Capítulo IV METODOLOGÍA

Para exponer con claridad la idea de método y de «metodología», que tan importante papel desempeñan en la guerra, nos detendremos a considerar rápidamente la jerarquía lógica por medio de la cual es gobernado el mundo de la acción, como si fuera mediante autoridades regularmente constituidas.

La ley, la más general entre las concepciones válidas para el conocimiento y la acción, contiene evidentemente, en su significado literal, algo subjetivo y arbitrario y, no obstante, expresa con exactitud aquello de lo que dependemos tanto nosotros como las cosas externas. Como sujeto del conocimiento, la ley contiene la relación entre las cosas y sus efectos entre sí; como sujeto de la voluntad, constituye una determinante de la acción y equivale entonces a mandato y prohibición.

El principio es también una ley para la acción, con la diferencia de que no dispone del significado formal y definido que la ley posee, sino que sólo constituye el espíritu y el sentido de la ley, que de esta manera permite al juicio una mayor libertad de aplicación, cuando la diversidad del mundo real no puede ser incluida dentro del concepto definido de una ley. Como el juicio debe encontrar razones para explicar los casos en que no es aplicable el principio, éste se convierte, en ese sentido, en una verdadera ayuda o destello orientador para la persona que actúa.

El principio es objetivo cuando es el resultado de verdades objetivas y, por tanto, adquiere igual valor para todos los hombres; es subjetivo, llamándose entonces por lo general axioma, o sea, una regla de conducta propia, si contiene relaciones subjetivas y, por lo tanto, adquiere un valor positivo sólo para la persona que lo formula.

La regla es tomada con frecuencia en el sentido de ley, significando entonces lo mismo que el principio, ya que decimos «no hay regla sin excepción», pero no que «no hay ley sin excepción», lo que demuestra que con la regla conservamos una mayor libertad de aplicación.

En otro sentido, regla constituye el medio utilizado para reconocer la verdad que subyace en el fondo de un signo particular más próximo, a fin de aplicar a este signo la ley de acción que atañe a la verdad en su conjunto. De este tipo son todas las leyes que rigen los juegos, todas las formas abreviadas de procedimiento en matemáticas, etcétera.

Las regulaciones e instrucciones son hechos determinantes de la acción que se refieren a circunstancias menores, que serían demasiado numerosas e insubstanciales para ser abarcadas por las leyes generales, pero que ayudan a indicar con mayor claridad el camino a seguir.

Por último, el método, o modo de procedimiento, constituye una forma de acción que se repite constantemente y es elegida entre varias posibles. Por metodología entendemos la determinación de la acción por medio de métodos y no de principios generales o regulaciones individuales. Cuando ello ocurre, hay que suponer necesariamente que los casos tratados con dicho método serán iguales en sus rasgos esenciales. Como esto difícilmente será así, el problema consiste en que deberían serlo tanto como fuera posible; en otras palabras, el método debería basarse en los casos más probables. Por lo tanto, la metodología no se funda en premisas particulares y definidas, sino en la probabilidad media de casos análogos, y su tendencia final es establecer una verdad media, cuya aplicación uniforme y constante adquiera, a medida que avanza, la naturaleza de una destreza mecánica, que termina por actuar con competencia casi inconscientemente.

Para la conducción de la guerra descartamos la idea de la ley relacionada con el conocimiento, porque los fenómenos complejos de la guerra no son tan regulares y los fenómenos regulares tan complejos como para que avancemos algo más mediante esta concepción que por la simple verdad. Y donde son suficientes la concepción simple y el lenguaje sencillo, recurrir a lo complejo resulta afectado y presentuoso. La idea de ley en relación con la acción no puede ser usada por la teoría de la conducción de la guerra, porque, debido a la variabilidad y diversidad de los fenómenos, no hay en ella una determinación de naturaleza general que pueda adoptar el nombre de ley.

Pero los principios, las reglas, las regulaciones y los métodos son concepciones indispensables para una teoría de la conducción de la guerra, en cuanto esa teoría lleve a una instrucción positiva, porque en ésta la verdad sólo puede residir en esas formas de cristalización.

Como la táctica es la parte de la conducción de la guerra donde la teoría puede llevar con mayor frecuencia a enseñanzas positivas, estas concepciones aparecerán también más frecuentemente en ella.

No utilizar la caballería contra la infantería incólume excepto en caso de necesidad; no emplear las armas de fuego hasta que el enemigo se halle dentro del radio de su alcance efectivo, para economizar tantas fuerzas como sea posible; estos son principios tácticos. Ninguno de ellos puede ser aplicado en forma absoluta en todos los casos, pero el jefe debe tenerlos siempre presentes para que la ventaja de la verdad que contienen no se desvanezca en aquellos en que esa aplicación sea posible.

