13

 

 

Kit llegó con Raine, que llevaba una enorme caja con documentos. Los tres Taggert parecieron sorprendidos cuando el hombre alto y elegante saludó a Hallie besándola en las mejillas.

—Tienes muy buen aspecto, querida —comentó Kit.

—He tenido una mañana interesante —replicó ella, que pasó por alto el resoplido de Jamie.

—Eso me han dicho. —Kit asintió con la cabeza para que Raine dejara la caja en la mesa auxiliar—. ¿Deberíamos vaciar la vitrina antes de moverla?

Kane soltó un resoplido idéntico al de su hijo.

—Creo que podremos moverla aun estando llena. —Miró a Raine y juntos lograron apartar el pesado y antiguo mueble de la pared, y después se alejaron—. Toda vuestra —le dijo Kane a Hallie, dándole a entender que ella podía mirar primero.

Apoyados contra la pared que habían dejado a la vista había dos trozos de papel antiguo, uno de ellos de unos veinticinco centímetros por treinta, y el otro tendría la mitad de ese tamaño. Lo que hubiera escrito en ellos estaba de cara a la pared, oculto a la vista. El hecho de que hubieran estado en ese lugar, sin tocar durante doscientos años, no sorprendió a Hallie. Su sueño había sido tan claro, tan real, que era como si lo hubiera vivido.

Cuando cogió los papeles, un sobre cayó hacia delante. En él había un nombre escrito con una preciosa caligrafía: «Kit.» Con un movimiento rápido para que no la vieran, Hallie se escondió el sobre debajo de la camisa, tras lo cual se puso en pie y dejó los papeles boca abajo en una de las mesas de té.

Mientras los hombres devolvían la vitrina a su sitio, buscó la mirada de Kit, que comprendió que tenía algo que enseñarle. Al pasar a su lado, Hallie le entregó el sobre con disimulo.

Una vez que todos estuvieron reunidos en torno a la mesa, Hallie dijo:

—¿Estáis preparados?

—Conteniendo el aliento —contestó Kit.

Hallie le dio la vuelta al trozo de papel más grande. La tinta estaba exactamente igual que como la había visto en el sueño. Dos jóvenes guapísimas estaban sentadas juntas en el asiento acolchado de la ventana, una con la cabeza apoyada en el hombro de la otra. Sus preciosos vestidos parecían envolverlas.

El artista había captado lo que parecía tristeza en sus ojos. Pero eso era algo comprensible. El día de la boda de Juliana, las hermanas sabían que ese sería su último momento juntas en la misma casa. Al día siguiente, Juliana tendría que marcharse con su nuevo marido. Lo que no sabían era que, al cabo de una semana, la muerte las separaría de todo aquello que amaban.

Hallie miró a Kit con expresión interrogante y él le hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Sí, esas eran las chicas que había visto.

—¿Y qué hay en ese? —preguntó Kane.

Hallie le dio la vuelta al otro papel y jadeó. Era un retrato de su padre. Llevaba una camisa con un cuello muy alto y tenía el pelo más largo de lo habitual. Parecía muy joven, pero desde luego que era su padre.

—Sea quien sea, se parece a ti —comentó Jamie—. Tenéis los mismos ojos.

Miró a los hombres reunidos en torno a la mesa y todos asintieron, expresando su acuerdo.

Hallie cogió el retrato.

—Supongo que es Leland Hartley, mi antepasado. —Miró a Jamie, al padre de este y a Raine, percatándose del parecido entre ellos.

Su padre había sido la única persona que había conocido de la rama paterna de la familia, pero en las manos tenía la prueba de la existencia de otra persona con la que compartía un vínculo de sangre.

Cuando miró a Jamie, él pareció entenderla. Ese descubrimiento requería un poco de intimidad.

—Vale, ya es suficiente —dijo Jamie—. Todos fuera.

—Estoy completamente de acuerdo. —En cuanto Kit echó a andar hacia la puerta, señaló con la cabeza la enorme caja que descansaba junto al sofá—. Creo que el contenido te resultará interesante. —Y se marchó con Raine.

Kane se detuvo al pasar junto a su hijo.

