4

 

 

Cuando Hallie se despertó a la mañana siguiente, la luz comenzaba a entrar por la ventana. Jamie y ella estaban acurrucados en la estrecha cama como si fueran una sola persona.

Zafarse de sus brazos no fue en absoluto sencillo. Una vez que se levantó, se percató de que le dolía el cuello y también la base de la espalda. La cama era demasiado pequeña para una persona, ya no dijéramos para un ex jugador de fútbol americano y ella.

Fue de puntillas hasta la escalera y subió a su dormitorio para darse una ducha. Cuando bajó de nuevo, Jamie estaba en la cocina, con el pelo húmedo. Como era habitual, la ropa lo cubría de la cabeza hasta los tobillos. Hallie se había puesto un top sin mangas, unos vaqueros cortados y unas sandalias.

—Creo que esta mañana voy a ir a pasear por el pueblo —anunció, evitando mirarlo a los ojos, ya que el recuerdo de la noche anterior seguía muy fresco en su memoria. Necesitaba poner cierta distancia entre ellos. Claro que explorar un sitio nuevo ella sola no sería muy divertido—. ¿Quieres venir conmigo?

—No —respondió él con firmeza, como si no quisiera que le hiciesen más preguntas al respecto. Se pasó una mano por la nuca.

Hallie puso frente a él un plato de huevos revueltos.

—¿Te encuentras bien?

—Es que... Nada, solo son sueños —respondió mientras cogía su taza de café.

Hallie se sentó frente a él.

—¿Qué tipo de sueños?

Jamie titubeó, pero después la miró. Fue una mirada ardiente e intensa.

—Si te soy sincero, he soñado contigo.

—¡Ah! —exclamó Hallie, que se levantó para rellenarse una taza que aún estaba llena—. Los riesgos de trabajar juntos —murmuró. «O de dormir juntos», añadió para sus adentros. La verdad, sería mejor que pasaran algún tiempo separados—. Dime otra vez cuándo llegan tus familiares.

—No estoy seguro del día. Conociéndolos, los retoños echarán a correr en cuanto atraque el ferry.

—¿Y quiénes son los retoños?

—Mi hermano y mi hermana, son mellizos. Y tienen siete años.

—¡Es genial! —exclamó Hallie—. ¿Cómo se llaman? Háblame de ellos.

La tensión que había ocasionado la mención del sueño por parte de Jamie se despejó de repente y desayunaron mientras él le hablaba de su familia. Los mellizos, Cory (un diminutivo de Cordelia) y Max, asistirían a la inminente boda y eso los tenía emocionadísimos.

Mientras Hallie lo observaba hablar de su familia con evidente afecto, se preguntó de nuevo por qué no se habría quedado con ellos durante la rehabilitación. ¿Por qué se había marchado a Nantucket donde conocía a tan poca gente? ¿Por qué aislarse con una desconocida? Hallie tenía claro que si ella tuviera una familia que la quisiera, nada en el mundo la mantendría separada de ella.

Cuando dijo que debía cambiarse de ropa para ir al pueblo, Jamie le aseguró que tenía otra anécdota de los mellizos que quería contarle. Ella la escuchó y después repitió que se marchaba. Pero al ver que Jamie le contaba otra anécdota más, comprendió que no quería que se fuera.

«¡Qué halagador!», pensó. De todas formas, se excusó y subió a su dormitorio para cambiarse. Se puso un bonito vestido estampado con una rebeca a juego y las sandalias rosas.

Jamie la estaba esperando cuando bajó.

—¡Madre mía! Estás guapísima. Estaba pensando que deberíamos seguir buscando la llave de esa habitación. No hemos mirado en el ático. O tal vez deberíamos pasar el día en el jardín y planear cómo mejorarlo.

—Cuando vuelva, seguiremos buscando la llave y hablaremos sobre el jardín. ¿Necesitas algo del pueblo? Todavía estás a tiempo para acompañarme.

—No, nada —contestó él, que se apartó—. Vete. Que te diviertas. Llamaré a mi hermano o lo que sea.

Su voz sonó tan triste que Hallie estuvo a punto de decirle que no saldría, pero era ridículo. Si Jamie odiaba estar solo, ¿por qué había abandonado la compañía de su numerosa familia?

Sin embargo, por más que sus ojos la miraron con expresión suplicante, no cedió y salió de la casa. Caminó hasta el extremo de la calle y siguió hasta el centro del precioso pueblo de Nantucket. Los edificios antiguos y las preciosas tiendecitas le resultaron fascinantes.

