7
Harald pensó que el Tiger Moth era la máquina más hermosa que hubiera visto jamás. Parecía una mariposa lista para emprender el vuelo, con sus alas superiores e inferiores desplegadas, sus ruedas de coche de juguete descansando suavemente sobre la hierba y su larga cola prolongándose detrás. Hacía un día magnífico, con suaves brisas, y el pequeño avión temblaba bajo el viento como si estuviera impaciente por despegar. Su único motor delantero impulsaba la gran hélice pintada de color crema. Detrás del motor había dos carlingas abiertas, una delante de la otra.
El Tiger era primo del Hornet Moth medio destrozado que Harald había visto en el monasterio en ruinas de Kirstenslot; los dos aviones eran mecánicamente similares, con la única excepción de que el Hornet Moth tenía una cabina cerrada con asientos contiguos. Sin embargo el Hornet Moth parecía estar compadeciéndose de sí mismo, inclinado hacia un lado con la parte inferior de su fuselaje medio rota, la tela desgarrada y manchada de aceite y la tapicería reventada. En cambio el Tiger Moth tenía un aspecto alegre y seguro de sí mismo, con la pintura nueva brillando encima de su fuselaje y el sol arrancando destellos a su parabrisas. Su cola se apoyaba en el suelo y su morro apuntaba hacia arriba, como si estuviera husmeando el aire.
—Como verás, las alas son planas por abajo, pero curvadas por arriba —dijo Arne Olufsen, el hermano de Harald—. Cuando el avión se está moviendo, el aire que corre por encima de la parte superior del ala se ve obligado a moverse más deprisa que el aire que pasa por debajo de ella. —Dirigió a su hermano aquella sonrisa irresistible que hacía que la gente le perdonara cualquier cosa—. Por razones que nunca he entendido, eso levanta al aparato del suelo.
—Crea una diferencia de presión —dijo Harald.
—Cierto —replicó Arne secamente.
La clase superior de la Jansborg Skole estaba pasando el día en la Escuela de Aviación del Ejército en Vodal. Arne y su amigo Poul Kirke les estaban enseñando las instalaciones. La visita era un ejercicio de reclutamiento llevado a cabo por el ejército, el cual estaba teniendo serios problemas para persuadir a los jóvenes más brillantes de que se unieran a una fuerza militar que no tenía nada que hacer. A Heis, con su pasado en el ejército, le gustaba que la Jansborg enviara uno o dos alumnos a los militares cada año. Para los muchachos, una visita representaba una pausa muy bienvenida en el repaso con vistas a los exámenes.
—A las superficies con bisagras de las alas inferiores se las llama alerones —le contó Arne—. Están conectadas mediante cables a la columna de control o palanca de mando, a la que a veces se conoce como el palo de la alegría, por razones que eres demasiado joven para entender. —Volvió a sonreír—. Cuando la palanca es desplazada hacia la izquierda, el alerón izquierdo sube y el derecho baja. Eso hace que el avión se incline lateralmente y vire hacia la izquierda. Lo llamamos ladear.
Harald estaba fascinado, pero quería subir al Tiger Moth y volar.
—Observarás que la mitad posterior de la cola también tiene bisagras —dijo—. A esto se lo llama el timón de profundidad, y desplaza el avión hacia arriba o hacia abajo. Tira de la palanca y entonces el timón de profundidad se inclina hacia arriba, deprimiendo la cola de tal manera que el avión asciende.
Harald se dio cuenta de que la parte de la cola dirigida hacia arriba también tenía un alerón.
—¿Para qué es eso? —preguntó, señalándolo.
—Eso es el timón de dirección, controlado por un par de pedales en el pozo de la carlinga. Funciona de la misma manera que el timón de una embarcación.
—¿Por qué necesitáis un timón de dirección? —intervino Mads—. Utilizáis los alerones para cambiar de dirección.
—¡Una observación excelente! —dijo Arne—. Demuestra que estás escuchando. Pero ¿no se os ocurre cuál puede ser la respuesta? ¿Por qué íbamos a necesitar un timón, al igual que unos alerones, para orientar el avión?