—Tu madre enviará la cena más tarde, así que no debéis preocuparos de nada. Pasadlo bien. —Y con una afectuosa sonrisa, salió del salón del té.

Hallie miró a Jamie.

—No pensará que tú y yo... estamos... juntos, ¿verdad? Vamos, que no se ha enterado de que esta mañana hemos... —Fue incapaz de decir lo que pensaba.

Jamie no quería mentir, pero tampoco quería confesar, de modo que guardó silencio.

Pero Hallie lo entendió. Sí, Kane lo sabía. Avergonzada, salió por la puerta.

—Creo que tengo que limpiar el gimnasio, así que será mejor que me vaya. —Sin embargo, las compuertas del cielo parecieron abrirse de repente y empezó a llover. Hallie regresó al interior a la carrera y cerró la puerta tras ella.

—Estás mojada —comentó Jamie—. Quédate ahí. —Fue a la cocina y volvió con un montón de paños secos. Tras colocarle uno en la cabeza empezó a secarle el pelo.

—Tengo que subir para cambiarme de ropa.

De repente, Jamie no quería que abandonara la estancia. No quería que ninguno de los dos tuviera que abandonar la estancia. Cogió la manta que estaba doblada sobre el asiento acolchado de la ventana y se la colocó sobre los hombros. La lluvia caía con fuerza en el exterior y la escuchaban golpear los cristales. Era una fuerte tormenta de verano.

Al ver que Hallie empezaba a tiritar, Jamie le pasó un brazo por los hombros.

—Parece que va a durar un buen rato. ¿Qué te parece si enciendo el fuego y repasamos el contenido de la caja que ha traído el tío Kit? Además, podrás contarme ese sueño que has tenido y que parece ser real.

Hallie se puso el paño de cocina en el cuello.

—Creo que es una buena idea. ¿Sabes encender el fuego?

Jamie no pudo evitar menear la cabeza con incredulidad.

—Por supuesto. He visto cómo el mayordomo lo hacía cientos de veces.

Hallie abrió los ojos de par en par.

—No tenemos mayordomo y soy de Colorado. Soy capaz de encender fuego sobre la nieve.

—¿En serio? —Hallie se sentó en uno de los extremos del sofá, envuelta en la manta.

—Mira y aprende —dijo él.

Tardó solo unos minutos en conseguir que el fuego crepitara en la chimenea. Las antiguas ventanas se agitaban por culpa del azote del viento, pero el interior era acogedor y calentito, y la luz del fuego alegraba el ambiente.

Hallie apoyó la espalda en un cojín y estiró las piernas. Por algún extraño motivo, su ropa ya no parecía estar húmeda.

—Esto es muy agradable.

Una vez que Jamie se sentó en el otro extremo del sofá, Hallie dobló las rodillas y colocó los pies en el sofá. Jamie estiró los brazos, le cogió los pies para instarla a estirar las piernas y, en cuanto tuvo sus pies en el regazo, empezó a masajeárselos.

—No creo que esto sea apropiado —comentó Hallie, que hizo ademán de zafarse de sus manos, pero él se lo impidió.

—A ver si lo entiendo —dijo Jamie—. Esta mañana me has obligado a tenderme desnudo en una camilla, tapado solo por una toalla del tamaño de un paño de cocina, y me has tocado por todos sitios. La parte interna de los muslos, por debajo del ombligo, por todos lados. Y eso sin tener en cuenta el polvo de antes. Y ahora, ¿no te puedo tocar los pies?

Hallie no pudo evitar echarse a reír.

—Supongo que dicho así, no puedo negarme. Además, es maravilloso. —Le estaba acariciando los pies con sus fuertes manos, y Hallie cerró los ojos.

—No estás acostumbrada a que la gente te complazca, ¿verdad? —le preguntó Jamie.

—Se puede decir que no.

—¿Tu hermanastra no te ha agradecido de ninguna manera todo lo que has hecho por ella?

En esa ocasión, fue Hallie quien resopló.

—No, ese no es el estilo de Shelly. ¿Puedes acercar la caja que ha traído Kit?

De nuevo, Jamie comprendió que acababa de decirle que dejara el tema.

—Claro —respondió—. ¿Te importa si me quito la sudadera? Aquí dentro hace calor.

