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10.08 horas

—¡Fuego! —le ordenó el teniente Pinazo a Galván, el sargento que manejaba el lanzagranadas de la patrullera de la Guardia Civil.

El primer disparo, que lanzaron sobre todo para comprobar las miras y las alzas del arma, se perdió en el aire, unos cuantos metros a la derecha de la pared de estribor del Nivaria Ultrarapide.

El sargento reguló los indicadores y volvió a apuntar.

—¡Hay mucha inestabilidad! —avisó al teniente.

La oscilación de la patrullera, al rebufo de las turbinas del Nivaria, lo hacía todo más complicado. El barco de la Guardia Civil cabeceaba violentamente por los remolinos que tenía que remontar.

El sargento volvió a disparar. Justo en ese momento, la patrullera enfilaba la bajada de una ola, con lo que el proyectil se hundió en el agua a escasos metros de la proa de su embarcación. El teniente dirigió una mirada de desaprobación al sargento. Este se encogió de hombros y volvió a concentrarse.

El tercer disparo coincidió con la remonta de una ola: salió alto, aunque alcanzó una de las chimeneas del Nivaria. El impacto y la consiguiente explosión desgajaron un trozo de plancha metálica, que quedó colgando a un lado.

El sargento aprovechó un momento de transición entre dos olas para efectuar el cuarto disparo. Esta vez fue recto, aunque un poco alto. Dio de lleno en la escalera exterior, a la mitad de la altura del primer cambio de tramo. La destrozó e hizo que las barandillas cayesen al mar.

El sargento soltó un juramento y volvió a prepararse para disparar. Sin embargo, se detuvo. Se volvió hacia Castillo.

—¡Mi teniente, hay pasajeros en el balcón de popa!

El oficial miró al Nivaria. Varios viajeros del ferry, al oír las explosiones, habían salido al balcón a curiosear.

—¡Cabo! —gritó, dirigiéndose a otro de sus subordinados—. ¡Toque la sirena! ¡Necesitamos que esa gente se quite de ahí!

El megáfono incorporado a la zona de antenas del barco patrulla comenzó a emitir un sonido continuo y desagradable. Los pasajeros del balcón no entendieron bien lo que pasaba.

—¡Sargento, se nos va el tiempo! ¡Dispare al aire!

El suboficial obedeció, pero la acción, un disparo sin explosión, no tuvo las consecuencias deseadas. Los pasajeros seguían en el balcón de la Platinum Class.

—¡Maldita sea! —chilló el teniente—. ¡Galván! ¡Dispare a los motores!

El sargento oyó la orden y miró fijamente la popa del Nivaria, que comenzaba a alejarse.

—¡Señor! —respondió—. ¡Esto cabecea mucho! ¡Voy a alcanzar a los civiles!

Pinazo se exasperó ante la renuencia del sargento. Se acercó a él.

—¡Yo manejaré el lanzagranadas! —gritó—. ¡Hágase a un lado!

El sargento obedeció y se echó atrás. Pinazo ocupó su puesto y comprobó los indicadores. Hacía varios años que no disparaba un arma como aquella, pero todavía se acordaba de cómo se hacía. Apuntó y disparó. Como había ocurrido segundos antes, el disparo se perdió en el agua por el bamboleo del casco. Volvió a intentarlo. El segundo disparo salió alto y alcanzó el techo del balcón de popa, a la derecha. Hizo saltar fragmentos de mamparo por todas partes.

Aterrados, los pasajeros se ocultaron en el interior. Pinazo comprobó que ninguno parecía herido. Todo aquello era una locura, pero era mejor así, sin civiles de por medio.

El teniente sopesó el resultado de sus tiros y concluyó que era imposible disparar de aquella manera.

—¡Timonel! —gritó—. ¡Desvíe la patrullera a estribor! ¡Salgamos de la estela del catamarán!

La patrullera comenzó a desplazarse a su derecha. Al cabo de pocos segundos, salió de las turbulencias provocadas por el Nivaria. La superficie del mar era mucho más llana, mecida por las olas que dejaba el paso del ferry, pero sin el cabeceo continuo de unos segundos antes. El catamarán aumentaba a cada segundo la distancia con la patrullera.

Pinazo apuntó con el lanzagranadas y volvió a disparar. Esta vez el disparo dio en el lugar deseado. Encima de los jets, la granada impactó contra el casco de popa y provocó una explosión que arrancó varios trozos de metal. El teniente insistió en el mismo lugar y disparó cuatro proyectiles más en torno al mismo objetivo. Con cada impacto, un agujero negro fue ensanchándose, pero los motores no se pararon.

