54. Las palabras y su realización

Era una mañana en la que Maharaj tal-vez sentía un poco más de lo habitual su debilidad física. Podían advertirse con claridad los efectos inexorables de la terrible enfermedad en su cuerpo, pese a su espíritu indomable. Parecía frágil y exhausto.

Se sentó en el lugar de siempre, muy quieto, casi inmóvil, y completamente ajeno al dolor que seguramente era muy intenso. Entonces comenzó a hablar muy quedo, de manera muy suave: uno tenía que concentrarse mucho para captar sus palabras.

“Lo que ven —dijo— como mi presencia en tanto fenómeno significa mi ausencia como noúmeno. Nouménicamente, no puedo tener ni presencia ni ausencia porque ambos son conceptos. El sentido de presencia es el concepto que transforma la unicidad del Absoluto en la dualidad de lo relativo. Inmanifestado, soy el potencial que con la manifestación se hace actual.

“Me pregunto —continuó Maharaj— si estas palabras en verdad les dicen algo, ¿o son meras palabras? Yo no dudo, desde luego, de su sinceridad. Ustedes han venido aquí —muchos desde lugares distantes a un costo considerable— y han dedicado bastante tiempo a sentarse en el suelo, a lo cual la mayoría de ustedes no está acostumbrado, y en realidad parecen prestar atención a lo que digo. Pero deben entender que, a menos que haya un tipo particular de receptividad, las palabras sólo podrán lograr un limitado propósito. Tal vez podrían despertar su curiosidad intelectual y excitar su deseo de conocimiento, pero no revelarían su verdadero significado.

“Ahora bien, ¿en qué consiste este tipo especial de receptividad? Aquí, una vez más, uno se encuentra con la limitación endémica de la comunicación mediante palabras. Significaría algo para ustedes si les dijera que “ustedes” han venido aquí a escucharme, pero deben escucharme teniendo como fundamento que “ustedes” son del todo ilusorios, que no existe en realidad un “ustedes” que pueda atender a mis palabras y obtener un beneficio. En verdad, debo ir más lejos y decir que a menos que abandonen su papel como individuos que escuchan y esperan obtener algún beneficio de lo que oyen, las palabras serán tan sólo sonidos vacíos. Lo que hace imposible la apercepción es el hecho de que, aun cuando ustedes pueden estar dispuestos a aceptar la tesis de que todo en el universo es ilusorio, ¡no es así cuando se trata de incluirse ustedes mismos en esta ilusión! ¿Se percatan de cuál es entonces el problema? ¿O se trata más de una broma que de un problema?

“Cuando acepten —permítanme no decir “si aceptan”— esto como base de su atención, es decir, cuando pierdan todo interés en el oyente que desea ser un “mejor” individuo al escuchar estas palabras con la esperanza de “esforzarse” por una mejora perceptible, ¿saben entonces qué sucederá? Entonces, en tal estado de escucha intuitiva, cuando el oyente no se inmiscuye más, las palabras muestran y dejan ver su sentido sutil y secreto que la mente abierta o “en ayuno” ha de comprender y apercibir con una convicción profunda e inmediata. ¡Entonces las palabras habrán al menos logrado su propósito limitado!

“Cuando el oyente permanece en un estado de suspensión sin tomar parte en el acto de escuchar como tal, en realidad lo que sucede es que la mente relativa, dividida, contiene de manera automática su tendencia natural a meterse en interpretaciones tortuosas de las palabras y con ello se mantiene al margen del continuo proceso de objetivación. Esto le permite a la mente total estar en comunión directa con los propios actos de hablar y de escuchar y propiciar de este modo el yoga de las palabras, haciendo posible que las palabras entreguen su más íntimo sentido y su más sutil significado.