Capítulo tres

—Señorita Arabella Templeton —saludó cuando por fin recobró las energías para hablar. Todavía no se había recuperado del susto. Aunque, Dios, no lo mostraría. No delante de ella.

Miró a la mujer que la acompañaba.

—Usted es la señorita Larwood —murmuró—, ¿no es cierto?

Georgiana enrojeció y le dedicó una reverencia.

—Así es —le dijo ella casi sin respiración.

—Señorita Larwood, es para mí un placer presentarme. Mi nombre es Justin Sterling. Me haría un gran favor si me permitiese hablar un momento con mi vieja amiga la señorita Templeton.

La boca de Georgiana se abrió y se cerró a un tiempo.

—¿Cómo, la señorita Templeton no le ha comentado que somos viejos conocidos? —Movió la cabeza—. ¡Pero si la conozco desde que era una niña!

Georgiana parecía bastante nerviosa. Miró a Arabella y después le miró a él.

Justin dibujó una media sonrisa:

—No muerdo —dijo alegremente—. Le prometo que se la devolveré entera.

—Pero, no faltaría más, señor. —Georgiana hizo una segunda reverencia y se retiró.

Justin volvió los ojos hacia Arabella. Le dirigió una de esas sonrisas que hacían desmayar a las mujeres, a todas excepto a ella, por supuesto.

La consideración que ella le dispensaba estaba destinada a conseguir dejarle en ridículo, advirtió Justin, quien trató de ignorar este presentimiento.

—Ha pasado mucho tiempo, ¿no?

—No el suficiente. —Las palabras surgieron de sus dientes apretados.

Aún así, más encantadora que nunca, observó Justin.

—¿Qué es lo que quiere? —dijo Arabella con brusquedad.

Él fingió una gran afrenta.

—Oh, vamos. ¿Es ésa la manera de tratar a un viejo amigo?

Se fijó en ella con atención. Gideon tenía razón. Su belleza no era en absoluto convencional, con una boca destinada al pecado y unos ojos que recordaban el mismo cielo. ¡Jesús!, ¿de verdad le había dicho a Gideon que parecía horrible? Señor, había hablado como un verdadero estúpido.

De cerca, era incluso más impresionante. Atrás quedaba la niña delgaducha y torpe que parecía esconder su figura detrás de unos rizos color zanahoria. Frente a él tenía a una sensual mujer que estaba causando estragos en sus sentidos.

La piel desnuda de sus hombros brillaba como la porcelana.

En su cuello, una fina cadena de oro dejaba caer un zafiro hasta el hueco de sus pechos. No llevaba ni plumas ni perlas en el pelo, tampoco brazaletes que rodearan sus muñecas.

Justin aprobó ese gusto sencillo. No necesitaba, en realidad, muchos adornos para brillar.

Porque brillar, brillaba por sí misma.

Su mirada, ardiente y ávida, sucumbió a la tentación del hueco de sus pechos. Un calor oscuro y rápido tomó forma en él cuando ella suspiró. Dios mío, pensó, todas las mujeres del salón se esfumaban con su presencia. Estaba madura como un melocotón dulce listo para ser arrancado del árbol.

Clavó los ojos con reticencia en su rostro, sólo para descubrir una mirada azul atroz, en la que su boca se apretaba en una pequeña mueca de disgusto.

Decidió mantenerse a un brazo de distancia por el momento. Tenía miedo de que si se acercaba un poco más, pudiera echarle las manos al cuello.

—¿Por qué me mira así? —preguntó Arabella.

—Lo único que hago es maravillarme de cómo ha crecido. Debe de poder tratar a muchos hombres desde el mismo nivel de altitud, ¿no es cierto?

Arabella contrajo los músculos. Siempre había odiado su cuerpo. Desde que tenía uso de razón, había sacado una cabeza a todas las mujeres que había conocido.

Pero a Justin Sterling no le igualaba en altura. En realidad, si se ponía erguida y le miraba, sus ojos le llegaban a la altura de la boca, que ahora se curvaba en una sonrisa malévola. Bien pensado, era una sensación agradable, no sentirse por una vez un gran armatoste. ¡Si fuese otro hombre y no él!

—¡No se burle de mí! —dijo fríamente. Él le dedicó su reverencia más educada.

—No me burlo. —Y sacudió la cabeza.

De nuevo, su mirada se deslizó sobre ella, en ebullición, deteniéndose en la maravilla de unos pechos que se adivinaban bajo el talle del vestido.

—Ah, sí —murmuró—, ¡ha cambiado mucho!

En silencio, Arabella le deseó lo peor, permitiéndose sólo replicar:

—Veo que usted no.