Harald trató de adivinarlo.
—Cuando estáis en la pista no podéis utilizar los alerones.
—¿Porque…?
—Las alas chocarían con el suelo.
—Correcto. Utilizamos el timón de dirección mientras estamos rodando por la pista, que es cuando no podemos alterar la inclinación de las alas porque estas chocarían con el suelo. También lo utilizamos en el aire, para controlar los movimientos laterales no deseados del avión, a los que llamamos guiñadas.
Los quince muchachos habían recorrido la base aérea, asistido a una conferencias sobre las oportunidades, la paga y el adiestramiento en el ejército, y almorzado con un grupo de jóvenes pilotos que estaban aprendiendo a volar. Ahora esperaban impacientemente la lección individual de vuelo que se le había prometido a cada uno de ellos como punto álgido del día. Cinco Tiger Moth se encontraban alineados sobre la hierba. Oficialmente los aviones militares daneses habían permanecido estacionados en tierra desde el comienzo de la ocupación, pero había excepciones. A la escuela de vuelo se le permitía impartir lecciones a bordo de planeadores, y se había otorgado un permiso especial para el ejercicio de hoy en los Tiger Moth. Por si acaso a alguien se le ocurría la idea de volar hasta Suecia en un Tiger Moth, dos cazas Messerschmitt Me-109 se hallaban estacionados en la pista, listos para perseguir y derribar a quienquiera que intentase escapar.
Poul Kirke siguió con el comentario allí donde lo había dejado Arne.
—Quiero que miréis dentro de la carlinga, uno por uno —dijo—. Poneos encima de la franja negra del ala inferior. No piséis en ningún otro sitio o vuestro pie atravesará la tela y no podréis volar.
Tik Duchwitz fue primero.
—En el lado izquierdo ves una palanca plateada para la válvula —dijo Poul—. Esa palanca controla la velocidad del motor, y más abajo hay una palanca verde que aplica un resorte al control del timón de profundidad. Si el dispositivo está ajustado correctamente mientras vuelas, entonces el avión debería mantenerse nivelado cuando apartes la mano de la palanca.
Harald fue en último lugar. No podía evitar sentirse interesado, a pesar del resentimiento que había suscitado en él la arrogante tranquilidad con la que Poul se había llevado a Karen Duchwitz encima de su bicicleta.
—Bueno, Harald, ¿qué opinas? —le preguntó Poul mientras bajaba de la carlinga. Harald se encogió de hombros.
—No parece demasiado complicado.
—Entonces puedes ir primero —dijo Poul con una sonrisa. Los demás rieron, pero Harald se sintió muy complacido.
—Vayamos a prepararnos —dijo Poul.
Volvieron al hangar y se pusieron los trajes de vuelo, unos monos de cuerpo entero que se abotonaban por delante. También les entregaron cascos y anteojos. Para disgusto de Harald, Poul insistió en ayudarlo.
—La última vez que nos vimos fue en Kirstenslot —dijo Poul mientras le ajustaba los anteojos.
Harald asintió secamente, no deseando que se le recordara. Aun así, no pudo evitar preguntarse cuál era exactamente el tipo de relación que había entre Poul y Karen. ¿Solo estaban saliendo, o había algo más? ¿Lo besaba ella apasionadamente y permitía que tocara su cuerpo? ¿Hablaban de casarse? ¿Habían mantenido relaciones sexuales? Harald no quería pensar en aquellas cosas, pero no podía evitar hacerlo.
Cuando estuvieron listos, los primeros cinco estudiantes volvieron al campo, cada uno con un piloto. A Harald le hubiese gustado ir con su hermano, pero una vez más Poul escogió a Harald. Era casi como si quisiese llegar a conocerlo mejor.
Un auxiliar de vuelo vestido con un mono manchado de aceite estaba llenando el depósito del avión, encaramado a él con un pie puesto en un estribo del fuselaje. El depósito se hallaba en el centro del ala superior donde esta pasaba por encima del asiento delantero, en lo que a Harald le pareció era una posición bastante inquietante. ¿Sería capaz de olvidarse de los litros de liquido inflamable que habría encima de su cabeza?
