Después de la gaviota, de José Lorenzo Fuentes

Esa gaviota de vuelo interminable

Félix Luis Viera

Con Después de la gaviota José Lorenzo Fuentes escribió un libro de cuentos “para siempre”, si es que hay obras de arte que puedan recibir este dictamen. Leí, a medias o tal vez a unos tres cuartos, lo confieso, este libro —que fuera publicado en 1968 luego de que recibiera mención de honor en el concurso Casa de las Américas de ese año— que me prestara alguien, de cuyo nombre no quiero acordarme, en los albores de la década de 1970.

Hoy, gracias a Ediciones Iduna y cuarenta años después de su edición príncipe, puedo leerlo íntegramente y aquel impacto, aquella impronta de una lectura apresurada, que entonces me estremecieran, toman ahora plena conciencia de juicio. Es decir, lo que ya otros han afirmado antes: una obra clave de la literatura cubana, un manojo de cuentos que, en la medida en que pasan los años, se mantiene imperturbable mirándonos desde esa cima adonde la pátina del tiempo no puede llegar.

Ya se ha afirmado, desde Bécquer, que toda obra de la imaginación tiene un punto de contacto con la realidad. Al decir “obra de la imaginación” debe entenderse, específicamente, aquella que el autor encausa, en alguna medida, fuera de los límites de lo que llamamos “realidad” y, en el caso de Después de la gaviota, tenemos que hay ese contrapunteo entre lo real y lo onírico que, si bien no resulta un descubrimiento, sí ambos conceptos están trabados de manera tan sólida, tan meridiana, que resulta uno de los atributos más atractivos del libro en cuestión. Creo que esto mereciera un estudio aparte que aportaría otro toque sobre la magnificencia de este libro.

Quizás, como muchos aseveran, la maestría se adquiera; tal vez sea algo innato que, como todo lo innato, necesita en una u otra medida del desarrollo propio de un “oficio”. Me arriesgo a exponer que los textos de Después de la gaviota están escritos, sobre todo, a partir de la intuición, de ese mandato avasallador que proviene más del espíritu creador que de las ecuaciones cerebrales. Sin embargo, y he ahí lo que pareciera una contradicción, la utilización de las técnicas narrativas son algo de lo más encomiable de esta obra. Pero ahí tienen: las técnicas narrativas, por más que muchos críticos y autores traten de encasillarlas, de definirlas, son también la consecuencia del olfato creador, que las va exprimiendo, adulterando, acoplándolas con los ojos medio cerrados, diríamos. Y ése creo que es el caso de José Lorenzo en este conjunto de cuentos.

Hoy en día el cuento es un género de poca demanda, ya lo sabemos; la novela sigue siendo el más atendido por editores, lectores y por los propios autores. Mi humilde conclusión es que la novela continúa la saga y eso apresa al lector; de modo que para que un libro de cuentos soslaye esa tendencia de un lector promedio de negarse a terminar una historia para verse obligado a empezar la lectura de otra, debe ser, el libro de cuentos, decía, “adictivo”. Después de la gaviota es adictivo, no es posible soltarlo luego que damos el primer paso en ese mundo donde el autor nos tira de un sitio a otro y burla o sobrepasa constantemente nuestra capacidad de asombro cuando ya creíamos que ésta había llegado al límite.

José Lorenzo Fuentes nos cita locaciones que podemos ubicar en uno u otro sitio de Cuba, pero que de pronto nos damos cuenta de que resultan sólo un trampolín para lanzarnos hacia el vuelo mayor, hacia el dominio de lo indominable: lo Absoluto.

Mucho se ha hablado de la economía de medios necesaria para lograr un buen texto narrativo, aun en ocasiones se ha tratado este asunto de manera hueca y en demasía. Invito al lector para que compruebe que esta condición está lograda de una forma milimétrica en el libro que nos ocupa. José Lorenzo trabaja, como debe ser, no sólo la palabra, sino, con una precisión fuera de serie, los silencios, es decir, esas palabras que no han sido escritas. Y es esto, entre otras razones, lo que proporciona un encuadre casi perfecto en la exposición de la trama.

Ignoro cuánto se habrá tratado el aspecto de la descripción en Después de la gaviota, convoco a un estudio minucioso de ésta y se verá, con mucha más profundidad que mediante una lectura típica, que la impresionante concisión en el factor descriptivo está apoyado en la inserción de la metáfora, de un decir metafórico que se inserta como daga en su estuche, que no se aparta ni un ápice del objeto o el proceder aludido en la descripción. Y esto, lo sabemos, no es fácil: describir es uno de los elementos más difíciles para un narrador, aun cuando éste fuera uno de sus recursos más sólidos por naturaleza. En Después de la gaviota nos encontramos, aquí y allá, la sublimidad de una metáfora sorprendente que, con sólo dos o tres trazos, nos delinea como en un tiro de flash de qué se trata lo que el narrador quiere mostrarnos.

