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Caballos, hititas y un poco de historia
«Yksi, kaksi, kolme, neljá, viisi».
Observé cómo la niña contaba cinco canicas de una en una. Lo que hacía me resultaba familiar, pero no así sus palabras. Si hubiera estado en casi cualquier otra parte de Europa, habría oído algo semejante al «one, two, three» de mi lengua natal, el inglés; «uno, due, tre», en Italia; «ein, zwei, drei», en Alemania, y «odin, dva, tri», en Rusia. Pero estaba de vacaciones en Finlandia, y el finés es una de las pocas lenguas europeas que no pertenece a la familia indoeuropea.
En la actualidad, la mayoría de las lenguas europeas y muchas de las asiáticas, de lugares, tan lejanos como la India, poseen acusadas similitudes (véase el cuadro de vocabulario de la página 342). Por mucho que renegásemos en la escuela cuando nos obligaban a memorizar listas de palabras francesas, lo cierto es que el francés se parece mucho al inglés, y que todas las lenguas indoeuropeas son similares en su vocabulario y gramática y diferentes del resto de los idiomas del mundo. Solo ciento cuarenta de las cinco mil lenguas habladas en el mundo actual pertenecen a esta familia, si bien su importancia no es proporcional a esas cifras. A partir de 1492, en virtud de la expansión europea por todo el planeta —en especial de los ingleses, españoles, portugueses, franceses y rusos—, las lenguas indoeuropeas se difundieron hasta el punto de convertirse en las lenguas natales de casi la mitad de la población actual, de unos cinco mil millones de personas.
A nosotros puede parecemos innecesario explicar las semejanzas entre la mayoría de los idiomas europeos, pues las tomamos como algo natural. Solo al visitar las zonas del mundo donde se da una enorme diversidad lingüística se llega a comprender hasta qué punto la homogeneidad europea es inusual y exige una explicación. Por ejemplo, en las zonas montañosas de Nueva Guinea donde trabajé, que habían establecido el primer contacto con el mundo exterior en este siglo, lenguas tan dispares como puedan serlo el chino y el inglés convivían a corta distancia. En la Eurasia previa al contacto también debió de existir una gran diversidad lingüística, la cual fue desapareciendo gradualmente hasta que el pueblo que hablaba la lengua madre de la familia de lenguas indoeuropeas impuso su idioma en casi toda Europa.
Vocabulario indoeuropeo versus vocabulario no indoeuropeo.
Lenguas indoeuropeas
Inglés | one | two | three | mother | brother | sister |
Alemán | ein | zwei | drei | Mutter | Bruder | Schweester |
Francés | un | deux | trois | mère | frère | soeur |
Latín | unus | dúo | tres | mater | frater | soror |
Ruso | odin | dva | tri | mat’ | brat | sestra |
Irlandés antiguo | oen | do | tri | mathir | brathir | siur |
Tocario | sas | wu | trey | macer | procer | ser |
Lituano | vienas | du | trys | motina | brolis | seser |
Sánscrito | eka | duva | trayas | matar | bhratar | svasar |
PIE* | oynos | dwo | treyes | mater | bhrater | suesor |
Lenguas no indoeuropeas
Finés | yksi | kaksi | kolme | äiti | veli | sisar |
Foré** | ka | tara | kakaga | nano | naganto | nanona |
* PIE son las iniciales de protoindoeuropeo, la lengua reconstruida de los primeros indoeuropeos.
** La lengua foré se habla en las montañas de Nueva Guinea. Nótese que la mayoría de las palabras son muy similares en todas la lenguas indoeuropeas, mientras que no guardan ninguna semejanza en las lenguas no indoeuropeas.
Entre los factores determinantes de la pérdida de la diversidad lingüística, la expansión de los pueblos indoeuropeos es, a todas luces, el principal. En un primer estadio, ocurrido en un pasado remoto, las lenguas indoeuropeas se propagaron por Europa y gran parte de Asia, en tanto que en el segundo estadio de la expansión, a partir de 1492, las lenguas indoeuropeas se difundieron por los demás continentes. ¿Cuándo y dónde comenzó esta arrolladora expansión y por qué fue tan poderosa? ¿Por qué Europa no fue invadida, por ejemplo, por hablantes de una lengua relacionada, digamos, con el finés o el asirio?
Este tema constituye la problemática más notable de la historia de la lingüística, pero es, a la vez, un problema arqueológico e histórico. Cuando se trata de los europeos que llevaron a cabo el segundo estadio de la expansión de las lenguas indoeuropeas, que dio comienzo en 1492, no solo conocemos sus vocabularios y gramáticas, sino también los puertos de donde zarparon, las fechas de sus expediciones, los nombres de sus líderes y los factores que les permitieron conquistar otras tierras. Ahora bien, intentar comprender el primer estadio de la expansión es investigar a un pueblo incierto, cuya lengua y sociedad pertenecen a un vago pasado preliterario, por mucho que ese pueblo se convirtiera en el conquistador del mundo y en el fundador de las sociedades dominantes en la actualidad. Esta investigación tiene todos los ingredientes de una historia de detectives, cuya solución depende de las inscripciones en una lengua desconocida halladas detrás de un muro secreto de un monasterio budista y de una lengua italiana inexplicablemente conservada en las vendas de lino de una momia egipcia.
Enfrentados al problema de los orígenes de las lenguas indoeuropeas, la primera y excusable reacción puede ser descartarlo como insoluble. Puesto que la lengua madre surgió antes de que se inventase la escritura, su estudio parece imposible por definición. Aun cuando descubriéramos esqueletos u objetos de cerámica de los primeros indoeuropeos, ¿cómo podríamos reconocerlos? Los esqueletos y la cerámica de los húngaros actuales, que habitan en el centro de Europa, son tan típicamente europeos como el goulash es típicamente húngaro. Un arqueólogo del futuro que realizara excavaciones en una ciudad húngara no podría adivinar que los húngaros hablan una lengua que no pertenece a la familia indoeuropea si no recuperaran muestras de su escritura. Aun cuando consiguiésemos identificar el momento y el lugar de origen de los primeros indoeuropeos, ¿cómo podríamos deducir las cualidades que llevaron al triunfo de su lengua?
A pesar de estas dificultades, los lingüistas han deducido la solución de estas incógnitas mediante el estudio de las propias lenguas En primer lugar, explicaremos de dónde deriva la certeza de que la distribución actual de las lenguas refleja un proceso de imposición de una lengua ocurrido en el pasado. A continuación se intentará deducir cuándo y dónde se hablaba la lengua madre y cómo consiguió imponerse en una zona tan amplia del mundo.
¿De dónde se infiere que las lenguas indoeuropeas modernas sustituyeron a otras lenguas hoy desaparecidas? No nos referimos al segundo estadio de sustitución de las lenguas, que abarca los últimos quinientos años, y durante el cual el inglés y el español desplazaron a la mayoría de las lenguas autóctonas de América y Australia. Esta expansión se debió, sin duda, a la superioridad que las armas de fuego, las enfermedades infecciosas, el hierro y la organización política otorgaban a los europeos. La pregunta hace referencia al primer estadio, durante el cual el indoeuropeo desplazó a las antiguas lenguas de Europa y Asia occidental en una época en que aún no se había desarrollado la escritura en esas zonas.
El mapa de la figura 7 muestra la distribución de las ramas del indoeuropeo que aún perduraban en 1492,justo antes de que Colón descubriera América y de que los españoles comenzaran a conquistarla. Tres de estas ramas incluyen las lenguas más familiares para la mayoría de los europeos y estadounidenses: el germánico (que incluye el inglés y el alemán), el itálico (que engloba el francés y el español) y el eslavo (que incluye el ruso); cada una de estas ramas engloba entre doce y dieciséis lenguas que han perdurado hasta nuestros días y que cuentan con entre trescientos y quinientos millones de hablantes. La rama más importante es, no obstante, el indoiranio, con noventa lenguas (incluido el romaní, la lengua de los gitanos) y casi setecientos millones de hablantes, repartidos entre Irán y la India. Entre las ramas relativamente minoritarias pueden mencionarse el griego, el albanés, el armenio y el báltico (compuesto por el lituano y el letón) y el céltico (que incluye el galés y el gaélico), cada una de ellas con entre dos y diez millones de hablantes. Además, se tiene noticia de al menos otras dos ramas indoeuropeas, el anatolio y el tocarlo, pues aunque desaparecieron hace mucho tiempo, han dejado tras de sí numerosos documentos escritos, en tanto que otras ramas se extinguieron sin apenas dejar huella.