Siguió pensando en Jamie mientras iba de un sitio para otro, entrando y saliendo de las tiendas. Subió la escalera de una tienda llamada Zero Main y echó un vistazo a su alrededor. La ropa era preciosa, y cuando estaba a punto de marcharse, cayó en la cuenta de que necesitaba renovar su vestuario. Desde que su padre y su madrastra murieron, se había visto obligada a trabajar, en ocasiones en tres trabajos simultáneos. Tenía que cuidar de Shelly y después, cuando Shelly se marchó a California para probar suerte en el mundo del espectáculo, Hallie se matriculó en la universidad. Además, la casa que había heredado de su padre necesitaba un sinfín de reparaciones.

Mientras echaba un vistazo por la tienda, comprendió que esa etapa de su vida había acabado. Se había graduado y por fin podía ganar dinero.

Con una sonrisa, se tomó su tiempo para examinar las preciosas prendas y acabó comprando un conjunto completo. Un bonito top blanco de punto, una americana azul oscuro, unos pantalones negros de seda y un colgante largo con una bola de cristal morada.

Mientras se marchaba, llegó a la conclusión de que aunque su relación con Jamie fuera profesional, no le haría daño lucir un buen aspecto.

En Sweet Inspirations le compró algo que creyó que a él le gustaría. Y en el museo ballenero compró cuatro libros sobre la historia de Nantucket y anotó los títulos de otros ocho en el bloc de notas de su móvil. El museo sería el paraíso de cualquier historiador.

Después de almorzar en Arno’s, regresó a casa. Dejó las bolsas en la cocina, sacó lo que le había comprado a Jamie y recorrió la casa en su busca. Lo encontró fuera, sentado en el banco bajo el roble; parecía que lo hubieran abandonado. Al verla, su expresión se tornó más alegre. Que alguien se alegrara de verla le provocó un subidón emocional. Así era como la recibían sus abuelos cuando era pequeña. Pero después de que Shelly y su madre se mudaran, las únicas miradas que recibía al llegar parecían decirle: «Ah, eres tú.»

Sonrió mientras desterraba esos pensamientos de su mente y echó a andar hacia él para sentarse a su lado, tras lo cual le ofreció la bolsa de arándanos bañados en chocolate.

—Cuéntame todo lo que has hecho —le dijo él mientras aceptaba el regalo.

Seguían sentados en el banco cuando una mujer entró en tromba por la puerta. Jamie le estaba enseñando a Hallie fotos que tenía en el móvil de los «retoños», así que al principio no la vieron. La familia de Jamie vivía en Colorado y le estaba enseñando una foto de los niños atravesando en patinete el pasillo de lo que parecía una mansión revestida de mármol. Hallie le pidió de inmediato que le hablara de la casa.

—La construyó un antepasado mío, Kane Taggert, un hombre de negocios implacable —le explicó Jamie—. Mi padre lleva su nombre. Fue responsable de un montón de reformas en la minería. El primer Kane, no mi padre. Él... —De repente, la enorme puerta se cerró con un fuerte golpe después de que la mujer entrara a la carrera y Jamie dio un respingo, poniéndose en pie. Aferró una muleta y la sostuvo como si estuviera dispuesto a usarla para defenderse.

Hallie no supo si sorprenderse más por la reacción de Jamie o por la furia que lucía la cara de la mujer. Era baja y corpulenta, con el pelo canoso y parecía arder en deseos de despedazar a alguien.

—¿Está aquí mi suegra? —exigió saber.

Hallie se puso de pie junto a Jamie y él se colocó frente a ella, como si quisiera protegerla.

—¿Quién es tu suegra?

—¡Edith! —exclamó la mujer, que suspiró—. Lo siento. Soy Betty Powell, la dueña del hostal Sea Haven, el bed & breakfast de aquí al lado, y mi marido es Howard. Si la pierde de vista aunque sean dos minutos, se vuelve loco. Le he dicho que probablemente esté aquí, pero dice que debo asegurarme. No está dentro, ¿verdad? —Señaló la casa con un gesto de la cabeza.

—Acabo de salir hace unos minutos y dentro no había nadie —contestó Hallie.

—¿Estará en el salón del té? ¿Se habrá escondido allí?

—Si te refieres a la habitación situada en un lateral de la casa, está cerrada con llave —respondió Jamie—. Hemos estado buscándola.

