24
Hallie estaba mirando a Jamie mientras trabajaba con su rodilla. Estaba tumbado en la camilla de masajes, con la vista clavada en el cenador. Ambos guardaban silencio.
La noche anterior sí que habían hablado largo y tendido. Acabaron comprando comida en Bartlett’s y después fueron en coche hasta la capilla. Era un lugar muy tranquilo, justo lo que necesitaban.
El edificio a la luz del atardecer era precioso. Lo dejaron atrás y siguieron caminando para sentarse en la arena, a la orilla del mar.
Hallie aún sentía los efectos de su discusión con Shelly y no sabía si estaba feliz o triste. ¿Qué pasaría a continuación?
Jamie se sentó y estiró la pierna lesionada, a fin de preparar la comida y dejar que Hallie hablara. Quería escuchar cómo había sido su vida desde su punto de vista. No le dijo que Braden y él habían estado hablando del tema.
La versión de Hallie era más suave que la de Braden. Entre ambas, Jamie comprendió que se había tratado de una infancia muy solitaria.
Pero lo mejor fue que Hallie no guardaba ningún rencor ni se sentía amargada por eso. Lo único que quería era librarse de todo. Más que nada, quería dejar de preocuparse por la posibilidad de que Shelly le robara a su novio.
—¿Te refieres a mí? —le preguntó—. ¿Soy la baza de tu negociación?
—Pues sí —contestó ella—. Si tú y yo estamos... ya sabes.
Eso los llevó a hablar sobre el futuro, y ambos acordaron que les gustaría intentarlo.
—Me encantaría quedarme aquí de momento —confesó Jamie—, en esta isla mágica.
—A mí también —reconoció Hallie.
Hicieron el amor en la playa. Despacio y con ternura. Entre ellos el amor era sereno, dulce y persistente.
Después, siguieron abrazados mientras contemplaban las estrellas sin decir nada, pero ambos pensaron en el futuro y en el camino que tomarían a partir de ese momento.
Era tarde cuando condujeron de regreso a casa. Durmieron juntos, abrazados y acurrucados el uno contra el otro. Cuando las pesadillas de Jamie empezaron, Hallie estaba allí para tranquilizarlo.
Por la mañana, se sumieron en su rutina habitual, pero sin dejar de lanzarse miraditas. ¿Esa era la persona con la que pasarían el resto de sus vidas?
Hallie recibió un mensaje de texto de Braden.
Shelly está conmigo y mañana la llevaré a casa.
Después de leérselo a Jamie, este llamó a Raine. Los últimos miembros de la familia Montgomery-Taggert ya habían dejado la isla e iban de camino a casa.
Jamie cortó la llamada.
—Creo que debes saber algo, pero no sé cómo te lo vas a tomar. —Le dijo a Hallie que Shelly y Braden habían pasado la noche juntos. En la misma cama.
—¡Oh! —exclamó ella, que se sentó en una de las sillas de la mesa de la cocina.
—¿Te parece bien?
—Claro —contestó—. Es que me ha sorprendido un poco. —Lo miró—. Bueno, no. En realidad, no. Braden nunca se relacionó con Shelly cuando era pequeña. Solo cuando llegó a la pubertad. ¿A qué viene esa cara?
—Raine me ha dicho que Braden le ha hecho una pregunta rara. Quería saber si podía decirle de algún lugar donde comprar unos trajes de motero.
Hallie y Jamie se miraron y se echaron a reír al pensar en un abogado vestido de cuero negro y tachuelas plateadas.
Jamie le contó la conversación que había mantenido con Braden y que este le había dicho que había estado cuidándola toda la vida. También le dijo que Braden se sentía atraído por Shelly, pero que no se había acercado a ella por respeto a Hallie y a su madre.
—¿Ha hecho todo eso por mí? —preguntó Hallie, asombrada.
Jamie percibía que Hallie estaba estupefacta con las noticias y supo que necesitaba una manera de liberar la tensión.
—Vamos al gimnasio.
Hallie gimió.
—¿Cómo es posible que haya acabado con un médico obsesionado por el deporte?
—No sé, pero creo que la culpa la tienen un par de fantasmas. Tú y yo, y tal vez Braden y Shelly. Raine me ha dicho que Braden no paraba de hablar sobre una tormenta que hubo anoche y que los dejó encerrados a Shelly y a él en el salón del té.
Se miraron y se echaron a reír.