FIGURA 7. Mapa lingüístico de Europa y Asia occidental hacia 1492, justo antes de que los europeos descubrieran el Nuevo Mundo. Otras ramas del indoeuropeo debieron de extinguirse previamente. No obstante, las únicas de las que se han conservado textos escritos de cierta longitud son la rama anatolia (que incluye el hitita) y la rama tocaría, que se hablaba en unos territorios que fueron ocupados por hablantes del turco y el mongol antes de 1492.
¿Qué nos demuestra que estas lenguas pertenecen a la misma familia y son distintas de otros linajes lingüísticos? Una de las claves evidentes es la afinidad de sus vocabularios, ilustrada en el cuadro de la página 342, donde se recogen algunos entre los millares de ejemplos posibles. Otra de las claves es la similitud de las terminaciones de las palabras (también llamadas flexiones) que se utilizan para for mar las conjugaciones de los verbos y las declinaciones de los sustantivos. Esta similitud se ilustra en el cuadro de la página siguiente con algunos ejemplos del verbo to be (ser y estar). Reconocer estas semejanzas es más fácil si tenemos en cuenta que las raíces y terminaciones compartidas por las lenguas emparentadas no siempre son idénticas, pues cada sonido se adapta a cada lengua particular. Algunos ejemplos bien conocidos son la equivalencia del th inglés y la d alemana (thing en inglés equivale a ding en alemán, y thank a danke), o la s inglesa que en español se convierte en es (school en inglés y escude en español, o stupid y estúpido).
Aunque hasta ahora solo se hayan mencionado similitudes de detalle, hay características generales relativas a la fonética y a la formación de las palabras que también distinguen a las lenguas indoeuropeas de cualquier otra familia lingüística. Así, por ejemplo, si bien mi terrible acento francés me hace avergonzarme apenas abro la boca para preguntar: «Où est le métro?», mis dificultades con el francés no son nada comparadas con mi absoluta incapacidad para emitir los sonidos metálicos de algunas lenguas del África meridional, o para diferenciar los ocho tonos vocálicos empleados en las lenguas de las llanuras pantanosas de Nueva Guinea. Mis amigos de la zona se divertían enseñándome nombres de pájaros que solo se distinguen por el tono de los términos que designan los excrementos, y luego me observaban cuando abordaba a alguien en busca de más información sobre ese «pájaro».
Flexiones verbales indoeuropeas versus flexiones verbales no indoeuropeas: ser o no ser
Lenguas indoeuropeas
Inglés | (I) am | (he) is |
Gótico | im | ist |
Latín | sum | est |
Griego | eimi | esti |
Sáncrito | asmi | asti |
Eslavo antiguo o eclesiástico | jesmi | jesti |
Lenguas no indoeuropeas
Finés | olen | on |
Foré | miyuwe | miye |
Nota: Las terminaciones de los verbos y sustantivos distinguen, junto al vocabulario, a las lenguas indoeuropeas de las de otras familias de lenguas.
La formación de las palabras es tan característica del indoeuropeo como lo son los sonidos. Los sustantivos y verbos de las lenguas indoeuropeas poseen diversas terminaciones, esas que siempre se tienen que memorizar al estudiar una nueva lengua. (¿Cuántos de los lectores que han estudiado latín recuerdan todavía la cantinela «amo, amas, amat, amamus, amatis, amant»?). Cada terminación transmite un tipo distinto de información. Por ejemplo, la «o» de «amo» indica que es la primera persona del singular del presente de indicativo; el que ama soy yo y no mi rival; yo soy uno y no dos; doy amor y no lo recibo, y amo hoy y no ayer. ¡Ay del enamorado que se equivoque en cualquiera de estos detalles al cortejar a su amada! En otros idiomas, como el turco, se emplean sílabas o fonemas independientes para transmitir cada uno de estos datos; mientras que en otros, como el vietnamita, prácticamente se prescinde de este tipo de variaciones.
Dadas las semejanzas entre las lenguas indoeuropeas, debemos preguntarnos cómo surgieron las diferencias que las distinguen. Toda lengua se modifica con el paso del tiempo, tal como se comprueba en los documentos escritos a lo largo de varios siglos. Por ejemplo, para los angloparlantes de hoy día, el inglés del siglo XVIII resulta extravagante, pero perfectamente comprensible; podemos leer a Shakespeare (1564-1616), aunque necesitemos notas aclaratorias para comprender muchos de los vocablos que emplea; sin embargo, los textos en inglés antiguo, como el poema Beowulf (hacia 700-750), parecen escritos en un idioma extranjero. Así pues, a medida que los hablantes de una lengua original se expandían por distintas zonas geográficas con un contacto limitado, la lengua iba evolucionando de manera independiente, y los cambios en el vocabulario y la pronunciación terminaban por producir dialectos distintos, tales como los que han surgido en diferentes zonas de Estados Unidos durante los escasos siglos transcurridos desde que los ingleses comenzaron a establecerse de modo permanente en esas tierras a partir de 1607. Con el paso de los siglos, los dialectos divergen hasta un punto en que sus hablantes ya no se comprenden entre sí, y se convierten en lenguas distintas. Uno de los ejemplos mejor documentados de este proceso es el desarrollo de las lenguas romances a partir del latín. Los textos conservados del siglo XVIII en adelante muestran cómo el francés, el italiano, el portugués y el rumano fueron alejándose del latín paulatinamente, a la vez que también divergían entre sí.
La derivación de la lenguas romances modernas del latín ilustra cómo un grupo de lenguas emparentadas se desarrolla a partir de una lengua ancestral compartida. Aun cuando no se hubieran conservado textos latinos, podríamos reconstruir en gran medida la lengua madre mediante la comparación de las características de las lenguas hijas. Empleando esa misma metodología, basada en el estudio de los textos antiguos y en la comparación de las lenguas actuales, se hace posible reconstruir el árbol genealógico de todas las lenguas derivadas del indoeuropeo originario. La evolución de una lengua opera mediante la herencia y la divergencia, es decir, tal como Darwin demostró que se producía la evolución biológica. Tanto en su lengua como en su estructura ósea, los ingleses y los australianos de hoy día —cuya divergencia se inició a partir de la colonización de Australia en 1788— se parecen mucho más entre sí que a los chinos, de quienes comenzaron a divergir hace decenas de miles de años.
Las lenguas de cualquier zona del mundo siempre tenderán a divergir con el tiempo, y esa divergencia solo se verá frenada por los contactos entre pueblos vecinos. El caso de Nueva Guinea ilustra el resultado final de este proceso; la unificación política de la isla es un fenómeno reciente, posterior a la colonización europea y, en consecuencia, en un territorio como el de Texas se hablan casi mil lenguas mutuamente ininteligibles, incluidas varias decenas de lenguas sin relación alguna entre ellas ni con ningún otro idioma del mundo. De tal modo, el hecho de que una sola lengua o varias lenguas emparentadas ocupen una zona muy extensa indica que el reloj de la evolución lingüística se ha puesto en marcha recientemente; es decir, que una lengua en expansión eliminó a las lenguas preexistentes y luego se reinició el proceso de diferenciación. Es este proceso el que explica las grandes similitudes existentes entre las lenguas bantúes del África meridional y entre las lenguas austronesianas del sudeste de Asia y del Pacífico.
