XI
1
Yo no había cerrado los ojos, pero tampoco veía. Estaban anegados en lágrimas y pensé que todavía estaba vivo, aunque no lo estaba. Estaba muerto.
El estruendo de la explosión me había ensordecido y posiblemente tenía un agujero en la cabeza en esos instantes. Posiblemente mi cráneo estaba reventado y mi masa cerebral, esparcida sobre las sábanas de Britney. Pero, de alguna forma, aún sentía la vida dentro de mí.
Debía de haberme convertido en un fantasma, pensé, como Chucks. Un fantasma de la Provenza. Como Daniel. Como Linda.
«Soy un fantasma».
Ellos estaban allí, en la habitación, conmigo. De pronto había más gente. Entraban por la puerta. Una, dos personas. Alguien se acercó donde mí, pero no pude verle. «¿Eres tú, Chucks? ¿Has venido a recogernos a mí y a Britney? Ella está a punto de venir también. Dios mío, me alegro tanto de que haya una vida después de la muerte. Todo sería tan duro, tan triste si no…».
Alguien me agitó la cabeza, me movió los hombros, me gritaba, aunque mis ensordecidos oídos eran incapaces de escuchar una palabra.
—¿Bert? Joder, ¿estás ahí?
Un rostro apareció ante mis ojos. ¿Era el rostro de Dios? Una cabeza rapada, que hablaba en inglés. Un rostro simiesco, una nariz de boxeador. Tenía un pendiente de aro en la oreja derecha. Joder, ese tío tan feo con cara de macarra no podía ser Dios. Era Jack Ontam. ¿También él estaba muerto?
Seguía agitándome los hombros («¡Bert! Joder, ¿me escuchas?») y mi cuello se giró. Vi un cuerpo tumbado en la alfombra. Alguien le tomaba el pulso. Era V.J., tenía los ojos abiertos de par en par pero estaba muerto. Frito. Y el otro hombre era un policía. Era el capitán Riffle. Y eso significaba que yo no estaba muerto. Ni Britney.
Jack Ontam, con su aliento a whisky y su acento de barrios bajos, seguía diciéndome algo. Yo no entendía nada, pero le hubiera besado en los labios.
2
Miriam y Britney no despertaron hasta la madrugada, pero yo tampoco estaba allí para decirles buenos días. Toda la familia fue ingresada en Salon-de-Provence de urgencia. Había policía por todos lados y todo el mundo estaba desorientado, nervioso. Incluso Jack estaba tan acojonado que le pidió un revólver al comisario Riffle «para defensa propia», que le fue negado.
Creyeron que había sufrido un shock y trataron de reanimarme de muchas formas. Solo muchas horas más tarde, ciertos análisis comenzaron a hacer sonar las alarmas. Pero para entonces comenzaba a recuperarme. Noté frío, calor, y la aspereza de las sábanas y empecé a mover los dedos, y solo un poco más tarde pude decir «hola», y entonces una avalancha de policías se presentó en la habitación y me dijeron que empezase por el principio.
Aunque para entonces ya se sabían ciertas cosas. Pero, como digo, todo el mundo estaba desorientado.
El plan. El plan. Casi me echo a reír cuando escuché aquella palabra saliendo de los labios de Ontam.
—¿Cuál era exactamente tu plan, cabeza de chorlito?
Pero, a fin de cuentas, todo había funcionado. Las cosas no habían ocurrido tal y como las pensé, pero habían ocurrido de alguna manera, y a nuestro favor.
—¿Qué hiciste con el USB? —le pregunté entonces.
—Hice lo que me dijiste, joder —dijo Jack entregándome un sobre que guardaba arrugado en la chaqueta—. Se lo di a un tipo importante de Scotland Yard. Un hombre de confianza que además es fan de Chucks. Estuve llamándote todo el día, pero no cogías el teléfono, por eso decidí venir en persona.
Cogí aquella carta, la que había escrito días atrás, a todo correr, en aquel estanco cercano a Sainte Claire.
Jack:
Sabes que soy el propietario de todos los derechos sobre la música de Chucks. También soy quien debe rubricar tu contrato como representante. Bien, si quieres seguir sacándote un trozo del pastel, sigue estas instrucciones al pie de la letra.
1) Mantén esta carta en absoluto secreto. Mi vida y la de mi familia están en juego.
2) Pase lo que pase y oigas lo que oigas, no intentes ponerte en contacto conmigo, Miriam o Britney. A partir de ahora debes actuar solo.
3) El USB que viaja en este sobre contiene evidencias que incriminan a varios habitantes del pueblo de Saint-Rémy en una red criminal internacional. La información era parte de una investigación que Daniel Someres realizaba aquí, y por razones que te explicaré más tarde, terminó en manos de Chucks, aunque este jamás llegó a descubrir que lo poseía. Posiblemente, este USB fue la causa de que lo asesinaran.
