17

 

 

Cuando Hallie regresó a la casa, ya eran más de las seis. Cargaba con tantas bolsas que le costaba andar. Cale se había ofrecido a mandarle a unos de los «chicos» para que la ayudaran, pero Hallie había rechazado el ofrecimiento. Esperaba de todo corazón que Edith se hubiera pasado con su carrito de golf lleno de comidas del mundo, de modo que Jamie y ella pudieran comer y hablar.

Quería contarle a quién había conocido ese día y preguntarle por otros miembros de la familia de los que había oído hablar. Y tal vez sacaría a colación el nombre de Alicia y le preguntaría quién era. Estaba ansiosa por enseñarle la ropa que le había comprado. Tal vez incluso lo convenciera de que se lo probase todo para ella.

Hallie pensó en que irían al gimnasio y en cómo guiaría a Jamie a través de sus ejercicios. Comprobaría qué tal se le estaba curando la rodilla.

Y tal vez una toalla se caería de nuevo al suelo.

Cuando llegó a la puerta principal, se sorprendió al ver que estaba cerrada. Miró en el bolso, pero no encontró las llaves. Cuando levantó el llamador de bronce con forma de delfín y golpeó dos veces, nadie acudió a la puerta, y tampoco vio luces en las ventanas.

Recogió el montón de bolsas y rodeó la casa. Tal como les habían dicho, la puerta del salón del té tenía vida propia. A veces, se abría nada más tocar el pomo, pero otras estaba cerrada a cal y canto.

Se alegró al ver que, en esa ocasión, no solo no estaba echada la llave, sino que una de las hojas estaba entreabierta.

—¿Es una invitación? —les preguntó con voz risueña a los fantasmas que residían en la casa—. ¿O me queréis ayudar con todas estas bolsas?

Dejó las bolsas en el suelo, junto al sofá, y encendió la lámpara de la mesita auxiliar. Guiada por un impulso, sacó toda la ropa de Jamie y comenzó a extenderla sobre los muebles. Había jerséis, camisas e incluso pantalones que había escogido con la ayuda de su madre.

—Se puede enrollar las mangas —le había dicho a Cale.

—A Jamie no le hará gracia —había contestado la madre de Jamie—. Tiene los brazos... Quiere llevarlos cubiertos.

—Creo que debería superar el tema, ¿no te parece?

—Sí —había respondido Cale con una sonrisa—. ¿Crees que conseguiremos que se ponga unas sandalias?

Se habían mirado a la cara y sacudido la cabeza. Imposible, habían decidido. En el caso de Jamie, o iba descalzo o llevaba zapatos cerrados, nada de soluciones intermedias.

Cuando Hallie escuchó ruido procedente de la cocina, atravesó la despensa. Al igual que la puerta del salón del té, esa puerta estaba entreabierta. Estaba a punto de entrar en la cocina cuando vio a Todd. Estaba de pie, mientras que Jamie estaba sentado a la mesa y tenía las muletas apoyadas en la pared.

—Solo te pido que tengas cuidado con Hallie —dijo Todd—. No confundas la gratitud con el amor.

Sin importar lo que pudiera decir a continuación, Hallie no quería enterarse, dio un paso hacia delante para anunciar su presencia, pero la puerta de la cocina se movió como si fuera a cerrarse. El movimiento fue tan desconcertante que retrocedió y se sumió en la oscuridad de la despensa.

—No confundo nada —replicó Jamie—. Me gusta mucho. Ya has visto lo que ha hecho hoy. Ha logrado más que todos esos psicólogos que me han estado viendo.

Hallie no tenía el menor interés en lo que Todd dijera, pero sí le interesaba saber lo que pensaba Jamie. Se apoyó en la estantería y prestó atención.

—Para ser justos con esos buenos profesionales —indicó Todd—, ha pasado mucho tiempo desde entonces.

—Pero Hallie...

—Que sí —lo interrumpió su hermano—, que Hallie es una gran fisioterapeuta. Lo que hace parece magia, y su instinto acerca de lo que hace falta es increíble. No pienso discutirlo. Lo que me preocupa es que te vea como un paciente, nada más. ¿Seguirás gustándole cuando ya no te acojone una tormenta?

