Prólogo al libro El cementerio de las botellas
El cementerio de las botellas
Luis de la Paz
Para disfrutar mejor los relatos de El cementerio de las botellas (Azud Ediciones, 2012) del escritor José Lorenzo Fuentes (Santa Clara, Cuba, 1928) es bueno saber que el autor se interesa por los temas esotéricos. De alguna manera, en la mayoría de los cuentos que integran este libro hay referencias a estos temas, así como claras alusiones a personajes de la mitología grecorromana.
El volumen abre con el texto que le da título al libro El cementerio de las botellas. Más que un cuento es una noveleta, pues ocupa 110 páginas, de las 196 que tiene el libro. Este largo relato se desarrolla alrededor de los pintores Carlos Enríquez y José Mijares, dos grandes figuras de la plástica cubana. Ellos, junto al novelista Alejo Carpentier (y otros personajes que merodean en el relato con notable presencia, incluido el narrador), tejen una historia llena de misterios, intriga y traiciones. “Una tarde, porque todo relato, todo escarceo de vida, toda experiencia que respete su ubicación en el tiempo y el espacio, empieza o debe empezar una tarde, una noche o tal vez un mediodía, pero esta ocasión que reflexiono ocurrió precisamente una tarde, según me contó Mijares acodado de nuevo en la barra de Los Parados. Otro pintor, Carlos Enríquez, lo invitó a visitarlo en su finca El Hurón Azul, no para que se deleitara viendo algunos de sus cuadros recientes, decía sin petulancia, sino para darse algunos tragos a la sombra de los tupidos naranjales que circundaban su vivienda campestre”. En esta larga cita, se asienta el relato, y además, se hacen juegos con el tiempo, asociaciones que tanto y tan bien maneja José Lorenzo. Entre trago y trago (en algunos casos con fundamento histórico), aparecen mujeres capaces de redefinir destinos y situaciones, alguna “como llegada de otra dimensión”. En su relato, José Lorenzo desdobla hábilmente los personajes, nombrando en ocasiones a los implicados como Alejo Asencio y Carlos Enrico. Un relato dominante, exquisitamente bien escrito, por uno de los narradores más importantes de la literatura cubana contemporánea.
Los restantes textos se ajustan a las dimensiones propias del cuento, con la excepción del último que tiene 31 páginas. En “Volar, el primer relato después de la noveleta, un solitario herrero, Vulcano, labora en su fragua hasta que llega Lilith, “por su relato se enteró que había sido repudiada por Adán en el otro confín del Paraíso” (el autor alude al personaje de Lilith, que según antiguas leyendas mesopotámicas, se señala como la primera esposa de Adán, anterior a Eva). Un relato lleno de erotismo: “la vio sacarse la ropa para ir al baño” [...] “Vulcano lo único que deseaba con todos sus ímpetus desordenados era hundirse en el cuerpo de Lilith, mientras que Lilith guardaba en su delirio otro instante perturbador...”.
Como la mayoría de los relatos de José Lorenzo, en “Casting” prima lo enigmático y lo simbólico. Un hombre, Ambrosio Cernuda vuela a Los Ángeles para asuntos de trabajo. El pasajero a su lado lo invita a que asista a un casting para protagonizar “Génesis, una película que muy pronto se comenzaría a rodar”. Este Génesis (viniendo de nuestro autor apunta al principio bíblico), conduce a alegóricas asociaciones: “Cuando más se acercaba a su apartamento más se percataba de la transformación que se operaba en su interior. Gradualmente, paso a paso, había dejado de ser Ambrosio Cernuda para ser Adán”.
Un largo sueño durante un viaje en tren hacia La Habana sumerge a Diosdado Paredes en “una pesadilla tan real que era como si las imágenes de una buena parte de su vida anterior desfilaran otra vez delante de sus ojos”. En este relato, “El espejo multiplicador”, lo onírico y la reencarnación dejan vívidas huellas.
Los otros cuentos de El cementerio de las botellas confirman la maestría de José Lorenzo Fuentes. Una situación insólita entre un controlador aéreo y un piloto que pide hacer un aterrizaje de emergencia, es la chispa inicial de “Gato encerrado”, un relato con un inquietante trasfondo.
Los dos últimos cuentos, “Idéntica a la otra” (el más breve del libro) y “Dos él”, marcan un cierre perfecto para esta colección de cuentos de José Lorenzo Fuentes, sin duda uno de los grandes maestros del género en la literatura iberoamericana.