15. Un ciego con visión
Cierto día, al final de una sesión de diálogo y exposición un poco larga, durante la cual Maharaj condujo en repetidas ocasiones a su audiencia al punto básico de su enseñanza (que la presencia conciente, el “yo soy”, es el concepto original a partir del cual todo lo demás aparece, y que este concepto en sí no es más que una ilusión) formuló la siguiente pregunta: “¿Han entendido lo que trato de decirles?”
Esta pregunta la dirigió a todos los que lo escuchaban.
Todos guardaron silencio, sólo uno de ellos dijo: “Sí Maharaj, he entendido tus palabras de manera intelectual, pero...”. Maharaj escuchó la respuesta y sonrió cansadamente, quizás porque le divertía el hecho de que su interlocutor, aunque dijo que entendía, en realidad no había entendido. Pasó entonces a explicar con más claridad el tema de manera categórica:
1. El conocimiento de “yo soy”, o la conciencia, es el único “capital” con que cuenta un ser sensible. De hecho, sin la conciencia no tendría sensibilidad alguna.
2. Cuando no está presente este sentido de “yo soy”, como sucede en el sueño profundo, no existe cuerpo, mundo externo, ni “Dios”. Es evidente que una minúscula chispa de esta conciencia contiene el universo entero.
3. No obstante, la conciencia no puede existir sin un cuerpo físico, y puesto que la existencia del cuerpo es temporal, así debe serlo la de la conciencia.
4. Finalmente, si la conciencia es limitada en el tiempo y no eterna, ningún conocimiento adquirido por su medio puede ser la verdad y, por consiguiente, debe rechazarse, o, como he dicho, darse a Brahmán como una ofrenda, pues Brahmán es la conciencia, el ser, el sentido de ser yo, Ishwara, Dios, o como le quieran llamar. En otras palabras, los opuestos interrelacionados, tanto el conocimiento como la ignorancia, forman parte de lo conocido y, en consecuencia, no de la verdad —la verdad sólo se encuentra en lo no conocido—. Una vez que esto se comprende en forma cabal, no queda nada por hacer. De hecho, no hay realmente ninguna “entidad” que pueda hacer algo.
Después de pronunciar estas palabras, Maharaj se quedó callado, con los ojos cerrados. El pequeño cuarto parecía sumergido en una paz resplandeciente. Nadie pronunció una sola palabra. Por qué es, me pregunté, que la mayoría de nosotros no puede ver y sentir la manifestación dinámica de la verdad que una y otra vez nos presenta Maharaj.
Y por qué algunos de nosotros —aunque muy pocos— la ven en un instante.
Después de un rato Maharaj abrió los ojos y todos volvimos a nuestro estado normal; entonces alguien llamó su atención hacia el pobre joven ciego que recién había asistido a sus pláticas, dos veces tan sólo, una en la mañana y otra esa misma tarde, y había vuelto “liberado”. Al fin de la sesión, el joven se despidió de Maharaj y alguien le preguntó si había entendido, a lo que respondió de modo convencido: “Sf. Y cuando el propio Maharaj le preguntó qué había entendido, se sentó serenamente durante unos cuantos minutos y entonces dijo: “Maharaj, no encuentro las palabras adecuadas para expresar lo agradecido que estoy contigo por haberme revelado la realidad total en forma tan clara, simple y repentina. Podría resumir de este modo tu enseñanza:
1. Me pediste que recordara lo que era yo antes de que tuviera este conocimiento de “ser yo” junto con este cuerpo, es decir, antes de que yo “naciera”;
2. Dijiste que este cuerpo con conciencia se había encontrado conmigo sin mi conocimiento ni consentimiento y, por consiguiente, “yo” nunca “nací”;
3. Este cuerpo con conciencia que “nació” es temporal y, cuando desaparezca al final del tiempo que tiene asignado, volveré a mi estado original, que siempre está presente, aunque no de manera manifiesta;
4. Por lo tanto, yo no soy la conciencia y en verdad tampoco el complejo físico que alberga a esa conciencia;
5. Finalmente, comprendo que sólo existe Yo; ni “yo” ni “mío”, ni “tú”, sólo esto que es. No hay más esclavitud que la proveniente del concepto de “yo” y “mío” en tanto persona separada en esta totalidad de manifestación y movimiento.
Después de escuchar estas palabras del muchacho ciego, pronunciadas con tan profunda convicción, Maharaj le dirigió una mirada amorosa y comprensiva y le preguntó: “¿Qué harás ahora?” La respuesta fue: “Maestro, verdaderamente te he comprendido. No voy a hacer nada. Seguiré viviendo”.
Entonces presentó sus respetos a Maharaj con devoción infinita y se marchó.
El joven ciego no lo era en realidad, dijo Maharaj. Tenía la visión de la verdad. Hay pocos como él.