10

 

 

—Está dormido —anunció la voz de un niño que trataba de susurrar.

—Te lo dije —replicó su hermana.

—Mamá ha dicho que no lo despertemos.

La niña miró a su alrededor.

—Podemos volcar esa silla y así no lo despertaríamos nosotros. O podríamos...

—¿Quién es ella? —preguntó el niño. Estaba señalando por encima de Jamie a la cabeza de Hallie, que apenas era visible porque estaba cubierta por el edredón.

—La señora de los ejercicios —contestó la niña, que quería aparentar que estaba informada. Era tres minutos mayor que su hermano y se tomaba muy en serio esa diferencia de edad. Al ver que Jamie movía un poco los ojos, supo que estaba despierto y se vio obligada a contener una risilla por la emoción—. Seguramente tenía frío. Jamie está muy gordo así que a su lado seguro que estaba calentita. Seguro que...

—¿Quién está gordo? —gruñó Jamie, que procedió a levantarlos del suelo a ambos y a meterlos en la cama.

La niña se lanzó sobre Jamie y este empezó a hacerle cosquillas, pero el niño se apartó de él para acercarse a Hallie y observarla.

—Chitón —le decía Jamie a su hermana pequeña—. Hallie está intentando dormir. Cuidarme la deja agotada.

La niña se quedó tumbada sobre Jamie y lo miró con el ceño fruncido por la concentración.

—¿Te has tirado al suelo y te has puesto encima de ella?

Jamie sintió un ramalazo de culpa. La primera época después de su regreso del hospital fue la peor. Cualquier ruido, cualquier movimiento rápido, cualquier espacio cerrado lo hacía reaccionar. Pero le sonrió a su hermana.

—Solo dos veces, pero ¿sabes qué? Le ha encantado.

—Si le gustas, es que seguro que está loca —replicó su hermana con seriedad.

—Me las pagarás por decir eso. —Jamie empezó a hacerle cosquillas a la niña otra vez.

Cuando Hallie empezó a despertarse, creyó que seguía soñando. En su mente había dulces caseros y champán que sabía que uno de los Kingsley había llevado desde Francia. Y escuchaba niños riéndose. Sonrió mientras abría los ojos y vio que la estaba mirando un niño pequeño que se parecía mucho a Jamie. Tenía unas pestañas preciosas. Le devolvió la sonrisa.

Pero en ese momento el brazo de Jamie aterrizó sobre su cabeza para evitar que otro niño cayera sobre ella. Jamie se colocó de costado, de modo que sintió todo su cuerpo pegado a su espalda. Y, en ese momento, ella reparó en los ojos de los dos niños que no dejaban de mirarla.

Jamie empezó a mordisquearle una oreja. Seguía tan adormilada que sonrió por lo que estaba sucediendo, convencida de que no podía ser real.

—¿Estás enamorada de mi hermano? —le preguntó la niña.

—Creo que lo está —respondió Jamie—. No puede mantenerse alejada de mí ni siquiera por la noche.

Hallie comenzaba a espabilarse.

—¡No digas eso! —Le dio un guantazo en la cabeza y se volvió para mirarlo—. Para que lo sepas, estoy en la cama contigo porque... —Dejó la frase en el aire con los ojos tan abiertos que las pestañas casi le llegaban al nacimiento del pelo.

—Buenos días —dijo una voz masculina muy grave.

Jamie rodó hasta ponerse de espaldas en la cama y cerró los ojos.

—Dime que es una grabación y que no está aquí de verdad.

El primer impulso de Hallie fue salir de la cama, pero luego recordó que solo llevaba puesta una camiseta vieja de manga corta y, además, estaba inmovilizada por la pesada pierna de Jamie con la aparatosa rodillera.

Logró incorporarse hasta quedar sentada en el colchón con un niño a cada lado, todos mirando por encima de Jamie. Hallie acababa de ver a dos tíos buenísimos. Ambos debían de medir más de metro ochenta, y eran delgados pero con hombros anchos. Llevaban camisas de algodón y pantalones de pinzas con raya. Sus caras parecían salidas directamente de la televisión: rasgos marcados, narices aristocráticas y labios como los de una escultura griega. Uno tenía el pelo negro azabache y los ojos casi igual de oscuros. Con la ropa adecuada, parecería un pirata. El otro era igual de guapo, pero tenía el pelo más claro y los ojos de un tono castaño dorado. Si fuera una película, interpretaría al Capitán América.