Las lenguas romances también constituyen el ejemplo mejor documentado en este aspecto. Hacia 500 a. C., el latín se utilizaba solo en Roma y su área circundante y compartía la península italiana con otras muchas lenguas. La expansión de los romanos latino-parlantes eliminó las demás lenguas italianas y posteriormente hizo desaparecer ramas enteras de la familia indoeuropea en el resto de Europa, entre ellas las lenguas célticas de la Europa continental. El latín se impuso sobre estas ramas del indoeuropeo hasta tal punto que en la actualidad solo tenemos noticia de su existencia por unas cuantas palabras, nombres e inscripciones. Con la subsecuente expansión transoceánica de españoles y portugueses a partir de 1492, una lengua que en principio era hablada por algunos cientos de miles de romanos llegó a eliminar a centenares de lenguas y fue el origen de las lenguas romances que hoy día cuentan con quinientos millones de hablantes.
Si la familia de lenguas indoeuropeas se impuso de un modo similar, cabría esperar que, aquí y allá, se conservaran vestigios de las lenguas no indoeuropeas previas a la expansión. Sin embargo, en la Europa occidental actual, el único vestigio de este tipo es el vascuence de España, lengua que no está relacionada con ninguna otra. (Las demás lenguas no indoeuropeas de la Europa moderna, es decir, el húngaro, el finés, el estonio y posiblemente el lapón, llegaron a Europa desde Oriente en tiempos relativamente recientes). Ahora bien, antes de la época romana, en Europa se hablaban otras muchas lenguas, de las que se han conservado suficientes palabras t inscripciones como para saber que no eran indoeuropeas. Entre ellas, la misteriosa lengua etrusca del noroeste de Italia es la mejor conocida, puesto que disponemos de un texto de 281 líneas escrito en un rollo de lino que, de algún modo, terminó sirviendo como vendaje a una momia egipcia. Todas las lenguas no indoeuropeas de Europa desaparecieron como consecuencia de la expansión indoeuropea.
Por otro lado, las lenguas indoeuropeas también asimilaron elementos de las lenguas preexistentes. Con objeto de comprender cómo los lingüistas reconocen los préstamos lingüísticos de lenguas antiguas, imaginemos que llegamos a la Tierra desde otro planeta y nos dan tres libros escritos en inglés por un inglés, un estadounidense y un australiano, y que en esos libros los autores describen su país.
El lenguaje y la mayor parte del vocabulario no diferirían entre las tres obras, pero al comparar la estadounidense con la inglesa advertiríamos que la primera contenía numerosos topónimos derivados de una lengua diferente al inglés: Massachusetts, Winnipesaukee y Mississippi, por ejemplo. En el libro sobre Australia también descubriríamos topónimos derivados de otra lengua, diferente, a su vez, de la de Estados Unidos; nombres como Woonarra, Goondiwindi y Murrumbidgee. De ello podríamos deducir que los inmigrantes ingleses llegados a América y a Australia encontraron a nativos que hablaban sus propias lenguas y adoptaron de ellos los nombres de diversos lugares y objetos. Luego inferiríamos algunos datos sobre el vocabulario y la fonética de esas lenguas nativas desconocidas. No obstante, dado que las lenguas autóctonas de Estados Unidos y Australia de las que se tomaron palabras prestadas no nos son desconocidas, podríamos confirmar la corrección de esas inferencias indirectas.
Los lingüistas que estudian las lenguas indoeuropeas también han detectado palabras adoptadas de otras lenguas extinguidas y aparentemente no indoeuropeas. Por ejemplo, alrededor de la sexta parte de los vocablos griegos de origen conocido parecen provenir de lenguas no indoeuropeas; estas palabras son precisamente las que cabría esperar que los griegos hubieran asimilado de los pueblos a los que conquistaban, topónimos, como Corinto y Olimpo; nombres de plantas cultivables, como olivo y viña, y nombres de dioses y héroes, como Atenea y Odiseo. Este tipo de términos constituyen posiblemente el legado de los pueblos preindoeuropeos a los hablantes de griego que les invadieron.
Así pues, como mínimo cuatro tipos de datos confirman que las lenguas indoeuropeas son el resultado de la imposición de una lengua dominante: el árbol genealógico de la familia de lenguas indoeuropeas que han perdurado hasta nuestros días; la existencia de una diversidad lingüística mucho más acusada en zonas que, como Nueva Guinea, no han sufrido la imposición de una lengua en tiempos relativamente recientes; las lenguas no indoeuropeas que perduraron en Europa en tiempos del Imperio romano y épocas posteriores, y el legado de las lenguas no indoeuropeas detectable en varias ramas de la familia indoeuropea.
Dada la evidencia indicativa de que en un pasado remoto existió una lengua indoeuropea madre, ¿es posible reconstruirla parcialmente? En un principio, la idea de reconstruir la escritura de una lengua no escrita del pasado parece absurda. Sin embargo, los lingüistas han logrado restaurar buena parte del indoeuropeo originario examinando las raíces de los vocablos compartidos por sus lenguas hijas.
Por poner un ejemplo, si las palabras con las que se designa a la «oveja» fueran totalmente diferentes en cada una de las ramas del indoeuropeo, compararlas no serviría para extraer ninguna conclusión. Ahora bien, si esos vocablos son bastante similares en varias ramas, en particular en las lenguas geográficamente distantes como el indoiranio y el céltico, podrá deducirse que esas lenguas han heredado la misma raíz de la lengua madre. Conociendo las alteraciones fonéticas que han ocurrido en las diversas lenguas hijas, puede incluso reconstruirse la raíz original de la lengua madre.
Tal como se muestra en la figura 8, las palabras que significan «oveja» son bastante similares en muchas lenguas indoeuropeas distribuidas entre la India e Irlanda: «avis», «hawis», «ovis», «ois», «oi», etcétera. El término inglés «sheep» obviamente deriva de otra raíz, aunque «ewe» sí retenía la raíz original de oveja. Un estudio de los cambios fonéticos ocurridos entre las diversas lenguas indoeuropeas revela que la forma original de esta palabra era «owis».
Claro está que el hecho de que varias lenguas hijas compartan el radical de una palabra no demuestra automáticamente que esta derive de una lengua madre común, pues también es posible que se haya ido transmitiendo de una lengua a otra. A los arqueólogos que ven con escepticismo los intentos de los lingüistas por reconstruir cualquier lengua madre les encanta citar ejemplos como el de la «Coca-Cola», un término compartido por muchos idiomas europeos actuales; según ellos, los lingüistas atribuirían el origen de ese término a una lengua madre de varios milenios de antigüedad. No obstante, lo cierto es que el ejemplo de la «Coca-Cola» sirve para ilustrar cómo los lingüistas diferencian los préstamos lingüísticos recientes de los antiguos: la palabra «Coca-Cola» tiene un orí gen a todas luces no inglés («coca» es un palabra originaria de los indios peruanos y «cola» procede de la zona occidental de África), y no ha sufrido las mismas transformaciones fonéticas que los términos de raíz indoeuropea (en alemán la «Coca-Cola» se escribe tal cual, y no «Kocherkóhler»).
Empleando esta metodología, los lingüistas han conseguido reconstruir buena parte de la gramática y casi dos mil radicales de la lengua indoeuropea madre, denominada protoindoeuropeo, término que suele abreviarse con las siglas «PIE». Con esto no pretende decirse que todo el vocabulario de las lenguas indoeuropeas actúa les derive del PIE; lo cierto es que las palabras heredadas del PI1 son una minoría, puesto que con el transcurso del tiempo las lenguas se han ido renovando, inventando nuevos términos y tomando prestados otros (como en el caso del término inglés «sheep», que reemplazó al radical indoeuropeo «owis»). Los radicales heredados.
FIGURA 8. El término que designa a la «oveja» es muy similar en numerosas lenguas indoeuropeas actuales, así como en otras del pasado que conocemos gracias a los textos conservados. De ellos puede deducirse que estas palabras derivan de una forma ancestral, «owis», empleada en el protoindoeuropeo (PIE), la lengua madre no escrita del PIE suelen corresponder a palabras que designan realidades universales y que sin duda ya se empleaban hace milenios; palabras para designar los números y las relaciones humanas (como las del cuadro de la página 342); términos correspondientes a las partes y funciones del cuerpo y a conceptos omnipresentes como «cielo», «noche», «verano» y «frío». Algunos términos de carácter universal que se han reconstruido se refieren a actos tan cotidianos como «expeler ventosidades», que posee dos radicales distintos en el PIE, dependiendo de si la acción se realiza con ruido o silenciosamente. El radical correspondiente a peerse con ruido («perd» en el PIE) ha sido el origen de una serie de términos semejantes de las lenguas indoeuropeas actuales («perdet’», «pardate», etcétera), incluido el inglés «fart» (véase la figura 9).
