16
Hallie deambuló por el pueblo, admirando tiendecitas llenas de joyas, ropa y muebles. En parte, se sentía como si estuviera flotando. Había corrido un enorme riesgo con Jamie. El hecho de haber ganado parecía irrelevante.
No paraba de repetirse que nunca, jamás de los jamases, debía hacer algo parecido, pero tal como había dicho Raine, lo suyo había funcionado porque conocía a Jamie.
Mientras miraba los escaparates, siguió pensando en él. ¿Qué ropa le sentaría bien? ¿Qué le gustaría a él que se pusiera?
El escaparate de una zapatería le hizo recordar sus bromas sobre los zapatos planos que había comprado el día que el señor Huntley los visitó. Al pasar junto a una tienda de chucherías, recordó lo mucho que le habían gustado los arándanos bañados en chocolate que le había comprado.
En realidad, no parecía haber nada que no le recordara a él. Esa mañana, cuando Jamie llegó a la casa, deseó que todo el mundo desapareciera para que ellos pudieran ver la boda a solas. De esa manera, estarían los dos solos, tal como estaban durante sus primeros días de estancia.
Pero la familia de Jamie era agradable. Abrumadora, sí. Invasiva, tal vez. Jamie la había puesto sobre aviso, le había dicho que si la agobiaban, los echaría de la casa. Pero había sido divertido poder reírse con ellos. Bailar. Celebrar. Participar de su felicidad.
Después de la boda de Jilly, se marcharían y Jamie y ella recuperarían su casa.
¡No!, se dijo. Después de la boda, se marcharían y ella seguiría trabajando en la rehabilitación de Jamie. Pero cuando se recuperara, Jamie también se marcharía.
«Y, después de eso, ¿qué?», pensó. Había conocido a tan pocos isleños que estaría sola en Nantucket, una vez que acabara su trabajo de rehabilitar a un único paciente. Su compañero de casa se iría. Lo único que le quedaría sería una casa con un par de fantasmas.
En definitiva, era una perspectiva desalentadora, y necesitaba decidir qué iba a hacer. Su primera idea fue la de hablar del tema con Jamie, pero ¿cómo iba a hacerlo? ¿Cómo iba a preguntarle qué hacer con su vida una vez que él se fuera?
¡Ni hablar!
Una vez que llegó al paseo marítimo, se dirigió a un restaurante, se sentó en la terraza y pidió un té y una ensalada.
—Hola —la saludó una voz femenina.
Al alzar la vista, Hallie descubrió a una mujer de mediana edad, muy guapa, con el pelo rubio y los ojos azules. La había visto en algún sitio y tardó unos minutos en reconocerla.
—En la contra de los libros.
—Sí. Soy Cale, la madre de Jamie. ¿Puedo sentarme contigo?
—Por favor —respondió Hallie—. Ya he pedido, pero si quieres, te invito a algo.
—Un té, si acaso. —Le hizo una seña al camarero—. Raine dice que te ha echado de casa, por eso te estaba buscando. Siento mucho no haber ido a verte para presentarme, pero pensábamos que era mejor dejarle espacio a Jamie. Tenemos la costumbre de agobiarlo. Creo que ha sido la decisión acertada.
—Está mejorando.
—Gracias a ti —señaló Cale.
—Es un hombre fuerte y gran parte del mérito es suya por haber trabajado.
—Me habían dicho que eras modesta, pero esto es demasiado. Cualquier fisioterapeuta podría haberlo ayudado con la rehabilitación física, pero tú has estado trabajando con el problema subyacente.
Mientras le colocaban el plato con la ensalada en la mesa, Hallie pensó que debería mostrarse halagada y agradecer esas palabras. Estaba hablando con la madre de Jamie, que era una de las escritoras más famosas del mundo. La situación era un poco intimidante.
Hallie decidió ser honesta.
—No puedo achacarme todo el mérito de su éxito porque todo lo que he hecho ha sido de forma accidental. En ocasiones, he pensado que Jamie acabaría volviéndome loca. ¡Conseguir que se quitara la ropa ha sido una pesadilla!
—¿Ah, sí? —replicó Cale mientras bebía un sorbo de té—. Cuéntamelo todo.