En ese momento, Jamie estaba en la camilla de masajes y Hallie terminaba con la sesión de rehabilitación de la rodilla. Eran casi las cuatro de la tarde.
Una vez que Jamie se vistió, caminaron juntos hasta la casa. Allí, en la mesa de la cocina, descubrieron uno de los increíbles tés de Edith, con las bandejas hasta arriba de comida y una tetera humeante.
—Edith, te quiero —dijo Jamie mientras se lavaba las manos con Hallie al lado.
—Me he divertido mucho con la visita de tu familia, pero me alegro de volver a la normalidad —confesó Hallie—. Tenemos que darle las gracias a Edith por todo esto y regalarle algo bonito.
—¿Un viaje lejos de su antipática nuera? —sugirió Jamie.
—Me pregunto cómo se las habrán apañado Betty y Howard con toda tu familia hospedada allí. Sobre todo con los niños.
—Estoy seguro de que los niños Montgomery tienen unos modales impecables, pero mi madre me ha contado que Cory descubrió cómo se subía al ático y encontró una caja llena de revistas con hombres desnudos en la portada.
—¡Ooooh! —exclamó Hallie—. ¿Y no quiere compartirlas?
—Creo que... —Dejó la frase en el aire al escuchar que llamaban a la puerta—. Hablando del rey de Roma... es Betty.
Se acercó a la puerta y Hallie lo siguió.
—Hola —la saludó Jamie al tiempo que abría—. Me alegro de...
—¿Habéis visto a mi suegra? —preguntó Betty de mala manera—. ¿Ha estado aquí para ver a esos dichosos fantasmas vuestros?
—No la hemos visto —respondió Hallie—, pero nos ha traído otro fantástico té de tu precioso establecimiento.
—Deberíamos pagarte —dijo Jamie—. Dime cuánto es y Hallie y yo te pagaremos lo que te debemos. Y un poco más por la entrega a domicilio.
—¿Té? —preguntó Betty—. ¿Y os lo trae mi suegra? Lo hace a menudo, ¿verdad?
—Sí, bastante —respondió Jamie, que se apoyó en las muletas.
—¿Recordáis la última vez que estuve aquí? —preguntó Betty y esperó a que ambos asintieran con la cabeza—. Al día siguiente por la tarde, Howard y yo mandamos a su madre a Arizona para que visitara a su hija. Acaba de regresar esta mañana y ya ha desaparecido. No sé quién os habrá estado trayendo comida, pero mi suegra no ha sido.
—Entonces ¿quién? —repuso Hallie, perpleja. Se hizo a un lado para que Betty pudiera ver la mesa. Había un par de expositores con bandejas a distintas alturas llenas de sándwiches y galletas, dulces y saladitos.
—Como puedes ver —dijo Jamie— hay un montón de comida y una tetera enorme. A lo mejor lo ha traído algún empleado tuyo.
Betty los miró, primero a Jamie y luego a Hallie.
—Estáis tan locos como mi suegra. En esa mesa solo hay un montón de platos vacíos. —Aferró la puerta—. Creo que mi suegra debería regresar a Arizona. La gente allí está más cuerda. —Meneó la cabeza, cerró la puerta y se marchó.
Jamie y Hallie se miraron, y después se volvieron muy despacio hacia la mesa.
Un momento antes habían estado probando la maravillosa variedad de comida y bebiendo un té que jamás se enfriaba.
Pero, en ese instante, solo veían platos vacíos. Eso sí, estaban relucientes porque los habían lavado y guardado muy a menudo, a fin de que Edith los encontrara listos para usar cuando fuera a buscarlos.
No había comida y no había té humeante en la tetera.
Jamie y Hallie se miraron y abrieron los ojos de par en par al comprender que habían pasado semanas sin comer nada. Y aunque no lo dijeron en voz alta, sabían que todos los festines habían sido preparados por unas manos que ya no existían.
Hallie fue la primera en hablar.
—Ahora sabemos por qué he adelgazado.
Jamie parecía no saber qué decir, pero al final acabó riéndose.
—La Dieta Fantasma —siguió Hallie—. ¿Crees que tendría éxito? —Ella también empezó a reírse.
Al cabo de unos segundos, estaban muertos de risa, llorando el uno en los brazos del otro, mientras sus carcajadas flotaban por la casa.
Y, dentro del salón del té, dos preciosas mujeres se miraron. Una vez más habían ayudado a hallar el Amor Verdadero.