Hasta aquí hemos visto cómo los lingüistas han logrado reconstruí parcialmente la lengua madre preliteraria y dominante basándose en el estudio de las lenguas escritas derivadas de aquella. Las pregunta que inmediatamente se nos plantean son: ¿cuándo y dónde se hablaba el PIE? ¿Cómo pudo imponerse sobre tantas lenguas? Comenzaremos por la cuestión temporal, que en un principio también pare ce irresoluble. Inferir el vocabulario de una lengua no escrita es de por sí bastante complejo; ¿cómo nos las arreglaremos para determinar el período en que se hablaba?
Como primera medida puede restringirse el campo de las posibilidades mediante el análisis de las muestras escritas más antigua de las lenguas indoeuropeas. Durante mucho tiempo, las muestras de mayor antigüedad identificadas por los estudiosos fueron algunos textos iranios de hacia 1000-800 a. C. y otros textos sánscritos, que probablemente se originaron hacia 1200-1000 a. C., sin llegar a ponerse por escrito hasta más tarde. No obstante, el hallazgo de unos textos de un antiguo reino de Mesopotamia denominado Mitanni, escritos en una lengua no indoeuropea, pero con términos evidentemente adoptados de un idioma relacionado con el sánscrito, de mostró la existencia de lenguas semejantes al sánscrito en tiempos más remotos, digamos desde el año 1500 a. C.
El siguiente descubrimiento importante, realizado a finales del siglo XIX, fue una copiosa correspondencia diplomática del antiguo Egipto. La mayoría de las cartas estaban escritas en una lengua semítica, pero había dos redactadas en un lengua desconocida, cuyo misterio no se desveló hasta que las excavaciones arqueológicas realizadas en Turquía pusieron al descubierto miles de tablillas escritas en la misma lengua. Estas tablillas resultaron ser los archivos de un reino que floreció entre 1650 y 1200 a. C. y que hoy se conoce por el nombre bíblico de «hitita».
En 1917, los estudiosos de las lenguas se asombraron ante la revelación de que, después de estudiar la lengua hitita, se había comprobado que pertenecía a una rama arcaica, claramente diferenciada y hasta entonces desconocida de la familia de lenguas indoeuropeas denominada anatolio. Algunos nombres de evidente procedencia hitita mencionados en cartas de comerciantes asirios instalados cerca de la futura capital hitita retrotrajeron la investigación a fechas más antiguas, casi hasta el año 1900 a. C. A esa fecha corresponde el testimonio directo más antiguo de la existencia de las lenguas indoeuropeas.
FIGURA 9. Como en el caso de los términos que significan «oveja», las palabras utilizadas para decir «peerse con ruido» son similares en muchas lenguas indoeuropeas escritas. De ello puede deducirse que la forma ancestral, del protoindoeuropeo (FIE) o lengua madre no escrita, fue «perd».
Así pues, en 1917 se había conseguido datar la antigüedad de dos ramas del indoeuropeo, el anatolio y el indoiranio, hacia 1900 a. C. y 1500 a. C., respectivamente. En 1952 se identificó otra rama de mayor antigüedad, cuando el joven criptógrafo británico Michael Ventris demostró que la llamada escritura lineal B de las antiguas Creta y Grecia, que no se había conseguido descifrar desde su redescubrimiento hacia 1900, era una forma primitiva de la lengua griega. Las tablillas escritas en lineal B datan de 1300 a. C. aproximadamente. Ahora bien, el hitita, el sánscrito y el griego antiguo son muy diferentes, mucho más de lo que puedan serlo el francés y el español modernos, que divergieron hace mil años; esto indica que esas tres lenguas debieron de separarse del PIE hacia el año 2500 a. C., o antes.
¿Cómo puede deducirse el momento de divergencia a partir de las diferencias que separan a estas lenguas? ¿Cómo obtener una ecuación que convierta el «porcentaje de diferencias entre las lenguas» en «tiempo transcurrido desde que las lenguas divergieron»? Algunos lingüistas recurren al ritmo de cambio de los vocablos históricamente documentado en las lenguas escritas, como, por ejemplo, los cambios entre el anglosajón, el inglés de Chaucer y el inglés moderno. Estos métodos de cálculo, de los que se ocupa la ciencia denominada glotocronología (cronología de las lenguas), han puesto de manifiesto una norma aproximada según la cual las lenguas reemplazan alrededor del 20 por ciento de su vocabulario básico cada mil años.
La mayoría de los estudiosos rechazan los resultados de la glotocronología aduciendo que el ritmo de sustitución de las palabras varía en función de las circunstancias sociales y de la naturaleza de los propios vocablos. Sin embargo, esos mismos estudiosos realizan sus propios cálculos sin mayor rigor científico. La conclusión usual de unos y otros es que la comunidad lingüística del PIE comenzó a fragmentarse hacia 3000 a. C., ciertamente no antes de 5000 a. C. ni después de 2500 a. C.
Por otro lado, contamos con otro enfoque independiente del problema de la datación: la ciencia denominada paleontología lingüística. Del mismo modo que los paleontólogos intentan descubrí: cómo era el pasado estudiando los vestigios conservados bajo la tierra, los paleontólogos del lenguaje investigan el pasado analizando los vestigios enterrados en las lenguas.
Con objeto de comprender cómo funciona esta ciencia, recordemos que los lingüistas han reconstruido casi dos mil palabras del vocabulario PIE. No es de sorprender que entre ellas se cuenten términos como «hermano» y «cielo», cosas que han existido desde siempre y debieron de nombrarse desde los albores del lenguaje humano. Sin embargo, es imposible que en el PIE existiera una palabra para designar la «escopeta», dado que esta no se inventó hasta el año 1300, aproximadamente, mucho después de que los hablantes del PIE se hubieran diseminado entre Turquía y la India y hubiesen comenzado a hablar distintas lenguas. De hecho, la palabra «escopeta» tiene radicales distintos en las diferentes lenguas indoeuropeas: «gun» en inglés, «fusil» en francés, «ruzhyo» en ruso, etcétera. El motivo evidente es que, puesto que estas lenguas no heredaron la raíz de «escopeta» del PIE, tuvieron que inventar o tomar prestado el vocablo para designar esta arma cuando se inventó.
El caso de la palabra «escopeta» nos indica una posible vía de investigación, consistente en compilar una lista de objetos inventados en fechas conocidas y estudiar cuáles se derivan del vocabulario PIE. Cualquier objeto que, como las escopetas, fuera inventado en fechas posteriores a la fragmentación del PIE no debe poseer un nombre en esta lengua, mientras que cualquier cosa que ya existiera o fuera inventada antes de esa fragmentación, como por ejemplo los «hermanos», sí puede estar incluida en el vocabulario del PIE. (Aunque no necesariamente, dado que muchos términos PIE se han perdido para siempre. Por ejemplo, conocemos las palabras PIE que significaban «ojo» y «ceja», pero no la correspondiente a «párpado», aunque es indudable que los hablantes de PIE poseían párpados).
Entre los inventos notables para los que no existe un término PIE, quizá los más antiguos sean los carros de combate, que comenzaron a generalizarse entre 2000 y 1500 a. C., y el hierro, cuyo empleo se tornó importante entre 1200 y 1000 a. C. La inexistencia de términos PIE para designar estos inventos relativamente tardíos no es de extrañar, puesto que las características distintivas del hitita ya nos habían demostrado que el PIE, se fragmentó mucho antes de 2000 a. C. Entre los avances que sí poseen nombres PIE cabe mencionar las palabras para designar la «oveja» y la «cabra», animales que se domesticaron hacia 8000 a. C.; el ganado vacuno (con términos separados para la vaca, el novillo y el buey), domesticado hacia 6400 a. C.; los caballos, domesticados hacia 4000 a. C., y los arados, que se inventaron más o menos en la misma época en que se consiguió domesticar a los caballos. El invento más reciente para el que se ha identificado un nombre PIE es la rueda, que data aproximadamente del año 3300 a. C.
