Capítulo seis
De camino a la escalinata, Arabella se detuvo un momento delante de la puerta de tía Grace.
Quería librarse de la fiesta, decir que le dolía la cabeza. Podía decir simplemente que necesitaba una noche entera para estar a solas.
Pero una vez en el baño, vio las cosas de otra manera. Si por casualidad se encontraba con Justin, no temblaría ante él. No permitiría que se riera de ella. Tenía cabeza suficiente como para no dejarse acobardar.
Y tampoco iba a dejar que la convirtiera en una reclusa. Eso le habría causado demasiada satisfacción.
Una vez en Vauxhall, Arabella pensó que no hubiese querido perdérselo por nada del mundo.
Llegaron justo a tiempo para el gran desfile. No hacía mucho que la orquesta había empezado a tocar in crescendo. La noche refulgía en todo su esplendor. Escondidas entre los árboles, se habían colocado luces de vivos colores, a la sombra de un cielo lleno de estrellas y medias lunas. Arabella exclamó extasiada que era un espectáculo inigualable.
A pesar de esa primera resolución, había tenido los nervios de punta mientras esperaban para entrar en los jardines. Pero a partir de este momento, su humor había cambiado. Y no había ni rastro de Justin, algo que le permitiría disfrutar plenamente de la velada.
La mayoría de los invitados llevaban máscaras y habían elegido con cuidado sus disfraces. Era muy entretenido tratar de adivinar quién era quién. Había una joven beldad esbelta vestida de diosa griega, una pareja que venían de Romeo y Julieta... En cuanto a su disfraz, Arabella había elegido un vestido de gasa con capas de seda al estilo español. Una mantilla finamente bordada cubría los rizos de su cabeza.
Al terminar un baile campestre, sonrió a un descarado pirata que le lanzó un beso desde el otro lado de la pista de baile, cerca de la plaza central. Sabía que no era Justin porque carecía de su altura y gallardía. Con el corazón palpitándole por el esfuerzo, se dirigió hasta un templo en miniatura que estaba a poca distancia de los invitados.
Dentro había un pequeño banco invitándola a sentarse.
Pensó que era el lugar perfecto para descansar y recuperar el aliento. Echó la cabeza hacia atrás, y escuchó el sonido de una cascada cercana.
Estaba a punto de levantarse cuando un murmullo de voces femeninas captó su atención.
—Ya sabes que no estará mucho tiempo sin amante —dijo una.
—Nunca lo está —asintió otra—. Pero me pregunto quién será la afortunada esta vez.
Arabella se quedó helada. Se habían detenido justo detrás de ella.
—Tiene predilección por las amantes. Juraría, y no sería ninguna estupidez decirlo, que se ha acostado con más de la mitad de las mujeres que están aquí esta noche, ¿no te parece?
Más risas. Los labios de Arabella se cerraron, pero no se atrevió a moverse. No quería que pensasen que les estaba espiando.
—Ah, sí, y ha dejado toda una estela de corazones rotos a su paso.
—Y los vuestros entre ellos —dijo la primera mujer.
—Bueno, pero los corazones se arreglan, ¿no? Tal vez deberías volver a intentar conquistarlo, ¿no crees?
—No me importaría, si supiera que pudiese tener alguna opción —dijo la segunda mujer con melancolía—. Pero me temo que Agatha ha vuelto a poner sus ojos en él. Fueron amantes hace algunos años, si lo recordáis, justo después de casarse con Dunsbrook. Pero ¿a cuántos ha visto desde entonces? ¿A una docena?
—Ah, pero lo mismo que él. ¡Seguramente triplica la cantidad!
A Arabella le ardía todo el cuerpo. ¿Cómo podían hablar con tanta ligereza de infidelidades y escarceos, indiscreciones y amoríos? ¿Cómo podían hablar tan frívolamente de amor y amantes?
¡No hacían sino reírse de todo!
El suyo era un mundo que Arabella nunca podría llegar a comprender, un mundo que despreciaba con todas sus fuerzas. Y el caballero en cuestión (ah, sin duda estaba utilizando el término más generoso para él), bueno, ¡él era el peor de todos!
El amor significaba confianza y fidelidad. El amor era lo que sus padres compartían. Y, sobre todo, después de la conversación con tía Grace, estaba completamente segura de que el amor era lo que sus tíos compartían.
—Sí, recuerdo la manera en la que Agatha lo conquistó. Todavía recuerdo lo celosa que se puso cuando descubrió que él estaba con lady Anne (¡qué mujer tan nerviosa!). Parecía que fuese su único y primer amor. No negaré que Justin Sterling es un amante de excelente finura, pero no creo que sea el único nombre con semejante... atributo.