Cuando Hallie empezó a hablar, no hubo quien la detuviera. Empezó por el principio, con la negativa de Jamie a desnudarse, siguió con sus pesadillas y con los besos a los que recurría para tranquilizarlo.
—De pequeño era igual —le aseguró Cale—. El niño más cariñoso del mundo. Todd siempre ha sido más reservado, pero a Jamie le encantaban los arrumacos.
Hallie bebió un sorbo de té y pensó: «Todavía le gustan.»
—¿Por qué fue a la guerra?
—La pregunta del millón —respondió Cale—. Se la hemos hecho todos miles de veces. Al final, se resume en que lo hizo por razones de conciencia. Porque sentía que tenía mucho mientras que hay otros que no tienen nada. Quería compartir su buena suerte.
—Eso es lo que me imaginaba. En el fondo, es el hombre más bueno que he conocido en la vida.
—¿Ah, sí? —repuso Cale, fingiendo una tranquilidad que no sentía, porque su corazón de madre latía a toda pastilla. Nada le gustaba más que oír que sus hijos eran los seres humanos maravillosos que ella sabía que eran.
—Supongo que te han contado lo que ha pasado hoy.
—Sí —dijo Cale—. Lo sé. Cory me lo ha contado con todo lujo de detalles. Piensa que eres maravillosa y la verdad es que no suelen gustarle mucho los adultos, aunque adora a sus hermanos. Cuando Jamie estaba a las puertas de la muerte, temí perderla también a ella.
—Lo siento mucho —replicó Hallie—. Debió de ser espantoso para todos.
Cale la estaba observando con atención.
—Según me han contado, tú tampoco has tenido una vida fácil. Jared me ha hablado de tu hermanastra.
Hallie se acomodó en la silla mientras la camarera se llevaba su plato.
—Estamos solucionando ese problema.
—Si no hubieras vuelto a casa antes de tiempo para descubrir lo que estaba sucediendo, tal vez ahora mismo tu hermanastra estaría cuidando de mi hijo sin tener cualificación alguna. No quiero ni pensarlo.
Hallie se echó a reír.
—Shelly es guapísima y siempre sale de cualquier aprieto. Jamie se las habría apañado bien con ella.
—Pues creo que en eso te equivocas —dijo Cale.
—Pero no conoces a mi hermanastra. —Hallie no quería seguir hablando de Shelly—. ¿Cómo van los preparativos para la boda? ¡Ay, no! —Miró la hora—. Le prometí un masaje a Jilly y ya voy tarde. ¡Necesita un masaje!
—¿Porque está embarazada? —preguntó Cale.
—Se supone que nadie lo sabe.
Cale sonrió.
—Si los Taggert son buenos en algo, es en engendrar niños, y sabemos perfectamente cuándo hay uno de camino. Mi suegra me dijo que traía gemelos cuando estaba de cuatro semanas. Me reí de ella. Le dije que era demasiado mayor y que ya había tenido hijos. Pero, como habrás podido comprobar, Cory y Max vinieron al mundo.
—¿No te sientes afortunada?
—Pues sí —contestó Cale—. En todos los aspectos de mi vida. Veo que llevas unas cuantas bolsas, pero ¿te importaría acompañarme a un par de tiendas? Hay una joyería en esta misma calle que me gustaría ver. Todo es artesanal.
—Me encantaría, pero debo ir a ver a Jilly.
—Cuando salí, tenía la intención de echarse una siesta, y ella no lo sabe, pero Ken viene de camino. Él podrá relajarla mucho mejor que tú.
—Estoy segurísima —repuso Hallie con una sonrisa—. Pero si tienes su número de teléfono, me gustaría llamarla.
—Desde luego —dijo Cale, que añadió para sus adentros el adjetivo «responsable» para describir a la chica.
La hija de Jilly cogió el teléfono y le dijo que su madre estaba durmiendo, pero que no le importaría posponer el masaje. Hallie pagó la cuenta y se marchó con Cale.
—Me gusta mucho —le dijo Cale a su marido por teléfono. Hallie estaba en un probador, poniéndose un vestido para la boda—. No para de hablar de Jamie.