—¡No hay llave! —exclamó Betty—. Según la loca de mi suegra, solo ellas pueden abrir la puerta. —Miró hacia la puerta por la que ella había entrado—. ¿Por qué no puede quedarse esa mujer donde tiene que estar? —Dirigiéndose a Jamie y a Hallie, añadió—: Si aparece, mandadla a casa, ¿de acuerdo? Decidle que Howard la necesita. A mí no me hace ni caso. Siento mucho haberos molestado. —Echó a andar hacia la puerta casi a la carrera.

Jamie y Hallie, ambos con los ojos abiertos como platos, se miraron y después miraron de nuevo a la mujer.

—¡Espera! —gritó Hallie.

Betty se detuvo y se volvió hacia ellos con expresión impaciente.

—¿Qué?

—¿Quiénes son «ellas»? —le preguntó Jamie—. ¿Quién puede abrir la puerta?

Betty parecía sorprendida.

—No me digas que habéis comprado esta casa y que nadie os ha hablado de ellas.

—Hallie la ha heredado —señaló Jamie.

—¡Ah! Vale. Tiene sentido. El viejo Henry Bell no dejaría a cualquiera cerca de sus preciosas damas. —Miró la hora en su reloj—. Tengo que regresar, pero «ellas» son las Damas del Té. Las difuntas hermanas Bell. Son fantasmas. No sé mucho sobre ellas. Lo único que sé es que la loca de mi suegra viene a esta casa, entra en lo que ella llama «el salón del té» y se pasa horas hablando con ellas... o piensa que lo hace. Estoy intentando que Howard la ingrese en algún lado, pero se niega. Tengo que irme, de verdad. Vienen quince personas para tomar el té esta tarde. —Se marchó, y cerró de un portazo.

Jamie y Hallie se quedaron en silencio sin moverse durante un momento.

Al final, Hallie dijo:

—Deberíamos haberle dicho que nos encantan sus magdalenas de naranja y melocotón.

—Y la langosta. Pero supongo que no tiene ni idea de que Edith nos trajo la comida.

—Lo entiendo perfectamente —replicó Hallie—. No me gustaría ni un pelo tener que enfrentarme a esa mujer. —Miró a Jamie—. Parece que soy la dueña de una casa con espíritus.

—Eso creo. ¿Te asusta?

Hallie meditó la respuesta un instante.

—No, la verdad es que no.

—¿Quieres que llamemos a la puerta del salón del té para ver quién abre?

—¡Desde luego!

Jamie le sonrió.

—Hallie, preciosa. Cada minuto que pasa me gustas más. ¡Te echo una carrera hasta allí!

Hallie ganó la carrera, pero sabía que solo lo hizo porque Jamie iba con muletas. No había puesto un pie en esa zona de la casa y le sorprendió encontrar un estrecho sendero y una puerta de doble hoja. Si tuviera coche, ese sería el lugar para aparcarlo.

Frente a ella se alzaba una puerta de doble hoja que parecía maciza. Intentó girar el pomo, pero no lo logró.

Esperó a que Jamie llegara con sus muletas, y cuando vio que fingía haber encontrado muy difícil el trayecto se echó a reír.

Cuando llegó a su lado, le dijo con voz seria:

—Creo que necesito otro masaje para relajarme.

—¿De cuerpo entero? —le soltó ella.

—¿Con las luces apagadas?

—Con diez velas —le ofreció Hallie.

—Con una vela en la habitación adyacente y con la puerta cerrada —repuso él.

—No hay trato, y tú te lo pierdes. —Hallie miró de nuevo la puerta—. ¿Vas a llamar?

—Todavía estoy pensando en un masaje a la luz de las velas y además, es tu casa.

Hallie dio un paso al frente y después de que Jamie asintiera con la cabeza para infundirle valor, llamó a la puerta. Ambos contuvieron el aliento, pero no sucedió nada.

Jamie se acercó y llamó más fuerte. Nada.

—A lo mejor mañana deberíamos llamar a un cerrajero —sugirió Hallie.

—Sí, es posible —replicó Jamie, alzando la voz—. Somos amigos de Edith y nos gustaría conoceros. Soy James Taggert, y esta preciosa mujer que está conmigo se llama Hyacinth, como una de vosotras. La llaman Hallie y es descendiente de... —La miró.

—De Leland Hartley. Estaba casado con Juliana.

Jamie repitió en voz alta lo que ella había dicho.

—Es prima política vuestra y si hay algo en este mundo en lo que tengo mucha práctica es en los primos. —Miró de nuevo a Hallie y añadió, bajando la voz—: Tengo miles de primos. Mi padre tiene once hermanos y todos tienen hijos.

—¿En serio? —le preguntó Hallie.