—¿Son de verdad? —le susurró Hallie a la niña.

Los hombres sonrieron y sus ojos adquirieron un brillo travieso.

—Supongo —contestó la niña con despreocupación—. Se les da muy mal montar a caballo, pero eso es porque son...

—A ver si lo adivino —la interrumpió Hallie—. Son Montgomery.

Los hombres se echaron a reír.

—Nuestra reputación nos precede.

El moreno dijo:

—Soy Adam y este es mi primo Ian.

Jamie abrió por fin los ojos.

—Creía que no llegaríais hasta la semana que viene. —Parecía molesto.

—La tía Cale quería ver la vieja casa que han comprado —adujo Ian, sonriéndole a Hallie, que trataba de peinarse con los dedos.

—¿Quiénes han venido? —quiso saber Jamie.

—¡Todo el mundo! —exclamó el niño mientras se ponía de pie en la cama—. Soy Max y esta es Cory. Jamie y Todd son nuestros hermanos.

Hallie cogió a Max de la mano para que no se cayera de la cama. Todavía estaba mirando a los dos hombres, sonriéndoles, cuando entró otro, algo que la obligó a parpadear con rapidez. Era alto, aunque un poco más bajo que los otros, y tenía la constitución de un oso. La camiseta se ceñía a unos músculos que parecían moverse aun cuando estaba quieto. En cuanto a su tableta de chocolate... no estaba segura, pero parecía de las macizas.

Por último lo miró a la cara. «Dulce» era el único adjetivo que se le ocurría para describirlo. Pelo corto y oscuro un poco ondulado, ojos azules y un hoyuelo en la barbilla.

Max gritó:

—¡Raine! —Y se bajó de la cama de un salto.

Sin dejar de mirar a Hallie, el hombre cogió al niño y lo sostuvo con el brazo derecho. Al ver que estiraba el brazo izquierdo, la niña usó el estómago de Jamie para tomar impulso y saltó para que el recién llegado la cogiera. Raine los abrazó a los dos, y los niños le devolvieron el gesto, enterrando las caras en su musculoso cuello.

Hallie no acertó a hacer otra cosa que no fuera quedarse sentada contemplando la escena. A la izquierda, estaban los dos hombres delgados y elegantes. A la derecha, el hombre corpulento que abrazaba a los dos preciosos niños. Y Jamie seguía tumbado en la cama.

—Creo que he muerto y he ido al Cielo —susurró.

—¡Fuera! —gritó Jamie mientras se sentaba en la cama—. ¡Todos fuera!

Ninguno se movió.

—¿Jamie y tú sois pareja? —preguntó Adam.

—No, la verdad es que no —contestó Hallie, que señaló la cama—. Esto ha pasado porque... Bueno, a ver... es que... —No quería avergonzar a Jamie hablando de sus pesadillas, pero tampoco quería que creyeran que había algo entre ellos cuando no lo había. La verdad fuera dicha, los cuatro eran tan guapos que apenas podía hablar de forma coherente.

—¡Fuera! —masculló Jamie—. Ahora mismo.

Los tres hombres se marcharon con otras tantas sonrisas deslumbrantes y los niños los siguieron.

Cuando estuvieron a solas, Jamie la miró y le dijo:

—¿Por qué estás conmigo en la cama?

Hallie no quería explicarle nada. De modo que apartó la sábana y el edredón, y se levantó.

—Tengo que vestirme. Nos vemos abajo. —Y se fue corriendo.

 

 

Hallie tardó un buen rato en vestirse. Sacó la ropa nueva que había comprado en Zero Main y se arregló el pelo a conciencia.

Mientras se arreglaba, recordó el sueño con las Damas del Té. Normalmente, los sueños se olvidaban pronto, pero ese se le había quedado grabado. Recordaba hasta el más mínimo detalle. Mientras se ondulaba el pelo con la tenacilla, recordó los dibujos que se habían caído detrás de la vitrina.

¡Tenía que hablar con Jamie! Tenía que contarle el sueño y tenían que apartar el pesado mueble de la pared para comprobar si realmente los dibujos seguían allí.