Aun cuando no se dispusiera de otros datos, aplicando la metodología de la paleontología lingüística podría deducirse que el PIE se fragmentó antes de 2000 a. C. y después de 3300 a. C. Esta conclusión concuerda con los resultados de extrapolar hacia el pasado las diferencias entre el hitita, el griego y el sánscrito. En consecuencia, si queremos encontrar el rastro de los primeros indoeuropeos, deberemos concentrarnos en el registro arqueológico comprendido entre 2500 y 5000 a. C., y, afinando más, quizá en la época inmediatamente anterior a 3000 a. C.
Habiendo llegado a una conclusión más o menos unánime con respecto a «cuándo» se hablaba el PIE, la siguiente pregunta es dónde se hablaba. Desde que comenzaron a advertir la importancia del PIE, los lingüistas se han mostrado en desacuerdo sobre sus orígenes geográficos. Se han propuesto prácticamente todas las respuestas posibles, desde el Polo Norte hasta la India, y desde el litoral atlántico hasta el litoral pacífico de Eurasia. Tal como lo ha expresado el arqueólogo J. P. Mallory, la cuestión no es dónde sitúan los estudiosos la cuna del indoeuropeo, sino «¿dónde la sitúan ahora?».
Para comprender las dificultades que entraña este problema, tratemos en primer lugar de resolverlo mirando el mapa de las lenguas indoeuropeas (véase la figura 7 en la página 345). En 1492, la mayoría de las ramas supervivientes del indoeuropeo estaban prácticamente confinadas en Europa occidental, pues solo el indoiranio se extendía hacia el este del mar Caspio. Así pues, la solución más fácil al problema del origen del indoeuropeo sería que procediera de Europa occidental, puesto que sería la solución que hubiera exigido menores desplazamientos de los pueblos que lo hablaban.
Esta posibilidad se desvaneció, no obstante, en 1900, en virtud del descubrimiento de una «nueva» lengua indoeuropea —extinguida largo tiempo atrás— en una localización extraña por tres motivos. En primer lugar, los textos de esta lengua (que ha recibido el nombre de tocario) se hallaron en una cámara oculta tras un muro de un monasterio budista excavado en la roca. La cámara albergaba una biblioteca de documentos escritos hacia 600-800 por misioneros y comerciantes budistas que empleaban esa lengua desconocida. En segundo lugar, el monasterio estaba ubicado en el Turquestán chino, a miles de kilómetros de distancia de las zonas de habla indoeuropea más próximas. Por último, el tocario resultó no estar relacionado con el indoiranio, la rama del indoeuropeo geográficamente más cercana, sino con las ramas europeas, que se hablaban a miles de kilómetros. Es como si de pronto se descubriera que los escoceses de comienzos de la Edad Media hablaban una lengua relacionada con el chino.
Ni que decir tiene que los hablantes de tocario no llegaron al Turquestán chino por vía aérea, sino a pie o a caballo; tenemos que suponer, por tanto, que en el Asia Central existieron en otros tiempos muchas otras lenguas indoeuropeas que desaparecieron sin dejar rastro en documentos conservados en cámaras secretas. El mapa lingüístico de la Eurasia moderna (véase la figura 7) revela el destino que debieron de sufrir el tocario y las demás lenguas indoeuropeas del Asia Central desaparecidas. En la actualidad, toda la zona está ocupada por pueblos que hablan lenguas turcas o mongoles, descendientes de las hordas que asolaron la zona desde, al menos, los tiempos de los hunos hasta la época de Gengis Kan. Los estudiosos debaten la cifra de personas asesinadas por los ejércitos de Gengis Kan durante la toma de Harat, situándola entre dos millones cuatrocientas mil y un millón seiscientas mil, pero están de acuerdo en que esos actos transformaron el mapa lingüístico de Asia. Por el contrario, la mayoría de las lenguas indoeuropeas del pasado europeo de las que tenemos noticia —como las lenguas célticas de la Galia conquistada por César— fueron reemplazadas por lenguas de la misma familia. El hecho de que hacia 1492 el centro de gravedad de las lenguas indoeuropeas esté situado en Europa debe atribuirse a los holocaustos lingüísticos ocurridos no hacía mucho en Asia. Si el lugar de origen del PIE realmente estaba en el centro de la zona que hacia 600 a. C. se convirtió en los dominios del indoeuropeo, la cual se extendía desde Irlanda hasta el Turquestán chino, habría que llegar a la conclusión de que el PIE se originó en las estepas rusas del norte del Cáucaso y no en Europa occidental.
Del mismo modo que las propias lenguas nos ofrecen claves para situar los orígenes temporales del PIE, también pueden darnos pistas sobre sus orígenes geográficos. Una de esas pistas es que la familia de lenguas más afín al indoeuropeo es la ugrofinesa, en la que se incluyen el finés y otras lenguas autóctonas de las zonas boscosas del norte de Rusia (véase la figura 7). Ahora bien, hay que tener en cuenta que los vínculos entre las lenguas ugrofinesas y las indoeuropeas son mucho más débiles que los del alemán con el inglés, ya que esta última llegó a Inglaterra desde el noroeste de Alemania hace tan solo mil quinientos años; asimismo, son más débiles que los vínculos entre las ramas germánica y eslava del indoeuropeo, que probablemente divergieron hace pocos milenios. Así pues, la relación entre la familia indoeuropea y la ugrofinesa indica que la proximidad entre los hablantes del PIE y del protougrofinés se produjo en un pasado más remoto. No obstante, dado que el ugrofinés procede de los bosques del norte de Rusia, sería lógico pensar que el PIE se originó en las estepas rusas situadas al sur de esos bosques. Si el PIE hubiera surgido en latitudes más meridionales (digamos, en Turquía), el indoeuropeo probablemente tendría mayores afinidades con las antiguas lenguas semíticas de Oriente Próximo.
El vocabulario no indoeuropeo asimilado por las lenguas indoeuropeas nos proporciona la segunda clave para localizar los orígenes geográficos del PIE. Este tipo de préstamos lingüísticos son particularmente notables en el griego, como se ha dicho antes, y también pueden detectarse con facilidad en el hitita, el irlandés y el sánscrito. Esto sugiere que, en un principio, esas zonas lingüísticas estaban ocupadas por pueblos no indoeuropeos y posteriormente sufrieron la invasión de los indoeuropeos. En tal caso, la tierra de orí gen del PIE no pudo ser Irlanda ni la India, lugares que ya han sido definitivamente descartados, pero tampoco Grecia ni Turquía, países en los que algunos estudiosos continúan localizando dicho origen.
A la inversa, la lengua indoeuropea moderna más afín al PIE es el lituano. Los textos lituanos de mayor antigüedad que se han con servado, de hacia 1500, contienen una alta proporción de palabras con radicales PIE, tal como los textos sánscritos casi tres mil años más antiguos. El conservadurismo lingüístico del lituano sugiere que esta lengua apenas ha sufrido la influencia de las lenguas no indoeuropeas y que tal vez estuviera localizada cerca del lugar de origen del PIE. En otros tiempos, el lituano y las demás lenguas bálticas ocupaban una extensa zona de Rusia, hasta que los godos y los eslavos desplazaron a los bálticos hasta Lituania y Letonia, el pequeño territorio que les corresponde en la actualidad. Así pues, de esta argumentación se desprende que Rusia pudo ser el lugar de origen del PIE.
La tercera clave procede de la reconstrucción del vocabulario PIE. Ya hemos visto que el hecho de que incluya términos bien conocidos en 4000 a. C. y carezca de vocablos con los que designar objetos desconocidos antes de 2000 a. C. nos ayuda a datar el período en que se hablaba el PIE. ¿Servirá este método para identificar el lugar donde se hablaba el PIE? El PIE poseía una palabra para designar la nieve, «snoighwos» (de la que se deriva el vocablo inglés «snow»), dato que apunta hacia una zona templada y ciertamente no tropical. La mayoría de los numerosos animales y plantas con nombres PIE (como «mus» = mouse = ratón) están distribuidos por toda la zona templada de Europa, de modo que este dato sirve para determinar la latitud, pero no la longitud en que se originó el PIE.