Al verla asentir con la cabeza, se pasó la sudadera por la cabeza. Debajo llevaba una sencilla camiseta blanca de manga corta, lo que dejaba a la vista las cicatrices que tenía en los brazos. Cuando los estiró para coger la caja, Hallie distinguió el contorno de más cicatrices en su espalda.

—¿Te tapas los brazos con camisetas de manga larga solo cuando hay gente ajena a la familia? —le preguntó.

—¡No! —Jamie abrió la caja—. Tengo que taparme cuando estoy con la familia. Si no lo hago, a mis tías se les llenan los ojos de lágrimas y empiezan a preguntarme si pueden hacer algo por mí. Mis tíos me dan palmaditas en la espalda y aseguran que este país tiene suerte de contar con hombres como yo.

—¿Y tus primos?

—Ellos son los peores. Me dicen: «Jamie, ¿por qué no te sientas ahí y nos miras mientras nos divertimos?» o «¿No haremos demasiado ruido mientras jugamos al tenis de mesa?».

Hallie intentaba no reírse.

—¿Al tenis de mesa?

—Bueno, a lo mejor no juegan a eso, pero está claro que no me invitan a jugar con ellos al rugby.

—Pero alguien te llevó a esquiar.

—Ese fue Todd. Aunque el amor me llevó de vuelta al hospital.

—Creo que tu familia hizo bien en protegerte. Aunque el esquí fue lo que te trajo aquí. —Movió los dedos de los pies, que seguían en su regazo.

—Pues sí. A lo mejor estoy en deuda con mi hermano. Por favor, no se lo digas. —Jamie se inclinó hacia delante como si fuera a besarla.

Sin embargo, Hallie se apartó.

—Bueno, ¿qué hay en la caja?

—Papeles. En fin, si te movieras hasta este extremo del sofá no tendrías tanto frío. Soy una persona muy caliente.

—No tengo frío en absoluto. Quiero ver lo que nos ha traído el tío Kit.

—Hablando de él, ¿qué le has entregado a mi tío mientras los demás estaban distraídos?

—¿Te has dado cuenta?

—Por supuesto. ¿Qué era?

Le contó lo del sobre que había encontrado dirigido a Kit.

—¿Crees que esta noche durante la cena nos dirá qué había dentro?

—Si lo hace, es porque está loco por ti.

Hallie se echó a reír.

—No lo creo, pero gracias por el cumplido.

Jamie se colocó la caja en el regazo y ambos echaron un vistazo al contenido. En la parte superior, había un sobre grueso y, debajo, un montón de papeles sueltos, fotocopias en su mayoría.

—¿Nos dividimos el contenido? —sugirió Hallie—. ¿Tú te quedas con el sobre y yo con los papeles?

—No. Lo haremos juntos. No más secretos.

—Me gusta eso —replicó Hallie—. Bueno, ¿qué hay en el sobre?

Jamie desenrolló el cordoncillo que cerraba el sobre.

—Me apuesto lo que sea a que esto es de la tía Jilly.

—No entiendo cómo puede hacerlo. Teniendo en cuenta que va a casarse dentro de dos días, ¿no debería ser esa su principal preocupación?

—Nunca le ha gustado el caos que se origina con los grandes acontecimientos familiares. La madre de Raine está aquí y es capaz de organizar una guerra. Seguro que la tía Jilly la ha mirado con cara de pena y la tía Tildy ha cogido las riendas. Y, después, la tía Jilly se ha escondido en algún sitio con un ordenador, dispuesta a investigar... algo que le encanta. —Sacó los documentos—. Por cierto, quien se lleve a Raine, se lleva a su madre.

—Después de verlo mover esa vitrina tan pesada, tal vez merezca la pena. Casi pensaba que se le iba a desgarrar la camiseta. ¡El increíble Hulk en carne y hueso! —Soltó un suspiro exagerado.

—¿Ah, sí? —replicó Jamie, que se desperezó y levantó los brazos por encima de la cabeza, haciendo que el tamaño de sus bíceps se duplicara.