—Algo comprensible teniendo en cuenta que más o menos llevan un tiempo viviendo juntos —señaló Kane.
—Jamie vivió dos años con Alicia, y nunca la oí decir que a Jamie le gustaban las galletas con anís en grano o que quisiera una casa con un porche. Además, pensar en un pollo que no estuviera asado y en el plato le habría provocado un ataque de pánico.
Kane puso los ojos en blanco.
—Vale, lo pillo. Toda la familia sabe que odiabas a Alicia. Se ha ido, así que ya no hay peligro de que se case con Jamie. Cale, cariño mío, ¿podemos dejar que sea nuestro hijo quien decida con quién quiere vivir?
—Los hombres sois idiotas en lo referente a las mujeres. ¿Te acuerdas cuando tú...?
—¡Otra vez no! —la interrumpió Kane—. Eso pasó hace casi treinta años.
Cale respiró hondo.
—Sí, lo sé y te he perdonado, pero aún me preocupo. Todd está más callado que de costumbre, y eso también me preocupa.
—Creo que deberías dejarlos tranquilos y permitir que los chicos arreglen sus propias vidas.
—Supongo que tienes razón. Hazme un favor, ¿quieres? Pregúntale a Kris si se ha traído aquel vestido de encaje de Dolce que se compró en Navidad. Si no lo ha traído, que alguien lo envíe. Creo que a Hallie le quedaría genial y puede ponérselo para la boda de Jilly.
—No le estarás comprando muchas cosas a Hallie, ¿verdad?
—No. Ni siquiera la he invitado a almorzar, porque pensé que si lo sugería, ella podía negarse. Tiene un espíritu muy independiente.
—Interesante —dijo Kane—. Tiene un espíritu independiente y una hermana mentirosa, ladrona y tramposa. ¿Te suena de algo?
Cale hizo una mueca.
—Alégrate de que ya estemos casados, porque si me lo pidieras otra vez, a lo mejor me negaba.
—Anoche no decías lo mismo.
—Sexo sí. Conversación no.
—Me parece estupendo —dijo Kane.
—Sí, bueno... tengo que irme. Hallie se acerca. Y que no se te olvide que le he dicho sí al sexo.
—Siempre lo tengo en cuenta —replicó Kane antes de colgar.
Hallie se divirtió mucho comprando con la madre de Jamie, una experiencia nueva para ella. Antes de que sus abuelos se fueran, Hallie era demasiado pequeña como para preocuparse mucho por la ropa. Cualquier cosa que fuese rosa y brillara le gustaba.
Después de que se marcharan, Ruby se encargaba de las compras. Un proceso que consistía en el mismo comentario por parte de Ruby: «Tal vez encontremos algo que te quede bien en la sección de tallas grandes.» En aquel entonces, Hallie tenía una talla normal, pero comparada con la esquelética Shelly, parecía enorme.
Estar con Cale y escuchar sus opiniones sobre lo que le sentaba bien y lo que no había sido maravilloso. Estaban en la tercera tienda cuando dos chicas muy guapas pasaron frente al escaparate.
—Son Paige y Lainey —dijo Cale—. ¿Te importa si les digo que nos acompañen?
—Yo... mmm... —Hallie titubeó. Las chicas eran altas y delgadas, y casi tan guapas como Shelly. ¡No quería probarse ropa con ellas cerca!
Cale pareció entender las dudas de Hallie.
—Son agradables. Confía en mí —añadió por encima del hombro mientras salía de la tienda, tras lo cual regresó con las dos chicas.
Una vez dentro y tras mirarlas de cerca, Hallie no pudo evitar quedarse boquiabierta.
—Sois Adam e Ian.
Las chicas rieron.
—Exacto. Adam es mi hermano —dijo Lainey—, e Ian es el hermano de Paige.
Hallie las miraba con curiosidad.
—Si os parecéis tanto a vuestros hermanos, ¿Raine también tiene una hermana que se parezca a él?
Las tres estallaron en carcajadas.
—Raine tiene un hermano pequeño, nada más. Ninguna hermana.
—Creo que es lo mejor —comentó Hallie, provocando otra nueva oleada de risas.
