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09.40 horas
Galán seguía con atención las explicaciones de Pedrito Ascanio, el especialista en armas de la comisaría de Policía de Santa Cruz. En la pantalla del ordenador aparecían los distintos componentes de una pistola de plástico que, ensamblada, podía disparar munición auténtica. La ventana abierta del despacho dejaba entrar el rumor del tráfico de la avenida Tres de Mayo.
—El diámetro del cañón se ajusta al calibre de la bala que se vaya a utilizar —decía Ascanio—. Lo que ocurre es que, al no estar el cañón estriado en su interior, la fiabilidad del disparo a media y larga distancia es baja, pues la trayectoria del proyectil es muy poco estable.
—¿Y eso se puede compensar utilizando munición de guerra? —preguntó el inspector.
—En cierta manera sí, pero no más allá de diez o quince metros. Es y será siempre un arma de corto alcance, por mucha potencia que tengan las balas.
En ese instante, sonó el teléfono de Galán. El policía miró la pantalla. Era Sandra. Se sorprendió, hacía bastante tiempo que no hablaba con ella.
—¡Hola, Sandra! ¿Qué tal?
—Pues subida en el superpetrolero, cubriendo la recepción —contestó la muchacha.
—Hay algunos con suerte —dijo Galán, sonriendo.
—Y hay otros que no la tienen —replicó la periodista—. Me ha llegado una noticia extraña y alarmante, Antonio.
Galán se sentó mejor en la silla. Sandra no parecía estar para bromas.
—¿A qué te refieres?
—Una de las tías de Luis ha recibido una llamada de nuestro amigo. Avisaba de que habían secuestrado el barco que hace la ruta entre Agaete y Santa Cruz. Y Luis va en él.
El inspector se puso rígido inmediatamente. Ascanio lo miró con sorpresa.
—¿Cómo dices? —preguntó—. ¿Un secuestro?
—Sí, eso dijo. Y no me preguntes porque nadie sabe nada más. Es lo único que escuchó su tía. Eso y que se avisara a las autoridades.
—¿Has tratado de ponerte en contacto con él?
—Dos veces, y nada. No coge el teléfono.
—Entonces no tenemos contrastada esa información —concluyó el policía—. ¿Crees que es cierta, Sandra?
La periodista dudó antes de responder.
—Las tías de Luis son muy suyas..., pero es gente seria. Estoy segura de que recibieron esa llamada, y comprobaron que procedía de su teléfono. ¿Puedes investigarlo?
Ahora le tocó el turno a Galán de pensar la respuesta.
—Sabes que corro el riesgo de hacer el ridículo si la noticia es falsa.
—Pero... —continuó Sandra.
—Se nota que me conoces —terminó el inspector—. Pero sí, voy a investigarlo, aunque sea el pitorreo de la comisaría. Si te enteras de algo más, me lo dices, por favor.
—Claro, Antonio. Te llamaré inmediatamente.
Galán se despidió y colgó.
—¿Un secuestro? —Ascanio estaba en ascuas.
—Puede ser algo gordo... o una falsa alarma —respondió—. Espero que sea lo segundo. ¿Sabes si el comisario jefe está en su despacho?
Ascanio miró la hora.
—Me imagino que sí, ya debe de haber llegado. Todavía le escuece que no le hayan invitado a la recepción del barco.
—Al menos hay alguien con un cargo importante en su puesto de trabajo —comentó Galán.
El inspector salió al pasillo y subió las escaleras que llevaban al piso superior, donde se encontraba el despacho de Blázquez. La puerta estaba abierta. Se asomó y comprobó que la oronda figura del comisario jefe se encontraba detrás de su amplia mesa de trabajo.
—Comisario, tengo un problema —dijo, entrando.
Blázquez levantó su mirada ojerosa del papel que tenía entre las manos y miró al inspector con cara de pocos amigos.
—Galán, el día que me traiga buenas noticias me lo tomaré libre para celebrarlo.
—Es posible que hayan secuestrado el barco de Hesperia Atlantis que hace la ruta de Agaete a Santa Cruz.
El comisario se quedó con la boca abierta un par de segundos. Luego la cerró, se echó atrás en su asiento y entornó sus ojos de viejo zorro.
—Espero que no sea una broma. Hoy no estoy para chanzas.
—La fuente es fiable —respondió Galán—. Aunque no he podido contrastarlo. Me acaba de llegar. Por eso vengo a consultarle.
Blázquez meditó unos segundos, pocos.
—Jurisdicción de la Guardia Civil del Mar —dijo con un deje de triunfo—. No nos toca a nosotros.
—Lo sé, ¿activo el protocolo de emergencia?
Blázquez miró a Galán con una mueca que no se sabía si era una sonrisa.
—Galán, si está seguro, haga lo que tenga que hacer. Pero que no nos carguen el muerto a nosotros. —El comisario amagó con volver a centrarse en su papel—. ¡Ah! Y ponga su firma en cualquier comunicado, que no quiero aguantar más responsabilidades que las que me tocan.
Galán salió presuroso del despacho. A su espalda, Blázquez dejó caer el papel y sonrió. Pensó en su colega, el estirado teniente coronel de la Guardia Civil. Lo que le iba a caer encima. Y él se iba a librar. No sabía cuál de las dos cosas le satisfacía más.