—¿Quién dice que me recuperaré? —Había un deje furioso en la voz de Jamie.

—Lo harás —le aseguró Todd—. Ese no es el problema. Sabes que siempre he querido que te trate, pero ahora que la he visto... No sé, falta algo. Creo que se está enamorando de la familia, no de ti. Deberías haberla visto durante la boda. Estaba coqueteando y compartiendo secretitos con Raine, hasta tal punto que cualquiera los habría tomado por una pareja. No la rebajo como persona. Es que creo que no sabe bien a quién quiere. —Todd hizo una breve pausa—. Hallie ha vivido casi sin familia desde siempre. Se muere por una familia como la nuestra. Ahora mismo, creo que aceptaría a cualquiera que le pidiese matrimonio. O a lo mejor está empecinada en Braden. —Todd levantó la cabeza—. No te has acostado con ella, ¿verdad?

—Eso no es de tu incumbencia.

—Genial —replicó Todd con sarcasmo—. Ojalá hayas usado protección. Por cierto, ¿dónde está?

—Está de compras con mamá y con algunas de las chicas. —La voz de Jamie sonaba seca.

—Entonces volverá en cualquier momento —dijo Todd—. Querrá contarte lo maravillosa que es nuestra familia. Será mejor que me vaya. No le caigo bien.

—Ahora mismo, a mí tampoco me caes demasiado bien —repuso Jamie.

—Tú piensa en todo lo que te he dicho, ¿vale? Eres un buen partido y quiero asegurarme quién pesca a quién.

—Creo que deberías irte ya —dijo Jamie.

—Vale, ya he dicho lo que quería decir, así que no lo volveré a repetir. Nos vemos mañana.

Hallie seguía apoyada en la estantería. Escuchó cómo se abría y se cerraba la puerta trasera, y al cabo de un momento también escuchó cómo Jamie se levantaba y salía de la casa.

Pasó un rato antes de que fuera capaz de apartarse de la estantería y regresar al salón del té. La ropa que había extendido con tanta alegría para que la viera Jamie seguía allí. Cuando recogió un jersey, le temblaban las manos.

¿De verdad se había puesto en ridículo delante de toda su familia? Recordaba bailar y reír con ellos... ¡Y los masajes! ¿Habían creído que solo intentaba hacerse un hueco en su maravillosa y rica familia?

Dobló la ropa de Jamie y la apiló con pulcritud en el sofá. Todd había dicho que estaba tan desesperada por tener una familia que aceptaría a cualquier hombre que le propusiera matrimonio.

¡Y Raine! Incluso Cale le había preguntado qué había entre Raine y ella.

Recogió las bolsas. En la primera estaba el precioso vestido veraniego que Lainey y Paige habían elegido. ¿Las chicas también se habían reído de ella?

Echó a andar hacia la puerta situada en el extremo más alejado de la habitación. Estaba cerrada.

—Vale —dijo en voz alta—, ya he oído lo que queríaias, así que dejadme salir.

No le sorprendió en lo más mínimo que la puerta se abriera sola.

—Gracias —dijo, y subió la escalera hacia su dormitorio, donde cerró la puerta con llave.

 

 

Media hora después estaba en la cama, despierta. La alegría de la excursión de compras había desaparecido por completo y solo podía pensar en las palabras de Todd. Lo que más la cabreaba, lo que más le dolía, era que Todd tenía razón. Estaba desesperada por formar parte de una familia. Había estado coqueteando con los parientes de Jamie. No lo había reconocido hasta ese momento, pero por fin se daba cuenta de que, desde que los conoció, se había imaginado formando parte de la enorme familia Montgomery-Taggert.

Sin embargo, Todd también se equivocaba. Prefería a Jamie. Desde el día que se conocieron, habían trabajado juntos, habían hablado y habían reído como si se conocieran desde siempre. Las heridas de Jamie eran lo de menos. Su risa y su preocupación por los demás era lo que más le gustaba de él.

En cuanto a lo que había dicho Todd de que se casaría con cualquiera de ellos, desde luego que era mentira. Adam era demasiado distante. Una mujer tendría que esforzarse al máximo para llegar a conocerlo. Ian parecía que sería la mar de feliz viviendo en mitad del campo, en una tienda de campaña. En cuanto a Raine... en fin, Raine no tenía nada de malo.