—Primero, la inspección previa antes del despegue —dijo Poul, inclinándose sobre la carlinga—. Comprobamos que los interruptores de los imanes estén desconectados y que la válvula de estrangulación esté cerrada. —Echó una mirada a las ruedas—. Calces en su sitio. —Dio un puntapié a cada neumático y movió los alerones hacia arriba y hacia abajo—. Mencionaste que habías trabajado en la nueva base alemana que hay en Sande —dijo de pronto, como si acabara de acordarse de ello.
—Sí.
—¿Qué clase de trabajo hiciste allí?
—Solo labores de naturaleza general: cavar agujeros, mezclar cemento, llevar ladrillos.
Poul pasó a la parte de atrás del avión y comprobó el movimiento de los planos del timón de profundidad.
—¿Llegaste a averiguar para qué es ese sitio?
—No entonces, no. Despidieron a los trabajadores daneses tan pronto como hubieron terminado el trabajo de construcción, y los alemanes pasaron a ocuparse de todo. Pero estoy casi seguro de que es alguna clase de estación de radio.
—Creo que mencionaste eso la última vez. Pero ¿cómo lo sabes?
—He visto el equipo.
Poul lo miró fijamente, y Harald se dio cuenta de que no le estaba preguntando todo aquello porque sí.
—¿Es visible desde fuera?
—No. El lugar está vigilado y rodeado por una valla; el equipo de radio queda escondido por los árboles, excepto en el lado que da al mar, y está prohibido acceder a esa parte de la playa.
—¿Y entonces cómo es que lo viste?
—Tenía mucha prisa por llegar a casa, así que tomé por un atajo a través de la base.
Poul se acuclilló detrás del timón de dirección y comprobó el patín de la cola.
—¿Y qué fue lo que viste?
—Una gran antena, la mayor con la que me he encontrado jamás. Tendría unos treinta metros cuadrados y estaba colocada encima de una base rotatoria.
El auxiliar de vuelo que había estado llenando el depósito del avión interrumpió la conversación.
—Listos cuando usted lo esté, señor.
—¿Listo para volar? —le preguntó Poul a Harald.
—¿Delante o detrás?
—El alumno siempre se sienta detrás.
Harald subió a la carlinga. Tuvo que ponerse de pie en el cubo del asiento para luego deslizarse hacia abajo dentro de él. La carlinga era muy estrecha y Harald se preguntó cuántos pilotos gordos conseguirían introducirse en ella; entonces cayó en la cuenta de que no había pilotos gordos.
Debido al ángulo elevado con que el avión descansaba sobre la hierba, no podía ver nada ante él aparte del despejado cielo azul. Harald tuvo que inclinarse hacia un lado para poder ver el suelo.
Puso los pies encima de los pedales del timón de dirección y la mano derecha sobre la palanca de control. Movió experimentalmente la palanca de un lado a otro y vio cómo los alerones subían y bajaban al compás de su orden. Luego tocó con la mano izquierda las palancas de la válvula de estrangulación y el timón de dirección.
Justo enfrente de su carlinga había dos pequeñas protuberancias en el fuselaje que supuso serían los interruptores de los imanes gemelos.
Poul se inclinó sobre Harald para ajustarle el arnés de seguridad.
—Estos aviones fueron diseñados para el adiestramiento, por lo que tienen controles dobles —dijo—. Mientras yo esté pilotando, mantén las manos y los pies encima de los controles sin ejercer ninguna clase de presión y siente cómo los voy moviendo. Ya te avisaré cuando tengas que tomar el mando.
—¿Cómo hablaremos?
Poul señaló un tubo de goma en forma de Y que recordaba el estetoscopio de un médico.
—Esto funciona igual que el tubo para hablar de una embarcación.
Enseñó a Harald cómo había que colocar los extremos del tubo en las sujeciones para los oídos en su casco de vuelo. El pie de la Y desaparecía dentro de una cañería de aluminio que indudablemente llevaba a la carlinga delantera. Otro tubo con una boquilla se utilizaba para hablar.