Si comprar con Cale le había parecido divertido, lo fue mucho más con las dos chicas. Era una experiencia nueva para Hallie. Después de que Ruby y Shelly llegaran a su vida, el dinero empezó a escasear. El sueldo de su abuelo, que llevaba una asesoría contable, desapareció y con el huerto desmantelado, las facturas por la comida (casi todas de restaurantes de comida rápida) empezaron a subir. A eso había que añadirle las interminables clases de Shelly y la ropa que necesitaba para las audiciones, de modo que apenas quedaba para más.
En ese momento de su vida, Hallie podía permitirse ropa nueva. Pero lo más divertido era reírse con otras mujeres. Cale se apartó un poco y observó a las chicas moverse por las tiendas, observándolo todo.
—Hallie —dijo Lainey—, esto te quedaría genial. Pruébatelo. —Era un bonito vestido de algodón con el talle ceñido y escote bajo.
—Nunca me he puesto un vestido así. La parte de arriba no es muy discreta que digamos.
—Esa es la cuestión —replicó Lainey.
Paige estuvo de acuerdo.
—Si tuviera tu delantera, llevaría vestidos de verano hasta para ir a esquiar. Y me agacharía mucho.
Hallie seguía sin verlo claro.
—A Jamie le gustaría —terció Cale, y después sonrió cuando vio que Hallie le quitaba el vestido de las manos a Lainey.
—Muy bien —dijo Paige—. Alicia solía ponerse muchos... —Dejó la frase en el aire al ver las miradas que le echaban Lainey y Cale—. A Jamie le encantará.
Hallie estaba en el probador, oculta por la cortina.
—¿Quién es Alicia?
—Una antigua novia —contestó Lainey—. De hace mucho, mucho tiempo. ¿Qué te parece mi hermano Adam?
—Es intenso —respondió Hallie mientras salía del probador con el vestido de color melocotón y una rebequita de punto. La verdad era que tenía mucho escote, pero le sentaba muy bien.
—¿A que sí? —replicó Lainey—. Siempre le digo que debería animarse un poco. Tienes que comprártelo. Lo han hecho para ti.
—Cory dice que Adam estaba bailando en tu casa —señaló Paige—. Eso no es normal en él.
—Todo el mundo estaba celebrando la boda real —adujo Hallie.
Paige se detuvo con una chaqueta de cuero muy mona en la mano.
—¿Jamie también?
—Él no bailó —contestó Hallie—, pero creo que se quedó para ver el banquete por la tele después de que yo me marchara. —Siguió echando un vistazo por los percheros y al alzar la vista se percató de que las chicas la miraban.
—¿Con toda la gente que había? —le preguntó Lainey—. Sé que todos son familia, pero...
—Diles lo que has hecho —la interrumpió Cale—. Cory lo ha bautizado: «La marcha de la olla.»
—¡No me han dicho nada! —exclamó Lainey, asombrada.
—Estaba muy asustada —confesó Hallie, y después les contó la historia desde el principio.
—¿Qué hiciste cuando te diste cuenta de que era la presencia de Jamie el motivo de que todos se callaran?
Siguieron comprando mientras Hallie hablaba. Pero no les explicó lo asustada que estaba ni lo mal que podría haber salido. Después, les dijo lo que había dicho Raine.
Cuando estuvieron en la calle, Lainey y Paige tomaron la delantera y Cale y Hallie las siguieron.
—Raine parece caerte muy bien —comentó Cale.
—Sí. Ha sido amable conmigo y es un hombre muy perspicaz. —Hallie vio que Cale fruncía el ceño—. Pero no es Jamie —añadió.
El ceño de Cale desapareció de inmediato, mientras tomaba a Hallie del brazo.
—¿Te apetece cenar esta noche en Kingsley House?
—Gracias por la invitación, pero tengo una sesión con Jamie. —No sabía muy bien si debería decir que estaba deseando pasar una noche tranquila en casa. Aunque el día había sido emocionante, tenía ganas de contarle a Jamie todo lo que había pasado y... En fin, quería quedarse a solas con él.