El hombre del que estaban hablando era Justin. ¡Ay, pero debería haberlo imaginado!
—Bueno —dijo la primera voz maliciosamente—, lo que sí sabemos es quién no será su próxima amante, ¿verdad?
—Ah, sí, la Inalcanzable.
—Esa misma.
—¡Por Dios, sí! ¿No la visteis en casa de los Bennington la otra noche, moviéndose pesadamente como... un caballo? Estoy segura de que sólo baila con ella por pena, aunque no puedo imaginar por qué.
La segunda, exclamó con cursilería:
—Estoy de acuerdo contigo. Dios sabe qué habrán visto los hombres en ella. ¡Lo que yo creo es que es todo una gran broma, que se están riendo de ella!
Dios mío. En sólo un segundo, toda la alegría de Arabella esa noche se había esfumado. Su felicidad hecha añicos, como una pieza de porcelana china que es arrojada al suelo. Estaba horrorizada, enferma en lo más profundo de su alma. No pudo evitar recordar lo que le había dicho tía Grace esa tarde sobre la volubilidad del ton.
La atracción de la temporada, en realidad. Aunque ella podría terminar muy bien convirtiéndose en el hazmerreír del año.
No pudo soportarlo ni un minuto más. Se levantó medio consciente. Caminó a ciegas, con pasos temblorosos. Entonces, de repente, empezó a correr a toda velocidad por el sendero, girando a un lado y a otro.
Cuando por fin se detuvo, su corazón latía a mil por hora. Las luces de la plaza habían quedado lejos, su vuelo la había llevado al interior del bosque. Miró a su alrededor con tristeza y tal vez un poco de temor. Se había alejado considerablemente de la fiesta. Había oído inquietantes historias sobre ladrones que acechaban a las jóvenes incautas, y no le cabía ninguna duda de que eran ciertas. ¡Ah, por qué se habría alejado tanto!
El sonido de unos pasos sobre el suelo de arenisca llamó su atención. Intentó escudriñar con los ojos a través de las sombras. Se agarró la falda, lista para salir corriendo. De repente, se vio rodeada por unos fuertes dedos. Una sombra oscura y difusa apareció frente a ella. Asustada, abrió la boca.
—¡Diablos! —entonó una voz irritada— no grites, soy yo. El hombre se quitó la máscara de la cara. Arabella se quedó sin respiración. Abrió los ojos y vio una larga y elegante nariz flanqueada por unos hermosos ojos verdes.
—¡Razón de más para que grite!
La miró, serio.
—¿Qué estás haciendo tan lejos de los demás? Hay ladrones y asaltantes...
—¿Y granujas y sinvergüenzas? —preguntó desafiante. Justin no respondió, pero sus labios se hicieron más finos.
—Me estás siguiendo, ¿verdad? ¿Cómo demonios me has reconocido?
—Mi querida Arabella —dijo, alargando las palabras—, disfrazada o no, no hay nada que pueda quitarte —volvió sus ojos juguetones hacia ella, deteniéndose en su pelo— la distinción.
Arabella sintió una punzada. Sabía muy bien a qué se refería. Su altura. Su pelo. Justin Sterling, con su apariencia perfecta e impecable, no tenía ni idea de lo que ella había tenido que soportar a lo largo de su vida. Era imposible que supiese lo que dolía que se burlaran de uno, que hablasen a sus espaldas.
Se sentía como una atracción de feria, sobre todo en estos momentos. La mantilla le había caído por los hombros. Volvió a ponerla sobre sus rizos sujetos con una teja española. Enfadada, un dolor amargo se arremolinaba en su garganta.
—¿Es que tienes que insultarme? —gritó.
—Santo cielos, no era ésa mi intención.
—¡Pues lo hiciste! Yo... yo no necesito que me recuerden los defectos. Ya sé que mi pelo es poco atractivo, pero no hay nada que yo pueda...
—¡Poco atractivo! Pero si es todo lo contrario. —Fue una afirmación del todo inesperada... ¿no es cierto? Justin no estaba seguro. Él sólo sabía que había venido aquí esa noche con el ánimo de encontrarla. Había resultado ser una mujer inteligente e ingeniosa, un rival a su altura. En su primer encuentro, así como en el segundo, le había impresionado. ¿Era preocupante que estuviera deseando tener un tercer encuentro?—. Es... bueno, eso es lo que te hace... más tú.