Salvo que no era Jamie.

En cuanto a Todd, no le gustaba ni un pelo. ¿Cómo podía ser el hermano de Jamie? Ni siquiera se parecían. Y cuanto más tiempo pasaba con él, menos atractivo lo veía.

Claro que sabía que la opinión que tenía de ellos no era el problema. El problema era cómo la veían a ella.

A lo largo de toda la vida, siempre había tenido objetivos. El único momento en el que estuvo a punto de tirar la toalla fue cuando se enteró de que su padre había permitido que su fondo para la universidad se gastara en las numerosas clases de Shelly. Fue una discusión espantosa. Ruby se había echado a llorar y había dicho que cuando Shelly fuera una actriz, una cantante o una modelo famosa, lo devolvería todo.

—Lo recuperarás todo —le aseguró Ruby, con unos ojos que fueron preciosos en otro tiempo cuajados de lágrimas.

Hallie se llevó un mazazo. Como de costumbre, su padre lidió con el problema subiéndose al coche y marchándose. Mientras salía por la puerta, masculló:

—Lo siento, Hallie. Creía que a estas alturas el dinero ya habría sido repuesto.

Hallie sabía que Ruby lo había convencido para que creyera que Shelly siempre estaba a un pequeño paso del éxito. Claro que Ruby era lo bastante lista como para no permitir que presenciara una de las clases de Shelly.

Sin embargo, Hallie las había visto y oído. Shelly era incapaz de afinar aunque le fuera la vida en ello, no sabía actuar y era un pato mareado en las clases de baile. Ni siquiera era capaz de andar por la pasarela como le pedían en las clases para ser modelo. En opinión de Hallie, cuanto más la presionaba Ruby, peor lo hacía Shelly en las clases. De hecho, creía que lo hacía mal a propósito.

En una ocasión, después de que Hallie recogiera a su hermanastra de una clase, dijo:

—Si no quieres tener tantas clases, deberías decírselo a tu madre.

—Supongo que tú lo bordarías en todas, ¿no? —replicó Shelly con voz desagradable—. ¿Estás escondiendo una voz portentosa?

Hallie se limitó a suspirar. Era una pérdida de tiempo intentar hablar con Shelly de cualquier tema.

El espantoso día que le dijeron que el dinero que habían guardado para su formación universitaria había desaparecido, Hallie entró en estado de shock. Su padre se fue enseguida. Ruby abrazaba a Shelly como si quisiera protegerla, desafiando con la mirada a Hallie para que dijera algo negativo.

Sin embargo, Hallie sabía que tener una rabieta no devolvería el dinero a su cuenta bancaria. Salió de la casa y, sin pensar siquiera en lo que hacía, cruzó la calle para entrar en la casa de los Westbrook.

Solo Braden estaba en casa. En aquella época, ya estudiaba Derecho y tenía una novia. Le abrió la puerta a Hallie, pero apenas si la miró.

—Tengo algo en la sartén —dijo él.

Lo siguió a la cocina y se sentó en uno de los taburetes que había junto a la encimera. Estaba demasiado pasmada como para hablar.

Braden volcó la tortilla en un plato.

—He vuelto a casa sin avisar, pero mi madre se ha ido de todas maneras a pasar el fin de semana fuera —explicó él—. Parece que la luna de miel ha terminado. Tengo que apañármelas solo. Lo peor de todo es que solo sé preparar tortillas, así que me como dos al día. —Puso el plato delante de Hallie—. Anda, cómetela.

—No puedo. Es... —Temía seguir hablando porque se echaría a llorar—. Si tu madre no está en casa, debería irme.

—No —repuso él con firmeza—. Los dos tenemos que comer porque necesitamos fuerzas para lo que está por llegar.

Hallie lo miró.

—Sé que no soy mi madre, pero vas a contarme con todo lujo de detalles lo que Shelly y Ruby te han hecho esta vez.

Hallie lo miró, espantada.

—No puedo... —susurró.

—¿No puedes hablar con un amigo? No me lo creo. ¿Eres lo bastante mayor para beber café?

—Tengo dieciocho.