Poul subió al asiento delantero. Un instante después Harald oyó su voz a través del tubo de comunicación.
—¿Puedes oírme?
—Alto y claro.
El auxiliar de vuelo se colocó junto a la parte delantera izquierda del avión y acto seguido hubo un diálogo a gritos, con el auxiliar haciendo preguntas y Poul respondiendo a ellas.
—¿Listo para empezar, señor?
—Listo para empezar.
—¿Combustible abierto, interruptores desconectados, válvula de estrangulación cerrada?
—El combustible está abierto, los interruptores están desconectados, la válvula está cerrada.
Harald esperaba que llegados a ese punto el auxiliar de vuelo hiciera girar la hélice, pero lo que hizo fue ir al lado izquierdo del avión, abrir la capota del fuselaje y hurgar en el motor, Harald supuso que terminando de ajustarlo. Luego cerró el panel y volvió a la proa del avión.
—Aspirando, señor —dijo, y luego alzó los brazos y tiró de la pala de la hélice hacia abajo. Repitió la acción tres veces, y Harald supuso que aquel procedimiento introducía combustible en los cilindros.
Acto seguido el auxiliar pasó por debajo del ala inferior y accionó los dos pequeños interruptores que había enfrente de la carlinga de Harald.
—¿Válvula lista?
Harald sintió cómo la palanca del control de dirección se movía cosa de un centímetro hacia delante bajo su mano, y luego oyó que Poul decía:
—Válvula lista.
—Contacto.
Poul se inclinó hacia delante y accionó los interruptores que había delante de su carlinga.
El auxiliar de vuelo volvió a hacer girar la hélice, esta vez apresurándose a retroceder inmediatamente después de haberlo hecho. El motor se encendió y la hélice giró. Hubo un rugido, y el pequeño avión tembló. Harald tuvo una súbita y vívida sensación de lo ligero y frágil que era, y recordó con una especie de conmoción de qué estaba hecho: no de metal, sino de madera y tela. La vibración no era como la de un coche o una motocicleta, que en comparación uno notaba sólida y firmemente unida al suelo. Aquello se parecía más a trepar por un árbol joven y sentir cómo el viento sacudía sus delgadas ramas.
Harald oyó la voz de Poul hablando por el tubo.
—Tenemos que dejar que se caliente el motor. Tarda unos cuantos minutos.
Harald pensó en las preguntas que le había hecho Poul acerca de la base en Sande. Estaba seguro de que aquello no era mera curiosidad. Poul tenía un propósito. Quería conocer la importancia estratégica de la base. ¿Por qué? ¿Formaba parte Poul de algún movimiento de resistencia secreto? ¿De qué otra cosa podía tratarse?
El sonido del motor subió de tono, y Poul extendió la mano y volvió a apagar y encender los interruptores de los imanes, llevando a cabo lo que Harald supuso era otra comprobación de seguridad. Entonces el tono del motor bajó hasta convertirse en un tranquilo zumbido, y finalmente Poul indicó al auxiliar que ya podía quitar los calces de las ruedas. Harald sintió una sacudida, y el avión empezó a avanzar.
Los pedales se movieron debajo de los pies de Harald cuando Poul utilizó el timón de dirección para ir guiando el avión por encima de la hierba. Rodaron a lo largo de la pista, que estaba marcada con banderitas, viraron hacia el viento y se detuvieron y Poul dijo:
—Unas cuantas comprobaciones más antes de que despeguemos.
Por primera vez, a Harald se le ocurrió pensar que lo que se disponía a hacer era peligroso. Su hermano llevaba años volando sin tener ningún accidente, pero otros pilotos se habían estrellado, y algunos habían muerto. Se dijo que las personas morían dentro de coches, encima de motocicletas y a bordo de embarcaciones, pero de algún modo aquello era diferente. Harald se obligó a dejar de pensar en los peligros. No iba a dejarse arrastrar por el pánico y hacer el ridículo delante de la clase.
