22
Una hora más tarde, Jamie estaba saliendo de la ducha exterior del gimnasio cuando la vio. Sería imposible confundirla. Shelly era tal cual Braden la había descrito: muy alta, delgada y con una larga melena rubia que enmarcaba una cara muy bonita.
Lo que no era bonito era la mirada que le estaba echando. Jamie solo tenía encima la toalla y la rodillera, un atuendo que se había acostumbrado a llevar en los últimos tiempos. Pero la mirada de esa mujer lo hacía sentirse, bueno, desnudo. Expuesto.
Había visto a muchos hombres mirar así a las mujeres, recorriéndolas de arriba abajo, evaluando sus atributos físicos como si fueran caballos de carreras.
Sin embargo, no recordaba haber visto nunca a una mujer mirar a un hombre de esa forma. Su primer impulso fue el de taparse, pero no lo hizo. Se enderezó, se cuadró de hombros y juntó los pies.
Los ojos de Shelly se detuvieron en los suyos, y lo primero que vio en ellos fue furia. Después, cambió y la vio esbozar una sonrisilla ufana como si no fuera digno de su atención.
En un abrir y cerrar de ojos, Shelly dio media vuelta sobre sus altísimos tacones y echó a andar hacia la casa, donde estaba Hallie.
El único pensamiento de Jamie era que debía llegar hasta Hallie antes de que lo hiciera esa mujer. Debía proteger a la mujer que amaba.
Sin embargo, acababa de dar un paso cuando tropezó con una losa del suelo y se cayó, golpeándose la rodilla sana. Al tratar de levantarse, la rodillera se le enganchó en la piedra, deteniéndolo. Se le había caído la toalla, que descansaba en el suelo a cierta distancia y cuando extendió el brazo para cogerla, el viento se la llevó volando.
Soltó un taco mientras intentaba incorporarse sin la ayuda de la muleta, y después se echó un vistazo. No podía entrar desnudo en la casa. Se las arregló para regresar cojeando al gimnasio y coger los pantalones de deporte. Estaba poniéndoselos cuando se le trabaron en la parte posterior de la rodillera, impidiendo que pudiera subírselos por las piernas, de forma que soltó una palabrota más fuerte y en voz más alta.
Le pareció que tardaba una eternidad en ponerse los pantalones y la camiseta de manga corta. Acto seguido, cogió las muletas y echó a andar hacia la casa. La puerta trasera estaba cerrada. La aporreó y llamó a gritos a Hallie, pero nadie fue a abrir. A lo mejor estaban arriba, pensó, y rodeó la casa para entrar por la puerta principal. También estaba cerrada.
Se vio obligado a rodear la casa de nuevo, pero se percató de que la puerta de doble hoja del salón del té estaba abierta, de modo que entró por ahí. Nada más entrar, escuchó voces, de manera que atravesó la despensa con la intención de salir a la cocina y ver qué pasaba.
Shelly estaba sentada a la mesa de la cocina mientras Hallie sacaba cosas del frigorífico para ponerlas delante de su hermanastra.
La escena hizo que Jamie frunciera el ceño, pero sabía muy bien lo que eran los hábitos familiares. Cuando su hermano y él estaban juntos, parecían saber lo que iba a hacer el otro antes de que lo hiciera. Sin embargo, Jamie detestaba ver a Hallie sirviendo a Shelly.
Dio un paso hacia delante con la intención de entrar en la cocina y ponerle fin a la escena, pero se le cerró la puerta en las narices. Trató de girar el pomo, pero estaba cerrada con llave. Tal como había hecho fuera, aporreó la puerta y llamó a gritos a Hallie para que la abriera, pero todo fue en vano.
Jamie tardó apenas unos segundos en regresar al salón del té para entrar en la casa por la otra puerta, pero también estaba cerrada.
Apretó los dientes, frustrado. No le cabía duda de que los espíritus de la casa eran los culpables de todo.
—¿Esto fue lo que hicisteis el día que Hallie nos escuchó hablar a Todd y a mí en la cocina? —preguntó en voz alta, pero no obtuvo respuesta.
Atravesó la estancia con la ayuda de las muletas, regresó a la despensa y, tal como esperaba, la puerta estaba entreabierta. Al parecer, debía observar y escuchar, oculto por la oscuridad reinante en la despensa.
Jamie miró a Shelly, que seguía sentada a la mesa. Había escuchado hablar tanto de su belleza que sentía curiosidad. Había visto las fotografías profesionales que ella le había enviado, y le había parecido guapa pero con una belleza glacial y remota que no le gustaba.