—Lo entiendo —repuso Cale—. Tengo que hacer una cosa más. Comprarles ropa a mis hijos mayores. Han venido casi sin nada de equipaje. Es una lástima que no tengas tiempo para ayudarme a elegir algo. Yo podría comprar ropa para Todd mientras tú eliges algo para Jamie.
—¡Ah! —exclamó Hallie con los ojos abiertos como platos—. Creo que puedo hacerlo. Jamie prácticamente no tiene ropa, casi todo son prendas deportivas. Necesita unas cuantas camisetas y algunas camisas. El azul es su color. No el azul marino, sino uno más claro. Y unos cuantos jerséis para la noche. He visto algunos blancos de algodón que a lo mejor le gustan. Sencillos, pero de buena calidad, que es lo que le gusta. Y necesita calcetines. A lo mejor podríamos...
Cale volvió la cabeza para que no la viera sonreír. Ah, sí, a las madres les encantaban las personas que querían a sus hijos.
Jamie estaba tumbado en el sofá del salón del té, con un brazo sobre la cara y la cabeza en el cojín con la funda de los pájaros bordados. Le había costado, pero por fin había conseguido echar a todos sus parientes de la casa y estaba disfrutando del silencio. Si Hallie regresara de una vez, todo sería perfecto. Raine le había dicho que la había mandado a comprar algo, y que también le había aconsejado que se tomara un poco de tiempo libre y dejara de cuidarlos un rato.
Sonrió al pensar eso. Hallie cuidaba de la gente. Ya fuera un codo de tenista de un Montgomery o un dorsal de Raine. Hallie siempre estaba ayudando a alguien.
Esa mañana había sido horrible para él. Después de que Todd se fuera de la casa de Plymouth, se sintió dividido entre el deseo de interponerse entre Hallie y sus primos, y el deseo de quedarse donde estaba. Hallie ganó.
Cuando Jamie llegó a su casa, las cosas eran peor de lo que imaginaba. Todos estaban bailando. Sus sofisticados primos Montgomery estaban bailando valses con Hallie, como si se encontraran en algún baile elegante.
Por si eso no fuera poco, el ruido estuvo a punto de matarlo. Habían instalado un sistema de sonido similar al que se usaba en las salas de conciertos, de modo que se escuchaban campanas, gritos alegres y música a todo trapo. Su mente comenzó a girar y girar. Todd lo vio desde el otro extremo de la estancia y corrió para ayudarlo.
Sin embargo, en ese momento Ian lo vio en la puerta y silenció el televisor. Todos comprendieron qué había pasado: el aguafiestas de Jamie había llegado.
Se dio media vuelta ayudado por las muletas para salir pitando, no sin antes mirar a Hallie. Quería decirle que estaba allí por si lo necesitaba. Pero ¿a quién quería engañar? Hallie estaba bailando y se lo estaba pasando en grande. No necesitaba que le recordaran la carga que suponía para ella el soldado herido.
Estaba a punto de marcharse cuando la escuchó decir que no podía irse. Sin embargo, un vistazo a sus primos le dijo que debía marcharse. ¿Cómo iban a divertirse si él estaba presente?
Hallie lo convenció de que se quedara, pero los demás parecían tan sumisos que le resultó insoportable. Se levantó para marcharse.
Cuando vio a Hallie en la puerta de la cocina armada con una enorme olla y un cucharón se quedó en blanco. ¿Iba a cocinar para todos? Sin embargo, su cara lucía la expresión más seria que le había visto hasta el momento. Era como si sus ojos trataran de decirle algo... si bien no era capaz de entenderlo.
Al primer golpe, comprendió lo que estaba haciendo. Los retoños y ella empezaron a hacer ruido, pero sin que lo alterara. Era el ruido inesperado y la cacofonía, los sonidos que no alcanzaba a identificar, lo que lo desquiciaba.
Mantuvo los ojos en Hallie mientras se acercaba a él, aporreando la enorme olla y con los niños detrás, cual patitos ruidosos.
Cuando llegó hasta él, quiso besarla. Quiso abrazarla y besarla para transmitirle toda la gratitud y el aprecio que sentía. Ella nunca lo había tratado como si estuviera a punto de romperse. Nunca se había asustado por sus ataques. Nunca...
