Prólogo

No era mi intención escribir un libro sobre la enseñanza de Sri Nisargadatta Maharaj. El material que en este libro aparece brotó de modo espontáneo, como si fuese dictado, en un frenesí que sobrecargó mi ser con una fuerza compulsiva a la que no era posible más que asentir. No había alternativa, tenía que escribir, reducir al nivel verbal la comprensión abstracta de las palabras del Maestro. Fue, en realidad, más una tarea de escuchar que de escribir palabras y frases en apariencia formadas sobre el papel ante mí.

Una vez escrito el primer pasaje, ahora capítulo de este libro, me di cuenta de que mis pensamientos volaban aventajando la escritura. Y lo que escribí quedó en una carpeta, guardado, sin volver siquiera a ser leído. No supuse entonces que hubiese más que escribir al respecto, y mucho menos cincuenta y tantos pasajes. A cada momento aparecía esta sensación de compulsión a escribir sobre un tema particular del que pudo haberse ocupado Maharaj, y en todos los casos el artículo fue guardado en la carpeta sin más revisión o, cuando menos, relectura.

Cuando había reunido cerca de quince artículos, un amigo mío, Keki Bunshah, de Hong Kong, ferviente compañero devoto, llamó casualmente a mi casa. Mientras discutíamos acerca de cierto asunto, se me ocurrió mencionar que justo el día anterior había escrito algunas notas sobre el mismo tema. A Keki, siempre tan perspicaz, naturalmente no podía escapársele lo que ya había dicho e insistió en que le permitiera leer el artículo. Y después, desde luego, tuvo que leer también los otros. Fue así como decidió mecanografiarlos, con una copia para él, claro está.

En ese momento me vi en un verdadero apuro, pues no había mencionado nada a Maharaj acerca de estos escritos intuitivos. En realidad no había dicho nada a nadie sobre el asunto, ni siquiera a mi amigo y colega Saumitra Mullarpattan, quien había estado traduciendo las charlas de Maharaj mucho antes de que el Maestro me pidiera a mí también que fuera su intérprete. Cuando le hablé a Mullarpattan sobre los escritos intuitivos y de mi conflicto, el número de artículos había crecido a cerca de 25. La inspiración para escribir parecía venir a intervalos irregulares, solía escribir de prisa y en forma compulsiva cinco o seis pasajes cada vez y, luego, nada durante unos días.

Una mañana, después de la sesión habitual, Mullarpattan y yo llevábamos a Maharaj a dar un paseo en el automóvil cuando, sin previo aviso, Mullarpattan sacó a colación los artículos. El estaba, al igual que yo, conciente de que Maharaj recomendaba en general a sus devotos no escribir ni dar pláticas acerca de sus enseñanzas, presumiblemente por dos razones:

1. el que escriba puede no haber entendido el tema con la profundidad requerida, haberlo entendido sólo de modo superficial, o puede en verdad no haberlo entendido en lo más mínimo, y

2. puede sentirse tentado a erigirse en seudogurú y provocar un gran daño a todos.

Así pues, Mullarpattan se refirió a ello con mucho tacto, exponiendo de manera muy clara el hecho de que todo lo escrito era esencialmente espontáneo y no resultado de haberme sentado deliberadamente a escribir sobre cuestiones específicas, y que la velocidad misma con la que las palabras habían ido saliendo a raudales sobre el papel, demostraba que el escrito no había sido planeado. Yo me hallaba sentado en el asiento delantero del auto y Maharaj y Mullarpattan iban en la parte de atrás. Mientras Mullarpattan decía todo esto, no hubo ninguna clase de reacción oral por parte de Maharaj, ¡ni un solo sonido!, de modo que, con gran inquietud, me volví para mirar y pude ver a Maharaj por completo relajado, reclinado en el asiento con los ojos cerrados y la más beatífica sonrisa en los labios. El mensaje era claro; él ya sabía de estos artículos; tenía que saberlo. Lo que es más, se sentía complacido.

Cuando Mullarpattan concluyó, Maharaj se incorporó y dijo: “Deja que los artículos continúen, tantos como puedan surgir por sí mismos. La espontaneidad es lo esencial. No insistas ni te resistas”. En ese momento Mullarpattan sugirió que se publicaran los artículos, y yo intervine diciendo que podrían publicarse bajo un seudónimo, pues era conciente de que yo no era más que un instrumento para su escritura.

Maharaj estuvo de acuerdo enseguida en que debían publicarse, pero insistió en que se mencionara claramente el nombre del autor, “pese a que —añadió— sé que ambos están concientes de que todo escrito se origina en la conciencia, de que hay escritos mas no autores”.

Fue un enorme alivio para miel que, a partir de entonces, Maharaj no sólo supiera todo acerca de los escritos, sino que se sintiera complacido con ellos y los hubiera bendecido.

Contenido del libro.

1. Las exposiciones de la enseñanza de Maharaj que componen este libro no son reproducción de las grabaciones de las charlas.