4) Debes acudir a la policía británica. (Sé que los conoces muy bien). Háblales de Daniel Someres, Chucks y de mí. Que investiguen. Y sobre todo: que miren dentro de este USB. Está protegido con una contraseña y estoy casi seguro de que es «ermitage».
5) Una vez más: pase lo que pase y oigas lo que oigas, sigue mis instrucciones o te juro que prescindiré de tus servicios en el futuro.
Siento mucho el secretismo y las amenazas de este correo. Pero en el momento de escribir estas líneas, no me quedan muchas más opciones.
BERT AMANDALE
—¿Cuándo te ha llegado?
—Esta mañana. Y has tenido suerte, porque los lunes nunca madrugo. Pero esta noche he dormido mal. ¿Cómo sabías mi dirección?
—El contrato —respondí—. Pensé que tenías algo que perder y que eras tan rata como para hacer lo que fuera. Además, sabía por Chucks que tenías buenos contactos en la policía. Veo que acerté.
—Bueno —dijo Jack—. Primero pensé que era una maldita broma, o que te habías vuelto loco. Pero en cualquier caso hice los deberes. Llamé a mi contacto en Scotland Yard. El tío era el fan de Chucks que nos ha resuelto algunas cosas a lo largo de los años. Le dije que tenía una posible evidencia de que Chucks Basil había sido asesinado y que había otra persona en peligro. Bueno, le enseñé la carta y me dijo que lo movería tan rápido como pudiera. Pero ya sabes cómo son las cosas de palacio. Así que decidí coger un avión.
Jack había pasado frente a mi casa esa tarde, pero no se atrevió a llamar. Tenía miedo de incumplir mi condición número 2: «no intentes ponerte en contacto conmigo, Miriam o Britney. A partir de ahora debes actuar solo», pero algo le dio mala espina.
—Había gente dentro, un par de mujeres hablando con Miriam. Las vi a través de la ventana. Pero fuera me fijé en un par de coches. Tíos que fingían leer el periódico, pero que se pusieron nerviosos al verme pasear por allí. Entonces decidí ir a Sainte Claire y hablar con Riffle y él me puso al corriente de tu accidente de tráfico y el ingreso en la clínica de rehabilitación. Joder. Empecé a ponerme más y más nervioso y Riffle tampoco me dejó marcharme. Le enseñé la carta y le hablé del USB. Y entonces decidimos ir a echar un vistazo a la clínica. Pero cuando llegamos no había nadie. Un helicóptero acababa de despegar de allí y todo parecía abandonado rápidamente. Riffle quería quedarse allí a investigar pero le dije que teníamos que venir a la casa. Que temía por Britney y Miriam. De camino recibimos una llamada de alerta de un hombre que había sido secuestrado en la R-81. Y llegamos justo a tiempo de poner a salvo tu preciosa cabecita.
—Joder, Jack, muchas gracias.
—De nada, Bert. Perderte después de Chucks hubiera sido demasiada mierda toda junta. Por cierto, ¿significa esto que firmaremos ese contrato?
3
Hubo un incendio aquella noche en Sainte Claire. La patrulla de bomberos fue alertada por algunos conductores de la R-81 que avistaron grandes llamas elevándose en el cielo, provenientes de un lugar más allá de los pinares que orillaban la carretera. Al otro lado del campo de canola amarilla, la antigua capilla de los Rothschild se consumió hasta los cimientos antes de que el primer camión cisterna encontrara el modo de llegar.
La policía no encontró a nadie a quien avisar en la clínica. Ni pacientes, ni empleados. Todas las dependencias habían sido abandonadas con prisa y cientos de papeles triturados. Tampoco había nadie en la casa familiar de los Van Ern. Faltaban todos los vehículos y el helicóptero, que fue hallado a la mañana siguiente en un helipuerto de salvamento marítimo en la costa de Marsella. Algunos testigos afirmaron haber visto un par de veleros esperando muy cerca de ese punto, en plena noche.
Los periódicos tampoco sabían cuál era exactamente la noticia. Unos se inclinaron por el intento de asesinato de un «escritor residente en la pequeña población de Saint-Rémy» en lo que calificaron de «historia truculenta que desembocó en la muerte de un policía local». La Provence puso a un equipo de periodistas a perseguir a los policías de Sainte Claire y se enteraron de la llegada de varios inspectores de París y de ciertos agentes de la sección extranjera de Scotland Yard. Pero fue muy poco lo que lograron sacarles, ya que todas las investigaciones se llevaron a puerta cerrada y con la mayor discreción. En cambio, por las calles, las plazas y los bistros de la zona, comenzaron a circular rumores. Algunos vecinos habían desaparecido de la zona sin dejar rastro. Sus casas abandonadas, sus neveras llenas de alimentos… ni siquiera habían avisado al jardinero o a la mujer de la limpieza. Y todo había ocurrido aquella extraña noche del incendio en Sainte Claire. La noche en que el escritor inglés había matado a un policía local. ¿Lo mató él? No se sabe a ciencia cierta. Otros dicen que fue un agente de Sainte Claire.