—Ajá. —Jamie la miró—. ¿Esa casa revestida de mármol que has visto? No te lo creerás, pero en Navidad es un auténtico caos. —Miró de nuevo hacia la puerta.

Su tono de voz implicaba que era una época espantosa, pero Hallie pensó que sonaba divertido. En su experiencia, la Navidad siempre era una celebración solemne. Siempre eran días agradables, pero nada caóticos. A menos que Shelly no recibiera suficientes regalos.

Jamie aporreó de nuevo la puerta, pero todo fue en vano.

—Así que Edith está loca.

—Eso me temo —repuso Hallie. La verdad era que estaba observando cómo se apoyaba en las muletas. Jamie tenía el cuerpo inclinado hacia un lado, y ella estaba planeando su siguiente sesión. Además, le aterraba pensar en lo que sucedería esa noche. Se estaba cansando de subir y bajar a la carrera una escalera oscura. Todavía le dolía el dedo del pie que se había golpeado esa misma mañana. El ajetreo nocturno ya había sucedido dos veces y una tercera ocasión lo convertiría en algo habitual. Tenía que ponerle fin cuanto antes—. No me puedo creer que tenga hambre otra vez después de todo lo que comimos hace unas horas.

—Yo también tengo hambre —dijo Jamie, y ambos regresaron al interior de la casa a través del porche acristalado.

Hallie cogió el bastidor con la labor a medias que había visto el primer día.

—Juraría que alguien ha estado bordando.

Jamie se sacó el teléfono del bolsillo y le hizo una foto al bordado.

—Si cambia de nuevo, tendremos una prueba gráfica.

Mientras Hallie devolvía el bastidor al sofá, Jamie le hizo varias fotos.

—¿Qué haces?

—Son para enviarlas a casa. Eres la mujer que insiste en que me quite la ropa.

—No irás a decir eso, ¿verdad? Tu madre va a pensar que soy una...

—Va a pensar que estás tratando de ayudarme a que me recupere y te estará muy agradecida —terminó él con una sonrisa.

Mientras entraban en la cocina, Hallie dijo:

—¿Por qué no te has quedado en casa con tu familia mientras recibías las sesiones de rehabilitación?

—¿Qué quieres que te diga? Todos querían librarse de mí.

Hallie estaba a punto de hacerle otra pregunta, pero Jamie pasó por su lado, abrió el frigorífico y sin hacer una sola pausa, dijo:

—¿Qué te parece un sándwich gigante y cuatro tipos de ensalada? ¿Sabes hacer limonada? A mí me gusta con poca azúcar y a lo mejor encontramos agua con gas. ¡Ah! Aquí está...

Hallie no le prestó atención a sus siguientes palabras porque sabía cuál era su intención. Saltaba a la vista que no quería responder sus preguntas, de modo que claudicó.

Charlaron de forma amigable mientras preparaban los sándwiches, riéndose de sí mismos por creer que había fantasmas en la casa.

—Si hubiera fantasmas, no tendrían por qué cerrar las puertas —señaló Hallie—. Pueden atravesar las paredes.

—Entonces ¿qué crees que el bueno de Henry Bell ha guardado con llave en esa habitación para que nadie lo vea? —le preguntó Jamie, tras lo cual le dio un mordisco al sándwich.

—Por favor, espero que no sea pornografía.

—¿Y eso es algo para mantener en secreto? Solo tienes que mirar en internet para encontrarla. Del tipo que te apetezca, puedes encontrar lo que quieras. He visto... —Dejó la frase en el aire—. No estoy muy seguro, pero mi hermano Todd, que es policía, me lo ha contado.

Hallie se echó a reír.

—Todd el educador y Jamie el inocente. Tal vez Henry era un poco chapado a la antigua y pensaba que la pornografía era algo que se debía esconder. No he comprobado si la casa tiene conexión inalámbrica.

—¿Y si era un travesti? —sugirió Jamie—. La habitación puede estar llena de los vestidos que se ponía.

Hallie frunció el ceño.

—Cuando abramos la puerta, espero no encontrar nada espantoso, y mucho menos ilegal, dentro. ¿Por qué duermes en la planta baja?

Jamie, que todavía estaba pensando en el posible contenido oculto en la habitación cerrada con llave, estuvo a punto de soltar la verdad. Pero se contuvo a tiempo.

—Me pareció lo correcto. Iba a estar solo en la casa con una chica. No sería bueno para su reputación que durmiéramos cerca.

—Reputación. No he oído esa palabra desde la última vez que vi a mis abuelos. En esta época de rollos de una noche, ¿a quién le preocupa la reputación de una mujer?

