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Me separé violentamente, cayendo hacia atrás, presionándome el cuello con la mano de forma instintiva. Me tropecé y caí con las posaderas en el suelo de la habitación.
—¿Qué me has metido? —grité.
Sin moverse de donde estaba, Edilia van Ern enfundó la jeringuilla que portaba en la mano y la dejó caer en un pequeño bolso. Después atravesó el vano de la puerta y la luz de la luna iluminó su diabólico rostro.
—Hola, Bert.
¿Dónde estaba la pistola? Palpé el suelo con las manos, sin dejar de mirar a Edilia, pero no fui capaz de encontrar nada. La sorpresa y el terror se me habían mezclado en la garganta. Pero había algo más. Algo rápido, como una culebra, que me recorría las arterias y comenzaba a hacerme efecto.
Ella avanzó dos pasos y yo traté de retrocederlos apoyándome en los codos. Entonces vi cómo ella daba una patada a algo y la pistola salía patinando hasta la otra esquina de la habitación.
—¿Qué les has hecho? —dije tratando de elevar la voz.
—No hagas esfuerzos, Bert. ¿No querrás despertar a los vecinos?
Sentí que aquel veneno comenzaba a dominar mi cuerpo. Era algo familiar, solo que antes de mi accidente de coche había ido mucho más despacio.
—¿Qué…?
—Hemos tomado tarta y café —dijo aquel rostro de muñeca sonriente—. Una tarde estupenda. Quería estar cerca de Miriam en un día tan duro como este. Elron trajo a Britney un poco más tarde. Venía de visitarte en la clínica y estaba un poco nerviosa, pero terminó aceptando un trozo de bizcocho. Es una chica bien educada, en el fondo.
V.J. apareció por el pasillo. Iba vestido completamente de negro y llevaba una pistola en la mano. Y guantes.
—Hola, Bert —dijo.
Edilia pasó a mi lado y se sentó en el colchón, junto a Britney. Mi cuerpo respondía cada vez más tarde. Giré el cuello, muy despacio, y vi sus largas piernas a mi lado. Después noté que algo me tiraba de la cabeza hacia atrás y una sensación, ¿dolor? Edilia me estaba tirando del pelo. Vi la lámpara. Una sección de rostro.
—François ha muerto. ¿Sabes que crecimos juntos? Y Eric tiene la nariz aplastada y puede que pierda un ojo.
—Se lo han ganadddo… —dije, dándome cuenta de que mi lengua comenzaba a no funcionar.
—Ahora escucha. Hay que darse prisa antes de que la droga te deje mudo. Vamos a dispararle a Britney en la cabeza. Después a Miriam. Y finalmente te suicidarás. No queremos hacerlo, de verdad. No me apetece perder una socia y una amiga, y mucho menos reventarle el cráneo a la novia de mi hijo. Así que, una vez más, dinos a quién enviaste esa carta. Dejaremos a las chicas en paz. Será un suicidio pasional. Palabra de vecina.
—Cuidaremos de ellas, Bert —añadió V.J.—. Te lo prometo.
Le miré. Mi rostro apenas era capaz de transformar ninguna expresión, pero era terror, angustia, desesperación. Ahora ellos lo harían encajar todo: yo me había escapado de la clínica esa noche, había matado a su guarda de seguridad y había escapado por la canola hasta la carretera. Una vez allí había secuestrado un coche, enloquecido. La historia era perfecta. Una historia perfectamente hilada.
—Habla, Bert. Sálvalas.
—Mark Bernabe —dije con gran esfuerzo—. Calle Ucrania, 318. Londddres.
Edilia me soltó del pelo y mi cabeza cayó como la de un muñeco. Podía ver las piernas de V.J.
—Espero que sea verdad, Bert. O volveremos pronto a por ellas.
—Es verrrdddaaaddd —dije sintiendo que mi lengua era cada vez más incapaz.
Edilia se levantó, pasó a un lado de V.J. y le dijo algo, aunque yo ya no podía levantar el cuello para verles. Después salió al pasillo y la oí llamar por teléfono. Dijo algo en francés y después dictó aquella dirección de Londres.
Volví a ver sus piernas entrando en la habitación. Se acercó a mí y se agachó, colocando su rostro frente al mío. Me sujetó por la barbilla y me besó en los labios.
—Podíamos haber sido grandes amigos, Bert. Pero no dejaste que pasara. Tú y tu maldita imaginación de escritor.
Yo hubiese respondido «Jódete, maldita zorra», pero lo único que pude hacer fue mover los labios un poco.