Fuentes mucho más atinadas apuntaron al extraño abandono de la clínica Van Ern y de todos sus trabajadores. Trataron de relacionar la muerte de Chucks Basil con el intento de asesinar a Bert Amandale y su familia con ciertas actividades mafiosas, pero, de nuevo, nadie daba exactamente en el clavo. Y tampoco hubo una gran voluntad para hacerlo.
Ontam no se fiaba de nada, y yo aún no había firmado ningún papel, así que de un día para otro nos rodearon unos espectaculares gorilas. Cinco tíos de dos metros custodiaban nuestro pasillo del hospital, la puerta y nuestra casa. Dos limusinas blindadas nos escoltaron a casa cuatro días después. El tiempo justo para hacer tres maletas y desaparecer de allí.
4
Han pasado diez meses y ahora es tiempo de escribir sobre ello. Nuestras vidas han quedado marcadas, nuestra tranquilidad, rota como un cristal. Jamás volveremos a caminar tranquilos. El dinero, que por otra parte ahora nos sobra, servirá para pagar a esas sombras que ahora viven con nosotros, que caminan con nosotros. Nuestros nuevos compañeros de vida.
Britney ha venido esta tarde de visita. Ahora vive con su madre en Pisa, aunque está pensando en mudarse a otro lugar. Quizás Holanda, Utrecht, donde Miriam está cerrando acuerdos para trabajar en un museo. Aunque en realidad Britney sigue con su sueño de terminar en Estados Unidos y dedicarse a la música. Y lo hará.
Le acompañaba Miroslav, su inseparable terminator esloveno. Hemos cenado frente al mar, en una noche de luna y estrellas en la casa de Cádiz. Llevo aquí seis meses, escribiendo y pasando la vida, y creo que aquí me quedaré un buen tiempo.
Britney es de la opinión de que los Van Ern no volverán a por nosotros. No necesitan vengarse, dice, no es de esa clase de gente. Y además los informes que de vez en cuando nos entrega la policía francesa apuntan a que la banda se ha diluido por completo. A que los Van Ern y el resto de su clan se han dispersado y escondido para siempre. Aunque eso es lo que todo el mundo pensó la última vez.
Después de la cena nos hemos sentado a escuchar Beach Ride. Castellito terminó las mezclas y el disco fue lanzado hace cuatro meses, por Navidad. Ha sido un éxito notable, sobre todo teniendo en cuenta que el artista no vivía para defender su disco. Pero la historia maldita que lo perseguía suscitó la curiosidad del público, y hay quien lo califica de «clásico». De hecho, hay quien opina que Chucks Basil jamás escribió nada tan bueno como Beach Ride. En cuanto a mí, la tercera parte de Amanecer en Testamento se va vendiendo, aunque no tan bien como pensábamos. De todas formas, ya no me apetece hablar de asesinos psicópatas. Es hora de empezar con algo nuevo. Amanda Northörpe, con quien por cierto he empezado a escribirme a menudo, dice que vendrá de visita algún día de estos. Es una chica preciosa y realmente le impresionó el comentario que hice de sus libros (sobre todo la parte en la que le decía que «me salvaron la vida»). Bueno, y yo soy un hombre soltero otra vez. Quién sabe, quizá podamos tener una buena tertulia literaria y algo más.
Anochece. Brit ha subido a dormir y yo he salido a mirar las estrellas. Los dos hombres «de confianza» están al otro lado del muro, fumando y charlando. Cierro los ojos, siento la brisa nocturna en el cabello. Llevo meses sin dormir bien, y realmente creo que ya nunca lo conseguiré, pero al menos he apartado todas esas pastillas del tablero. Sencillamente, leo, escucho música y me dejo acariciar por el clima, y a veces, cuando hay suerte, duermo cinco horas del tirón.
Entonces me despierto asustado. Se ha hecho un gran silencio, ¿dónde están los dos guardas? Me levanto y miro por la terraza, hacia la playa. Me parece ver un grupo de personas avanzando desde lo lejos, por la orilla. Siluetas que vienen hacia mi casa, hacia nuestra casa, con una sola y maléfica intención.
Pero son fantasmas, espejismos, y un par de pestañeos se encargan de diluirlos. Miroslav y Andrew aparecen de pronto.
—¿Todo bien, señor Amandale?
—Sí, sí, chicos. Todo va perfectamente.
Vuelvo a la casa. Britney duerme y yo me siento en el suelo, junto a ella, y me concentro en oírla respirar. Eso es todo lo importante ahora. En algún momento de la noche, el sol va a volver a salir por el horizonte y, de alguna forma, la vida seguirá.
Por el mal camino. Pero seguirá.
Ámsterdam-Bilbao, 2014-2015