Señor, era patético. Él, el maestro de la seducción, el hombre que había cortejado y ganado la alcoba de más mujeres de las que pudiese recordar, se encontraba ahora sin saber qué decir. ¿Dónde estaba su galantería, la elocuencia que le caracterizaba?
No es que le sorprendiera demasiado, pero ella no parecía impresionada. Con los ojos brillantes, elevó la barbilla.
—Déjame pasar —dijo con calma.
—Todavía no. Tenemos mucho de qué hablar.
—No tenemos nada de qué hablar.
—¿Ah, no? Si lo recuerdas, tenemos un asunto pendiente, tú y yo.
—¿Qué asunto? —preguntó cortante.
—¿Tan pronto lo has olvidado? Acordamos anoche establecer el precio de mi silencio sobre tu cher amour Walter.
—Él no es mi amor, y lo sabes.
Justin se limitó a devolverle una sonrisa pícara.
—Has decidido atormentarme, ¿verdad, Justin? Es tu venganza por la broma que te gasté cuando era pequeña.
—Estás de humor hoy, ¿no?
Arabella no respondió y bajó la cabeza. Él se acercó a ella, hasta que ya no les separó más de un palmo.
—¿Arabella?
Su proximidad la desarmaba. Su masculinidad la perturbaba y distraía. ¡Se sentía indefensa ante él! Incapaz de pensar. Su corazón latía tan fuerte que apenas podía respirar.
—No irás a marearte, ¿verdad?
La burla en su tono le devolvió el sentido.
—Yo nunca me mareo —se apresuró a decir.
—No, imagino que no. —La miró, su tono se había vuelto serio—. ¿Por qué me miras de esa manera?
—¿Cómo te miro?
—Como si fueras a herirme. Cuando me miras, no veo sino desprecio en tus ojos. —Había un deje en su tono que no presagiaba nada bueno.
—Nuestro desprecio es mutuo —dijo Arabella con franqueza—. No tenemos por qué fingir lo contrario.
Sus ojos se entornaron.
—No has respondido a mi pregunta.
—Ni lo haré.
—¿Por qué no? ¿Eres una cobarde, Arabella?
—¡No!
—Entonces, ¿por qué te niegas a responder?
—¿Y por qué no puedes dejar las cosas como están? Si alguien te hubiese visto venir detrás de mí...
—¿Y qué si así fuera?
Arabella contrajo los labios. ¡Cómo si hubiera alguna necesidad de preguntarlo! Sabía que él sólo quería atormentarla. Pero si quería oírselo decir, entonces de acuerdo.
—Porque no tengo ningún deseo de que mi nombre se relacione con el tuyo.
Sus ojos parecieron helarse.
—¿En serio?
—En serio.
—¿Por qué, Arabella?
—Simplemente, ¡por ser quién eres! ¡Por ser lo que eres!
—Te refieres a mi reputación.
Más tarde, se preguntaría que fue lo que la poseyó para atreverse a decir lo que dijo.
—Sí. Desprecio a los hombres como tú.
—Arabella, creo que estás difamando sobre mi carácter.
—¿Carácter? —Su mirada fue fulminante—. ¡Tú no tienes carácter!
—Ah, vamos. ¿Acaso no soy un hombre de impecable distinción?
Ahora se estaba burlando no sólo de ella, sino de él mismo.
—En todo caso, un hombre de impecable prepotencia —murmuró.
Justin ladeó la cabeza.
—Vaya, esto se pone interesante. De verdad, ¿qué es lo que piensas de mí?
—Creo que preferirías no saberlo.
—Ah, vamos. Suéltalo.
Arabella le miró.
—Eres un granuja.
Apenas movió las cejas.
—¿Qué? ¿Eso es todo? ¿Es por eso por lo que no te gusto?
Otra mirada, esta vez más odiosa que la primera.
—Es lo que pensaba. Por favor, continúa.
Sus ojos se entornaron.
—Sé lo que eres, Justin Sterling.
—Aseguras saber muchas cosas de mí. Pero ¿qué es exactamente lo que sabes?
—¡Todo lo que necesito saber!
—¿Como qué?
—Eres un despilfarrador —dijo.
—¿Y?
—Un canalla. Un hedonista.
Sonrió lentamente.
—Vamos, estoy segura de que puedes mejorarlo.
—¿Crees que no he oído lo que se cuenta sobre tus escapadas con esas amiguitas tuyas?
—Está claro que eso te molesta.
Ah, ¡este hombre era odioso! Totalmente insoportable.
Arabella pensó en la manera en que la pobre Emmaline Winslow lloraba desconsolada. ¿Cómo podía ser tan despiadado?
