Tres relatos de la muerte de Claudio

 

 

I

 

 Y no mucho después de esto firmó su testamento, con los sellos de todos los magistrados principales. Luego de lo cual, antes de que pudiese seguir adelante, se lo impidió y obstaculizó Agripinila, a quien todos los que eran cómplices suyos y la aconsejaban, si bien eran delatores, la acusaron, además de éste, de muchos otros crímenes. Y en verdad, todos aceptan que fue muerto por el veneno, pero en cuanto a quién se lo administró, y qué veneno fue, hay algunas discrepancias. Algunos escriben que mientras participaba en una fiesta del castillo del Capitolio, con los sacerdotes, le fue administrado por Haloto, su eunuco probador de comidas; otros afirman que en una comida, en su propio hogar, y por la propia Agripinila, quien le ofreció un hongo envenenado, sabiendo que esos manjares le gustaban muchísimo. En cuanto a los accidentes que siguieron después de eso, los informes varían. Algunos dicen que inmediatamente después de recibir el veneno quedó sin habla, y continuó toda la noche en dolorosos tormentos, hasta morir un poco antes del día. Otros afirman que al principio cayó dormido, y luego, mientras la carne del hongo fluía y flotaba de un lado al otro dentro de su cuerpo, lo vomitó todo. Pero en cuanto a si el veneno que se le administró después fue incluido en un potaje espeso (haciendo ver que tenía necesidad de volver a alimentarse, ya que había quedado con el estómago vacío), o si se le administró por medio de una enema, fingiendo que se lo creía recargado de alimentos y repleto, a fin de que pudiese ser aliviado por ese tipo de digestión y purificación, ello es incierto. Su muerte fue mantenida en secreto durante un tiempo, hasta que quedaron arregladas todas las cosas en lo referente a su sucesor. Y luego se hicieron votos en su favor, y también se llevaron actores cómicos al lugar, como si todavía estuviera enfermo, en apariencia para solazarlo y deleitarlo, como si tuviese una enorme ansia de tales diversiones. Murió tres días antes de los Idus de octubre, cuando Asinio Marcelo y Acilio Avióla eran cónsules, en el año 64 de su edad, y en el decimocuarto de su imperio. Su funeral se llevó a cabo con solemne pompa y una procesión de magistrados, y fue canonizado santo en el cielo{*}, honor que, eliminado y abolido por Nerón, recobró después gracias a Vespasiano.

 Hubo signos especiales que presagiaron y pronosticaron su muerte; a saber, la aparición de una estrella velluda que llaman cometa; también que el monumento de su padre Druso fue herido por el rayo, y el hecho de que en el mismo año habían muerto la mayor parte de magistrados de todo tipo. Pero él mismo no parece haber ignorado que su fin se aproximaba, ni haber tratado de eludirlo, lo que puede entenderse por una buena cantidad de elementos y demostraciones. Porque en la ordenación de sus cónsules no designó a ninguno de ellos para más de un mes, plazo en el cual murió, y además en el Senado, la última vez que presidió la sesión, después de un larga y sincera exhortación a la concordia entre sus hijos, recomendó humildemente su juventud a los miembros de la honorable casa; y en su última sesión judicial en el tribunal pronunció una o dos veces, abiertamente, que había llegado ya al fin de su mortalidad, a pesar de que los que lo escucharon se lamentaron de oír semejantes palabras, y rezaron a los dioses para que no resultaran ciertas.

 

Suetonio, Claudio

Traducción Philemon Holland (1606)

 

 

II

 

 

