VII
1
Quizá por ahorrarse otro momento incómodo, Eric mandó llamar un coche para que me llevase de vuelta a Saint-Rémy. Dijo que había salido un «asunto urgente», pero comprendí que aquella violenta situación le había quitado las ganas de compartir un solo minuto más conmigo.
El coche me dejó en la plaza de Saint-Rémy y regresé andando a casa. Entré y vi que la motocicleta de Britney no estaba en el garaje, y que Miriam tampoco se encontraba en casa. Fui directamente a mi cobertizo y encendí el MacBook. Allí estaba, tal y como Ontam me había anunciado, el e-mail de Ron Castellito.
Se titulaba «Voces».
Esto es todo lo que he podido hacer con la pista fantasma que me mandaste. Las voces empiezan en el minuto 1:13. Es mejor que lo escuches con auriculares. Un abrazo,
RON
P. S. ¿Cuándo vienes a Londres para oír las mezclas?
Mientras se descargaba el archivo, fui a casa y volví con unos auriculares de mi teléfono. Los enchufé en el Mac y reproduje el MP3. Fui directamente al minuto 1:10. El sonido era mucho más plano y seco, y Ron había intensificado las frecuencias de aquellas voces por encima de lo demás. No en vano era uno de los mejores magos de estudio de Londres. Escuché con atención aquello que se intuía como un diálogo entre dos partes, pero eso era todo. Una conversación entre dos voces que hablaban en un francés irreconocible. De nuevo, me fue del todo imposible distinguir lo que decían, aunque esta vez tuve una pequeña intuición: una de esas voces bien podría pertenecer a François, el jefe de seguridad de la clínica Van Ern.
Pero eso era todo, en realidad, me dije recostándome en el sillón: «Una intuición. Un mal pálpito».
«¿Es posible que Miriam tenga razón, Bert? ¿Es posible que estés comportándote como Chucks? ¿Cuántas pastillas has tomado estos últimos días?».
Me levanté y cogí la lata de Rosie. La abrí sobre la mesa. El blíster estaba agujereado por más de diez sitios. Yo pensaba que no había tomado más de cuatro.
«¿Qué me pasa? ¿Me estoy volviendo loco, Chucks? ¿Me he infectado de tus paranoias? ¿Son estas malditas pastillas?
»¿O quizá no estoy escribiendo la novela que realmente me apetece escribir? ¿Por qué tendría que escribir sobre Bill Nooran teniendo una idea tan fantástica como esta?».
2
Esperé toda la tarde sentado en el jardín, con Lola a mis pies, mirando las nubes y fumando. Britney llegó la primera, al caer la tarde. Escuché su motocicleta y ni siquiera le di la oportunidad de escabullirse escaleras arriba.
—Sé que me odias pero tenemos que hablar y es muy importante —le dije.
Miriam llegó un rato más tarde. El cielo estaba rojo y los grillos habían comenzado a rasgar sus guitarras. Había estado en la playa, deduje por su bolso de mimbre y el olor de la crema bronceadora que emanaba su cuerpo. No pude evitar pensar que habría estado con otro hombre, pero espanté la idea de mi cabeza. Según entró nos encontró a mí y a Britney sentados en el salón. La invité a acompañarnos pero dijo que prefería ducharse primero.
—Será un minuto —dije, y di una patada a una maleta que yacía detrás del sofá—, después me marcharé.
—¿Qué dices? ¿Adónde te marchas?
—Quiero hablaros sinceramente a las dos.
Miriam se sentó en otro sofá distinto al de Britney. Las dos me miraban enmudecidas.
—Lo primero, Britney: siento mucho mi comportamiento de anoche. Fue el clímax de algo que lleva rondándome la cabeza durante días. Desde la muerte de Chucks. Hoy se lo he explicado a tu madre, Britney, y es justo que tú también lo sepas.
—¿De verdad vas a…? —comenzó a decir Miriam.
La interrumpí.
—No es lo que piensas… Creo que estoy enfermo, otra vez. Eso es todo. He dejado de controlar mi imaginación y ahora es ella la que me controla a mí. Me pasó antes y ahora ha vuelto a sucederme.
—¿De qué hablas, papá?
En realidad, no quería explicárselo a Britney. Me daba vergüenza.
—Britney, he creado una teoría alrededor de Eric, Edilia y Elron. He llegado a pensar que querían hacernos daño. A los tres. He llegado a pensar que mataron a Chucks porque sabía algo sobre ellos.
Britney dijo «¿Qué?» sin emitir ningún sonido.
—Anoche sufrí una especie de alucinación. Jamás en mi vida había sentido nada parecido, por eso me volví loco y salí a buscarte. Solo por eso, cariño. Siento mucho haberte humillado delante de tus amigos.
—Papá… pero…
—Bert —dijo Miriam entonces—. ¿Adónde vas?
—No muy lejos. A casa de Chucks, en Sainte Claire. Es lo primero que se me ocurre. Creo que necesito alejarme de todo un poco. Recobrar un poco de perspectiva.
—¿Solo? —preguntó Miriam—. ¿Crees que es lo que más te conviene?
—No lo sé. Hoy he estado hablando con Eric… —Percibí la sorpresa en el rostro de Miriam—. Sí, cariño. Les hablaste de mis pequeños problemas, y bueno, yo mismo me he encargado de hacerme bastante publicidad. El caso es que Eric me ha invitado a pasar unos días allí, en su clínica. Me lo he planteado seriamente.
—Lo siento mucho, Bert.
—No —dije—, está bien. En el fondo es cierto. Había empezado… ya sabes. Otra vez.
Britney se levantó y vino a abrazarme.
—No te vayas, papá. Ya no estoy enfadada.
Miriam y yo nos miramos a sus espaldas. Fue una mirada tensa. En el fondo, ella no había cambiado de opinión, y lo supe en el instante en el que la miré. Quería el divorcio.
Besé a Britney y la separé.
—Serán unos días. Después volveremos a hablar, ¿vale?
Mi preciosa hija dejó derramar una lágrima, pero se limitó a asentir.