—No tienes escrúpulos, eres un embaucador.
Arqueó las cejas.
—Nunca he prestado atención a una mujer que no me lo pidiera.
—Sin duda, un logro magistral a tus ojos. —Arabella elevó la barbilla bien alto, con un aplomo que ponía de manifiesto su temperamento—. Tú, mi lord Vicio...
—¿Lord Vicio? Ah, ésa es buena viniendo de ti, ¡lady Vicaria! —Dirigió los ojos al cielo—. ¿Has terminado?
—¡Aún no!
—Bien, entonces te ruego que continúes.
—Eres despreciable.
—Estoy seguro de que puedes mejorarlo.
Arabella respiró hondo.
—Eres despreciable...
—Te repites, querida.
—Despreciable y odioso. Te encuentro profundamente detestable. Totalmente desagradable...
—Qué raro —la cortó—, parece que sólo tengo ese problema contigo.
Arabella hizo un sonido estridente.
—Eres cruel. Grosero...
—Nunca delante de una mujer.
—Por supuesto, encuentras todo esto muy divertido. Pero quiero que sepas, que a diferencia de las demás señoritingas que se ríen tontamente tras sus abanicos mientras te miran, yo sé lo que eres. Ninguna mujer decente te querrá. Porque dudo mucho que exista una mujer que pueda entrar en tu... —Hizo un gesto en dirección a su corazón.
—¿Corazón? —la ayudó.
—¿Cómo? ¿Tienes corazón?
—¿Eso es todo? —preguntó fríamente—. ¿Me detestas porque tengo predilección por las mujeres bonitas?
—Tu reputación es totalmente reprochable y lo sabes.
—Me aprovecho de los placeres que se cruzan en mi camino, aunque debo admitir que la reputación que me acompaña es seguramente la que yo he cultivado.
—Eres un mujeriego y un despilfarrador, Justin Sterling. Además, ¡no me gustas en absoluto! Así que dejémoslo así, ¿de acuerdo? —intentó alejarse de él.
Pero él no se lo permitió. La agarró con su largo brazo.
—Suéltame —le dijo con determinación.
—No creo.
Arabella volvió la cabeza. Un escalofrío atravesó su espina dorsal. Sólo entonces se dio cuenta de que su sonrisa había dejado de ser limpia. Sus ojos se habían vuelto profundamente fríos.
—¿Qué demonios haces?
—Pensé que sería obvio, querida. —Una sonrisa desagradable cruzaba sus labios.
No tuvo posibilidad de contestar. Antes de que pudiera moverse, antes de que pudiera decir una palabra, él retiró la mantilla de su pelo.
Se llevó la mano a la cabeza.
—¡Justin! ¿Por qué has hecho eso?
—Digamos que es una prueba de tu amor.
Él se dio la vuelta de forma que se encontraron cara a cara.
Con el brazo que le quedaba libre, la apretó contra él. La respiración de Arabella se aceleró, al tiempo que miraba sus oscuras facciones. Él devolvió la mirada. Ella reconoció demasiado tarde su imprudencia, y demasiado tarde se arrepintió. Le había desafiado, y un hombre como él no tomaría eso tan a la ligera. Sincera o no, había sido bastante estúpida al tentarle.
Sus ojos estaban llenos de un calor frenético, junto con algo que Arabella no pudo muy bien descifrar. ¿Ira? Seguramente. ¿Deseo? No, pensó. Estaba segura de que no era deseo. Y sin embargo...
—Devuélvemela —dijo levemente.
—No estás en situación de pedir nada, Arabella.
Así era, pensó furiosa, ¡estaba en una situación en la que jamás pensó que llegaría a encontrarse! Su proximidad la superaba. Podía sentir el movimiento respiratorio de su pecho contra el suyo. Era duro como una piedra, y grande. Una vez más, reparó en lo pequeña y femenina que se sentía a su lado.
—Deja que me vaya —intentó simular desdén. Sin saber por qué, vio que lo único que conseguía era parecer desesperada—. Sé lo que intentas hacer, Justin.
—Dímelo —fue su irónica invitación.
Mojó sus labios nerviosa, aparentando una valentía que estaba lejos de sentir.
—Estás tratando de asustarme.
—¿Y lo estoy consiguiendo?
—¡No! —mintió.
Y él lo sabía. Lo sabía por la manera en que le sonreía y por el brillo verde esmeralda de sus ojos que ardían en la noche.
—Pues deberías tener miedo —dijo en un tono mucho más letal por cuanto fue dicho con voz aterciopelada—. Ah, sí, deberías...