Otro factor que debemos destacar en este libro es que sabiamente se aparta —o se apartó, hace cuarenta años— de ese rígido concepto de que el cuento debe ser algo que viaja en un solo sentido, una sola vía para narrarnos un anécdota “finita”. Después de la gaviota nos despega constantemente de lo que parecía el asunto principal y único del cuento y enriquece las anécdotas con más y más personajes, breves subtemas, meandros, afluentes inesperadas, sin que por ello el sentido de totalidad o de universo cerrado mengüe en ningún momento; nos lleva, nos hace regirar, subir, caer, nos trae al principio y de nuevo a lo que creemos que es el final pero que finalmente no lo es, nos cierra un ciclo tempo-espacial, como en el cuento que da título al libro, precisamente cuando pensábamos que la narración iría por otro camino. O sea, la sorpresa, pero la sorpresa caída como al natural, sin rebuscamientos, sin “jalones de pelo”. Para lograr esto es poco lo que se necesita: maestría.

Ahora vamos por partes, o por cuentos.

“Después de la gaviota”. La muestra quizás suprema de la intensidad que recorre todo el libro, y de la evolución narrativa a partir de lo que suponemos intrascendente hasta alcanzar un contenido de dimensiones insuperables. Rapto de la imaginación, ímpetu del cuentista nato.

“Tareas de salvamento”. El mejor ejemplo de algo tan notorio en toda la obra: el movimiento del tiempo y el espacio, ensamblados de manera casi imperceptible y a la vez contundente. Asimismo, clímax de lo onírico basado en lo que llaman “doble personalidad”

“¿Te das cuenta?”. Acercamiento, más que en otros cuentos del libro, a lo que llamamos “real”; exposición del Yo cultural de un segmento de la idiosincrasia cubana (del varón) de la mitad del pasado siglo. La línea central del asunto: la Obsesión, trabajada a punta de aguja.

“La sombrilla de guinga”. El más “abstracto” de todos, la elucubración se sobrepone y el mensaje, el misterio más bien, queda abierto de manera casuística en correspondencia con el lector que fuere.

“Ya sin color”. El cruce de sueños (aparentemente fisiológicos) resulta un recurso sobresaliente que el autor maneja a la perfección y hace que el texto marque todo su presupuesto de modo sintetizado, lo cual no hubiera sido posible si se hubiesen utilizado otros planos narrativos u otros recursos “técnicos”. Asimismo, un alegato a favor de la vida.

“Señor García”. Más que el erotismo, el sexo en función de una reflexión que tiende a lo universal; además, una buena cuota de existencialismo, del hombre incapacitado para romper con su Yo, tal como un maldecido.

“En la página siete”. La síntesis (no la cortedad) expuesta tal vez en su mayor esplendor en toda la obra. El concepto de lo Absurdo cobra una dimensión muy cercana a lo real, valga la aparente paradoja, en una especie de liza entre Suicidio versus Vida, o quizás entre Vida versus Muerte en Vida.

“Patas de conejo”. El único cuento en que se utiliza, si bien solo al comienzo, la narración mediante la tercera persona convencional, lo cual se aplica con mucho acierto en lo que se refiere a la intensidad. Asimismo, este cuento rasa la novela y es el exponente más notorio de la capacidad del autor para despegar desde una trama que parecía ya establecida, hasta un entretejido de locaciones y sucesos que cuajan en una historia multifacética abordada fundamentalmente por medio de la fragmentación y la retrospectiva, sin que en ningún momento decaiga la tensión. Otro elemento descollante es el suspense.

José Lorenzo Fuentes es un hombre que, no obstante sus alcances literarios, se destaca por su humildad, como corresponde a un creador de ley. Su estoicismo se puso a prueba en más de una ocasión cuando en su tierra natal fue preterido por la oficialidad y la “jerarquía cultural” —y aun por algunos de sus colegas y contemporáneos—; cuando fue borrado del mapa literario de Cuba; cuando intentaron hacernos creer que, simplemente, no existía. Una ingenuidad propia de los regímenes totalitarios. El autor de Después de gaviota sufrió tres años de prisión en la Cuba socialista como consecuencia de su postura contestataria. Posteriormente, se incorporó al Movimiento por los Derechos Humanos hasta que abandonó Cuba en 1992. Hoy, exiliado en Miami, acaba de cumplir 80 años de edad sin abandonar la lozanía del espíritu, y alejado del rencor que otro podría guardar para quienes lo hirieron con fina saña.

Debemos agradecer a Ediciones Iduna esta reedición, cuarenta años después de su primera aparición, deDespués de la gaviota. Una edición hermosa —si bien empañada por algunas erratas, algunas pícaras, otras de fácil evidencia— que cuenta con un suculento prólogo de Amir Valle, un excelente diseño de portada de Gloria Lorenzo y hasta con un muestrario de las opiniones que sobre el libro han vertido varios escritores de una y otra generación. En fin, honor para quien honor merece.