Hallie fingió no darse cuenta, pero la temperatura de la estancia pareció subir de repente. Se quitó el paño de cocina del cuello y salió de debajo de la manta. Extendió un brazo y Jamie le pasó un papel.

Era un árbol genealógico similar al que había visto durante el vuelo hasta Nantucket, pero ese estaba organizado de forma distinta. En vez de bajar desde su padre hasta ella, ese árbol estaba dedicado a otra rama de la familia.

Hallie se irguió de repente.

—¿Estoy leyendo esto bien? —Se inclinó hacia Jamie para que viera el papel—. Aquí dice que tengo un familiar. ¡Vivo! —Señaló la línea donde lo especificaba—. También se llama Leland y tiene treinta años.

Jamie la estaba mirando fijamente. No comprendía el concepto de no tener familia conocida.

—¿Es mi primo?

Jamie cogió el papel y le echó un vistazo.

—Compartís como antepasado a Leland Hartley, que se casó con Juliana Bell. Así que sí, sois primos lejanos.

—¡Madre mía! —exclamó Hallie mientras se dejaba caer de nuevo contra el respaldo del sofá—. Me pregunto cómo es. ¿Dónde fue al colegio, a qué se dedica? —Jadeó—. ¡A lo mejor está casado y tiene hijos! Podría ser tía.

Jamie no fue capaz de señalarle que, en ese caso, los niños también serían sus primos. Pero claro, en su propia familia, «tío» y «tía» solían ser títulos de cortesía.

Jamie cogió un papel del montón que tenía en el regazo.

—A ver. El Leland Hartley de la generación actual creció en Boston y se graduó en Harvard en Ciencias Empresariales. Después, trabajó en una granja durante tres años para poder... Mmm, no entiendo esto. —Estaba tomándole el pelo a Hallie.

Hallie le quitó el papel de la mano y leyó en voz alta.

—Es paisajista. Viaja por todo el país diseñando parques. No está casado y no tiene hijos. —Miró a Jamie—. Su empresa tiene una página web.

Jamie se lo estaba pasando en grande viéndola tan entusiasmada y emocionada.

—Qué pena que sea tan feo.

—¿Cómo dices?

Le entregó una foto que Jilly debía de haber sacado de la página web.

Leland Hartley era un hombre muy guapo. Y, además, parecía una versión más joven de su padre. El pelo y la ropa eran distintos, pero podría decirse que eran idénticos. Miró a Jamie.

—Se parece tanto a ti que podría pasar por tu hermano mayor —comentó Jamie.

A Hallie se le llenaron los ojos de lágrimas al instante.

—Quiero conocerlo. Después de que se te cure la pierna, volveré a Boston y... —No terminó la frase porque no quería que Jamie pensara que su rehabilitación era un impedimento para ella.

—¿Ves esto? —le preguntó Jamie al tiempo que levantaba un sobre grande de color crema—. ¿Sabes lo que es?

—No. ¿Debería?

—Es una invitación para la boda de la tía Jilly. Ha escrito una nota sugiriendo que le escribas una carta a Leland, incluyendo una copia de este árbol genealógico, y que lo invites a la boda.

Hallie tardó un instante en comprender lo que le estaba diciendo.

—¡Es una idea maravillosa! ¡Ay, Jamie! Eres genial. Tu familia al completo es maravillosa. —Se inclinó sobre los papeles que Jamie tenía en el regazo, le tomó la cara entre las manos y lo besó con pasión antes de apartarse.

—Eres capaz de hacerlo mejor —dijo él.

Hallie estaba de pie frente a la chimenea y no parecía haberlo escuchado.

—¿Dónde se alojará? Si puede venir, claro. Tal vez esté ocupado con un proyecto y no pueda. O a lo mejor no le interesa conocer a una prima lejana. ¿Debería hablarle de los fantasmas? ¡No! Definitivamente no. Si se lo digo, seguro que no viene. Quizá... —Miró a Jamie... que estaba sonriendo al ver su entusiasmo.

—¡Ya sé! Le arrojaré a mi madre. Ella lo llamará, le hablará sobre ti y conseguirá que venga. Es muy persuasiva.

—¿Lo haría? Por mí, quiero decir.