En ese momento, mientras la observaba, recordó el dicho que rezaba: «La belleza está en el ojo de quien mira.» Aunque Braden y Hallie pensaran que Shelly era espectacular, para él no lo era en absoluto. Era alta y delgada, sin forma alguna. Su mirada profesional veía que había tomado demasiado el sol. No envejecería bien.
Para él, Hallie era mucho más bonita. Adoraba sus curvas, la forma de su cara, su costumbre de sonreír a todo el mundo. Hallie tenía el pelo más lustroso y suave, y siempre olía bien, aun cuando estuviera sudando en el gimnasio.
Mientras observaba a las dos mujeres, se preguntó por qué algunos pensaban que Shelly era la guapa. En su opinión, Hallie superaba a su hermanastra en todos los aspectos: en inteligencia, talento, belleza y personalidad.
En la cocina, Hallie se esforzaba al máximo por prestarle atención a Shelly. Estaba preparando un almuerzo tardío para Braden y para ella cuando apareció su hermanastra. Apareció en su cocina de Nantucket como por arte de magia negra.
Y una vez que la vio, fue como si el sol desapareciera. Como si las puertas y las ventanas se hubieran cerrado de repente, y la preciosa casita se hubiera convertido en una prisión. No había tenido noticias de Shelly desde el día que llegó a su casa y vio a Jared sentado en su salón pidiéndole a su hermanastra que firmara unos documentos.
Siguió sacando comida del frigorífico. Era mejor que estar sentada e intentar hablar con Shelly. Aunque era capaz de discutir durante horas, lo que quería era librarse de ella lo antes posible. «Por favor, por favor —suplicó—. Que Jamie se quede fuera. No le dejéis entrar y ver a Shelly.» No se creía capaz de verlos reír juntos, de verlos hablar y coquetear. No se creía capaz de ver que Jamie hacía lo que los hombres hacían con Shelly.
—He venido para arreglar las cosas contigo —estaba diciendo Shelly—. Pero, claro, es que me paso la vida pidiéndote perdón.
—Nunca me has pedido perdón —le recordó Hallie, que se enfadó al instante consigo misma por morder el anzuelo que le había lanzado Shelly.
—Estoy segura de que tú lo ves así. ¿Podemos hablar sin discutir aunque solo sea una vez? —replicó al tiempo que echaba un vistazo por la cocina—. Es una casa bonita, pero para que el jardín se parezca al que tenían tus abuelos necesitará mucho trabajo. Supongo que eso es lo que planeas hacer.
—Shelly, ¿qué quieres?
La aludida soltó un suspiro exagerado.
—Veo que las cosas no han cambiado. Tu actitud sigue siendo hostil. Vale, te lo diré. La verdad, no creí que te importara que yo asumiera la responsabilidad de esta casa vieja. Siempre estás diciendo que no te ayudo con nada, pero cuando te ofrecí mi ayuda, actuaste como si hubiera cometido un delito. Creía que te gustaba vivir en Boston. Nunca has ocultado el hecho de que estabas enamorada de Braden. No escuché otra cosa mientras crecía. Era vergonzoso verte hacer el tonto delante de él.
Hallie sabía que lo que Shelly decía sobre Braden era cierto. Era muy posible, más que probable, de hecho, que si hubiera recibido los documentos que le envió Jared, hubiera vendido la casa de Nantucket sin verla.
Shelly abrió un tarro de aceitunas y mordisqueó una.
—De verdad que siempre he pensado que Braden y tú acabaríais juntos. Eso es lo que su madre y tú habéis planeado, ¿no?
Hallie se sentó a la mesa y miró a su hermanastra. Shelly siguió hablando:
—En la vida se me habría ocurrido que pudieras dejar atrás a Braden. Pensaba que morirías en esa casa, esperando que él regresara y se fijara en ti.
—¿Me estás diciendo que no habrías tratado de robar esta casa de no ser por mi amistad con Braden?
—¿Amistad? —replicó Shelly—. Más bien era una obsesión. Reconócelo, Hallie, no eres precisamente una mujer aventurera. Has vivido toda la vida en la misma casa. Incluso después de acabar todos los estudios, aceptaste un trabajo poco remunerado con tal de quedarte cerca de él. Te limitaste a sentarte para esperar que Braden volviera y te llevara en volandas al futuro con el que soñabas.