Si de una actividad inusitada en el campo enemigo deducimos que nuestro oponente está a punto de entrar en acción, o si la exposición intencional de tropas en un encuentro nos indica que se trata sólo de un amago, entonces esta manera de reconocer la verdad de las cosas es llamada regla, debido a que el propósito al que sirve se deduce de una circunstancia visible determinada.

Si constituye una regla atacar al enemigo con dureza tan pronto como se observe que coloca el armón en el encuentro, es porque se liga a este hecho particular una línea de acción dirigida a la situación general del enemigo tal como se deduce de ella misma, o sea, que está en trance de desistir del encuentro, que está comenzando a retirar sus tropas y no es capaz ni de oponer una resistencia seria mientras prepara su retirada, ni de contrarrestar el acoso del oponente en su transcurso.

Las regulaciones y los métodos son incorporados a la conducción de la guerra por las teorías de la preparación, en la medida en que se insuflen, a modo de principios activos, en las tropas ya formadas. Todas las instrucciones para las formaciones, los ejercicios y los servicios de campaña son regulaciones y métodos. En los ejercicios de instrucción predominan las primeras, y en las instrucciones de servicios de campaña, los últimos. La conducción real de la guerra va unida a ellos; recurre a ellos, por tanto, a modo de formas dadas de procedimiento, y raíz de tal carácter tienen que integrar la teoría de la conducción de la guerra.

Pero para aquellas actividades que conserven una libertad de uso de esas fuerzas no puede haber regulaciones, esto es, no puede haber instrucciones definidas, precisamente porque esto excluiría la libertad de acción. Los métodos, por otra parte, constituyen una forma general de realizar una tarea, a medida que vayan apareciendo, sobre la base, tal como ya pusimos de relieve, de la probabilidad media. Como conjunto que aporta principios y reglas aptos para ser aplicados, pueden formar ciertamente parte de la teoría de la conducción de la guerra, siempre que no adopten una representación diferente de lo que son en realidad, o se presenten como leyes de acción absoluta y de relación necesaria (sistemas), sino como la mejor forma que puede ser aplicada o sugerida como vía más corta en lugar de una decisión individual.

Se advertirá que la aplicación de un método constituirá con frecuencia el factor más esencial en la conducción de la guerra, teniendo en cuenta las múltiples acciones que se realizan sobre la base de meras conjeturas o en una completa incertidumbre. Las medidas, en la guerra, deben ser siempre establecidas según un cierto número de posibilidades. Uno de los bandos parece incapaz de apreciar las circunstancias que influyen en las disposiciones del otro. Aun en el caso de que se conocieran, realmente las circunstancias que influyen en las decisiones del oponente, uno no cuenta con tiempo suficiente como para poner en práctica las medidas necesarias para contrarrestarlas, debido a su extensión y complejidad. Cada acontecimiento se ve envuelto en un número de circunstancias menores que deben ser tenidas en cuenta, y no existe otro medio de hacerlo sino deduciendo una de la otra y basando los cálculos tan sólo sobre lo que es general y probable. Por último, debido al aumento creciente de oficiales, a medida que se desciende en la escala jerárquica, y cuanto más bajo sea el ámbito de acción, tanto menor será la cantidad de cosas que pueden ser dejadas a merced del juicio individual. Cuando se accede al grado en que no cabe esperar otro reconocimiento que el que permiten las regulaciones del servicio y la experiencia, se debe afrontar el acontecimiento con métodos de rutina surgidos de esas regulaciones. Ello será válido tanto como afirmación de aquel juicio como de dique contra las deducciones extravagantes y erróneas, especialmente temibles en un ámbito en el que la experiencia resulta tan costosa.

Además de su carácter indispensable, cabe asimismo atribuir a la metodología una ventaja positiva, es decir, el hecho de que, mediante la aplicación constante de fórmulas invariables, se gana en rapidez, precisión y firmeza en la dirección de las tropas, lo cual conduce a una disminución de la fricción natural y permite a la maquinaria moverse con mayor presteza.

El método, por tanto, tendrá un uso más general y resultará más indispensable en la medida en que las personas actuantes ocupen un menor puesto jerárquico, mientras que, al ascender en la escala, ese uso disminuirá, hasta desaparecer por completo en las posiciones más elevadas. Por dicha razón, más indicado estará en la táctica que en la estrategia.