Había tanto trasfondo en esa pregunta que Jamie no supo bien por dónde empezar. Hallie lo había hecho reír, y solo por eso su madre haría cualquier cosa por ella.

—Ajá, lo hará. Pero querrá escuchar hasta el más mínimo detalle de la historia, así que prepárate.

Hallie unió las manos detrás de la espalda y empezó a pasear de un lado para otro.

Jamie sonrió mientras la observaba. Le hacía gracia el ceño fruncido que tenía debido a la concentración. Sin embargo, la sonrisa empezó a flaquear al cabo de unos minutos. Él podía permitirse reírse por la idea de querer relacionarse con un familiar porque él los tenía en abundancia. Pero ¿cómo sería no tener ninguno?

Cuando estaba en Afganistán, la idea de su familia, de regresar a casa, lo ayudó a seguir adelante. Cada vez que repartían la correspondencia, había cartas de su familia. Sus padres le escribían constantemente. Las cartas de su madre estaban llenas de anécdotas divertidas y tiernas de todos los miembros de la familia. Sus hermanos, incluso los pequeños Cory y Max, le habían mandado dibujos, regalos y comida.

Cuando veía que alguno de sus compañeros no recibía carta, le pedía a su madre el favor de que le dijera a la familia que le escribieran. Al cabo de una semana, llegaban montones de cartas de los Montgomery-Taggert.

Jamie vio cómo Hallie cogía de nuevo el documento que le aseguraba que tenía un pariente lejano y lo leía de nuevo. Parecía estar memorizándolo, estudiándolo, tratando de descubrir a la persona real que se ocultaba tras el nombre.

Recordó lo que Todd le había dicho sobre su hermanastra y los comentarios tan espantosos que Hallie había hecho al descuido sobre la vida que había llevado después de que su padre contrajera matrimonio por segunda vez. ¿Qué le había pasado?

Mientras la observaba, comprendió que las heridas de Hallie no eran visibles como las suyas. Ella no necesitaba llevar manga larga para ocultar las cicatrices, pero en ese momento acababa de llegar a la conclusión de que tal vez tuviera heridas tan profundas como las suyas.

Se sacó el móvil del bolsillo y pulsó el botón para llamar a su madre, que respondió al instante.

—¡Jamie! —exclamó Cale con un deje de pánico en la voz—. ¿Estás bien? ¿Me necesitas? Estoy justo al lado. Tildy me tiene enterrada debajo de un montón de cintas, pero me alegrará dejarla sola. Puedo...

—¡Mamá! —la interrumpió él, haciendo que Hallie se detuviera y lo mirara—. Estoy bien. No me encontraba tan bien desde antes de... Bueno, que estoy genial.

Hallie se sentó en el borde del sofá y lo miró.

—Sé que estás ocupada —siguió Jamie—, pero tengo una cosa urgente que quiero que hagas. ¿Le has dicho a la tía Jilly que localizara al pariente de Hallie?

—No —contestó Cale con la voz muy seria—. ¿Qué pasa?

—Quiero que lo traigas. Ahora mismo.

Hallie contuvo el aliento.

—¿Puede oírme? —susurró Cale.

—No —contestó Jamie con voz alegre—. En absoluto.

—Has dicho pariente, en singular. Es un hombre. ¿Solo hay uno, además de la hermanastra de la que he oído hablar?

—Sí, mamá, precisamente. —Jamie levantó el pulgar en dirección a Hallie. Si había algo de lo que su madre sabía mucho, era sobre familias fracasadas. Solo había visto a los parientes de su madre en una ocasión, y había sido un desastre. Una hermana había amenazado con escribir unas memorias llenas de mentiras sobre Cale si no le daba varios millones. Jamie no sabía qué fue lo que hizo su padre, pero la hermana se largó y jamás habían vuelto a saber de ella—. ¿Crees que puedes conseguir que este hombre venga a la boda?

—Si es posible, lo haré. —Cale bajó la voz—. Pero antes haré unas cuantas llamadas y daré con alguien que lo conozca. Una vez que compruebe que es buena persona, enviaré el avión para que lo recoja.

—Genial —dijo Jamie—. Mantenme informado de todo.

—Por supuesto. Y, Jamie, cariño, ¿cómo estás? Pero dime la verdad.