—A las chicas que acaban con fotos de desnudos suyos diseminadas por internet. Creo que están preparando algunas leyes sobre el tema. He leído que...

Hallie lo miró y parpadeó. «¿Otra vez estás cambiando el tema de conversación?», pensó. Al parecer, acababa de toparse con otro de sus secretos. ¿Cuántos iban ya? ¿Unos cien? Se recordó que era su paciente, no su novio.

Cogió su plato y lo llevó al fregadero. Si Jamie guardaba secretos, ella también podía hacerlo. De momento, no pensaba decirle lo que pasaba entre ellos durante la noche. Ni tampoco iba a mencionar que estaba al tanto de que tomaba somníferos para dormir. Lo que quería hacer era intentar que dejara las pastillas y tratar de que los terrores nocturnos desaparecieran.

—Quiero que te traslades a la planta alta —dijo.

—¿Y por qué? —Aún estaba sentado a la mesa.

Aunque esperaba que Jamie hiciera alguna broma sexual, no fue así. En cambio, parecía estar a punto de rechazar la idea, y Hallie suponía cuál era el motivo. Jamie era consciente de sus pesadillas, pero no quería que ella lo descubriera. Quería mantener intacto su ego masculino y hacerla pensar que no le sucedía nada extraño.

Hallie quería estar cerca de él para poder consolarlo durante la noche, y después regresar a su propia cama. Así no tendría que dormir más en el sofá ni con él. Y la cama del dormitorio de la planta alta era tan grande que no habría peligro de que Jamie acabara en el suelo.

Sin embargo, estaba segura de que si le decía la verdad, él podría... ¿Qué? ¿Marcharse? Era una posibilidad. Un hombre que sufriera pesadillas similares a las de Jamie necesitaba ayuda y ella pensaba dársela.

Se volvió hacia él.

—Esto... yo... bueno, es que...

Jamie la miró.

—¿Qué intentas decir?

—Este asunto de los fantasmas, me... Bueno, me da miedo. Antes comentaste que te gustaba más porque no estaba asustada, así que ahora me preocupa que ya no te guste tanto.

Jamie se puso en pie y extendió un brazo para acercarla a él. Fue un abrazo fraternal. Le frotó la espalda para consolarla.

—Estoy seguro de que la historia de los fantasmas carece de fundamento. Seguramente Betty tenga razón y su suegra debería contar con la atención adecuada. No estoy de acuerdo en que la encierren en algún sitio, pero debería estar en tratamiento. —Apartó a Hallie para poder mirarla a los ojos—. Creo que el tal Bell hizo algo que no quería que nadie supiera. Y lo más probable es que hiciera correr el rumor de los fantasmas para mantener alejada a la gente.

—Estoy segura de que tienes razón. —Hallie bajó la vista para poder fingir que estaba asustada.

Jamie volvió a estrecharla contra su cuerpo.

—Mañana llamaremos a un cerrajero y entraré a echar un vistazo.

Hallie quería decir: «¡No sin mí!», pero no podía, puesto que estaba fingiendo estar asustada.

—Entonces ¿te trasladarás arriba, al otro dormitorio, y así no tendré que estar sola en esta casa desconocida?

—No creo que sea buena idea. —Su tono de voz era brusco de nuevo.

Hallie se alejó de él.

—Vale. Pues seré yo quien me traslade abajo. Pero no, ese sofá de ahí es demasiado pequeño para dormir. Ya sé. Llamaré a Jared y le preguntaré si puedo quedarme en su casa unas cuantas noches. Sé que está vacía. Estarás bien aquí solo, ¿verdad? —Lo miró pestañeando de forma inocente.

Jamie parecía dividido entre la furia y la impotencia.

—De acuerdo, me trasladaré arriba. —Apretó los dientes.

—¡Eso es genial! —exclamó Hallie—. Te ayudaré a recoger tus cosas y esta noche haremos unos cuantos ejercicios de respiración. —Echó a andar hacia la habitación de Jamie.

—¡Encárgate de las cosas del cuarto de baño y del armario! —le dijo Jamie—. Yo recojo todo lo de la mesa. —Miró furioso la puerta cerrada con llave del salón del té—. Henry Bell, sin importar lo que tengas oculto ahí dentro, voy a descubrirlo porque mira lo que me has hecho.

Se movió tan rápido como pudo hasta llegar al salón y sacó su macuto de debajo de la cama, arrastrándolo. Mientras Hallie recogía sus cosas del cuarto de baño, él guardó ocho botes de pastillas en el bolsillo lateral y lo cerró con la cremallera.