La guerra, en sus aspectos más encumbrados, no consiste en una cantidad infinita de pequeños acontecimientos —análogos entre sí pese a su diversidad y, por tanto, mejor o peor controlados por métodos mejores o peores—, sino que es un acontecimiento que ocurre de modo aislado, grave y decisivo, que debe ser tratado en particular. No se trata de un terreno sembrado que, mediante una guadaña más o menos eficaz, pueda ser mejor o peor segado, independientemente de la forma en que se efectúan los tallos, sino que se trata de un campo poblado de grandes árboles, sobre los cuales debe actuar el hacha con buen juicio, según la naturaleza particular y la inclinación de cada uno de los troncos.

Hasta dónde cabe asumir la metodología de las acciones militares queda naturalmente supeditado no a la escala jerárquica, sino a la realidad de las cosas. Y esto afecta a las posiciones más elevadas en un grado menor, debido solamente a que esas posiciones cuentan con un mayor campo de acción. Un orden permanente de batalla, una formación permanente de avanzada y vanguardia, constituyen sendos ejemplos de métodos rutinarios mediante los cuales el general no sólo coarta la capacidad de decisión de sus subordinados, sino también, en ciertos casos, la suya propia. Es cierto que dichos métodos pueden haber sido creados por él mismo, y los puede haber adoptado de acuerdo con las circunstancias, pero también pueden pertenecer a la teoría, en la medida en que se basen sobre las características generales de las tropas y los armamentos. Por otra parte, cualquier método aplicado a delinear el plan de una guerra o de una campaña que sea rutinario y comunicado para el uso, como si fuera a ser ejecutado por una máquina; carecería por completo de valor.

Mientras no exista de por medio una teoría aceptable, esto es, mientras no se disponga de una forma inteligible para la conducción de la guerra, la metodología —la rutina en los métodos— debe inmiscuirse —aún en las esferas más elevadas de actividad, ya que los que las integran no siempre se han formado a través del estudio y el contacto con las capas superiores de la vida. No serán capaces de encontrar su camino entre las discusiones estériles y contradictorias de los teóricos y los críticos; su sentido común las rechazará de manera espontánea y, en consecuencia, no dispondrán de otro conocimiento que el que les aporte la experiencia. Por tanto, en aquellos casos que admitan un tratamiento libre e individual, y que también lo requieran, echarán en seguida mano de los medios que les brinda la experiencia, es decir, apelarán a los procedimientos característicos de los grandes generales, ya que lo que hemos llamado metodología es algo que surge por sí mismo. Al constatar que los generales de Federico el Grande siempre avanzaban con el llamado orden oblicuo de batalla, al verificar asimismo que los generales de la Revolución francesa practicaban siempre movimientos envolventes con una línea de batalla ampliamente extendida, y que los lugartenientes de Bonaparte se lanzaban al ataque con el sangriento despliegue de unas masas concentradas, advertiremos en la repetición del procedimiento lo que constituye evidentemente un método prestado y, por tanto, comprobaremos que la metodología puede extenderse hasta ámbitos lindantes con las esferas más elevadas. Si es cierto que una teoría evolucionada facilita el estudio de la conducción de la guerra y favorece la educación de la mente y el juicio de los responsables de los mandos superiores, entonces la metodología no alcanzará cimas tan elevadas, y esto será considerado tanto más indispensable en la medida en que se deduzca de la teoría misma y no sea un producto de la simple imitación. Por excelente que sea la forma como un gran general haga las cosas, siempre habrá algo subjetivo en cómo las hace, y si tiene cierta manera de hacerlas, ésta contendrá buena parte de su individualidad, que no siempre concordará con la individualidad de la persona que lo imite.

Al propio tiempo, no sería ni posible ni justo eliminar por completo de la conducción de la guerra la metodología subjetiva; por el contrario, ésta debe ser considerada como una manifestación de la influencia que ejerce el carácter general de la guerra sobre sus acontecimientos aislados, la cual solamente puede ser asumida de esa forma si la teoría no ha podido preverla y tomarla en cuenta. ¿Puede haber algo más lógico que el hecho de que la guerra de la Revolución francesa tuviera su propio modo de hacer las cosas? ¿Qué teoría podría haber incluido ese método peculiar? El problema reside en que esa manera de hacer las cosas, originada en un caso especial, pervive fácilmente, debido a que continúa, al tiempo que las circunstancias cambian de modo imperceptible. Esto es lo que la teoría tiene que prevenir, mediante una critica precisa y racional. Cuando, en el año 1806, el príncipe Ludwig en Saalfeld, Tauentzien sobre el Dornberg, cerca de Jena, Grawert delante y Ruchel detrás de Kappellendorf, dispuestos a manos llenas a destruir el orden oblicuo de Federico el Grande, se las compusieron para desarticular al ejército de Hohenlohe de un modo como nunca fue diezmado ejército alguno en el campo de batalla, ello se debió no sólo a una manera de actuar que pervivió en el futuro, sino a la más patente estupidez a la que puede haber conducido jamás la metodología.