De pronto la palanca de la válvula de estrangulación se deslizó rápidamente hacia delante debajo de su mano, el motor rugió más fuerte, y el Tiger Moth echó a rodar impacientemente por la pista. Pasados solo unos segundos, la palanca de control se apartó de las rodillas de Harald, y sintió cómo su cuerpo se inclinaba ligeramente hacia delante cuando la cola se elevó por detrás de él. El pequeño avión adquirió velocidad, estremeciéndose y traqueteando sobre la hierba. La sangre de Harald parecía vibrar de pura excitación. Entonces la palanca volvió a retroceder bajo su mano, el avión pareció salir despedido del suelo y se encontraron en el aire.
Era muy emocionante. Siguieron subiendo. Harald pudo ver un pueblecito a un lado. En la atestada Dinamarca, no había muchos sitios desde los que no se pudiera ver un pueblecito. Poul ladeó el avión hacia la derecha. Sintiéndose bruscamente inclinado hacia un lado, Harald luchó con la aterradora idea de que iba a caerse de la carlinga.
Para tranquilizarse, miró los instrumentos. El contador de revoluciones por minuto mostraba 2000 rpm, y su velocidad era de 95 kilómetros por hora. Ya estaban a 300 metros de altitud. La aguja del indicador de posición señalaba directamente hacia arriba.
El avión se niveló. La palanca de la válvula retrocedió, la nota del motor bajó de tono, y las revoluciones descendieron a 1900.
—¿Estás sosteniendo la palanca? —preguntó Poul.
—Sí.
—Comprueba la línea del horizonte. Probablemente pasa a través de mi cabeza.
—Entra por una oreja y sale por la otra.
—Cuando suelte los controles, quiero que te limites a mantener niveladas las alas y el horizonte en el mismo sitio con relación a mis orejas.
—De acuerdo —dijo Harald, sintiéndose muy nervioso.
—Tienes el control.
Harald sintió que el avión cobraba vida en sus manos, conforme cada leve movimiento que hacía afectaba a su vuelo. La línea del horizonte cayó hacia los hombros de Poul, indicando con ello que el morro se había elevado, y Harald se dio cuenta de que un miedo a precipitarse hacia el suelo del que apenas si era consciente estaba haciendo que tirase de la palanca. La desplazó infinitesimalmente hacia delante, y tuvo la satisfacción de ver cómo la línea del horizonte subía lentamente hasta quedar situada en las orejas de Poul.
Entonces el avión se bamboleó y se inclinó súbitamente hacia un lado. Harald tuvo la sensación de que había perdido el control y estaban a punto de caer del cielo.
—¿Qué ha sido eso? —gritó.
—Solo una ráfaga de viento. Corrige para compensarla, pero no demasiado.
Reprimiendo el pánico, Harald volvió a empujar la palanca hacia la dirección del ladeo. El avión se bamboleó inclinándose bruscamente en la dirección opuesta, pero al menos ahora Harald sentía que lo estaba controlando, y volvió a corregir la inclinación con otro pequeño movimiento. Entonces vio que estaba volviendo a ascender y bajó el morro. Descubrió que tenía que concentrarse al máximo en responder al más ligero movimiento del avión solo para mantener un rumbo. Tenía la sensación de que un error podía enviarlo a estrellarse contra el suelo.
Cuando Poul habló, Harald se sintió bastante molesto por aquella interrupción.
—Eso ha estado muy bien —dijo Poul—. Le estás cogiendo el truco.
Harald pensó que solo necesitaba seguir practicando durante un par de años.
—Ahora presiona ligeramente los pedales del timón de dirección con ambos pies —dijo Poul. Harald llevaba un rato sin pensar en sus pies.
—De acuerdo —dijo bruscamente.
—Mira el indicador de virajes e inclinación.
Por el amor de Dios, quería decirle Harald, ¿cómo puedo hacer eso y pilotar el avión al mismo tiempo? Se obligó a apartar por un segundo los ojos del horizonte y mirar el panel de instrumentos. La aguja continuaba estando en la posición de las doce del mediodía. Harald miró nuevamente el horizonte y descubrió que había vuelto a levantar el morro del aparato. Lo corrigió.
