Segunda parte

«Mostrar»

Jennings lo había llevado al bar donde Squire ya estaba esperando y luego había ido a por las bebidas. Pensó en ponerse chulo, quizá pedir que le enseñaran las placas de identificación, pero la verdad es que no hacía falta. Conocía a la pasma cuando los veía, y aquellos dos tenían la pinta. Tenían el habla.

Era la hora de almorzar, y no había demasiados clientes más. Se sentaron en torno a una gran mesa de madera junto a los servicios de caballeros; el olor a orines y a desinfectante de retrete salía flotando por el aire cada vez que se abría la puerta. Jennings volvió con cervezas para él y su colega, y con agua para él; les echó un par de bolsas de cacahuetes por encima de la mesa, y se pusieron a ello.

—¿Nos mantenemos ocupado, Marcus?

—Ya saben...

—Sí, hombre, claro que lo sabemos. Buen negocio tenéis montado tú y tu mujer.

Y sí que era bueno; en realidad, estaba resultando de maravilla. Él había buscado alguna cosa desde que salió del negocio; trató en vano de mantener varios trabajos corrientes, pero no estaba hecho para la vida «legal». Entonces Angie empezó a trabajar de asistenta y lo hizo muy bien, de modo que se corrió la voz y eso, y consiguió más casas. Casas más grandes, donde la gente estaba mucho mejor de dinero, y además que no parecía preocuparle que la limpiadora tuviera un juego de llaves; que entrara mientras los dueños estaban fuera, tomando largos almuerzos y haciéndose la manicura.

Fue idea de Angie y salió bien desde el primer momento.

Una vez que ya estaba dentro, que le tenían bastante confianza y sabía todas las idas y venidas de la familia, él robaba la casa. Entraba con las llaves, se cargaba una ventana al acabar, o a lo mejor le daba una patada a una puerta trasera o algo así para que pareciera de verdad. Por lo general, Angie se marchaba al cabo de unas semanas y empezaba en una zona nueva, aunque había un par de casas donde él había robado y en las que seguía limpiando. Porque le gustaba la gente y, además, me cago en la mar, el sueldo era tan bueno...

—Muy bien... —dijo Jennings; se lamió los labios—. Facilito y eso. Y, ¿sabes?, siento ser yo el que os lo joda. Pero vaya si lo haré.

Squire se metió un puñado de cacahuetes en la gorda boca.

—Tú tienes un trabajito que hacer, y nosotros también.

—Tenemos que ganarnos la vida.

—No estoy seguro de lo guapa que va a estar Angie después de unos meses en Holloway...

—Bastante buena para la mayoría de las fulanas de allí dentro, eso sí.

Él no era idiota. Cuando trabajaba con otros ya se había topado con muchos polis como aquellos dos. De los que te avisan en secreto de una redada y luego llegan y trincan un fajo de billetes de veinte cuando se está repartiendo una recaudación.

—¿De cuánto estamos hablando? —preguntó.

Squire se terminó los cacahuetes y se limpió las palmas de las manos en los tejanos.

—No se trata de dinero. Sólo necesitamos un favor.

—Una cosa que es lo tuyo —dijo Jennings.

—Sería una auténtica pena si las cosas se os fueran a la mierda ahora. En particular con un crío y eso.

Entonces le explicaron lo del trabajo. Jennings, entusiasmándose y sin dejar de lamerse los putos labios, un hábito nervioso; Squire, apoyado en la mesa, más tranquilo y dando más miedo. Le dijeron dónde estaba la casa y cuándo era probable que el dueño estuviese fuera; que solo querían que entrara y cogiera todos los papeles que encontrase.

Les preguntó de quién era la casa, y ellos le dijeron que no tenía que saberlo. Que sólo era un favor. Que la verdad es que no les gustaba preguntar, pero confiaban en que lo hiciera. Le dieron un número de teléfono y le dijeron que se lo pensara, y más o menos eso fue todo.

No tenía mucho que pensar, y al cabo de una semana entraba en una cocina a oscuras, pisando vidrios rotos. Había un olor raro. Grasiento. Desde la parte de atrás no se veía la casa, y le habían asegurado que el que vivía allí no estaba, así que no se preocupó demasiado por si lo veían o si hacía mucho ruido.

Encendió la luz. Miró el motor desmontado sobre la mesa de la cocina...

Entonces oyó voces, y a punto estuvo de salir por donde había entrado cuando la música le indicó que había un televisor encendido por alguna parte. Aquello seguía estando mal: la casa debía estar vacía. Sólo había robado una vez en un sitio con gente dentro, y no estaba loco por hacerlo de nuevo. Pero no es que tuviera mucha alternativa.

Ni siquiera entonces, cuando iba con sigilo hacia la parte delantera, hubo forma de saber que algo iba mal. No encontró señales de lucha hasta que no abrió despacio la puerta que daba al salón, donde le habían dicho que estaban todos los papeles.

Fue entonces cuando empezó a entrarle el pánico.

Había sangre, pero por todas partes, joder. El sillón estaba volcado y había porquerías por todos lados, y el tipo que en teoría no tenía que estar allí estaba muerto y bien muerto. Tendido boca abajo delante de «Coronation Street». La parte de atrás de la cabeza toda mojada y sin forma.

No vio ningún papel; supuso que el que se había cargado a aquel tipo se los habría llevado. No vio un vaso vacío en el suelo detrás del sofá. Por otra parte, tampoco es que viera demasiado: estaba mucho más preocupado por largarse de allí.

Recordándolo después, probablemente fue una estupidez por su parte, pero no lo entendió enseguida. No entendió exactamente lo chungo que era aquello. Intentó llamar al número que le habían dado, pero no localizó a Jennings y Squire. Solo más tarde, cuando ya lo habían trincado y presentaron el vaso con sus huellas, el asunto encajó por fin. Entonces comprendió la gravedad del montaje que le habían hecho.

El vaso donde había bebido agua en el bar...

A Brooks lo sorprendía la cantidad de detalles de aquella noche que recordaba aún: lo que ponían en televisión; el dibujo de la parte de atrás de la cazadora de cuero del muerto; el tejido del sillón y la sangre de una de las ruedecillas... Era raro, porque la idea de venganza se había desvanecido durante los años que había pasado a la sombra. Al principio se había obsesionado con ella, con hacerlos pagar por hacer que pareciera el culpable, pero al final lo dejó estar. Había otras cosas en que pensar. Ángela y Rob. Cosas que le hacían sentirse mejor.

Los dos hombres que se habían llevado seis años de su vida, prácticamente habían quedado impunes. Pero entonces los Black Dogs fueron tras su familia. Y ahora la suerte estaba echada.

Jennings y Squire. Uno en el bote y quedaba otro. Pero había más gente con quienes tenía que ajustar cuentas primero, y mientras caminaba de vuelta hacia el piso, recordó el papel y el número que había garabateado; el mensaje que le había enviado el hombre que, en buena lógica, debía intentar atraparlo.

Pensaba bastante en Thorne, y también se había preguntado por qué Nicklin le tendría aquella manía. Era un tipo al que había que tomar en serio, eso fue lo que Nicklin dijo. Tenía que serlo si se las había arreglado para encerrar a Nicklin.

Y ahora el poli que habían decidido que fuera el blanco mandaba sus propios mensajes. Como una invitación.

Agotado, miró el cielo que empezaba a ponerse rosa más allá de Hammersmith Bridge y se preguntó qué diablos tramaba Tom Thorne.