—Es tal como querrías que fuera. —Estaba mirando a Hallie y sonriendo.

Cale contuvo el aliento.

—¿Empiezas a sanar?

—Sí, lo has pillado.

—Vale —replicó ella—. Me iré a algún sitio a llorar ahora mismo y después haré unas cuantas llamadas. ¡Oh, no! Aquí viene Tildy. Tengo que esconderme. Jamie, te quiero más de lo que te imaginas. —Y cortó.

Jamie soltó el teléfono y miró a Hallie.

—Estará aquí tan pronto como mi madre consiga traerlo. Lo que significa que seguramente llame a la puerta en cualquier momento.

Hallie estaba más relajada.

—Siento mucho haberme emocionado tanto con este tema. Es que nunca he soñado siquiera que pudiera pasar algo así. La familia de mi madre al parecer solo tiene hijos únicos, no hay más hermanos, y mi padre creció bajo la tutela del estado.

Jamie estuvo a punto de hacer una broma afirmando que debía de ser un alivio, pero se contuvo. Quería que Hallie le contara qué había pasado con su hermanastra, pero a esas alturas sabía muy bien que no debía preguntarle abiertamente.

—¿Tienes alguna amiga que quieras invitar a la boda? El banquete será un bufet libre, así que habrá sitio para mucha gente. —Le entregó algunos papeles que había sacado de la caja.

La lluvia caía con fuerza y el fuego resultaba muy agradable. Hallie había estirado las piernas y sus pies le rozaban una cadera. La pierna sana estaba junto a Hallie, pero la lesionada estaba casi fuera del sofá. Se movió para que sus piernas quedaran juntas y después colocó la manta sobre ambos.

Hallie parecía estar a punto de protestar, pero guardó silencio al ver que un relámpago iluminaba la estancia.

—Menuda tormenta. ¿Por qué no han avisado los del servicio meteorológico?

—Mi padre dice que las tormentas en Nantucket no son para mojigatos.

—Parece tener razón. En todo caso, no tengo amigas a las que invitar. Unas cuantas amigas del trabajo, pero no mantengo mucha relación con ellas.

Jamie cogió una copia de un artículo del periódico local fechado en 1974 y leyó en voz alta las primeras líneas. Una pareja joven de luna de miel se había alojado en el hostal Sea Haven. La mujer fue a la policía y aseguró que su marido había estado hablando con dos mujeres en la casa de al lado y que le habían dicho que se divorciara.

—¡Escucha esto! —exclamó, y siguió leyendo—: Cuando la policía investigó el asunto, descubrieron que la estancia donde el marido aseguraba haber tomado un té con las jóvenes estaba cerrada con llave y, tras abrirla, vieron que estaba llena de polvo.

Jamie le enseñó el papel a Hallie. Había una foto del salón del té de muy mala calidad en blanco y negro, y parecía tan sucio como estaba cuando ellos lo vieron por primera vez.

Hallie le quitó la página y siguió leyendo en voz alta:

—«Cuando lo interrogaron, el marido le aseguró a la policía que las dos guapísimas jóvenes con las que había tomado el té eran fantasmas. Aseguró que los espíritus se le aparecieron porque aún no había encontrado a la mujer a la que querría con todo su corazón. Añadió que debía liberarse para poder buscarla.» ¿Y eso sucedió durante su luna de miel? —preguntó—. ¡Con razón se cabreó su mujer! —Siguió leyendo. Al parecer, el dueño de la casa, Henry Bell, había negado la existencia de fantasmas. Aseguró que la estancia estaba cerrada cuando compró la casa y que como en aquel entonces no necesitaba más espacio, la dejó tal como estaba—. ¿Crees que Henry dijo la verdad? —preguntó.

—Creo que mentía como un bellaco —contestó Jamie.

—Estoy de acuerdo. Creo que Henry estaba enamorado de ellas. —Soltó el papel—. Acabo de recordar el bastidor con el bordado. Estaba en el porche y le hiciste una foto.

Sus miradas se encontraron y, al instante, Hallie se puso en pie y atravesó la casa para ir en busca del bastidor mientras Jamie buscaba la foto en su móvil. Al ver que Hallie no regresaba, la llamó, pero no obtuvo respuesta. La llamó dos veces más en vano.