En mi opinión, la clave del vocabulario PIE radica en los términos de los que carecía y no en los que incluía y, en concreto, en la escasez de nombres de cereales. La agricultura no era desconocida para los hablantes del PIE, el cual incluía las palabras correspondientes a «arado» y «hoz». Ahora bien, solo se ha conservado un término PIE para designar los cereales. En contraste, las lenguas protobantúes de África y protoaustronesiana del sudeste de Asia poseen, en su versión reconstruida, numerosos nombres de cereales. Por otro lado, los orígenes del protoaustronesiano son más antiguos que los del PIE y las lenguas austronesianas modernas han tenido más tiempo para perder los nombres originarios de los cultivos que las lenguas indoeuropeas modernas. A pesar de ello, estas lenguas siguen incluyendo un número mucho mayor de nombres antiguos de cereales. De esto puede deducirse que los hablantes del PIE probablemente poseían escasas cosechas y que sus descendientes fueron adoptando o inventando nombres nuevos a medida que se desplazaban hacia zonas donde la agricultura se practicaba a mayor escala.
Ahora bien, esta conclusión plantea una doble incógnita. En primer lugar, la posible zona de origen del PIE queda notablemente restringida cuando se considera que hacia 3500 a. C. la agricultura se había convertido en el modo de vida dominante en casi toda Euro pa y gran parte de Asia, de lo que debe deducirse que el PIE surgió en una zona con características peculiares donde la agricultura no se había impuesto en la medida habitual. En segundo lugar, surge el interrogante de cómo consiguieron expandirse los hablantes del PIE. Una de las razones principales de las expansiones bantú y austronesiana es que los primeros hablantes de esas familias lingüísticas eran agricultores, los cuales, en virtud de su mayor fuerza numérica, lograron ocupar y dominar otros territorios habitados por pueblos de cazadores-recolectores. El caso del PIE representaría una inversión de la experiencia histórica, pues supondría que un pueblo de agricultores en ciernes invadió una Europa donde la agricultura estaba más desarrollada. De esta suerte, no podremos resolver la pregunta de «dónde» se originó el indoeuropeo hasta que hayamos logrado dar una respuesta acertada al interrogante más complejo de por qué se expandió.
En la Europa inmediatamente anterior a la invención de la escritura tuvieron lugar dos revoluciones económicas de consecuencias tan amplias que bien podrían haber dado lugar a un gran cambio lingüístico. La primera fue la adopción de la agricultura y la ganadería, que se originaron en Oriente Próximo hacia 8000 a. C., saltaron de Turquía a Grecia hacia 6500 a. C. y posteriormente se difundieron hacia el norte y el oeste hasta llegar a las islas británicas y Escandinavia. La agricultura y la ganadería aumentaron notablemente los recursos alimenticios e impulsaron un gran crecimiento de la población. Colín Renfrew, profesor de arqueología de la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, ha publicado recientemente un libro muy interesante en el que argumenta que los agricultores procedentes de Turquía fueron los hablantes del PIE que trajeron las lenguas indoeuropeas a Europa.
Mi primera reacción ante la obra de Renfrew fue darle la razón sin reservas. La agricultura tuvo que desencadenar una revolución lingüística en Europa, tal como lo hizo en África y en el sudeste de Asia. Esta conclusión cuenta, además, con el respaldo de la evidencia aportada pollos genetistas, según la cual la herencia genética de los europeos actuales deriva fundamentalmente de los primeros agricultores.
Por desgracia, la teoría de Renfrew ignora o descarta toda evidencia lingüística. Los primeros pueblos agricultores llegaron a Europa miles de años antes de la supuesta fecha de aparición del PIE en esos territorios. Además, esos pueblos no habían desarrollado una serie de innovaciones para las cuales existen términos PIE, como arados, ruedas y caballos domesticados. Por su parte, el PIE carece de la mayoría de los vocablos correspondientes a los principales cultivos de aquellos antiguos pueblos agrícolas. El hitita de Turquía, la más antigua de las lenguas indoeuropeas conocidas, lejos de ser la que más se asemeja al PIE puro, como cabría esperar de ser cierta la teoría de Renfrew, es la más dispar. La teoría de Renfrew tiene como única base un silogismo: la agricultura probablemente desencadenó un proceso de imposición de una lengua, y puesto que el proceso de imposición del PIE precisa una causa, se supone que esa causa fue la agricultura. Pero la evidencia indica que la agricultura trajo a Europa otras lenguas más antiguas, como el vascuence y el etrusco, que luego serían desplazadas por el PIE.
Hacia 5000-3000 a. C., es decir, en la época en que surgió el PIE, se produjo otra revolución económica en Eurasia. Esta revolución coincidió con el desarrollo incipiente de la metalurgia y comportó una nueva utilización de los animales domésticos; la carne y las pieles venían aprovechándose desde millones de años atrás, pero ahora los animales empiezan a utilizarse para producir leche y lana, para tirar de los arados y los vehículos de ruedas y como monturas. Esta revolución está ampliamente reflejada en el vocabulario PIE, en palabras como «yema» y «arado», «leche» y «mantequilla», «lana» y «tejer», así como en numerosos términos relacionados con los vehículos de ruedas («rueda», «eje», «varal», «arneses», «cubo» y «fusta»).
La relevancia económica de esta revolución fue enorme, por cuanto aumentó las fuentes de energía e hizo posible que la población creciera mucho más de lo que hubiera sido posible con la agricultura y la ganadería primitivas. Por ejemplo, la leche y sus derivados aumentaron la producción de calorías con respecto a la época en que solo se aprovechaba la carne del ganado; el arado, que sustituyó al azadón, permitió expandir notablemente las superficies cultivadas; mientras que los vehículos de tracción animal facilitaban el transporte de los productos de las tierras de labor hasta las poblaciones donde se procesaban.
El rápido ritmo de difusión de algunos de estos avances dificulta la labor de determinar su lugar de origen. Los vehículos de ruedas, por ejemplo, no existían antes de 3300 a. C., pero pocos siglos después ya se habían generalizado en toda Europa y Oriente Medio. No obstante, la domesticación de los caballos, que fue un avance crucial, sí tiene un origen determinable. En el período inmediatamente anterior a su domesticación, los caballos salvajes no existían en Oriente Medio ni en Europa meridional, eran escasos en Europa septentrional y abundaban en las estepas orientales de Rusia. El testimonio más antiguo de la existencia de caballos domesticados procede de la cultura sredny stog, de las estepas del norte del mar Negro, donde el arqueólogo David Anthony identificó dientes de caballo de unos seis mil años de antigüedad, con señales de desgaste producidas por la utilización del bocado.
A lo largo de toda la historia, la introducción de caballos domesticados siempre ha reportado enormes beneficios a las sociedades humanas de todo el mundo. Gracias a los caballos se hizo posible, por vez primera en la evolución de la humanidad, desplazarse por tierra a mayor velocidad de la que desarrolla una persona. La velocidad así ganada ayudaba a los cazadores a capturar sus presas, y a los ganaderos a controlar sus rebaños en zonas muy amplias. Y, lo que es aún más importante, la velocidad permitía a los guerreros orquestar ataques sorpresa contra enemigos distantes y retirarse sin darles tiempo para organizar el contraataque. De tal suerte, los caballos revolucionaron el arte de la guerra en todo el mundo, situando en una posición de privilegio a los pueblos que los empleaban. El estereotipo de los indios de las grandes llanuras, a los que los estadounidenses tienen por terribles guerreros montados a lomos de veloces corceles, se convirtió en realidad en tiempos relativamente recientes, entre 1660 y 1770. Los caballos europeos llegaron al oeste de Estados Unidos antes que los propios europeos y que cualquiera de sus productos; así pues, podemos estar seguros de que, por sí solo, el caballo transformó la sociedad india de las llanuras.