La traspasó con la mirada, que se detuvo largamente en la línea de sus pechos. El corazón de Arabella se agitó, sintió cómo el estómago le llegaba hasta el suelo.
—No —vaciló—, utilizas a las mujeres, Justin. Te deshaces de ellas como de los zapatos viejos, sin pensártelo dos veces. Pero no dejaré que hagas lo mismo conmigo.
—Querida, no podrías detenerme.
—¡No digas eso!
—¿Acaso debo recordarte tus propias palabras? Soy un sinvergüenza. Un inmoral. Así que no juegues con fuego. ¡No juegues conmigo! ¿Qué reputación se vería dañada si se relacionasen nuestros nombres, si se supiera que estuviste aquí conmigo en la oscuridad, en el Camino de los Amantes, aquí en mis brazos? ¡Te aseguro que no sería la mía! La tuya, sin embargo... —dejó la frase en el aire.
Dios mío, ¿qué era lo que había hecho? Había destapado algo en él, algo salvaje y primitivo, algo que escapaba a su experiencia... algo que estaba muy lejos de poder controlar. Era como un animal a la caza, pensó desesperada.
—No lo harías —susurró.
—¿Que no? —El sesgo de su sonrisa era cruel—. Sí, Arabella, ahora veo que lo has entendido. Podría hacer que tus esperanzas de matrimonio terminaran aquí esta misma noche. Dijiste que ninguna mujer decente me querría nunca. Tienes razón, no lo niego. Pero, te lo prometo, ningún hombre decente te querría a ti. Ni siquiera el pobre y enamorado Walter.
Sus ojos se encontraron violentamente. La tensión crecía entre los dos. La cara de Justin era una máscara siniestra y cada una de sus palabras, una bofetada.
Pero, que Dios la ayudase, era cierto. Sería por siempre deshonrada. Por siempre rechazada.
Entonces se dio cuenta de hasta qué punto se había equivocado. De alguna forma, siempre había sabido que Justin era peligroso. Lo que no había sabido ver era hasta qué punto, o de qué manera podía utilizar esa maldad con ella.
Se estremeció. Sacudió ligeramente la cabeza. Sus ojos buscaron los suyos, y después se apartaron.
—¡No! —dijo en un grito entrecortado—. Por favor, no arruines mi vida.
Le hubiese gustado hacerlo, pensó Justin. Su lado más siniestro quería salir a la luz. Quería herirla. Arremeter contra ella y castigarla por decir que ninguna mujer decente le querría.
Su padre había dicho eso también. La misma noche en que murió. La noche en que él, Justin, le mató.
¡Al diablo con ella!, pensó furioso. Al diablo con su valentía, al diablo con su arrogancia y sus remilgos. Se lo merecía por ser tan temperamental, tan obstinadamente desafiante e impetuosa.
Maldecía también sus desprecios y su lengua afilada.
Rodeó su espalda con más fuerza. Ella se puso rígida, pero no opuso ninguna resistencia. Justin quería ceder a la maldad que había dentro de él, la imperiosa necesidad que hacía rugir la cabeza, su sangre y su temperamento. Un calor animal se apoderó de él. Ella le excitaba, removía su ira, y la crueldad de su interior le pedía echarla al suelo y explorar la calidez de su boca.
Le pedía que olvidase su inocencia, que olvidase su propia conciencia. Quería adentrarse por sus caderas una y otra vez hasta que el mundo explotase en una bruma carmesí de deseo.
¡Señor, cómo podía ser tan perverso!
—Mírame —le pidió.
Lentamente, Arabella levantó la cabeza. No evitó su cara, aunque él supo que quería hacerlo. Vio cómo tragaba de forma compulsiva, vio la humedad en sus ojos, el intento por controlar sus emociones.
Algo dentro de él le dijo lo difícil que era para ella estar allí de pie frente a él, al límite del llanto. Y sin saber por qué, ese mismo sentimiento le dijo que ella era la última persona en el mundo a la que quería hacer llorar... y, sin embargo, ¿qué era lo que había hecho?
—Por favor —susurró, tan bajo que apenas pudo oírla—, por favor, no me desgracies. Eso... eso mataría a mi tía Grace.
La maldijo en aquel instante, de la misma manera en que se maldijo a sí mismo. Había querido intimidarla, golpearla... y lo había conseguido.
Bruscamente, la liberó.
—Vete —dijo duramente—, vete antes de que cambie de idea.
No necesitó que se lo dijeran dos veces. Agarrándose el vestido, echó a correr en dirección a la plaza.
Ni una vez se volvió para mirarle.