32. Una experiencia personal
No es extraño que Maharaj, en el curso de una sesión, elija a alguno de los visitantes asiduos y le pregunte cuál ha sido su reacción personal al escuchar sus pláticas. En tales ocasiones, puede suceder que Maharaj pregunte: “Específicamente ¿qué es lo que has concluido de mis pláticas que se haya quedado enclavado en tu mente?” O bien puede decir: “Después de haber escuchado lo que tengo que decir, ¿a qué conclusión segura has llegado con respecto a tu verdadera identidad?” He podido darme cuenta de que todo lo que Maharaj dice es siempre espontáneo y de que es inútil, por lo tanto, tratar de imaginar las razones específicas por las que hace tales preguntas a ciertas personas.
La reacción inmediata a este cuestionamiento por parte de Maharaj es, naturalmente, el desconcierto; sin embargo, lo cual es comprensible, también suele ser una confesión en el sentido de que a la escucha de sus palabras (shravana), no siguió una meditación personal adecuada sobre ellas (mañana), y mucho menos una con la que se logre una convicción (nididhyasana), que es el único procedimiento cuyo seguimiento progresivo recomienda Maharaj siempre que algún devoto insiste en que le recomiende alguna “acción”.
En una de estas ocasiones, Maharaj se dirigió a uno de los visitantes regulares y le dijo: “Eres un hombre culto y has estado asistiendo a mis pláticas ya por bastante tiempo, con gran paciencia, intensidad y profunda concentración. Dime en pocas palabras cuál consideras tú que es la esencia de lo que he estado tratando de comunicar”. Maharaj parecía particularmente interesado en la respuesta, pues la esperó con paciencia durante un buen rato. El devoto en cuestión hizo un esfuerzo evidente para dar una respuesta, pero por una u otra razón no podía ofrecer una exégesis clara. En el tiempo que duró esta pausa, tan extraordinariamente calmo y silencioso, de forma espontánea apareció en mi mente una respuesta: “El despertar no puede darse en tanto persista la idea de que uno es alguien que busca”.
Cuando terminó la sesión y los visitantes se habían ido, sólo permanecimos con Maharaj mi amigo Mullarpattan y yo; le mencione entonces a Maharaj que había venido a mi mente una respuesta clara a su pregunta mientras aguardábamos la contestación del devoto, pero que no me había parecido apropiado decirlo durante la sesión. Interrogado por Maharaj, le dije cuál era esa respuesta. El me pidió que la repitiera, y así lo hice, con más calma y claridad. Al escucharla, Maharaj permaneció con los ojos cerrados y una sonrisa en los labios por unos momentos; parecía complacido con la respuesta. Le preguntó entonces a Mullarpattan si tenía algo que decir con respecto a mi respuesta, a lo que Mullarpattan respondió que no tenía ningún comentario que hacer y allí se dejó la cuestión. Me pareció una lástima, pues de haber habido algún comentario por parte de mi amigo, casi con toda seguridad Maharaj nos habría obsequiado por lo menos con una breve disertación sobre el tema.
Hubo otra ocasión de particular importancia para mí en lo personal. Mientras realizaba la traducción en cierta sesión, fui repentinamente interrumpido por Maharaj. Debo mencionar aquí que algunos días mi traducción parecía tener mucha más fluidez, más espontaneidad que otros días, y ésta fue una de esas ocasiones. Mientras hablaba, tal vez con los ojos cerrados, no me percaté de la interrupción de Maharaj hasta el momento en que mi vecino me golpeó con firmeza en la rodilla, y entonces me di cuenta de que Maharaj me estaba pidiendo que repitiera lo que acababa de decir. Me tomó unos momentos recordar lo que había dicho y en este instante me sentí curiosamente transformado en un testigo distante y casi desinteresado, fuera de contexto, con respecto al diálogo que tenía lugar entre Maharaj y yo. Cuando, después de un rato, retomé el marco de referencia pertinente, encontré a Maharaj reclinado en su asiento con una sonrisa de agrado en los labios en tanto los visitantes parecían boquiabiertos viéndome desconcertados. La sesión pasó entonces a su conclusión normal, y de ahí en adelante mi traducción me pareció un tanto mecánica.