El testimonio arqueológico pone de manifiesto que muchos años antes, hacia 4000 a. C., los caballos domesticados habían modificado la sociedad que existía en las estepas rusas. El hábitat estepario, con sus enormes praderas, era difícil de explotar hasta que la utilización de caballos resolvió el problema del transporte y del recorrido de grandes distancias. La ocupación humana de la estepa rusa se aceleró con la domesticación del caballo, y posteriormente recibió un impulso decisivo con la invención de los vehículos de ruedas tirados por bueyes, ocurrida hacia 3300 a. C. La economía de la estepa pasó a fundarse en una combinación del ganado ovino y vacuno, del que se obtenía carne, leche y lana, con los caballos y vehículos de ruedas utilizados para el transporte; la agricultura no era sino un complemento.
En los asentamientos primitivos de la estepa no se han descubierto restos que atestigüen una práctica intensiva de la agricultura ni la costumbre de almacenar grandes cantidades de grano, como era el caso en los asentamientos de Europa y Oriente Medio de la misma época. Los pueblos esteparios llevaban una existencia nómada y no establecían grandes asentamientos permanentes, lo que también contrasta con los poblados compuestos por filas y filas de centenares de casas de dos plantas que se erigieron en el sudeste de Europa en esa misma época. La falta de logros arquitectónicos de los nómadas quedaba compensada por su celo militar, como lo atestiguan sus grandiosas tumbas (¡solo para hombres!), en las que amontonaban puñales y otras armas, e incluso carros y caballos.
Por tanto, el río Dniéper, de Rusia (véase la figura 10), marcaba una brusca frontera cultural: hacia el este, se extendían los territorios de los grandes guerreros y jinetes; al oeste, los ricos pueblos agrícolas con sus graneros. La proximidad de los lobos y las ovejas solo podía acarrear problemas. Una vez que la invención de la rueda completó el equipamiento económico de los guerreros, sus vestigios indican que comenzaron a avanzar hacia el este, recorriendo a gran velocidad los miles de kilómetros de las estepas de Asia Central (véase el mapa). Es posible que los ancestros de los tocarios surgieran de ese movimiento de población. La expansión hacia el oeste de los pueblos esteparios dejó su impronta en la concentración de los pueblos agrícolas europeos próximos a las estepas en enormes asentamientos fortificados, en el posterior hundimiento de esas sociedades y en la aparición de los enterramientos característicos de las estepas en Europa, hasta Hungría.
Entre las innovaciones que impulsaron el arrollador avance de los pueblos esteparios, la única que puede atribuírseles con toda certeza es la domesticación del caballo. Es posible que también inventaran, independientemente de las civilizaciones de Oriente Medio, los vehículos de ruedas, las técnicas textiles y el ordeño del ganado, pero el ganado ovino y vacuno, la metalurgia y probablemente el arado procedían de Oriente Medio o de Europa. Por tanto, no puede hablarse de una única «arma secreta» que explique la expansión de los pueblos esteparios. La domesticación de los caballos fue el ingrediente que vino a completar el equipamiento económico y militar necesario para que los pueblos de las estepas llegaran a dominar el mundo durante los siguientes cinco mil años, sobre todo cuando adoptaron la agricultura intensiva después de invadir el sudeste de Europa. Su éxito, como el del segundo estadio de la expansión europea iniciada en 1492, fue el resultado de una afortunada combinación de factores biogeográficos: la abundancia de caballos salvajes y de grandes estepas con la proximidad a los centros de civilización de Oriente Medio y Europa.
FIGURA 10. Este mapa muestra el modo en que posiblemente se difundieron las lenguas indoeuropeas. El lugar de origen del protoindoeuropeo (PIE), la lengua madre, serían las estepas rusas situadas al norte del mar Negro y al este del río Dniéper.
Tal como ha sido señalado por la arqueóloga de la UCLA Marija Gimbutas, los pueblos rusos de las estepas que vivían al oeste de los Urales en el cuarto milenio antes de Cristo encajan bien en la imagen que nos hemos formado de los protoindoeuropeos. Vivieron en la época correcta. Su cultura incluía los elementos económicos fundamentales del vocabulario PIE reconstruido (como las ruedas y los caballos) y carecía de los elementos que no se designan en el PIE (como los carros de combate y numerosos cereales). Asimismo, habitaban en la zona geográfica de donde es probable que procediera el PIE: una zona templada, situada al sur de los territorios del pueblo ugrofinés y cercana a la que después sería la tierra natal de los lituanos y otros pueblos bálticos.
Dado que se cumplen todos estos requisitos, ¿por qué sigue siendo tan controvertida la teoría que sitúa el origen de los indoeuropeos en las estepas rusas? La controversia no existiría si los arqueólogos hubieran logrado demostrar que la cultura de las estepas del sur de Rusia se expandió con gran rapidez hasta Irlanda hacia 3000 a. C.
Sin embargo, la evidencia de la invasión de los pueblos esteparios solo se extiende hasta el oeste de Hungría. Hacia 3000 a. C. y en siglos subsiguientes, Europa era un mosaico de diferentes culturas incipientes a las que se ha nombrado por los objetos que empleaban (por ejemplo, la cultura de la cerámica acordonada y la cultura del hacha de armas). Esas culturas que comenzaban a desarrollarse en la Europa occidental combinaban elementos de las culturas esteparias, como los caballos y el militarismo, con otros elementos tradicionales de Europa, en especial la agricultura. Por todo esto, numerosos arqueólogos descartan la hipótesis de las estepas y consideran que las culturas emergentes de Europa occidental tuvieron un origen local.
Ahora bien, un motivo evidente explica por qué la cultura de las estepas no pudo difundirse intacta hasta Irlanda. El territorio de la estepa llega hasta los límites occidentales de las llanuras húngaras y fue precisamente allí donde se detuvieron todas las subsecuentes invasiones de Europa, como la de los mongoles. Con objeto de expandirse más hacia el oeste, la sociedad de las estepas debía adaptarse al terreno boscoso de Europa occidental, asimilando la agricultura intensiva o mezclándose con las sociedades europeas preexistentes después de conquistarlas. La herencia genética de las sociedades híbridas resultantes procedería en su mayor parte de los pueblos autóctonos de la antigua Europa.
Si los pueblos de las estepas impusieron su lengua, el PIE, en los territorios del sudeste de Europa que se extienden hasta Hungría, sería la cultura-indoeuropea derivada, y no la original, la que se expandió por el resto de Europa dando origen a las culturas indoeuropeas de la «tercera generación». Los grandes cambios culturales revelados por la arqueología indican que esas culturas de la «tercera generación» emergieron en toda Europa y en los territorios asiáticos que se expandían hasta la India entre 3000 y 1500 a. C. Muchas lenguas no indoeuropeas sobrevivieron el tiempo necesario para llegar a registrarse por escrito (el etrusco, por ejemplo), mientras que el vascuence ha perdurado hasta nuestros días. Así pues, la imposición del indoeuropeo no se produjo en una sola oleada, sino mediante una sucesión de acontecimientos ocurridos en el transcurso de cinco mil años.
El caso del indoeuropeo puede compararse con el de las lenguas indoeuropeas que llegaron a dominar América. Está demostrado que las nuevas lenguas americanas surgieron como consecuencia de la invasión de los hablantes del indoeuropeo procedentes de Europa. Pero ni la conquista de América se produjo en un solo estadio, ni el testimonio arqueológico de la América del siglo XVI muestra vestigios de las culturas europeas en estado puro. La cultura europea no era adecuada para el nuevo entorno, por lo que los colonizadores tuvieron que modificarla hasta crear una cultura ecléctica que combinaba las lenguas indoeuropeas y buena parte de la tecnología europea (como las armas de fuego y el hierro) con las cosechas de los amerindios y (sobre todo en América del Sur y América Central) los genes de los nativos. La economía europea y las lenguas indoeuropeas han tardado siglos en imponerse en algunas zonas del Nuevo Mundo; la conquista no ha llegado al Ártico hasta este siglo y está internándose en la Amazonia en nuestros días; y a la zona andina india de Perú y Bolivia aún le quedan muchos años de vida.
