizos rojos e indomables les cubrieran a ambos. Tomó sus labios en un beso embriagador que supo a hambre masculina y que desató el hambre de ella. Llenó con su aliento su boca... como si llenara su cuerpo entero.

Jugó con las puntas de sus pechos, arrancándola un grito profundo de sus entrañas. Con una mano exploró el centro de su estómago, descendiendo hasta el suave vello del pubis e iniciando un atrevido ritmo que la hizo del todo vulnerable. Gritó ahogadamente, pero no opuso resistencia.

Era demasiado bueno. Él era demasiado bueno. Sus muslos se abrieron, impotentes.

Aún había más, mucho más. Unos dedos audaces penetraron en el broche de su feminidad, una y otra vez. Todo le ardía, mientras un dedo pulgar se unía a semejante juego, haciendo círculos en un pequeño trozo de carne que parecía hundirse, y crecer, y supurar, todo al mismo tiempo. Era, en realidad, dolorosamente sensible. Tembló por dentro y por fuera, su cabeza en un remolino de sensaciones nuevas. Un torrente líquido empezó a salir de su cuerpo, del mismo centro, de ese lugar que él reclamaba descaradamente como suyo, tentándolo, presionando sobre él en círculos.

Gimió cuando sintió uno de sus dedos en su interior, una pícara parodia del acto que seguiría a continuación. Empezó a jadear, retorciéndose y girándose, buscando algo... algo que, aun no sabiendo lo que era, presentía que estaba cerca. Cuando llegó, una llama de placer, pequeños gritos ahogados, rompieron en su garganta.

Arabella abrió los ojos, aturdida. El rostro de Justin llenó su visión, su mundo. Prisionera en la red de su mirada, cautivada por la fiebre hambrienta de su cara, su corazón explotó cuando apartó los muslos con sus rodillas y se puso de rodillas ante ella. Con una mano en su pene, se inclinó frotándose contra la fiereza de sus rizos rojos. Arabella no podía apartar la vista de su órgano. Estaba firmemente erecto. En el momento en que este pensamiento tomó forma en su mente, él estaba dentro. Dentro de ella.

Gimió.

Al oírla, Justin se quedó paralizado. Podía sentir ahora su inocencia, la frágil membrana que sella su virginidad rozaba contra la parte más sensible de su cuerpo, la parte que ella más necesitaba. Estuvo a punto de gritar, porque le estaba partiendo en dos esa necesidad de empujar profunda y duramente, para perderse en su calidez húmeda. Pero ésta era la prueba, el momento que más había temido. No sabía cómo hacerlo lento y fácil, no sabía si podría.

Aunque pensó que iba a matarle, apretó los dientes y retrocedió. Emitió una risa temblorosa al ver a su pequeña e inocente esposa. Parecía entre horrorizada y embrujada. Justin bajó también él la vista y estuvo a punto de gritar. La lanza redonda de su sexo aparecía húmeda y brillante, cubierta de su cálido líquido. La pasión se reavivó.

Apoyándose en sus codos, la besó en los labios.

—Dime si te hago daño —murmuró, con un deje de severidad en la voz. Se colocó encima de ella otra vez, poco a poco hasta encontrarse de nuevo junto a su himen. Dios, se sentía tan bien... demasiado bien: las paredes de su cueva se ceñían con fuerza a su miembro erecto.

—Lo haré —prometió, con un atisbo de sonrisa en su boca—. Por favor, Justin, tómame ahora. Hazme tu esposa... hazme tuya.

Justin gimió de placer. No pudo evitarlo ahora. Había una confianza en su mirada, un deseo tan ardiente y suplicante, que no pudo contenerse por más tiempo. Cegado por la pasión, empujó hasta que por fin se clavó total y fuertemente en su interior.

—¡Ay, Dios! —susurró Arabella.

—No blasfemes.

Y en estas palabras se contenía un mundo lleno de frustraciones... un mundo de pasión... un mundo de sentimientos. Hundiendo su cabeza contra el hombro de ella, calmó su corazón y permitió que el cuerpo de ella se acostumbrara a sentirle dentro. Era un momento tan sensitivo, que sabía que estaba a sólo un paso de derramarse en un mar de semen.

—No puedo evitarlo. —Arabella sacudió la cabeza levemente—. Justin, me siento tan... tan...

Él besó el arco de su garganta, después levantó la cabeza.

Sus ojos se encontraron.

—¿No te hago daño? —Que pudiese hablar le pareció un milagro.

—No —respiró—, Dios, no...

Su sonrisa se desvaneció. Ella guió su boca hasta la suya, enrollando su lengua en la de él, lo que hizo que se volviera loco.

Lentamente, empezó a moverse. Sus manos se deslizaron bajo sus nalgas, atrayéndola hacia él.

Incapaz de detenerse, se guió hasta su centro, entusiasmado por la manera en que ella le clavaba las uñas en los hombros. Sus caderas se agitaron, buscándole una y otra vez. Cada vez más rápido, se hundió en ella, tórrida e intensamente, amando la manera en que ella le rodeaba con sus brazos y piernas.

Echó hacia atrás la cabeza, con los tendones de su cuello erguidos. Ella le estaba quemando, tanto fuera como dentro.

—Arabella —dijo con voz pastosa, y después otra vez—, ¡Arabella!

En algún rincón de su cabeza, recordó aquella noche en los jardines de Vauxhall, cuando la besó por primera vez... Se había dicho a sí mismo que lo que sintió fue lujuria. Pasión. Que ella era la única mujer que le rechazaba y que, sin embargo, era la única mujer a la que deseaba, la única mujer que debía tener.

Pero nada le había preparado para este momento. Para esta noche. Nada le había preparado para ella. Porque era increíblemente dulce... ella era increíblemente dulce. El mundo ardía, las estrellas se rompían en mil pedazos, cayéndose por todos lados.

La noche explotaba... y también él.