Una vez vestida y mientras bajaba la escalera, escuchó voces y risas. ¿Habían llegado más Montgomery-Taggert? Pero no, en la cocina encontró a los tres hombres guapos de antes y a los niños, con alguien más.

Jamie estaba sentado a la mesa y parecía que le estaba costando mucho controlar su temperamento. A su lado, se encontraba un hombre que Hallie no había visto nunca, aunque supuso que debía de ser un Taggert. No era tan alto como Jamie, pero se parecía un poco a él, aunque era más corpulento y no tan guapo.

Cuando Adam la vio, dejó de hablar y se apartó. Ian, y después Raine, hicieron lo mismo. Los niños se aferraron a Raine mientras la miraban en completo silencio. Le habían dejado hueco para que siguiera caminando hasta la mesa a la que se sentaban los dos hombres.

¿Qué narices estaba pasando?, se preguntó mientras echaba a andar. Jamie no la estaba mirando.

Se detuvo al llegar a la mesa. El desconocido la miraba con expresión interrogante, como si esperara algo.

—Hola —dijo ella—. Soy Hallie, ¿y tú eres...?

—Todd —contestó el hombre, que se puso de pie y le tendió la mano—. Soy el hermano de Jamie.

Después de ese momento, todos empezaron a hablar a la vez. Salvo Jamie, claro, que se levantó con la ayuda de las muletas y sin mirarla siquiera abrió la puerta de la despensa y desapareció en su interior, tras lo cual cerró la puerta a su espalda.

Hallie quería ir tras él y contarle el sueño, pero estaba rodeada de cuatro hombres increíbles cuyo único objetivo en la vida parecía el de complacerla. Le preguntaron qué le apetecía desayunar. Mientras empezaban a prepararlo todo, vio que alguien había llenado su frigorífico con comida otra vez.

Uno a uno los hombres le fueron contando las distintas dolencias y lesiones que habían padecido y le preguntaron cómo tratarlas. También le preguntaron cuánto cobraba por un masaje.

Después del desayuno, los hombres, salvo Todd y Jamie, la acompañaron hasta el gimnasio para que pudiera empezar a tratarlos. Eran un trío muy simpático y disfrutó de su compañía, aunque al mismo tiempo no dejó de preguntarse dónde se había metido Jamie.

A la hora del almuerzo, logró detener a Cory, que atravesaba el jardín a la carrera.

—¿Dónde está tu hermano?

—¿Cuál de ellos? —le preguntó la pequeña a su vez. Llevaba una espada de madera que no paraba de agitar en el aire—. Tengo cinco.

—¿En serio? —replicó Hallie—. Jamie. ¿Dónde está?

—Con Todd. Siempre están juntos.

—Por favor, ¿podrías ir en busca de Jamie y decirle que debemos empezar con los ejercicios de su rodilla?

—No vendrá —contestó Cory—. Todd no lo dejará. —Y siguió corriendo hasta el otro extremo del jardín.

Hallie vio que alguien había abierto la enorme puerta roja para que los familiares que se alojaban en el hostal pudieran entrar y salir a su antojo. Ian le había dicho que algunos se estaban hospedando en Kingsley House, en la casa de Toby y en varios hoteles de la isla. Le contó todo eso como si fuera algo normal, pero para Hallie, que solo tenía un familiar a quien no le unía vínculo de sangre alguno, era todo lo contrario. Al recordar las bromas de Jamie cuando le dijo que lo sabía todo sobre los primos y que tenía familiares de todo tipo, sexo y edad, no pudo contener una carcajada.

En ese momento, Adam estaba en la camilla de masajes tumbado boca abajo, con ese precioso cuerpo desnudo salvo por la toalla blanca que le tapaba el trasero. Era un hombre agradable con un cáustico sentido del humor y la había felicitado por haber logrado aliviar la tensión de sus hombros.

—Hemos visto los utensilios de cocina que están sobre las sábanas ahí fuera —dijo—. ¿Los has encontrado en la casa?

Hallie recordó todo lo que había sucedido antes de encontrar todas esas cosas. Sería demasiado hablarle sobre un par de fantasmas casamenteros y sobre el sueño tan vívido en el que había visto a las chicas. Además, eso era algo entre Jamie y ella.