Supongamos que en una época futura, posterior a la desaparición de las lenguas indoeuropeas de Europa y a la destrucción de toda evidencia escrita sobre el pasado, un arqueólogo realizase excavaciones en Brasil. Ese arqueólogo descubriría que los objetos europeos aparecieron súbitamente en la costa de Brasil hacia 1530 y que fueron penetrando en la Amazonia a un ritmo muy lento. Los habitantes de la Amazonia brasileña que descubriría ese arqueólogo serían una mezcolanza genética de amerindios, negros africanos, europeos y japoneses, y su lengua sería el portugués. Ante tal amalgama de datos, es poco probable que el arqueólogo dedujera que el portugués fue una lengua que llegó de fuera y que constituía una contribución de los invasores a la ecléctica sociedad local.
La interacción entre los caballos, los pueblos esteparios y las lenguas indoeuropeas siguió moldeando la historia europea incluso después de la expansión del PIE en el cuarto milenio antes de Cristo. La tecnología PIE aplicada a la equitación era primitiva, pues probablemente se componía de una simple brida con un bocado de cuerda y los caballos se montaban a pelo. Durante los milenios posteriores, la importancia militar de los caballos fue en aumento gracias a toda una serie de inventos, desde los bocados de metal y los carros tirados por caballos, hacia 2000 a. C., hasta las herraduras, los estribos y las sillas de montar, de épocas posteriores. Aunque la mayoría de estos inventos no se debieron a los pueblos de las estepas, fueron estos los que más se beneficiaron de ellos, dado que tenían pastos más extensos y, por tanto, más caballos.
Durante los milenios en que fueron desarrollándose estos inventos, Europa sufrió la invasión de otros muchos pueblos esteparios, entre los cuales los hunos, los turcos y los mongoles son los más célebres. Todos ellos levantaron enormes y efímeros imperios que se extendían desde las estepas hasta el este de Europa, pero nunca volvieron a conseguir imponer su lengua en Europa occidental, ni tampoco volvieron a estar en la situación de privilegio que suponía invadir a lomos de caballos una Europa en la que aún no se habían domesticado esos animales.
La invasión PIE original, de la que no ha quedado testimonio escrito, se diferenciaba, asimismo, en otros rasgos de las subsecuentes invasiones que sí se han registrado por escrito. Después de la primera oleada PIE, los invasores ya no eran hablantes del PIE procedentes de las estepas occidentales, sino hablantes de turco y mongol procedentes de las estepas orientales. Es curioso que en el siglo XI los caballos permitieran a las tribus turcas del centro de Asia invadir los territorios de la primera lengua indoeuropea escrita, el hitita. De tal modo, la historia describía un círculo, y el principal avance de los primeros indoeuropeos se tornaba en contra de sus descendientes. Los turcos son fundamentalmente europeos por su herencia genética, pero su lengua (el turco) no pertenece a la familia indoeuropea. Algo parecido ocurrió en Hungría, donde la invasión de 896 dio origen a una población básicamente europea en lo tocante a su dotación genética, pero de lengua ugrofinesa. Los casos de Turquía y Hungría, donde una pequeña fuerza invasora de nómadas esteparios logró imponer su lengua en sendas sociedades europeas, ilustran el proceso por el que toda Europa llegó a hablar indoeuropeo.
Con el tiempo, los avances tecnológicos de la Europa occidental pusieron fin a la dominación de los pueblos de las estepas, fuera cual fuese su lengua. Una vez que los pueblos esteparios entraron en decadencia, su caída no se hizo esperar. En el año 1241, los mongoles terminaron de establecer el mayor imperio que nunca haya existido, cuyos territorios llegaban desde Hungría hasta China. Pero a partir de 1500, aproximadamente, los rusos de lengua indoeuropea comenzaron a internarse en las estepas desde el oeste, y unos cuantos siglos de imperialismo zarista bastaron para conquistar a los nómadas que habían sembrado el terror en Europa y China durante más de cinco mil años. En la actualidad, las estepas están divididas entre Rusia y China, y solo en Mongolia encontramos un vestigio de la independencia de aquellos antiguos pueblos.
Se han escrito muchos disparates racistas sobre la supuesta superioridad de los pueblos indoeuropeos. La propaganda nazi, por ejemplo, exaltaba la raza aria pura. Pero lo cierto es que los indoeuropeos no han constituido un pueblo unificado desde los tiempos de la expansión PIE, hace cinco mil años, e incluso es posible que los hablantes del PIE estuvieran divididos en varias culturas relacionadas entre sí. Algunas de las luchas más enconadas y de las persecuciones más terribles de la historia han colocado en bandos enfrentados a pueblos que compartían la ascendencia indoeuropea. Los judíos, los gitanos y los eslavos, a los que los nacionalsocialistas pretendían exterminar, conversaban en lenguas tan indoeuropeas como las de sus perseguidores. La realidad es que los hablantes de protoindoeuropeo tuvieron la suerte de vivir en el lugar y el momento adecuados para desarrollar una tecnología muy avanzada, gracias a la cual consiguieron imponerse sobre otros pueblos y convertir su idioma en la lengua madre de los idiomas que hoy se hablan en medio mundo.
UNA FABULA PROTOINDOEUROPEA
Owis ekwoosque
Gwrreei owis, quesyo wlhnaa ne eest, ekwoons espeket, oinom ghe gwrrum woghom weghontm, oinomque megam bhorom, oinomque ghemmenm ooku bherontm.
Owis nu ekwomos ewewquet: «Keer aghnutoi moi ekwoons agontm nerm widntei».
Ekwoos tu ewewquont: «Kludhi, owei, keer ghe aghnutoi nsrnei widntmos: neer, potis, owioom r wlhnaam sebhi gwhermoni westrom qurnneuti. Neghi owioom wlhnaa esti».
Tod kekluwoos owis agrom ebhuget.
(La) Oveja y (los) caballos
En (una) colina, (una) oveja que no tenía lana vio caballos, uno (de ellos) arrastrando (un) pesado carro, uno transportando (una) gran carga y uno transportando (a un) hombre velozmente.
(La) oveja dijo a (los) caballos: «Me duele el corazón al ver a (un) hombre conduciendo caballos».
(Los) caballos dijeron: «Escucha, oveja, nuestro corazón nos duele cuando vemos (esto): (un) hombre, el amo, convierte (la) lana de (la) oveja en (una) prenda de abrigo para sí mismo. Y (la) oveja no tiene lana».
Habiendo oído esto, (la) oveja huyó hacia (la) llanura.
Ofrecemos esta fábula inventada en PIE reconstruido, junto a su traducción, con objeto de mostrar cómo sonaba el protoindoeuropeo. La fábula fue inventada hace algo más de un siglo por el lingüista August Schleicher; la versión revisada que aquí se recoge esta basada en la que fue publicada por W. P. Lehnrann y L. Zgusta en 1979, y ha incorporado los avances de la investigación lingüística sobre el PIE ocurridos desde la época de Schleicher. Gracias al asesoramiento de Jaan Puhvel, la versión de Lehnrann y Zgusta se ha modificado ligeramente para ponerla al alcance de los profanos en lingüística.
Aunque a primera vista el PIE resulte extraño, un escrutinio más pormenorizado revela que numerosas palabras tienen radicales similares a los de las palabras latinas e inglesas derivadas del PIE. Por ejemplo, «owis» significa «oveja» (cf. «ewe», «ovino»); «wlhnaa» significa «lana»; «ekwoos» significa «caballos» (cf. «ecuestre», «equus» en latín); «ghmmenm» significa «hombre» (cf. «humano», «hominem» en latín), «que» significa «y», como en latín; «megam» significa grande (cf. «megafonía»); «keer» significa «corazón» (cf. «core», «cardiología»); «moi» significa «a mí», y «widntei» y «widntmos» significan «ver» (cf. «vídeo»). El texto PIE carece de artículos definidos e indefinidos («el-la-los-las» y «uno-una-unos-unas») y sitúa el verbo al final de la oración.
Esta muestra ilustra la idea que los lingüistas tienen del PIE, pero no debe tomarse como un ejemplo exacto. No hay que olvidar que el PIE no era una lengua escrita, que los estudiosos han realizado reconstrucciones diferentes del PIE y que la fábula no es original, sino inventada.