Capítulo III LAS FUERZAS MORALES
Tenemos que referirnos de nuevo a esta cuestión, que fue tratada ligeramente en el libro II, capítulo III, porque las fuerzas morales constituyen uno de los temas más importantes en la guerra. Son el espíritu que impregna toda el ámbito bélico. Se adhieren más tarde o más temprano, y con conformidad mayor, a la voluntad que activa y guía a toda la masa de fuerzas y, por así decir, se confunden con ella en un todo, porque ella misma es una fuerza moral. Lamentablemente tratan de apartarse de la ciencia libresca, porque no pueden ser ni medidas en números ni agrupadas en clases, mientras que, al mismo tiempo, requieren ser vistas y sentidas.
El espíritu y otras cualidades morales de un ejército, de un general o de un gobierno, la opinión pública en las zonas donde se desarrolla la guerra, el efecto moral de una victoria o de una derrota, son cosas que en sí mismas varían mucho de naturaleza y que pueden ejercer también una influencia muy diferente, según como se planteen con respecto a nuestro objetivo y nuestras relaciones.
Aunque poco o nada cabe encontrar en los libros sobre estas cosas, pertenecen sin embargo a la teoría del arte de la guerra tanto como todo lo demás que constituye esta última. Porque tenemos que repetir aquí una vez más que nuestra filosofía sería mezquina si, de acuerdo con los viejos moldes, estableciéramos reglas y principios prescindiendo de todas las fuerzas morales, y después, tan pronto como estas fuerzas fueran apareciendo, comenzáramos a considerar las excepciones, que de tal modo formularíamos hasta cierto punto científicamente, o sea, erigiríamos en regla; o si recurriéramos a hacer una llamada al genio, que está por encima de todas las reglas, con lo cual daríamos a entender que las reglas no sólo fueron hechas para los necios, sino que en sí mismas tienen que constituir realmente una necedad.
Aun cuando la teoría de la guerra no hiciera en realidad más que recordar estas cosas, mostrando la necesidad de adjudicar todo su valor a las fuerzas morales y tomándolas siempre en consideración, aun así habría abarcado dentro de sus límites este ámbito de las fuerzas inmateriales y, al adoptar dicho punto de vista, habría condenado de antemano a todo el que hubiera tratado de justificarse ante sí mismo apelando a las meras condiciones físicas de las fuerzas.
Además, en consideración a todas las otras susodichas reglas, la teoría no puede desterrar a las fuerzas morales de su campo de acción, porque los efectos de las fuerzas físicas y morales están completamente fusionados y no pueden ser separados como una aleación por medio de un proceso químico. En toda regla relacionada con las fuerzas físicas, la teoría debe tener presente al mismo tiempo la participación que cabe asignar a las fuerzas morales, si no quiere caer en el error de establecer proposiciones categóricas, que son a veces tan demasiado pobres y limitadas como demasiado amplias y dogmáticas. Aun las teorías menos espirituales han perdido su rumbo, inconscientemente, dentro de este ámbito de la moral, porque, por ejemplo, los efectos de una victoria nunca pueden ser totalmente explicados sin considerar las impresiones morales. En consecuencia, la mayoría de las cuestiones que examinaremos en este libro están compuestas de causas y efectos, mitad físicos, mitad morales, y podemos decir que lo físico no es casi nada más que el asa de madera, mientras que lo moral es el metal noble, la verdadera arma, brillantemente pulida.
El valor de las fuerzas morales y la influencia que ejercen, a menudo increíble, se hallan muy bien ejemplificados en la historia. Con respecto a ello, debe tenerse en cuenta que los gérmenes de la sabiduría, que habrán de producir sus frutos en el pensamiento, son sembrados no tanto por medio de demostraciones, exámenes críticos y tratados eruditos, sino por medio de sentimientos, impresiones generales y rasgos de intuición aislados y clarificadores.
Podemos examinar los fenómenos morales más importantes en la guerra y tratar de ver, con todo el esmero de un maestro diligente, lo que podríamos afirmar sobre cada uno, ya fuera algo bueno o malo. Pero al aplicar tal método caeríamos con mucha facilidad en lo vulgar y común, mientras que desaparecería el verdadero espíritu del análisis y, sin saberlo, no haríamos más que repetir las cosas que todo el mundo conoce. Por lo tanto, aquí más que en ninguna otra parte preferimos ser incompletos y permanecer estables, contentándonos con haber atraído la atención sobre la importancia de la cuestión, en un sentido general, y con haber señalado el espíritu del que han surgido los puntos de vista desarrollados en este libro.