De modo que le habló sobre las puertas cerradas con llave y le dijo que el señor Huntley les había dado la llave y que al abrir habían encontrado una habitación polvorienta.

Adam se movió para colocarse de espaldas sobre la camilla, tapado solo por la toalla.

—¿Jamie y tú habéis limpiado la estancia? ¿Os habéis divertido haciéndolo?

—Pues sí —contestó sonriendo, mientras le pasaba las manos untadas con aceite por el pecho.

Adam estaba en perfecta forma física, pensó. Seguramente corría además de practicar algún tipo de arte marcial. Tenía los músculos relajados. No estaba tan tenso como Jamie. Era fácil trabajar con él, hablar con él y seguramente sería agradable llegar a conocerlo bien.

Pero no era Jamie.

Después del almuerzo, que comió en el exterior con Adam, Ian, Raine y los niños, comenzó a trabajar con Ian. Se encontraba en tan buena forma física como Adam y era igual de agradable. Pero mientras que Adam poseía una intensidad que resultaba intimidante, Ian era todo sonrisas y carcajadas.

Raine se subió a la camilla a las tres. Para entonces, Hallie estaba frustrada por su fallo a la hora de dar con Jamie. No los había visto, ni a él ni a su hermano, desde antes del desayuno.

Sonrió al ver el enorme cuerpo de Raine. Se parecía más a Jamie que los otros.

—¿Dónde está? —le preguntó mientras empezaba a trabajar con sus músculos. No especificó a quién se refería.

—Con Todd —respondió Raine.

De los tres hombres, era el menos hablador, pero supuso que era quien más veía y escuchaba.

—¿Se está escondiendo de mí? —preguntó al tiempo que detenía las manos.

—Supongo que sí —reconoció Raine.

—¿Y vosotros estáis entreteniéndome para que no me dé cuenta?

—Sí —respondió sin más.

Hallie quería pensar que no se sentía dolida por el comportamiento de Jamie, pero sí que lo estaba.

—Jamie tiene... —empezó Raine.

Hallie sabía que iba a decir «problemas», pero no quería escucharlo.

—Unos modales terribles —concluyó ella, y escuchó que Raine reía entre dientes.

—Malísimos —convino él.

Siguió masajeándolo en silencio, más que nada porque necesitaba toda su energía para trabajar en los enormes y poderosos músculos de Raine.

Los hombres insistieron en invitarla a cenar y fueron a Kitty Murtagh’s. Era una antigua taberna y Hallie se lo pasó muy bien, aunque echó de menos a Jamie.

Al pensarlo, tuvo ganas de darse de cabezazos contra la pared. Todas las mujeres del restaurante la miraban con envidia. Dado que los niños se pasaron la velada corriendo entre ella y Raine, parecía que eran una pareja casada y que los niños eran suyos. De hecho, en más de una ocasión pilló a Raine mirándola con disimulo de una forma que le provocaba escalofríos en la espalda. De todo el grupo de guapos que había conocido, él era su preferido de lejos. Le gustaba esa forma de ser tan silenciosa, su sentido del humor y su capacidad para escuchar. Dicho de otro modo, todo aquello que le recordaba a Jamie era lo que le gustaba.

Cuando regresaron a la casa, los hombres estaban discutiendo quién iba a dormir en la cama de la planta baja. Al principio, pensó que tal vez creyeran que Nantucket era un lugar peligroso, pero después comprendió que estaban preocupados por las pesadillas de Jamie.

Tal vez lo estaban protegiendo a él o querían protegerla a ella. Fuera lo que fuese, no le gustaba lo que veía.

Pese a todas sus protestas, los echó de la casa. Los Montgomery parecían dispuestos a quedarse de todos modos, pero Raine los convenció a todos de que se marcharan.

Subió a la planta alta con la esperanza de que Jamie estuviera allí, pero no lo encontró. En la casa reinaba un silencio inquietante que no le gustaba ni un pelo. Jamie había estado en la casa desde el primer día. Era la casa de los dos, no solo de ella.