—Cuando yo aparte el pie del timón de dirección —dijo Poul—, descubrirás que el morro del aparato girará hacia la izquierda y hacia la derecha debido a la turbulencia. En caso de que no estés seguro, comprueba el indicador. Cuando el avión se desvíe hacia la izquierda, la aguja se moverá hacia la derecha, diciéndote que ejerzas presión con el pie derecho para corregir la desviación.
—De acuerdo.
Harald no sintió ningún movimiento hacia un lado, pero cuando por fin consiguió echarle una mirada al dial unos instantes después vio que estaba girando hacia la izquierda. Presionó el pedal correspondiente del timón de dirección con el pie derecho. La aguja no se movió. Harald pisó el pedal con más fuerza. Lentamente, la aguja fue retrocediendo hacia la posición central. Harald miró hacia arriba y vio que estaba descendiendo un poco. Tiró de la palanca hacia atrás. Volvió a comprobar el indicador de virajes e inclinación. La aguja se mantenía inmóvil.
Todo habría parecido muy fácil si no se hubiera encontrado a cuatrocientos metros por encima del suelo.
—Ahora probemos con un viraje —dijo Poul.
—Oh, mierda —dijo Harald.
—En primer lugar, mira a la izquierda para ver si hay algún obstáculo.
Harald miró a la izquierda. En la lejanía pudo ver a otro Tiger Moth, presumiblemente con uno de sus compañeros de clase a bordo, haciendo lo mismo que él. Aquello era tranquilizador.
—No hay nada cerca —dijo.
—Mueve la palanca hacia la izquierda.
Harald así lo hizo. El avión se inclinó hacia la izquierda y Harald volvió a experimentar la vertiginosa sensación de que iba a caerse de él. Pero entonces el avión empezó a virar hacia la izquierda, y Harald sintió una oleada de excitación cuando comprendió que estaba orientando el Tiger Moth.
—En un viraje, el morro tiende a bajar —dijo Poul.
Harald vio que el avión realmente estaba descendiendo, y tiró de la palanca.
—Echa una mirada a ese indicador de virajes e inclinación —dijo Poul—. Estás haciendo el equivalente a un patinazo.
Harald comprobó el dial y vio que la aguja se había movido hacia la derecha. Presionó el pedal del timón de dirección con el pie derecho. Una vez más, este respondió muy lentamente.
El avión había virado a través de noventa grados, y Harald ardía en deseos de nivelarlo y volver a sentirse a salvo, pero Poul pareció leerle la mente —o quizá fuese que todos los alumnos sentían lo mismo una vez llegados a ese punto— y dijo:
—Continúa virando, lo estás haciendo muy bien.
A Harald el ángulo de la inclinación le parecía peligrosamente pronunciado, pero mantuvo el viraje, comprobando cada pocos segundos el indicador de inclinación y manteniendo el morro del aparato dirigido hacia arriba. Mirando por el rabillo del ojo vio un autobús que corría por la carretera debajo de ellos, como si en el cielo no estuviera sucediendo nada dramático y no hubiera absolutamente ningún peligro de que un estudiante de la Jansborg Skole se precipitara de las alturas en cualquier momento para encontrar la muerte al chocar con su techo.
Harald ya había virado tres cuartas partes de un círculo antes de que Poul finalmente dijera:
—Endereza.
Harald movió la palanca hacia la derecha con un suspiro de alivio, y el avión se niveló.
—Echa un vistazo a ese indicador.
La aguja se había movido hacia la izquierda. Harald presionó el pedal del timón de dirección con su pie izquierdo.
—¿Puedes ver la pista?
Al principio Harald no pudo verla. La campiña que se extendía por debajo de él era una confusión carente de sentido de campos puntuados por edificios. No tenía ni idea de qué aspecto tendría una base aérea vista desde lo alto. Poul le echó una mano.
—Una hilera de largos edificios blancos al lado de un campo muy verde. Mira a la izquierda de la hélice.
—Lo veo.
—Sigue ese curso, manteniendo el campo a la izquierda de nuestra hélice.
Hasta aquel momento, Harald no había pensado en el curso que estaban siguiendo. Ya tenía bastante con mantener nivelado el avión. Ahora tenía que hacer todo lo que había aprendido previamente y, al mismo tiempo, poner rumbo hacia casa. Siempre había una cosa de más en la cual pensar.