Hallie había agachado la cabeza. Las palabras de Shelly eran tan ciertas que empezaba a sentirse fatal. Pero claro, así habían sido las cosas desde que su padre volvió a casa y anunció que se había casado con una mujer que tenía una hija. Su padre le aseguró que Shelly se convertiría en su mejor amiga.
Pero eso no sucedió jamás. En cambio, descubrió que Ruby no dejaba de repetirle que debía darle a Shelly más y más y más. Cuando Shelly creció, ella misma era la que soltaba los discursos y volvía las tornas de forma que Hallie siempre fuera la que quedaba en mal lugar.
Sí, había estado obsesionada con Braden, pero en ese momento comprendió que no necesitaba el sueño de ese futuro feliz para sobrevivir.
A veces, había momentos en la vida de las personas en los que de repente las cosas se veían con claridad. Epifanías, revelaciones, el momento en el que se encendía la bombilla... se podía llamar de muchas formas. Era el momento en el que una persona despertaba. Hallie miró a su hermanastra y decidió que ya había aguantado suficiente. Shelly ya no la asustaba. Si su hermanastra decidía usar lo que usara con los hombres para atraerlos y Jamie la seguía como habían hecho todos los demás, que así fuera. ¡Ya estaba harta!
—Tienes razón —le dijo a Shelly con un deje en la voz que sabía que nunca había usado con su hermanastra. Era el tono de voz con el que los pacientes renuentes acababan acostándose en la camilla. Sin dejar de ser agradable, la firmeza de su voz resultaba implacable—. Tienes razón en que me daban miedo... las aventuras, como tú las llamas. Después de que Ruby y tú os apropiarais de mi familia, me asustaba la idea de abandonar la única seguridad que había conocido en la vida. En vuestro camino al éxito, tu madre y tú convertisteis en un campo de batalla lo que siempre había sido un hogar tranquilo. Echasteis a mis abuelos e hicisteis que mi padre aborreciera volver a casa.
Shelly la miraba sorprendida. Hallie no solía discutir. Ruby le había robado la capacidad de defenderse. Pero Shelly se recobró pronto.
—Es este chico el que te está volviendo en contra de tu familia, ¿verdad? Supongo que por él has perdido todos esos kilos. —Sus palabras tenían un deje ladino, como si supiera algo que Hallie desconocía—. Lo he visto fuera. Está tan desfigurado que la mayoría de las mujeres no lo querría. Pero es rico, así que no te culpo por ir detrás de él.
Hallie no estalló por semejante acusación y, lo más importante, tampoco reaccionó poniéndose a la defensiva.
—Si eso es lo que quieres creer, por mí estupendo.
La ira apareció en la cara de Shelly perfectamente maquillada. Hallie sabía que en el pasado esa expresión presagiaba que su hermanastra buscaría la forma de vengarse. Un juguete, un ordenador, una nueva prenda de ropa, algo acabaría roto. Y, por supuesto, Shelly negaría haber sido la culpable.
—A ver, Hallie —dijo Shelly con una voz que para otros resultaría cariñosa—, soy más joven que tú, pero he visto más mundo. ¿Crees que este chico, con ese cuerpo tan destrozado, querrá seguir contigo después de que se recupere de la lesión? ¿Crees que una familia tan rica no te rechazará? Si algo he aprendido, es que la gente rica solo se casa con gente rica. Hazme caso, he intentando cambiar esa costumbre, pero es imposible.
—Y si alguien con tu aspecto es incapaz de conseguir a un hombre rico, para alguien como yo es imposible, ¿verdad?
Shelly la miró echando chispas por los ojos.
—Siempre retuerces cualquier cosa que digo, ¿eh? ¡Siempre tan lista! Pero sé más sobre los hombres que tú y solo te estoy advirtiendo, nada más.
Hallie estaba muy tranquila.
—Shelly, no sé lo que va a pasar con mi vida, pero no me preocupa. En fin, es que hace poco que me he dado cuenta de que valgo para algo. Soy buena en mi trabajo y he conocido a gente a la que le gusto de verdad, y eso hace que me sienta tan bien conmigo misma como me sentía cuando era pequeña. —Al ver que Shelly tenía intención de hablar, Hallie levantó una mano—. En cuanto a Jamie, estoy enamorada de él. Total y absolutamente enamorada de él.
—¿Crees que eso le importa a un hombre tan rico como él? —Shelly estaba furiosa—. Da igual los kilos que pierdas, acabará dejándote. Cuando se le cure la pierna, se largará y no volverás a verlo en la vida.