Se dio una ducha e intentó recuperar la compostura. Había tenido claro desde el principio que Jamie Taggert no era para ella. Sus primos se habían pasado el día mencionando universidades, países y acontecimientos, incluso deportivos, que ella conocía solo porque había leído sobre ellos. Una vez que la rodilla de Jamie se curara, se subiría al avión de la familia y jamás volvería a verlo. Como mucho, recibiría alguna tarjeta de felicitación por Navidad.

Cuando salió de la ducha, se puso un pijama en vez de su acostumbrada camiseta ancha y echó a andar hacia la cama. Sin embargo, quería comprobar si Jamie había regresado. Su cama estaba vacía.

Su determinación se desinfló al instante.

—¡Joder, Todd! —exclamó en voz alta, y después se dijo que debía calmarse.

El quid de la cuestión era por qué le molestaba tanto que Jamie no estuviera en la casa. La verdad, no eran pareja ni nada del estilo. Así se lo había asegurado a sus primos, y les había dicho la verdad.

Regresó a su cama y se quedó dormida casi al instante. A las dos de la mañana se despertó, algo que se había convertido en una costumbre. Se quedó tendida en la cama y aguzó el oído, pero no escuchó nada. Ni gemidos ni gruñidos. Encendió la luz y atravesó la sala de estar en dirección al dormitorio de Jamie.

La lámpara de su mesilla estaba encendida, pero la cama seguía vacía. Llevada por un impulso, abrió la puerta del armario. ¿Habría hecho el equipaje para volver a Colorado? ¿Recibiría una tarjeta de agradecimiento asegurándole que se lo había pasado muy bien con ella?

Sin embargo, su ropa seguía en el armario. La mayoría eran prendas deportivas, anchas, para que lo cubrieran de arriba abajo, y las únicas prendas de vestir eran las que se había puesto para la cena.

En el gancho de la puerta había un albornoz grande, y se lo puso. Acto seguido, se arrebujó con él un instante. Bajó descalza la escalera y vio que la planta baja también estaba desierta. Jamie no estaba durmiendo en la cama estrecha del salón.

Al ver que había luz en el salón del té, abrió la puerta. En el rincón más alejado de la estancia se encontraba un hombre alto, de pelo canoso, que llevaba una elegante bata azul y unas pantuflas. Estaba sentado en el viejo sofá, leyendo.

—¡Ah! —exclamó al verla, y pareció que fuera la persona que más deseaba ver en el mundo.

—O eres un fantasma o eres el tío Kit —dijo Hallie.

El hombre soltó el libro y se quitó las gafas, tras lo cual se puso en pie.

—Eres muy perspicaz. Esta noche tengo la impresión de que puedo ser las dos cosas. El té está caliente y el acompañamiento me resulta delicioso. Tal vez te apetezca una taza.

—Me encantaría. —Se sentó en uno de los sillones mientras él servía el té. Tras doblar la rodillas y colocar los pies en el asiento, miró a su alrededor.

No había visto la estancia desde que Jamie y ella la limpiaron. A la tenue luz de la lámpara de pie, parecía muy bonita y tenía un encanto especial.

Miró de nuevo a Kit.

—Supongo que deberíamos presentarnos como Dios manda. Soy Hyacinth Lauren Hartley, más conocida como Hallie.

—Yo soy, tal como has deducido, Christopher Montgomery, más conocido como Kit. —Sonrió—. O tío Kit. Bueno, y ya que nos hemos presentado, ¿qué haces vagando por la casa a estas horas de la madrugada?

—Buscaba a Jamie. ¿Por qué no estás durmiendo?

—Estoy seguro de que mi sobrino está con Todd, pero no sé dónde están. —Soltó la taza—. En cuanto a mi incapacidad para dormir, ¿puedo confiar en ti?

—Por favor.

—En primer lugar, debo pedirte disculpas por haber entrado sin permiso en tu casa. A veces, mi escandalosa familia me resulta insoportable. Cuando me dijeron que los habías echado a todos de tu casa, sentí que acababa de dar con un ser afín.

Hallie sonrió. Era un hombre muy guapo, de unos sesenta años, y tenía algo que la hacía sentirse segura y cómoda.

—Encontré la puerta de esta estancia abierta y decidí entrar para dormir. —Señaló con la cabeza hacia el asiento acolchado de la ventana, donde había una manta y una almohada—. Pero me despertó un sueño...