Un relámpago cegador fue seguido casi al instante por un trueno tan enorme que la casa pareció agitarse desde los cimientos. La desaparición de Hallie, la luz y el estruendo del trueno se parecían mucho a lo que Jamie había experimentado en el frente. Se tiró del sofá al suelo, golpeándose con fuerza. No recordaba dónde estaba, pero tenía que salir de allí.

Estaba reptando por el suelo sobre el estómago, arrastrando la pierna lesionada, y manteniendo el cuerpo pegado al suelo.

Hallie entró con una bandeja cargada de cosas para tomar el té y una bolsa echada al hombro.

—Mira lo que nos ha traído Edith. Siento mucho haber tardado tanto, pero es que no encontraba la bandeja. ¿Jamie? ¿Te has caído?

Tras soltar la bandeja y la bolsa en un aparador para mirarlo con atención, comprendió que no estaba en su sano juicio. Se comportaba como durante sus pesadillas. Estaba despierto, pero no lo estaba.

—¡Jamie! —exclamó—. Soy yo, Hallie. Estás a salvo. —Sin embargo, no obtuvo respuesta. ¡Estaba reptando en dirección a la chimenea! Le colocó las manos en los hombros y tiró de él, pero siguió avanzando—. ¡Jamie! —gritó, pero de nuevo fue en vano. ¿Qué podía hacer?—. Ayudadme —susurró. Jamie estaba a escasos centímetros del fuego—. ¡Por favor, ayudadme para que sepa qué debo hacer! —gritó a pleno pulmón.

De repente, enderezó la espalda y cuadró los hombros.

—¡Soldado! —gritó—. ¡Alto!

Jamie se detuvo.

Hallie encendió las dos lámparas de pie de la estancia a fin de conseguir más luz. Cuando miró hacia atrás, vio que Jamie seguía inmóvil en el suelo, con la cara enterrada entre los brazos. Se arrodilló junto a su cabeza y le acarició el pelo.

—Vete —lo oyó decir—. No quiero que me veas así.

Hallie se sentó a su lado.

—No voy a irme.

Jamie volvió la cabeza hacia el lado contrario.

—¡Vete de aquí! —gritó—. ¡No quiero verte!

Hallie no se movió.

—Grítame todo lo que quieras, pero no pienso irme.

—¡Te he dicho que te vayas! —insistió Jamie, hablando entre dientes.

Hallie siguió sentada donde estaba, a su lado, esperando. Sabía que estaba avergonzado, lo percibía. Era como si esa sensación llenara la estancia. Estaban rodeados por oleadas de arrepentimiento y de pena, de miedo y de impotencia.

Jamie se puso de espaldas sobre el suelo, con las manos en el pecho, que aún subía y bajaba con rapidez.

Hallie siguió esperando. Si algo había aprendido en la vida, era a ser paciente. Desde que tenía once años y su padre apareció en casa con una nueva esposa y una preciosa hijastra, Hallie se vio obligada a cultivar la paciencia. Era una semilla que había plantado aquel primer día y que había crecido con la fuerza y la rapidez de la habichuela mágica de Jack.

Jamie tardó un poco en controlar la respiración y su corazón necesitó tiempo para recobrar el ritmo normal. Vio que tenía una lágrima en el rabillo de un ojo.

«Qué horrible debe de ser para un hombre», pensó ella. Cargar con la responsabilidad de ser fuerte en todo momento, de no demostrar debilidad alguna. Una pérdida de fuerza lo había hecho pensar que era menos de lo que supuestamente debía ser. La debilidad le había arrebatado lo que era.

Por fin, Jamie volvió la cabeza hacia ella. Un poco, pero lo suficiente para que Hallie viera que había recuperado la compostura.

Hallie no dijo nada, se limitó a darse unas palmaditas en el regazo a modo de invitación.

Él no titubeó mientras colocaba la cabeza en su regazo y la abrazaba por la cintura.

—Yo...

Hallie le colocó un dedo sobre los labios. No quería escuchar una disculpa.