—Estás subiendo —dijo Poul—. Reduce un poco la velocidad y bájanos hasta unos trescientos metros conforme nos aproximamos a los edificios.
Harald comprobó el altímetro y vio que el avión estaba volando a seiscientos metros por encima del suelo. La última vez que había mirado estaban a cuatrocientos cincuenta metros. Redujo la velocidad y movió la palanca hacia delante.
—Baja el morro un poco más —dijo Poul.
Harald tenía la sensación de que el avión corría peligro de precipitarse hacia el suelo en una repentina caída vertical, pero se obligó a seguir empujando la palanca hacia delante.
—Bien —dijo Poul.
Cuando estaban a trescientos metros de altitud, la base apareció debajo de ellos.
—Vira a la izquierda cuando lleguemos al final de ese lago y alinéanos con la pista —ordenó Poul.
Harald niveló el avión y comprobó el indicador de inclinación.
Cuando se encontró yendo en paralelo al final del lago, movió la palanca hacia la izquierda. Esta vez, la sensación de que iba a caerse del avión no fue tan grave.
—Vigila ese indicador de inclinación.
Harald se había olvidado de hacerlo. Corrigiendo con el pie, hizo virar el avión.
—Reduce un poco la velocidad.
Harald tiró de la palanca, y la nota del motor cayó bruscamente.
—Demasiado.
Harald volvió a aumentar un poco más la velocidad.
—Baja el morro.
Harald movió hacia delante la palanca de control.
—Eso es. Pero intenta mantener el curso hacia la pista.
Harald vio que se había salido del curso y que estaba yendo hacia los hangares. Hizo que el avión describiera un brusco viraje, corrigiendo con el timón de dirección, y luego volvió a alinearlo con la pista. Pero ahora podía ver que estaba demasiado alto.
—Yo tomaré los mandos a partir de aquí —dijo Poul.
Harald había pensado que Poul quizá intentaría convencerlo de que efectuara un aterrizaje, pero estaba claro que no había adquirido el control suficiente para eso. Se sintió muy decepcionado.
Poul cerró la válvula. La nota del motor volvió a caer bruscamente, con lo que Harald tuvo la inquietante sensación de que ya no había nada para impedir que el avión se precipitara al suelo, pero de hecho el Tiger Moth fue descendiendo gradualmente hacia la pista. Poul tiró de la palanca unos segundos antes de que tocaran tierra. El avión pareció flotar a escasos centímetros del suelo. Harald sentía moverse constantemente los pedales del pozo, y comprendió que ahora Poul estaba pilotando con el timón de dirección porque se encontraban demasiado cerca del suelo para que se pudiera inclinar un ala. Finalmente hubo una sacudida cuando las ruedas y el patín de cola tocaron tierra.
Poul salió de la pista haciendo girar el avión y rodó hacia su espacio de estacionamiento. Harald estaba muy emocionado. Había sido todavía más excitante de lo que se había imaginado. También estaba agotado por el esfuerzo de concentrarse tan profundamente. No había durado mucho rato, pensó, y entonces consultó su reloj y se asombró al ver que habían pasado cuarenta y cinco minutos en el aire. Le habían parecido cinco.
Poul apagó el motor y salió de la carlinga. Harald se echó los anteojos hacia atrás, se quitó el casco, luchó con su arnés de seguridad y logró salir de su asiento con una contorsión. Puso los pies encima de la tira reforzada del ala y saltó al suelo.
—Lo has hecho muy bien —dijo Poul—. De hecho demostraste tener un auténtico talento para ello, igual que tu hermano.
—Siento no haber podido llevarlo a la pista.
—Dudo que a cualquiera de los otros muchachos se le permita intentarlo siquiera. Vamos a cambiarnos.
Cuando Harald hubo logrado salir de su traje de vuelo, Poul dijo:
—Ven un momento a mi despacho.
Harald fue con él hasta una puerta marcada INSTRUCTOR JEFE DE VUELO y entró en una pequeña habitación amueblada con un archivador, un escritorio y un par de sillas.