—A ver si lo adivino —lo interrumpió Hallie—. Dos preciosísimas mujeres que bien podrían ser conejitas de Playboy porque tienen tipazo. —Bebió un sorbo de té—. Solo es una suposición.

Por un instante, Kit pareció atónito, pero luego se echó a reír.

—La vida que he llevado hace que sea difícil sorprenderme, pero tú lo has conseguido. Ahora estoy intrigado. ¿Tú también has soñado con ellas?

—Sí, y también conozco su historia. ¿Te apetece...?

—¿Que si me apetece escucharla? Sí, muchísimo.

Hallie tardó casi una hora en contarle todo lo que sabía sobre las muchachas. Kit le hacía alguna pregunta de vez en cuando.

—¿Jamie ha recibido alguna noticia de su madre, sobre su propia investigación? ¿Has dicho que fue una caja lo que te golpeó la cabeza? ¿Qué había dentro? ¿De verdad están los dibujos detrás de la vitrina?

La respuesta a cada una de sus preguntas era:

—No lo sé.

—Qué interesante —dijo Kit cuando acabó, y sirvió más té—. ¿No crees que es interesante que después de una hora el té siga caliente y aún siga habiendo pastas y dulces en abundancia?

—Siempre es así. A veces llegamos a la casa y descubrimos que la vecina nos ha preparado un té espectacular. Jamie come mucho, pero siempre hay suficiente, y sí, la tetera siempre está caliente. —Lo miró—. Lo siento, pero no te he dejado hablar sobre el sueño.

—Ha sido muy breve. Había dos mujeres preciosas y una de ellas dijo: «Debes encontrar al primo de Leland.» Tuve la impresión de que me hablaba a mí. Eso fue todo. No pasó nada más.

—Me pregunto si es el primo de Leland que le iban a presentar a Hyacinth —dijo, refiriéndose a su propio sueño.

—Tendré que decirle a Jilly que lo investigue. Es la genealogista de la familia. Ah, pero, espera un momento, que ella es la novia que va a casarse. Sin duda estará muy ocupada. ¿La conoces?

—No. Llevo todo el día rodeada de hombres. Raine me ha dicho que estaban entreteniéndome para que no me percatara de que Jamie había desaparecido. ¡Pero sí que lo he notado! —Dijo lo último con tanta vehemencia que después se sintió avergonzada—. Lo siento. Es que necesito trabajar con su rodilla.

—Sí, por supuesto. —Kit sonreía—. ¿Me permites un consejo?

—Por favor.

—Mi familia no es apta para cobardes.

Hallie esperó a que ahondara en el comentario, pero no lo hizo. Y se quedó sin saber a qué se refería.

—Y ahora, querida —dijo Kit, despachándola abiertamente—, creo que deberíamos tratar de dormir un poco antes de que amanezca. Estoy seguro de que los diablillos de Cale se escaparán y aparecerán tan pronto como les sea posible. Parecen fascinados con la «señora de los ejercicios» que tiene a todos los jóvenes arremolinados a su alrededor.

—Solo por curiosidad, ¿no hay chicas jóvenes en la familia? Además de Cory, quiero decir.

—En realidad, hay un variado e interesante grupo de mujeres y estoy seguro de que aparecerán pronto. Y otra cosa, Hallie, querida...

—¿Qué?

—Tal vez deberíamos mantener esto... —Hizo un gesto con la mano para abarcar la estancia—. Mantener esto en secreto en la medida de lo posible. Sin embargo, mañana apelaré a la fuerza bruta de unos cuantos Taggert para mover la vitrina y ver qué hay detrás.

—Y yo buscaré la caja que me golpeó en la cabeza.

—Y yo veré qué ha descubierto Cale.

—Pero, por favor, recuerda que Jamie también está involucrado en esto —señaló Hallie—. Hay que contárselo todo.

Por un instante, Kit la miró como si intentara descifrar algo.

—¿Qué es lo que más te gusta de mi sobrino?

—Entre otras cosas, que me hace reír.

Por segunda vez, Kit la miró con una expresión asombrada en su apuesto rostro.

—Esa es una respuesta excelente y te puedo asegurar que no me la esperaba en absoluto.