2. Se trata, en lo fundamental, de temas discutidos en las sesiones, ya sea cuando Mullarpattan realizó la traducción estando yo presente, o bien cuando fui yo mismo quien la hizo.

3. El tema de cada capítulo ha sido tratado con mucha más profundidad de lo que hubiera sido posible si tan sólo se ofreciera la traducción literal al inglés de las palabras en marati de Maharaj en alguna sesión. Y aunque la parte sustancial de un capítulo proviene de lo discutido en una sesión particular, tuvo que tomarse material adicional de otras reuniones en las que se había tratado el mismo tema con el fin de hacer cada punto más claro y acabado. Sin esta libertad, el tema habría carecido de la profundidad que intento contenga de esta forma.

4. Ninguna traducción a otro idioma podría dar el sentido exacto ni proporcionar el efecto que tienen las palabras en marati de Maharaj en el momento de expresarlas. La traducción de las palabras del Maestro contenida en este libro no es una hiera versión literal; entraña necesariamente una interpretación de lo que en forma clara parecía implicar el uso de Maharaj del idioma marati, uso que es a la vez imaginativo, enérgico y en ocasiones parco aunque contundente.

5. Tal vez el lector considere que podría haberse evitado la repetición de muchas de las palabras de Maharaj, la cual se da una y otra vez en varios capítulos. Pero tales repeticiones no podrían haberse evitado porque

a. las repeticiones son lo que Maharaj llama martillazos en el colosal condicionamiento que sufren los individuos y que hace que se identifiquen como entidades separadas, impidiendo que contemplen la Verdad; y

b. Maharaj desea recordarnos siempre que no debemos dejarnos enredar en las ramas olvidando la raíz; ésta es la razón por la que nos conduce una y otra vez, de manera reiterada, a la raíz y a la fuente: ¿Qué eras antes de “nacer”?; y, además, porque

c. no se espera que estos pasajes se lean de corrido como una obra de ficción, sino se pretende que en sí mismo cada artículo sea completo.

Puedo mencionar aquí también la declaración frecuente de Maharaj en el sentido de que la comprensión cabal, incluso de una sola de sus aseveraciones, puede llevar a la apercepción de la Verdad íntegra. Debe recordarse además su advertencia, también frecuente, en cuanto a que sólo es válida aquella apercepción de la Verdad en la que desaparece la apercepción misma, es decir, sólo cuando el que busca la Verdad desaparece como entidad. Sólo en la conciencia, dice Maharaj, puede adquirirse conocimiento, y la conciencia misma debe ser comprendida como un mero concepto. En otras palabras, ¡un concepto es la base de todo “conocimiento”!

En un principio pareció necesario incluir en esta obra una nota biográfica breve acerca de Maharaj; más tarde, empero, descarté la idea, no sólo porque los sucesos de la vida honesta y sencilla de Maharaj son muy pocos, sino sobre todo porque él es enemigo de estas cosas: “Esto es materia muerta; tan muerta como las cenizas de un fuego consumido. No estoy interesado en eso. ¿Por qué habrías de estarlo tú?” Así era como rechazaba toda pregunta sobre su pasado.

“¿Es que existe el pasado? —solía preguntar—. En lugar de ocupar tu tiempo en búsquedas infructuosas, ¿por qué no vas a la raíz de la cuestión e indagas sobre la naturaleza misma del tiempo? Si lo haces descubrirás que el tiempo no tiene sustancia como tal; no es más que un concepto”.

Antes de poner fin a esta nota a modo de prólogo, deseo expresar mi agradecimiento a mi amigo Keki Bunshah, quien después de haber leído los primeros pasajes, casi me persiguió con la demanda afectuosa de copias de los otros escritos, y a otro compañero devoto, P.D. Kasbekar, antiguo Secretario en Jefe del gobierno de Maharashtra, por sus sugerencias, las cuales fueron de gran ayuda. De manera particular estoy agradecido a mi estimado amigo Saumitra Mullarpattan, quien, además de haber expuesto a Maharaj el asunto y asegurarme la gracia de su bendición del libro, me alentó constantemente con sus comentarios constructivos a medida que avanzaba el manuscrito.

Agradezco también de manera especial a Sudhakar S. Dikshit, cuya lectura crítica del manuscrito en su etapa final condujo a bastantes mejoras. Dikshit, ferviente seguidor de la enseñanza de Maharaj, dirige la casa editora Chetana, que publicó I am That. En cuanto tuvo conocimiento de que había escrito algo sobre Maharaj, se puso en contacto conmigo y, después de una mera hojeada al manuscrito, ofreció publicarlo. Me siento contento de que mi manuscrito esté en buenas manos, pues la experiencia editorial y la habilidad de Dikshit como editor, sobre todo en el campo específico de la filosofía, es en verdad vasta e internacionalmente reconocida.

Ramesh S. Balsekar.

Bombay febrero de 1982.