Hallie se puso de pie y miró a su hermanastra.
—Es su decisión y si así lo decide, sobreviviré. Tardaré un tiempo en recuperarme, pero lo haré. Y la próxima vez no me asustará que aparezcas y me quites un novio. Shelly, por fuera puedes ser muy guapa, pero por dentro eres horrorosa. —Respiró hondo—. Braden está en la isla y voy a pedirle un último favor. Quiero que venga a por ti y que te lleve a algún sitio donde no tenga que verte. Ya estoy hasta el gorro de que me menosprecies. Nunca más me asustará lo que puedas hacerme o decirme. —Se dio media vuelta y salió al jardín por la puerta trasera. Estaba temblando de los pies a la cabeza, pero se sentía muy bien. En ese momento, solo quería ver a Jamie.
Había llegado casi al gimnasio cuando él apareció por detrás y la levantó del suelo. Hallie se aferró a él.
—Lo he oído todo —le dijo Jamie estrechándola con fuerza—. Las damas me han encerrado en el salón del té, pero me alegro porque te he visto, te he oído. Has estado fenomenal. Magnífica. Estoy muy orgulloso de ti. —La besó en el cuello—. Total y absolutamente enamorada de mí, ¿no?
Hallie se echó a reír.
—Se suponía que tú no estabas escuchando.
La apartó para mirarla a los ojos.
—Ahora entiendo muchas cosas, y me alegro de que no te hayas creído todas esas patrañas sobre mí. Vamos a cenar fuera, a beber champán y a celebrarlo.
—¿Y qué pasa con tus pastillas?
—Llevo dos días sin probarlas.
—¿En serio?
—Sí, pero no se lo digas a mi médico. Estoy seguro de que tendré que tomarlas otra vez.
—¿Y quién es tu médico...? Como me digas que es Raine, me pongo a gritar ahora mismo.
—No es él. Es su...
—Por hoy he tenido bastantes sorpresas —le dijo Hallie mientras lo besaba.
—Vamos a comer, a beber y a celebrarlo. —Jamie la cogió de la mano.
—¡Espera! —exclamó Hallie—. Tengo que llamar a Braden y decirle que venga a buscar a Shelly. —Se detuvo de repente—. Ya no tengo que encargarme más de ella, ¿verdad? —Lo miró, maravillada—. He tenido que cuidarla desde que tenía once años. En mi casa, ella era siempre la primera para todo. Hasta tuve que enviarle dinero cuando se fue a California para tratar de ser una estrella. En una ocasión... —Dejó la frase en el aire—. Pero eso ya pasó. No sé cómo describirlo. Nada ha cambiado, pero todo es distinto. He puesto punto y final.
—Bien —dijo Jamie—, pero ya he llamado a Braden porque no quería que estuviera sola en la casa. Él sabrá cómo encargarse de todo.
—¿Eso crees? —Hallie parecía sorprendida—. Quiero que me cuentes de qué habéis estado hablando esta mañana. ¿Qué ha pasado para que dejes de estar celoso cada vez que se menciona su nombre y en cambio cantes sus alabanzas?
—Solo hemos hablado, nada más. ¿Dónde está ese anillo que llevabas?
—La última vez que lo vi estaba en la mesa auxiliar del salón del té. ¿Quieres que vaya a buscarlo?
—¡No! —exclamó Jamie—. Acabo de salir de esa habitación después de que me encerraran en ella y he visto a Shelly entrar. ¿Hallie? —Su expresión se tornó seria—. No quiero parecer un gallina, pero vamos a dejar que sean los Kingsley los que se encarguen de esta casa. Creo que ellos están más acostumbrados a los fantasmas que la otra rama de la familia.
—Sí —convino ella—. Bueno, ¿adónde vas a llevarme a cenar?
—¿Te parece bien que hagamos un picnic en la cama? —sugirió.
Hallie rio mientras le echaba los brazos al cuello y lo miraba.
—¿De verdad esto es real? ¿Tu familia y tú, esta conversación sobre nosotros y el futuro? ¿Durará?
—Sí —contestó Jamie—. Es muy real. No voy a salir corriendo en cuanto se me cure la pierna, y ya has visto que mi familia te adora. Tu hermanastra tiene una visión negativa del mundo. No parecer darse cuenta de que su actitud mercenaria es lo que hace que la rechacen. Vamos a cenar y a hablar de nuestro futuro. ¿Quieres?
—Sí —respondió—. Quiero.
—Interesante elección de palabras —replicó él, y se echaron a reír.