 En medio de esta vasta acumulación de ansiedades, Claudio fue atacado de enfermedad, y para la recuperación de su salud recurrió al aire suave y a las aguas saludables de Sinuessa. Fue entonces cuando Agripinila, decidida desde hacía mucho tiempo a la acción impía, y aprovechando ávidamente la ocasión, ayuda como estaba por perversos agentes, deliberó en cuanto a la naturaleza del veneno que utilizaría, respecto de «si debía ser repentino e instantáneo en su funcionamiento», y si en ese caso la desesperada medida no surgiría a la luz; y si elegía materiales lentos y corrosivos en su operación, si Claudio, cuando se aproximara su fin, y habiendo descubierto quizá la traición, no reanudaría su afecto para con su hijo. Entonces se decidió por algo de una naturaleza muy sutil, «que le desordenase el cerebro y exigiera tiempo para matar». Se eligió a una experimentada artista en tales preparaciones, llamada Locusta, últimamente condenada por envenenamiento, y reservada desde hacía mucho tiempo como uno de los instrumentos de la ambición. Gracias a la destreza de esa mujer, se preparó el veneno; para administrarlo se designó a Haloto, uno de los eunucos, cuyo oficio consistía en servir las comidas del emperador y probar las viandas.

 En rigor, todos los aspectos de esa transacción se conocieron después tan en detalle, que los escritores de estos tiempos están en condiciones de relatar «cómo el veneno fue vertido en una fuente de hongos, que le gustaban sobremanera; pero no se percibió de inmediato su efecto, ya fuera porque sus sentidos quedaron anulados, o por efecto del vino que acababa de beber». Al mismo tiempo cierto relajamiento de los intestinos pareció hacerle algún bien. Entonces Agripinila se sintió desconsolada, pero como su vida estaba en peligro, pensó muy poco en lo odioso del procedimiento y pidió ayuda a Jenofonte, el médico a quien ya había implicado en sus culpables propósitos. Se cree que entonces él, como si tratara de ayudar a Claudio en sus esfuerzos por vomitar, le introdujo en la garganta una pluma untada de mortal veneno, sin ignorar que en los actos desesperados de villanía la tentativa sin el hecho es peligrosa, en tanto que para asegurar la recompensa deben ser llevados a cabo en el acto.

 Entretanto se reunió el Senado, y los cónsules y pontífices ofrecieron votos para la recuperación del emperador, mientras éste, ya muerto, fue cubierto con ropas y aplicaciones cálidas, para ocultar la muerte hasta que las cosas estuviesen dispuestas de modo que Nerón recibiera el imperio. Primero actuó Agripinila, quien fingiendo sentirse abrumada por la pena, y buscando ansioso consuelo, tomó a Británico entre sus brazos, y lo llamó «el modelo mismo de su padre», y por varios artificios le impidió abandonar la estancia. De la misma manera detuvo a Antonia y Octavia, sus hermanas, e hizo vigilar estrechamente todos los accesos a palacio. De vez en cuando hacía saber que el príncipe estaba recuperándose y que los soldados podrían abrigar esperanzas hasta el auspicioso momento, predicho por los cálculos de los astrólogos.

 Al final, el décimotercer día de octubre, al mediodía, las puertas de palacio se abrieron de pronto de par en par y Nerón, acompañado de Burrho, se adelantó hacia la cohorte que, de acuerdo con la costumbre del ejército, mantenía la guardia. Allí, a una señal hecha por el prefecto, fue recibido con gritos de alegría.'e instantáneamente colocado en una litera. Se informó que hubo algunos que vacilaron, que miraron hacia atrás con ansiedad y preguntaron con frecuencia dónde estaba Británico, pero como nadie se adelantó para oponerse, abrazaron la elección que se les ofrecía. De tal modo, Nerón fue llevado al campamento, donde, después de un discurso adecuado a la exigencia, y de promesas de regalos iguales a los que había hecho el extinto emperador su padre, fue saludado como emperador. La voz de los soldados fue seguida por los decretos del Senado; y tampoco hubo vacilación alguna en las distintas provincias. A Claudio se le decretaron honores divinos y sus ritos funerarios fueron solemnizados con la misma pompa que los de Augusto deificado; Agripinila emuló la magnificencia de su bisabuela Livia. Pero su testamento no fue leído, por temor de que la preferencia del hijo de su esposa sobre su propio hijo excitase los pensamientos del pueblo por su injusticia y bajeza.