—¿En serio? —preguntó Braden. Le dio la espalda mientras preparaba otra tortilla. En el tostador, el pan saltó cuando estuvo listo—. ¿Puedes sacarlo? Y échale mucha mantequilla a la mía. Necesito la energía para contarte lo que me ha hecho mi novia.

Hallie se bajó del taburete y se acercó al tostador.

—¿Qué te ha hecho?

—No. Tú primero, pero seguro que te gano, me cuentes lo que me cuentes.

—Mi padre ha dejado que Ruby y Shelly se gasten el fondo que mis abuelos crearon para mí. No sé cómo voy a pagar la universidad.

Braden se quedó parado con el plato en la mano mientras la miraba fijamente.

—Hallie, eso es muy gordo. ¿Ha volado todo?

—Hasta el último centavo.

—¿Tu padre se ha ido?

—Tan deprisa que seguramente a estas alturas ya esté en Tejas.

Braden meneó la cabeza.

—Menuda familia la tuya. Vamos, llevémonos la comida al estudio. Tenemos que dar con la manera de conseguir que tu diminuto cerebro vaya a la universidad.

Lo siguió por el pasillo y pasaron horas decidiendo lo que Hallie iba a hacer. Braden hizo unas cuantas llamadas y buscó por internet.

Al final, Hallie no consiguió matricularse en la universidad que había soñado, pero sí consiguió ir. Y le fue tan bien que consiguió una beca parcial para el segundo curso. Sin embargo, el verano posterior a su primer curso, Ruby y su padre murieron en un accidente de coche y tuvo que dejar de lado su formación para cuidar de Shelly.

 

 

Cuando escuchó los pasos de Jamie en la escalera, regresó al presente. Pese a las muletas y a la rodillera, hacía poco ruido. Lo escuchó entrar en su dormitorio y abrir el grifo de la ducha. Tras un breve silencio, escuchó que bajaba de nuevo.

Unos pocos minutos después, Jamie volvía a subir la escalera, pero con paso titubeante. Lo primero que se le pasó a Hallie por la cabeza fue que otra vez se había lesionado la rodilla, y la asaltó el impulso de correr hacia él. Pero no lo hizo.

Cuando Jamie llamó con suavidad a su puerta, no respondió, pero tenía la sensación de que escuchaba a Todd gritar en su cabeza. Repitiendo sin cesar lo que había dicho.

—¿Hallie? —dijo Jamie—. He preparado un poco de té. Tiene mucha leche, como nos gusta.

«No seas cobarde», se dijo antes de levantarse de la cama. Descolgó la bata que estaba al fondo del armario, se la puso y abrió la puerta.

Para su consternación, Jamie iba sin camiseta. Llevaba unos pantalones de deporte que a duras penas se le quedaban en las caderas. Con un ligero tironcito del cordón, caerían al suelo. Pese a todas las cicatrices, estaba tan bueno que se le desbocó el corazón. Si las palabras de Todd no siguieran resonando en su cabeza, se lo llevaría a rastras a la cama.

Pero no lo hizo. En cambio, esbozó una sonrisa serena y le quitó las dos tazas de té de las manos.

—¿Cómo has conseguido subir la escalera con las muletas y esto en las manos?

—Juliana y Hyacinth las subieron por mí.

No se echó a reír al escucharlo, y cuando Jamie dio un paso al frente como si fuera a entrar en su dormitorio, Hallie pasó a su lado y fue a la sala de estar. Se sentó en el asiento acolchado, dejó una taza en el alféizar de la ventana y empezó a beber de la otra.

Se percató de que Jamie fruncía el ceño mientras se volvía y se sentaba en el otro extremo del asiento.

—¿No tienes frío? —le preguntó ella.

—Sigo sudando. Hoy he hecho entrenamiento doble. El primero fue con Todd y con Raine.

«Mi enemigo y mi supuesto amante», pensó, pero no lo dijo en voz alta.

—Siento no haber trabajado en tu rodilla hoy.

—Lo que hiciste esta mañana fue la mejor terapia que he recibido.

—Supongo que soy buena en mi trabajo. —Incluso ella notó la rabia subyacente en su voz.

—¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?