Aunque lo cierto es que sí había cambiado. Era más grande, incluso más alto de lo que lo había sido a los dieciocho. Ella lo había notado desde el principio. Debajo de su chaqueta, su pecho era ancho, sus hombros esbeltos pero a la vez robustos. Más fuertes aún de lo que recordaba.

Darse cuenta de esto la preocupó de inmediato. Él se acercó.

Ella se resistió a la urgencia de dar un paso atrás.

—¿Sabe? —continuó—, cuando mi amigo Gideon mencionó a la Inalcanzable, me asaltaron los más extraños pensamientos. Es raro, ¿no cree? —Suspiró—. Ah, pero tengo tantos recuerdos suyos. No agradables, pero recuerdos al fin y al cabo.

—¿No me diga?

—¿No lo recuerda? Bien, entonces déjeme que le refresque la memoria. Estábamos en los dominios de la viuda duquesa de Carrington, si mal no recuerdo. Había una especie de actividad al aire libre...

—Era un juego —le interrumpió.

—Ah, sí. Bueno, entonces, ahora que ha recuperado la memoria, quizás recordará que estaba avanzando a gatas por el suelo, jugando a algún juego, o eso pensaba yo. Imagine mi sorpresa cuando usted se acercó a mí por debajo de la silla, cogió un alfiler y me pinchó con él en el zapato.

—Quizás debería haber llevado botas —dijo Arabella con sorna.

—Eso es lo que dice siempre Sebastian. Ay, pero su pequeña broma fue siempre un gran motivo de burla para mi hermano.

Arabella hizo una mueca. No es que estuviese orgullosa de su comportamiento de aquel día, pero tampoco estaba dispuesta a ceder terreno frente a él.

—Empiezo a recordar. Salió cojeando, ¿no es cierto?

—De hecho, hice todo lo posible para no encontrarme con usted, pero vio mi caballo y vino corriendo hacia mí. Pensé que quería disculparse, por eso me detuve. Me ofreció su mano para que se la besara (como hacen las señoritas) por lo que se la tomé. Pensé que era seguro, dado que la duquesa nos estaba mirando.

Según iba hablando, Justin se iba acercando a Arabella. Esta vez, sí que intentó dar un paso atrás, pero la columna se lo impidió. No había ningún sitio donde escapar de él. Cuando, de hecho, escaparse era en ese momento lo único que ocupaba su mente. El brillo de sus ojos aceleraba su corazón y su pulso. ¿Qué demonios se proponía?

Ella le miró directamente a los ojos. El hombre más guapo de toda Inglaterra. Había oído historias sobre él. Sabía que algunas mujeres le consideraban encantador, irresistible. Para Arabella no era sino el peor canalla que una podía imaginarse.

—¿Le importaría dejarme en paz?

—Señorita Templeton, ¡qué maleducada! Aún no he terminado mi historia.

—Conozco el final.

Justin continuó como si no la hubiese escuchado:

—Entonces, la duquesa se dio la vuelta. Usted cerró su mano en un puño y me golpeó en la cara con todas sus fuerzas. Me dejó sangrando como si hubiese participado en un combate de boxeo. De hecho, eso fue lo que me vi obligado a decir a mis amigos.

—¡Así que mintió!

No intentó siquiera ocultar su desdén.

—Obviamente, usted conoce poco sobre el honor masculino. ¿Cómo podía decir que había sido abatido por una niña salvaje?

Arabella resopló, sin duda, un sonido poco adecuado para una dama. ¿Qué podía saber un hombre como Justin Sterling sobre el honor? No era sino una rata egoísta, a quien no le importaba otra cosa que no fuera él mismo y sus propios placeres.

Su idea sobre él cambió poco cuando escuchó su risa, ¡el descarado! A Arabella le incomodaba ser el motivo de su divertimento. Sus ojos se detuvieron a la altura de sus hombros.

—No veo a su compañero. ¿No sería mejor que fuese a buscarle?

—Vamos, no puedo dejarla aquí sola. No, si me tengo por un hombre galante. La vi aquí escondiéndose de sus admiradores, en particular del querido Walter, y decidí venir a rescatarla.

Arabella estaba furiosa. ¡Maldita sea! Podía ser también muy observador: por su bienestar... y por el de ella.

—Me sorprendió que recordase mi nombre —comentó Arabella con frialdad—, ahora veo que no lo olvidó porque se sintió herido en su orgullo.

De nuevo esa mirada en ebullición.