 

Tácito, Anales

Traducción de Oxford

 

 

III

 

 

 Claudio se encolerizó con las acciones de Agripinila, de las cuales comenzaba a tener conciencia, y buscó a su hijo Británico, quien adrede había sido mantenido fuera de su vista por ella, la mayor parte del tiempo (porque hacía todo los posible para conseguir el trono para Nerón, ya que éste era su propio hijo con su ex esposo Domicio). Y exhibió su afecto cada vez que encontraba al niño. No quiso soportar la conducta de Agripinila, sino que se preparó para poner fin a su poder, haciendo que su hijo se pusiera la toga virilis y declarándolo heredero del trono. Al enterarse de esto, Agripinila se alarmó y se apresuró a poner remedio con el envenenamiento de Claudio, pero como debido a la gran cantida de vino que bebía, y a sus hábitos generales de vida, que todos los emperadores en general adoptan para su protección, no podía ser dañado fácilmente, mandó a buscar a una famosa traficante en venenos, una mujer llamada Locusta, que recientemente había sido condenada por esa misma acusación. Y preparó con su ayuda un veneno cuyo efecto era seguro, que colocó en una de las hortalizas llamadas hongos. Luego ella misma comió de los otros, pero hizo que su esposo comiera uno de los que contenían veneno, porque era el más grande y más hermoso de todos. Y así, la víctima de la conspiración fue sacada del banquete, en apariencia atontada por la fuerte bebida, cosa que había sucedido muchas veces, antes. Pero durante la noche el veneno hizo su efecto, y falleció sin haber podido decir u oír una palabra. Era el trece de octubre, y había vivido sesenta y tres años, dos meses y trece días, siendo emperador durante trece años, ocho meses y veinte días.

 Agripinila pudo hacer esto gracias a que previamente había mandado a Narciso a Campania, fingiendo que éste necesitaba tomar allí las aguas, para aliviarse de su gota. Porque si hubiese estado presente, jamás lo habría logrado, tan cuidadosamente vigilaba Narciso a su amo. Sin embargo, la muerte de Narciso siguió de inmediato a la de Claudio. Fue asesinado al lado de la tumba de Mesalina, circunstancia debida a una simple casualidad, si bien pareció el cumplimiento de su venganza.

 De este modo terminó Claudio. Pareció como si este acontecimiento hubiese sido indicado por el cometa, que se vio durante mucho tiempo; por la lluvia de sangre, por el rayo que cayó sobre los estandartes de los pretores, por la apertura del templo de Júpiter victorioso por sí mismo, por la invasión del campamento por las abejas y por el hecho de que uno de los ocupantes de cada puesto político murió ese año. El emperador recibió los funerales de gala y todos los otros honores que habían sido acordados a Augusto. Agripinila y Nerón fingieron llorar al hombre a quien habían matado, y elevaron al cielo a aquel a quien habían sacado del banquete en una litera. En este punto, Lucio Junio Galo, el hermano de Séneca, fue el autor de una observación muy ingeniosa. El propio Séneca había compuesto una obra que llamó «calabacificación», palabra formada por analogía con «deificación», y se acredita a su hermano el mérito de haber dicho muchas cosas en una sola frase. Como los verdugos públicos estaban acostumbrados a arrastrar al Foro los cadáveres de los ejecutados en la cárcel con grandes ganchos, para de allí llevarlos hasta el río, hizo notar que Claudio había sido elevado al cielo con un gancho. También Nerón nos ha dejado una observación no indigna de anotarse. Declaró que los hongos eran el alimento de los dioses, ya que Claudio, por medio de un hongo, se había convertido en un dios.

 A la muerte de Claudio, la sucesión, en estricta justicia, pertenecía a Británico, que era el hijo legítimo de Claudio, y que, en desarrollo físico, estaba muy adelantado a su edad. Sin embargo, por ley, el poder cayó en manos de Nerón debido a su adopción. Pero ninguna pretensión es más fuerte que la de las armas. Porque todo el que posea una fuerza superior parece tener siempre el máximo derecho de su parte, diga o haga lo que fuere. Y de tal modo, Nerón, habiendo destruido primero el testamento de Claudio y habiéndole sucedido como amo de todo el imperio, eliminó a Británico y a sus hermanas. ¿Por qué entonces habría que lamentar las desdichas de las otras víctimas?

 

 Dion Casio, libro LXI

 Como fue compendiado por Xifilino y Zonaras

(Traducción Cary)