—Tengo nostalgia de mi casa —dijo—. Supongo que estar con tu familia me hace echar de menos a la mía. El cumpleaños de mi padre es dentro de unos días y lo echo muchísimo de menos. Solíamos ir desde Boston a Fort Lauderdale para ver a mis abuelos. Pasábamos toda una semana con ellos.

—¿De verdad? —Jamie parecía sorprendido—. Nunca hablas de tu padre ni de tu madrastra, ni de Shelly.

—Supongo que es verdad. A lo mejor se debe a la muerte de mi madre, pero mi padre y yo estábamos muy unidos. Me compró un móvil cuando tenía cinco años y me llamaba todos los días. Cuando me hice mayor, me incluyó en su trabajo. A los diez años, ya era prácticamente su secretaria.

—¿No es pedirle demasiado a un niño?

—¡Me encantaba! —exclamó Hallie—. Hacía que me sintiera necesitada. Llamaba y me decía que tenía una pregunta sobre un medicamento. Sabía que yo me habría leído toda la información, así que conocía la respuesta. Mis profesores se reían al escucharme soltar los principios activos de los medicamentos. Hicieron una campaña antidroga en mi colegio y me llamaron para que diera consejos.

—No tenía ni idea —repuso Jamie.

Se había apoyado en un cojín y estaba para comérselo. No tenía ni un gramo de grasa. La única luz era la procedente del dormitorio, que se filtraba a través de la puerta abierta, y resaltaba sus músculos. Habría sido facilísimo soltar la taza e inclinarse hacia delante. Conocía lo que se sentía al pasar las manos por su piel.

Pero no, las palabras de Todd resonaban con más fuerza en su cabeza.

Jamie se pasó una mano por el abdomen desnudo.

—Oye, creo que yo también he perdido peso. —Como Hallie no hizo comentario alguno, añadió—: ¿Qué me dices de Ruby?

Hallie soltó una carcajada seca.

—¡Menudo personaje! Nunca limpiaba, era incapaz de cocinar y no comprendía el concepto de organización, ¡pero era graciosísima! Si nevaba, nos sacaba a Shelly y a mí a la calle para hacer muñecos de nieve, que adornábamos con todas las joyas que Ruby tenía. Nuestra muñeca de nieve era toda una dama con pendientes de circonitas de diez centímetros y tiara.

Jamie la miraba, sorprendido.

—Tenía la impresión de que las cosas en tu familia eran distintas. ¿Qué me dices de tu hermanastra?

Hallie tardó en contestar. Si bien podía edulcorar la imagen de Ruby y de su padre, sabía que le faltaba la creatividad necesaria para lavar la imagen de Shelly.

—Aprendimos a vivir juntas —dijo Hallie—. Pero siempre conté con Braden y con su madre, que vivían enfrente, e hicieron que la vida fuera soportable.

—Braden parece haber jugado un papel muy importante en tu vida.

Hallie vio cómo Jamie apretaba los dientes al pronunciar el nombre y se alegró.

—Pues sí. Cada vez que Shelly me hacía una jugarreta, Braden estaba allí para hacerme reír. Me decía lo lista que era y lo bien que le caía yo a los demás. Es un hombre honrado y muy cariñoso.

—Supongo que te alegrarás de verlo cuando llegue —replicó él en voz baja.

—Me muero de ganas.

Cuando miró a Jamie a los ojos, vio algo parecido al dolor. De no haber oído lo que Todd había dicho, le habría contado que Braden siempre la había tratado como a una niña aun siendo ya una adulta.

Sin embargo, no tranquilizó a Jamie y esperó en silencio. Si había una posibilidad de que existiera algo permanente entre ellos, ¿no sería lógico que dijera algo? Aunque solo fuera de forma velada.

Pero Jamie se quedó callado.

Hallie dejó la taza vacía en el alféizar de la ventana y se levantó.

—Tengo que volver a la cama. Gracias por el té. Ha sido un gesto muy amable.

—Has dicho que tienes nostalgia de tu hogar, pero las personas que quieres... ya no están. ¿Eso quiere decir que en realidad echas de menos a Braden?