Sentí que durante la sesión había ocurrido algo extraño. Desafortunadamente, Mullarpattan no estuvo ese día y no pude consultárselo. Por eso, tomé prestada una grabación de esta plática, pero la grabación era muy mala y las preguntas y respuestas se perdían entre los ruidos del exterior. Con todo y eso, la cinta me fue útil, pues al estar meditando mientras la cinta corría, apareció de nuevo en mi memoria de manera repentina lo que ocurrió en la sesión. ¡No me extraña que los visitantes parecieran haber sido sacados de sus casillas! Yo había estado dialogando con Maharaj y hablándole en términos de completa igualdad, lo cual no habría podido suceder si hubiera estado verdaderamente conciente de lo que estaba diciendo. No fueron las palabras sino el tono de firme convicción lo que debe de haber sorprendido a los visitantes, asombro que yo mismo experimenté al escuchar la cinta. Sólo pude conseguir una cierta tranquilidad y consuelo del hecho de que, al final del diálogo, Maharaj parecía por completo feliz y complacido, podría decirse incluso satisfecho.
El diálogo entre Maharaj y yo se desarrolló en las siguientes líneas:
Maharaj: ¿Podrías repetir lo que acabas de decir?
Respuesta: Dije: “Soy la conciencia en la que el mundo aparece. Por consiguiente, todas y cada una de las cosas que constituyen el mundo manifestado no pueden, en modo alguno, ser algo distinto de lo que yo soy”.
¿Cómo es posible que seas “todo”?
Maharaj, ¿cómo es posible que no lo sea? Todo aquello que la sombra es, no puede en modo alguno ser algo más de lo que la sustancia es. Lo reflejado como imagen, ¿cómo podría ser algo más, o menos, de aquel que refleja?
¿Cuál es tu identidad entonces?
No puedo ser una “cosa”; tan sólo puedo ser todo.
¿Qué tipo de existencia es la tuya en el mundo entonces? ¿En qué forma existes?
Maharaj, como Yo, ¿acaso me es posible existir con una forma? Y sin embargo, en términos absolutos siempre estoy presente y en términos relativos existo como la conciencia, en la cual se refleja toda manifestación. La existencia sólo puede ser objetiva, relativa, y Yo, por lo tanto, no puedo tener una existencia personal. La “existencia” incluye la “no existencia”, aparición y desaparición, temporalidad. En cambio, Yo siempre estoy presente. Mi presencia absoluta en tanto intemporalidad es mi ausencia relativa en el mundo finito. No, Maharaj, no hay en ello egoísmo alguno (quizás había alzado Maharaj su mirada oscura). Esto, claro está, sólo puede apercibirse cuando el ego se derrumba. Y cualquier persona puede decirlo, sólo que entonces no hay “alguien” que pueda “decirlo”. Lo único que hay es apercepción.
Muy bien, prosigamos.
La conversación prosiguió entonces y continué traduciendo las preguntas de los visitantes y las respuestas de Maharaj hasta el final de la sesión. Más tarde, medité largamente sobre la cuestión de la esclavitud y la liberación que Maharaj expuso y traté de determinar con claridad sus implicaciones para mí en mi vida diaria. Hice una recapitulación de las ideas de las que me había empapado, me puse, por así decirlo, a rumiarlas, expresión que, por cierto, Maharaj emplea con no poca frecuencia.
Cuándo la Conciencia Impersonal se personaliza a partir de su identificación con el objeto sensible que se concibe como “yo”, el efecto es que el Yo, el sujeto en esencia, se transforma en un objeto. Es esta objetivación de la subjetividad pura (que limita el potencial infinito), esta falsa identidad, lo que puede llamarse “esclavitud”. Es de esta “entificación” (identificación como entidad) de la que se busca liberarse. La liberación no puede ser, por lo tanto, otra cosa que la apercepción, o comprensión inmediata, de lo falso como falso, la visión de la falsedad de la autoidentificación. Liberación es percatarse de que es sólo la conciencia la que intenta hallar la fuente no manifestada de la manifestación, y no la halla, ¡pues el buscador mismo es lo buscado!
Comprendido esto a fondo ¿qué implicaciones tiene para “mí” en relación a la vida cotidiana? Mi idea básica ahora es que no puede existir en ningún momento una entidad individual, como tal, con voluntad independiente para actuar. ¿Cómo puedo “yo” entonces, albergar propósitos para el futuro? Y si dejo de tener intenciones, ¿cómo puede haber conflictos sicológicos? En ausencia de intenciones no puede haber ninguna base sicológica para involucrarse en el karma. Habría entonces una conformidad completa con todo lo que pueda suceder, una aceptación de los sucesos sin sentimiento alguno, ya sea de logro o frustración.
Esta forma de vida sería, pues, no volitiva (una ausencia de voluntad tanto positiva como negativa, una ausencia de acción y de omisión deliberadas), un transcurrir por el tiempo de vida que “me” ha sido asignado, sin deseo de nada ni rechazo alguno, de tal modo que esta “vida” (esta duración de la conciencia que ha caído sobre mi verdadero estado original como un eclipse) desaparezca a su debido tiempo, abriéndome a mi presencia absoluta. ¿Qué más podría “uno” (alguien conceptual) querer?