—¡Señor! —indicó el sargento—. ¡Tal vez los motores no estén tan bajos! ¡Fíjese en que la escalera sube un tramo largo antes de la primera puerta de acceso al interior del barco!

Pinazo siguió con la mirada la indicación del sargento. Tal vez tuviera razón. Apuntaría un poco más alto.

El siguiente disparo falló por poco. Atravesó la lona que cerraba el garaje y se perdió en su interior. Explotó dentro, sin que supiera dónde.

Probó de nuevo y acertó. La escalera que ocultaba la puerta de la sala de máquinas de estribor saltó por los aires y cayó al mar.

Ahora tenía el objetivo a la vista. Aquella puerta metálica era su referencia. Volvió a disparar. La granada impactó contra la puerta, explotó, pero no pudo con ella. Cuando el humo desapareció, vio que permanecía en su lugar, aunque bastante abollada.

Pinazo volvió a jurar. Todo el barco estaba construido de aluminio y tenía que encontrarse con la única puerta de acero reforzado. Disparó a la derecha. El mamparo no resistió como la puerta: una parte de la pared se desprendió del casco. En el lateral de estribor del Nivaria, apareció un boquete alargado de unos cuatro metros de longitud, que dejó ver parcialmente el interior. Pero la velocidad no menguaba.

Pinazo comprobó que los motores no estaban en ese lado. Resolvió disparar a la izquierda de la puerta. El nuevo impacto se estrelló contra la pared y abrió otro hueco. Comenzó un incendio en el interior. Un humo negro y denso impidió que desde la patrullera se pudiera adivinar la situación de los motores.

—¿Y si dispara a las turbinas? —preguntó el sargento.

Pinazo asintió. En aquellos momentos, el suboficial parecía tener la mente más despejada que él. Apuntó justo debajo de la línea de flotación y disparó. El proyectil se estrelló contra una protección de acero que tenía como función evitar que cualquier embarcación se acercase a las turbinas. El ángulo metálico saltó un par de metros y se hundió inmediatamente en la espuma.

De repente, oyeron un ruido terrible proveniente de su espalda. El rugido de un motor potentísimo invadió los sentidos de todos los ocupantes de la patrullera. Aquel estrépito los sobrecogió.

—¡Es un caza de combate! —gritó el cabo.

Todos miraron al cielo. Un avión oscuro con cuatro alerones en su parte trasera pasó raudo sobre sus cabezas, abriéndose a la derecha.

—¡Va a encarar al ferry de costado! —apuntó el sargento.

Pinazo se rehízo de la sorpresa. Volvió a colocar la mira del Lag40 en las turbinas del catamarán, apuntó y, seguro de no fallar esta vez, apretó el gatillo. El arma no disparó.

Se incorporó y echó un vistazo al mecanismo.

—¡Sargento, se ha acabado la munición! ¡Reponga otra maldita caja antes de que me dé algo!

Desde su carlinga del F18, el teniente Rey contempló la escena que tenía justo enfrente en menos de diez segundos. A la izquierda, alejándose, el Queen Elizabeth. Y casi debajo, el Nivaria Ultrarapide, al que perseguía una patrullera de la Guardia Civil, a pocos metros. Más allá, al fondo, el gigantesco Rossia, que interponía su enorme casco lateral en la trayectoria del ferry. Le era muy difícil calcular el tiempo que quedaba para la colisión, pero no debían de ser más de un par de minutos.

Se abrió a la derecha para trazar un amplio giro que le permitiese enfrentar el lado de babor del Nivaria. Tenía que disparar contra un barco civil desarmado y con pasajeros dentro. Trató de no pensar en ello.

Terminó el giro, picó el morro del aparato y descendió a toda velocidad. En conciencia, quería darles alguna oportunidad a los ocupantes del barco. Desvió unos centímetros a la izquierda la mira de su cañón ametrallador y apretó el gatillo. Los proyectiles del F18 alcanzaron la punta de la proa del ferry. Dejó en su lugar un extremo romo y humeante. El avión pasó por encima del barco, rugiendo, pocas décimas de segundo después.

—Base a C15 —recibió Rey en su auricular—, informe, teniente.

—Aquí C15. He realizado una pasada de aviso. Giro y hago otra, esta vez en serio, si no se detiene o se desvía.

Rey se detuvo en su informe, asombrado por lo que acababa de ver.

—Base, un helicóptero acaba de entrar en mi espacio aéreo. ¿Me lo pueden quitar de delante? Espero confirmación.

El piloto del F18 elevó su aparato y comenzó a realizar el giro. Sintió algo de alivio. Mientras el helicóptero siguiera allí, no dispararía.

A menos, claro, que no le quedara otra opción.