—Supongo que sí —contestó Hallie, aunque era mentira. Pero dejar que Jamie creyera eso era mejor que el hecho de que creyera lo que Todd le había dicho, que estaba desesperada por su familia. ¡Qué palabra más espantosa! «Desesperada.» Se detuvo junto a la puerta del dormitorio—. Tengo que pedirte un favor.

—Lo que sea —dijo él.

La expresión de sus ojos la instaba a acercarse a él. Era una especie de vacío que ya había atisbado en otras ocasiones, pero que nunca duraba mucho tiempo. En ese momento, parecía haberse instalado de forma permanente.

—¿Podrías pedirle a tu familia que no venga mañana?

Los ojos de Jamie relucieron.

—¿Quieres que nos quedemos aquí los dos solos? A mí también me gustaría. Podríamos...

—No, no me refería a eso. Todo esto... —Hizo un gesto con la mano para abarcar la casa—. Todo esto me ha hecho reflexionar. Estoy soltera y sin compromiso, y tengo buenas referencias. Puedo vivir en cualquier parte de Estados Unidos. ¡No! En cualquier parte del mundo. Así que voy a intentar buscar trabajo en un sitio estupendo. ¿Crees que tu padre podría darme una carta de recomendación?

—Sí. Todos los miembros de mi familia te darían cartas de recomendación estupendas. Mis tíos conocen a gente que podría ayudarte a encontrar trabajo... si es lo que quieres. —Su voz tenía un deje resignado, como si supiera que acababa de perder algo importante.

—Es muy amable, pero no, gracias. Me gustaría que me contratasen por méritos propios, no porque conozco a la gente adecuada. Estaba pensando que, dentro de una semana, te habrás curado lo suficiente para no necesitar supervisión las veinticuatro horas. En cuanto te vayas, yo podré marcharme y hacer cualquier cosa. Ver mundo. —Lo miró con la sonrisa más dulce de la que fue capaz—. Tengo una deuda con tu familia. Entre todos me habéis hecho ver las posibilidades. Buenas noches. Nos vemos mañana.

Jamie no replicó, se quedó mirándola.

Hallie entró en el dormitorio y cerró la puerta tras ella. Mientras se apoyaba en la madera, fue incapaz de contener las lágrimas que asomaron a sus ojos. Quería saber si podría haber algo más que una relación profesional entre James Taggert y ella, y por fin conocía la respuesta. Parecía que el ataque de celos por Braden había sido solo eso. Un macho que marcaba su territorio.

Lo de buscar trabajo en otra parte fue una idea que se le ocurrió en ese momento. ¿Qué esperaba que dijera Jamie? «¿No, no te vayas. Quédate conmigo y conozcámonos mejor?»

¡Menuda ridiculez!

Pero aunque las palabras de Todd le habían hecho mucho daño, sobre todo lo referente a su padre, también recordaba lo que había dicho acerca de su trabajo. A lo mejor no era lo bastante buena para formar parte de su ilustre familia, pero era buena en su trabajo. Había usado palabras como «magia» e «increíble».

Se metió en la cama y apagó la luz, pero no se durmió. Esperó hasta escuchar que Jamie regresaba a su dormitorio. Andaba con paso más lento, como si le doliera la pierna. Solo al escuchar que soltaba las muletas comenzó a relajarse.

—¿Ya estáis contentas? —susurró en la oscuridad, dirigiéndose a los fantasmas que habitaban la casa—. Vaya casamenteras...

Tenía ganas de echarse a llorar, pero después empezó a tranquilizarse. Cuando se enteró de que las Damas del Té se aparecían solo ante las personas que todavía no habían encontrado su Amor Verdadero, supuso de inmediato que el suyo era Braden. Solo tenía que demostrarle que había crecido y él se daría cuenta de lo compatibles que eran. Disfrutarían de una vida llena de risas y de buenos momentos. Se conocían, se comprendían. Así que ¿por qué no ir un paso más allá?

—¿Es eso? —susurró—. ¿Me estaba acercando demasiado a Jamie? ¿Me estaba olvidando de Braden? ¿Es mi Amor Verdadero?

Fue incapaz de permanecer despierta. Mientras escuchaba el frufrú de una falda de seda, el sueño se apoderó de ella. No se despertó a las dos de la madrugada, y si Jamie tuvo una pesadilla, no se enteró.