—¿Te importaría hacerme un dibujo de ese equipo de radio que me estuviste describiendo antes?
Poul había hablado en un tono lleno de indiferencia, pero su cuerpo estaba rígido a causa de la tensión.
Harald ya se había estado preguntando cuándo volvería a salir a relucir el tema.
—Claro que no.
—Es muy importante. No entraré en las razones del porqué lo es.
—No te preocupes.
—Utiliza el escritorio. Dentro del cajón hay una caja de lápices y algo de papel. Tómate tu tiempo, y repásalo hasta que te sientas satisfecho de cómo ha quedado.
—De acuerdo.
—¿Cuánto tiempo crees que puedes necesitar?
—Puede que un cuarto de hora. Estaba muy oscuro, así que no puedo dibujar los detalles. Pero tengo una imagen general bastante clara dentro de mi cabeza.
—Te dejaré solo para que no te sientas presionado. Regresaré dentro de quince minutos.
Poul se fue y Harald empezó a dibujar. Hizo que su mente regresara a aquella noche de sábado bajo la lluvia torrencial. Recordaba que había habido un muro circular de cemento, el cual tendría cosa de un metro ochenta de altura. La antena consistía en una parrilla de cables que hacían pensar en los muelles de una cama. Su base rotatoria se hallaba situada dentro del muro circular, y unos cables salían de la parte de atrás de la antena para desaparecer en el interior de un conducto.
Primero dibujó el muro con la antena encima. Recordaba vagamente que había habido una o dos estructuras similares cerca, así que las esbozó ligeramente. Luego dibujó la maquinaria como si el muro no estuviera allí, mostrando su base y los cables. No era ningún artista, pero aun así podía reproducir la maquinaria con bastante precisión, probablemente porque le gustaban todos los aparatos.
Cuando hubo terminado, dio la vuelta a la hoja de papel y dibujó un plano de la isla de Sande, mostrando la posición de la base y el área de la playa a la cual estaba prohibido acceder.
Poul volvió pasados quince minutos. Estudió el dibujo con mucha atención y luego dijo:
—Esto es excelente. Gracias.
—De nada.
Poul señaló las estructuras auxiliares que había esbozado Harald.
—¿Qué son estas cosas?
—La verdad es que no lo sé. No me fijé mucho en ellas. Pero me pareció que debía incluirlas.
—Hiciste bien. Una pregunta más. Esa parrilla de cables, que presumiblemente es una antena… ¿Es plana, o tiene forma de plato?
Harald se estrujó el cerebro, pero no pudo acordarse.
—No estoy seguro —dijo—. Lo siento.
—No te preocupes.
Poul abrió el archivador. Todos los expedientes estaban etiquetados con nombres, presumiblemente de alumnos de la escuela tanto anteriores como del momento actual. Seleccionó uno marcado «Andersen, H. C.». EL nombre era relativamente frecuente, pero Hans Christian Andersen había sido el escritor más famoso de Dinamarca, y Harald supuso que aquel expediente podía ser un escondite. Como había pensado, Poul metió los dibujos dentro del expediente y lo devolvió a su sitio.
—Regresemos con los demás —dijo. Fue hacia la puerta y, deteniéndose con la mano encima del pomo, dijo—: Técnicamente hablando, hacer dibujos de instalaciones militares alemanas es un crimen. Sería mejor que no le mencionaras esto a nadie, ni siquiera a Arne.
Harald se sintió un poco consternado. Su hermano no se hallaba involucrado en aquello. Hasta su mejor amigo pensaba que Arne carecía del valor necesario para ese tipo de cosas.
Harald asintió.
—Accederé a eso… con una condición.
Poul se sorprendió.
—¿Una condición? ¿Cuál?
—Que me respondas sinceramente a una pregunta.
Poul se encogió de hombros.
—De acuerdo, lo intentaré.
—Existe un movimiento de resistencia, ¿verdad?
—Sí —dijo Poul, poniéndose muy serio. Después de unos instantes de silencio, añadió—: Y ahora formas parte de él.