—Está siendo injusta consigo misma. Acabo de pasar tres meses en el continente y, a mi regreso, ¿qué es lo que encuentro? ¡A toda la alta sociedad desvariando por la Inalcanzable! Y no sin motivos, debo admitir.

Su espalda se encogió.

—Le suplico que no hable de mí con tanta trivialidad.

—Me limito a relatar la realidad. Mi amigo Gideon me regaló los oídos contándome múltiples historias sobre sus pretendientes. Y deben ser todas ciertas, puesto que por lo que he podido constatar esta noche, los hombres tienen tendencia a mirarla.

—De la misma manera que las mujeres tienen tendencia a mirarlo a usted.

—Y usted, señorita Templeton, ¿se encuentra entre esas mujeres?

Su tono fue envolvente, casi como una perezosa caricia... acompañada de una sonrisa en perfecta armonía. Arabella se quedó atónita, incluso algo furiosa. ¿De verdad pensaba que se permitiría sentirse atraída por ese... por él?

Al parecer así era.

—Déjeme decirle algo, señor. Si alguna vez tuviese la oportunidad de fijarme en usted, lo haría sin duda por su impúdica arrogancia.

Para su desconsuelo, su sonrisa devastadora no hizo sino profundizarse.

Algo que la reafirmó en su determinación.

—... y si alguna vez tiene la oportunidad de hacerme temblar de la cabeza a los pies, la razón no será otra que la del disgusto. En lo que a mí respecta, señor, nunca he permitido que una cara bonita y una sonrisa atractiva influyan en mis sentimientos.

Justin no se dejó amedrentar.

—Señorita, pero usted está siendo de lo más hiriente esta noche. Quizás estaba equivocado cuando dije que había cambiado.

—Usted tampoco ha cambiado, señor. —Habían pasado once años desde la última vez que se habían visto. Once años y todavía era un joven macho engreído. Un derrochador. Un mezquino. Un rompecorazones. Ella lo sabía muy bien.

—Me siento alagado por lo bien que se acuerda de mí.

—No lo esté —dijo distante—, aun en el caso de que su reputación no le precediese, debo decir que tengo una excelente memoria con las caras.

La miró, aquella sonrisa malvada aún en sus labios.

—Le confieso, mi querida señorita Templeton, que empiezo a tener curiosidad por saber qué es lo que hace que los hombres se acerquen a usted como moscas a la miel. Desde luego, no debe de ser su manera de coquetear.

Antes de que pudiera darse cuenta de lo que Justin estaba tramando, le arrebató la mano. Arabella trató de retirarla, pero él la tenía atrapada entre sus dedos vigorosos.

—No se atreva a protestar, querida. Tenemos público.

Ay, Dios, tenía razón. Algunas cuantas cabezas se habían dado la vuelta a contemplarles. Y Walter estaba allí de pie, desplazado, mirando a todo el mundo como si le hubiesen dado una paliza.

Justin se acercó a ella aún más.

—Señorita Templeton, nuestro encuentro ha sido —hizo una pausa fingida como para reflexionar— otro momento memorable.

La precaución se esfumó como el viento. En sus labios se adivinó una sonrisa burlona:

—Y debería decir que ha sido un placer, pero lo cierto es que no lo ha sido —concluyó Arabella.

La presión de sus dedos se hizo aún más fuerte. Dio un paso más para acercarse, estaban ya tan cerca que el cuerpo de Justin impedía a Arabella ver al resto de los invitados.

—Una advertencia, querida. Ándese con cuidado, porque mi reputación no es injustificada.

Su respuesta le llegó afilada como una flecha.

—No le temo, señor.

—Pues quizás debería.

—Ah, pero usted no muerde ¿recuerda?

—Quizás mentí. En realidad, se me conoce por comer a las niñas pequeñas como usted.

Arabella se irguió en toda su altitud:

—Ni soy una niña ni soy pequeña, y le prometo que encontraría mi piel bastante dura.

Justin echó hacia atrás la cabeza y se rió. Arabella estaba furiosa, no le entusiasmaba provocarle tanta diversión.

—Me negó la oportunidad de besar su mano una vez. Me temo que debo hacerlo ahora.

No hubo manera de detenerlo. Antes de que pudiera protestar, él ya había levantado la mano. Sus ojos se enredaron en el momento en que él inclinó lentamente su oscura cabeza. Los ojos de Arabella se abrieron con asombro, al igual que su boca. Se quedó allí, de pie, demasiado impresionada para moverse, sin poderse creer lo que acababa de ocurrir. Ella había esperado un suave beso, apenas soplado sobre la piel de su mano. Pero en su lugar, Justin Sterling la sorprendió con algo completamente...

¡El muy granuja la había mordido!