—Una cosa más —dijo entonces—. Britney sabe algunas cosas y traicionó a Elron. Espero que comprendas que no podemos dejarla viva.
Después se puso en pie y se dirigió a V.J.
—Espera diez minutos y mátalos a los dos. Después deja la carta y reúnete con los Grubitz en la clínica. Salimos todos esta noche.
—Pero el hombre que lo trajo… llamará a la policía.
—Diez minutos, Vincent —repitió Edilia—. Dan te esperará con el coche.
Quise gritar, pero era absolutamente incapaz. Una furia terrible me recorrió el cuerpo, pero ninguno de mis músculos quiso reaccionar. Tan solo mi brazo izquierdo hizo un amago, mientras escuchaba a Edilia saliendo por el pasillo a toda velocidad. Los pies de V.J. también se habían marchado de la habitación de Britney. Les oí hablar por el pasillo.
Mi brazo era capaz de avanzar. Era lento, terriblemente lento, pero era capaz de avanzar. Lo moví, quería alcanzar mi destornillador. Hacer algo con él. Pero ¿qué haría? Tenía la misma fuerza que una hormiga. Mientras tanto, empecé a llorar.
Transcurrió una auténtica eternidad. Mis oídos eran capaces de escuchar el terrible silencio de la casa. Entonces sonaron los pasos de V.J. en el pasillo. Lo vi entrar en la habitación. Primero fue en busca de la pistola que Edilia había pateado. La cogió y se la enfundó en el cinto. Después se acercó a mí y se puso de rodillas para que pudiese verle.
—Tenías que haberme matado ese día, Bertie —dijo sonriendo—. De hecho pensé que lo harías… pero no eres un asesino. ¿Quieres un cigarrillo?
Sacó un cigarrillo de un bolsillo y me lo colocó entre los labios.
—En realidad es que yo también quiero fumar, ¿sabes? Y, claro, hay que hacer que la historia encaje. Todo tiene que encajar, y encajará. ¿Quieres escuchar tu última voluntad?
Dejó la pistola muy cerca de mis piernas y sacó un papel del bolsillo de su camisa. Lo desdobló ante mis ojos y vi unas letras escritas. Reconocí mi firma bajo ellas.
«Miriam: tal y como te avisé, no podrás separarme de Brit. Espero que esto te ayude a comprender lo que es la soledad a la que me has condenado. Bert».
—Conciso, ¿verdad? La escribí yo. Es muy de tu estilo.
«Es una verdadera mierda de nota de suicidio», pensé.
—Y la firma me ha quedado bien, aunque debo decir que me pasé una noche entera ensayando con tu libro dedicado a un lado. Pero, en fin, cógela, Bert. Al fin y al cabo, es tuya.
Yo tenía la mano cerca de la cadera, muy cerca ya del mango del destornillador. V.J. la tomó por la muñeca y puso la carta entre mis dedos, apretando para que presionase el papel. Eso terminó con mis esperanzas de alcanzar el destornillador. De hecho, tampoco hubiera sido capaz de hacer gran cosa con él.
V.J. se encendió su cigarrillo y después encendió el mío y me lo colocó en los labios. No me apetecía fumar, pero él lo hizo, y me soltó el humo en la cara, mientras me miraba.
—No he matado a nadie en diez años, Bert. Y me jode que seas tú el primero. ¡Habíais entrado con tan buen pie en Saint-Rémy! Joder, incluso pensábamos en introduciros poco a poco en el negocio. Miriam en primer lugar. Aunque, bueno, puede que eso termine ocurriendo de alguna manera…
Miró su reloj. Fumó otra vez.
—Un minuto, amigo. Tengo que darme prisa. Primero te mataré a ti, Bertie. Después a la niña. Será rápido. Ella se ha dormido, estará soñando en algo bonito. Al fin y al cabo, la vida es un sueño, ¿no?
Colocó su pistola en mi mano derecha, hizo que mis dedos la rodeasen y me la colocó en la sien. La carta suicida en la izquierda.
—Bueno, treinta segundos, colega. Esos ojitos cerrados. ¿No quieres cerrarlos? Bueno.
Con el cigarrillo en la boca, mirándome fijamente. Mis ojos se habían llenado de lágrimas. Lágrimas por Brit.
—No llores, hombre. No es para tanto. Tuviste una buena vida, Bert. Te reencarnarás en algo bonito. Un delfín o un elefante. Bueno, vamos a contar. Diez, nueve, ocho… Bueno, qué cojones. Adiós, Bert.
Y sonó un disparo.