Capítulo VIII CONSIDERACIONES FINALES AL LIBRO I
Hemos designado al peligro, al esfuerzo físico, a la información y a la fricción como elementos que concurren en la atmósfera de la guerra y hacen de ésta un medio penoso para la realización de toda actividad. En consecuencia, por los efectos obstructores que presentan, tales elementos pueden ser incluidos nuevamente dentro de la idea colectiva de fricción general. ¿No existe, pues, ningún lubricante capaz de aminorar esa fricción? Se cuenta sólo con uno, que no siempre se halla al dictado del comandante en jefe y de su ejército: es el hábito de la guerra.
El hábito fortalece el cuerpo sometido a los esfuerzos extremos, otorga fuerzas al pensamiento ante el peligro, afirma el juicio frente a las primeras impresiones. Por su intermedio se adquiere una valiosa presencia de ánimo en todos los niveles, desde el húsar y el tirador hasta el general de división, lo cual no deja de facilitar la tarea del general en jefe.
Así como en una estancia sumida en la oscuridad el ojo humano dilata su pupila, capta la escasa luz existente, distingue los objetos de forma gradual e imperfecta y al final los ve con bastante exactitud, lo mismo ocurre en la guerra con el soldado experimentado, mientras al novel sólo le rodea la noche cerrada. No hay ningún general en jefe que pueda proporcionar a su ejército el hábito de la guerra, y los ejercicios en tiempo de paz sólo proporcionan un débil sucedáneo; débil en comparación con la experiencia que otorga la participación real en la guerra, pero no en relación con los ejercicios que en otros ejércitos se limitan a simples actos mecánicos de rutina. Por lo tanto, efectuar esos ejercicios en tiempo de paz de modo que se incluyan en ellos alguna de las causas de fricción para que el juicio, la prudencia y hasta la decisión de los distintos jefes puedan ser puestos en práctica encierra un valor mucho más grande de lo que piensan los que no conocen la cuestión por experiencia. Resulta enormemente importante que el soldado, cualquiera que sea su rango, superior o inferior, no se enfrente por primera vez en la guerra con esos fenómenos que, al ser contemplados con nuevos ojos, asombran y confunden. Si de algún modo los experimenta con anterioridad, aun cuando sólo sea una vez, se sentirá ya medio confiado ante ellos. Esto se aplica incluso a los esfuerzos físicos, que deben ser practicados, no tanto para acostumbrar el cuerpo a ellos, sino para adiestrar la mente. En la guerra, el soldado novel tiende a considerar los esfuerzos desusados como una consecuencia de faltas serias, errores y dificultades en la conducción del conjunto, y por esa razón se siente doblemente deprimido. Esto no le sucederá si ha sido preparado de antemano mediante ejercicios en tiempo de paz.
Otro medio menos amplio, pero sin embargo importante, a efectos de habituarse a la guerra en tiempo de paz, es fomentar la incorporación a las propias filas de oficiales de ejércitos extranjeros que tengan una experiencia bélica. La paz reina rara vez en toda Europa, y nunca en todo el mundo. Un estado que goce de paz durante largo tiempo tratará siempre, por lo tanto, de asegurarse la colaboración de oficiales que hayan actuado en los teatros de guerra, por supuesto, sólo de quienes hayan acreditado un buen desempeño, o bien enviará a esos escenarios a algunos de sus propios oficiales para que puedan extraer la debidas lecciones del conflicto bélico.
Por muy reducido que parezca el número de oficiales de este tipo, en relación con la gran masa de un ejército, su influencia se hará no obstante sentir con todo vigor. Su experiencia, su manera de ser, el desarrollo de su carácter influirán sobre sus subordinados y sus camaradas. Además, aunque no ocupen posiciones de mando superior, siempre podrán ser considerados como hombres familiarizados con el tema, a los cuales cabrá consultar en muchos casos particulares.