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09.57 horas

La patrullera de la Guardia Civil cabeceaba sobre la superficie del mar, y no era porque hubiera marejada, sino por la velocidad de treinta nudos que habían alcanzado sus potentes motores, cuyo rugido hacía que sus ocupantes tuvieran que hablar en voz muy alta.

—¡Ya estamos muy cerca! —dijo Galán, señalando el Nivaria Ultrarapide que se les aproximaba a toda velocidad.

—Vamos a intentar cruzarnos, a ver si se aparta —indicó el teniente Pinazo.

La patrullera, enfrentada al catamarán, comenzó a hacer eses en la línea de su rumbo. No hubo reacción por parte del barco de pasajeros.

—¡En el puente veo una cabeza! —avisó Galván, el sargento que acompañaba al timonel, observando el ferry a través de unos prismáticos—. ¡Si no se desvían, es que no quieren hacerlo! Estoy seguro de que nos han visto.

El Nivaria Ultrarapide se les echaba encima. Galán admiró la sangre fría del militar que gobernaba la patrullera, exponiéndose delante del ferry como un caballo de rejoneo delante de un toro bravo.

—¡A babor o nos llevará por delante! —gritó Pinazo.

El timonel ejecutó la maniobra con precisión, justo a tiempo para evitar el choque. La mole del catamarán, de diez metros de altura, comenzó a pasar por su lado, impertérrita a los movimientos de la patrullera.

—¡Virad rápido e intentemos mantenernos a su altura! —El teniente tenía que luchar en aquellos momentos con el ruido de los motores de ambos barcos.

La patrullera, dotada de dos jets de propulsión último modelo, obedeció con agilidad las órdenes del joystick del timonel y giró sobre sí misma como una peonza. Al cabo de unos segundos, se colocó en paralelo con el Nivaria Ultrarapide, ahora ambos barcos en la misma dirección.

—¡Va más rápido que nosotros! —exclamó Galán—. ¡Nos va a dejar atrás!

—Ya lo sabíamos —repuso el teniente—. Ese barco tiene una velocidad punta superior en diez nudos a la nuestra. Tenemos que aprovechar bien los siguientes minutos.

Galán dejó hacer a los guardias civiles, parecían saber bien lo que hacían. Se dedicó a mirar las ventanas de la cubierta de pasajeros. Todo el barco parecía desierto. Solo creyó ver alguna cabeza en la zona de popa, pero no estaba seguro. La inquietante sensación de observar un barco fantasma le sobrevino de repente. No quería ni pensar en que los secuestradores hubieran decidido liquidar a los viajeros.

El casco del Nivaria Ultrarapide adelantaba despacio a la patrullera. Por un momento, Galán pensó que estaban parados, pero no era así, los motores iban al máximo de su potencia.

El policía se giró hacia el teniente, inquisitivo.

—Se nos va —le dijo—. ¿Qué vamos a hacer?

Un par de miembros de la Guardia Civil arrastraron una caja alargada con dos cierres y la pusieron a los pies de Pinazo. Ante la mirada curiosa de Galán la abrieron y ante ellos apareció un lanzagranadas de aspecto muy sofisticado.

—Es un lanzagranadas LAG de cuarenta milímetros. Muy ligero, puede lanzar hasta doscientos disparos por minuto en modo automático con un cargador de cinta, y cuenta con un radio de alcance de hasta dos kilómetros. Es capaz de perforar un blindaje de cincuenta milímetros, con lo que los motores del Nivaria tienen los minutos contados.

Galán admiró el arma, muy parecida a una ametralladora gigante. Comprobó el grosor de la munición, un calibre temible. Si no tuvieran cabeza explosiva, el agujero que dejaría en una pared sería considerable.

—Móntenlo en el trípode —ordenó el teniente.

Sus hombres se pusieron manos a la obra e instalaron el lanzagranadas en un soporte fijo preparado a tal efecto en la cubierta superior de proa, apenas a un par de metros de la punta de la patrullera.

El Nivaria terminó de adelantar a la patrullera Pico del Teide y el remolino de sus turbinas provocó que el barco de los guardias civiles comenzara a cabecear ostensiblemente.

—¿De verdad va a disparar a un ferry lleno de pasajeros? —preguntó Galán, asombrado.

—Amigo Galán —respondió el teniente—, ¿se le ocurre una idea mejor?