Durante un instante, la abrazó con tanta fuerza que Hallie apenas podía respirar, pero no intentó zafarse de sus brazos. En cambio, siguió acariciándole el pelo y esperando a que se tranquilizara. Cuando sintió que sus brazos por fin se relajaban, dijo:

—Edith nos ha traído té. ¿Te apetece un poco?

Aunque tardó en contestar, acabó asintiendo con la cabeza. Hallie esperó a que se sentara y, cuando lo hizo, no le sorprendió comprobar que no la miraba a los ojos. Jamie trató de ponerse en pie y estuvo a punto de irse al suelo porque perdió el equilibrio. El instinto de Hallie fue el de ayudarlo, pero no lo hizo. Al contrario, se alejó para ir hasta el aparador en busca de la bandeja del té y después la dejó sobre la mesa auxiliar. Jamie estaba sentado en el sofá.

—Mira esto. —Hallie abrió la bolsa y le arrojó el bastidor—. ¿Ves la diferencia?

Jamie seguía sin mirarla, y Hallie se percató de que le costaba trabajo enfocar la vista para observar el bordado.

—Sigue igual.

—Eso es lo que pensé al principio, pero mira bien.

Jamie cogió el teléfono y comparó la labor con la foto que había hecho el primer día.

—Esto es amarillo. —Por fin la miró a los ojos.

—Exacto. El primero que vimos tenía pájaros, pero este tiene narcisos. Aquí están los pájaros. —Le entregó la funda de un cojín y Jamie colocó las dos cosas sobre la mesa.

—Esto es un poco espeluznante.

—Lo es y mucho —lo corrigió ella, mientras le ofrecía una taza de té con seis tipos distintos de galletas en el platillo.

Jamie bebió un sorbo y dijo:

—Hallie, yo... —No parecía encontrar las palabras que quería decir—. No le he hecho daño a nadie —dijo por fin—. Si alguna vez lo hubiera hecho, no habría permitido que me trajeran a este sitio para estar a solas con una chica. —Respiró hondo—. Es que a veces no sé dónde estoy. —Guardó silencio—. Las cosas que he dicho no las decía en serio.

Hallie asintió para hacerle saber que lo entendía.

—Lo sé. —Presentía que Jamie no quería hablar más del tema. Pero no le importaba, porque ella también tenía cosas de las que no quería hablar. Jadeó y dijo—: ¡La caja! Nos hemos olvidado de la caja.

—¿De qué estás hablando?

—De la caja que me golpeó en la cabeza. ¿No te acuerdas? Te asustaste porque creíste que iba a desangrarme y me lavaste el pelo. Me convertí en Meryl Streep luchando por sus kikuyus y... —Lo miró y vio que no la entendía—. Déjalo, es una cosa de chicas. Iré en busca de la caja, pero tú te quedas aquí. ¿Vale?

—Sí —respondió en voz baja—. Me quedaré aquí esperándote. Pero esta vez no tardes mucho.

Aunque no estaba segura, Hallie creía que tal vez acababa de bromear sobre lo ocurrido.

Fue a la despensa, pero no encendió la luz. En cambio, se apoyó en la pared y se llevó las manos a la cara. ¡La escena con Jamie la había asustado mucho! No sabía cómo ayudarlo. ¿Debía dejarlo para que se recobrara él solo? ¿O era mejor intervenir y hacer algo?

Cuando cerró los ojos, creyó escuchar unas palabras:

«Los soldados varían de una guerra a otra. Este responde al amor.»

Abrió los ojos al instante, pero no había nadie con ella. Sin embargo, sabía quién le había hablado. Era la misma voz que le había dicho qué dormitorio elegir, qué órdenes debía darle a un soldado. En ese momento le estaba ofreciendo consejo.

—¡Hallie! —gritó Jamie.

—Estoy aquí —le dijo—. Volveré en cuanto la encuentre. —En ese momento, el resplandor de un relámpago iluminó la antigua caja como si alguien hubiera encendido un foco sobre ella y Hallie puso los ojos en blanco—. ¿Por qué no me sorprende? Me apuesto lo que sea a que el té sigue hirviendo.

Al escuchar lo que parecían las carcajadas de dos mujeres jóvenes, salió corriendo de la despensa.