LA SEXUALIDAD

«Estoy en paz con mi propia sexualidad.»

Enunciados

El sexo me da miedo.

La relación sexual es sucia.

Los genitales me dan miedo.

No obtengo lo que quiero.

Estoy «mal hecho».

Mi sexualidad me avergüenza.

No puedo pedir lo que quiero.

Dios no quiere que yo tenga vida sexual.

A mi pareja no le gustará mi cuerpo.

Tengo miedo de contagiarme alguna enfermedad.

No sirvo.

El contacto sexual es doloroso.

¿Cuántas de estas frases te resultan conocidas? Si has marcado tres o más, concéntrate en este tema.

Para muchísima gente, la sexualidad es un terreno difícil. Muchas personas se quejan de que sus contactos sexuales son excesivos o demasiado escasos. La sexualidad las amenaza, las motiva, las vuelve locas y les sirve de escapatoria. El contacto sexual puede ser tierno, amoroso, jubiloso, doloroso, explosivo, fascinante, satisfactorio o humillante.

Con frecuencia la gente equipara el sexo con el amor, o necesitan estar enamorados para tener contactos sexuales. Somos muchos los que crecimos con la idea de que el sexo era pecaminoso si no estábamos casados, o de que la relación sexual debía ir encaminada hacia la procreación y no hacia el placer. Algunas personas se han rebelado contra esta idea, y sienten que el sexo y el amor no tienen por qué ir unidos.

La mayoría de nuestras creencias referentes a la sexualidad se remontan a nuestra niñez y a lo que nos enseñaron sobre Dios y la religión. A casi todos nos criaron con la idea de lo que yo llamo «el Dios de mamá», que es lo que nuestras madres nos enseñaron sobre Dios cuando éramos muy pequeños. Suele ser la imagen de Dios como un anciano con barba. El anciano está sentado sobre una nube, mirando fijamente los genitales de la gente, en espera de atrapar a alguien en pecado.

Piensa por un momento en la vastedad del universo. ¡Qué perfecto es todo! Piensa en el nivel de la inteligencia que lo creó. A mí se me hace muy difícil creer que esa misma inteligencia divina pueda parecerse a un viejo criticón que se pasa la vida mirándome los genitales.

Cuando éramos bebés, sabíamos lo perfecto que era nuestro cuerpo, y estábamos encantados con nuestra sexualidad. Los bebés nunca se avergüenzan de sí mismos. Ningún bebé se mide jamás el contorno de caderas para calcular su propio valor.

Debemos desprendernos de las imágenes y las creencias que no sirven para nutrirnos y darnos apoyo. Creo que la revolución sexual que se produjo a fines de los años sesenta fue en muchos sentidos una gran cosa, algo que nos liberó de las ideas victorianas y de la hipocresía. Evidentemente, cuando la gente se libera de la opresión, durante un tiempo «se pasa». Finalmente, el péndulo volverá a encontrar el punto de equilibrio: ni «pasarse», ni vivir oprimido. Creo que la intencionalidad del acto sexual es la de un jubiloso acto de amor, algo que en tanto que el corazón se mantenga abierto y nos amemos realmente a nosotros mismos no nos hará daño, ni a nosotros ni a otros. Sin embargo, la sexualidad puede ser también otra forma de abuso y la expresión de una valoración personal ínfima. Si para sentirnos valorados necesitamos constantemente una pareja nueva, o convertimos la infidelidad en un modo de vida, es necesario que revisemos nuestro pensamiento.

Ámate a ti mismo: cambiarás tu vida
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