Siguió de pie, mirándola, y en ese momento sus primos reaccionaron. Ian estuvo a punto de llevarlo a rastras hasta el sofá, mientras que los demás empezaban a decir tonterías.
Jamie se dejó hacer porque quería demostrarles que era capaz de participar, como hacía antes, pero también quería ir en busca de Hallie.
Cuando por fin le pareció adecuado ofrecer una excusa para marcharse, Hallie se había ido. De modo que acabó sentado en la parte posterior con su hermano, comiendo palomitas y viendo cómo su principesco primo cortaba una tarta nupcial gigantesca con una espada.
Cada pocos minutos, echaba un vistazo para comprobar si Hallie había vuelto, pero no lo hizo. Al cabo de un rato, Todd y él se fueron al gimnasio para entrenar un rato. Raine los acompañó y estuvieron allí unas cuantas horas.
Cuando regresó a la casa, Hallie seguía sin aparecer. Se duchó, se puso ropa limpia y bajó para comer algo. Ese día nadie había servido el té y lo echaba de menos. No, en realidad, lo que echaba de menos era sentarse con Hallie. ¿Qué narices estaba haciendo? ¿Dónde se había metido?
Empezó a agitarse tanto que comprendió que debía calmarse, de modo que se trasladó al salón del té. Allí era donde tanto tiempo había pasado con Hallie, donde habían compartido risas y... un momento muy íntimo y demasiado rápido.
Se tumbó en el sofá, el mismo sofá donde se habían sentado juntos para hablar de fantasmas mientras un alegre fuego crepitaba en la chimenea. Alguien llamó a la puerta, sobresaltándolo. ¿Ya había llegado a casa?
Estaba a punto de ponerse en pie cuando vio que la puerta se abría y entraba su padre.
—Hola, papá —lo saludó y volvió a tumbarse.
—Conozco esa cara —comentó Kane con una sonrisa—. No soy la chica.
—No, me alegro de verte. ¿Va todo bien?
—Sí —respondió Kane mientras tomaba asiento en un sillón, cerca de su hijo. Como siempre, lo examinó de arriba abajo, contento de verlo entero, contento de que estuviera vivo—. Tu madre ha ido al pueblo en busca de Hallie.
—¿La ha visto alguna vez?
—Claro. Vio a tu Hallie dormida, ¿no te acuerdas?
—No es mía —puntualizó—. No lo es.
—De eso quería hablarte.
Jamie había cerrado los ojos.
—Sé cómo se hacen los niños y le demostraré respeto por la mañana.
Al ver que Kane guardaba silencio, Jamie comprendió que se había pasado de la raya.
—Lo siento. Es que llevo un día de perros.
—Eso me han dicho. Tu hermana pequeña nos ha contado todos los detalles. Está muy contenta, porque ya no tiene que pasar por tu lado de puntillas.
—¿Alguna vez lo ha hecho? —Jamie se sentó y le sorprendió ver lo serio que estaba su padre. Había visto esa expresión en particular muy pocas veces durante su vida. Una de ellas fue la noche que se marchó a la guerra—. ¿Qué pasa?
Kane respiró hondo.
—¿Sabes cómo nos conocimos tu madre y yo?
—Claro. Lo he oído miles de veces. Llevaste a unas mujeres de excursión y ella formaba parte del grupo. Mamá dice que primero se enamoró de Todd y de mí. Que lo tuyo fue después.
Kane sonrió por los recuerdos.
—Eso es cierto. Estaba tan loca por vosotros que me daba miedo que os secuestrara. —Hizo una pausa—. ¿Te ha hablado alguna vez sobre las mujeres que la acompañaban?
—Sí, solía hacernos reír a Todd y a mí con esa historia. Una animadora, una herbolaria y otra más. No recuerdo a qué se dedicaba.
—Da igual. Creo que si en aquella época hubiera ido al psicólogo me habrían diagnosticado síndrome de estrés postraumático, si acaso en aquel entonces ya le habían puesto nombre. Todavía seguía sufriendo por la muerte de tu madre biológica. Al menos, esa era mi excusa. Una de las mujeres se parecía a mi difunta esposa, y me lancé a por ella de cabeza. Como un toro. Nada podía apartarme del camino, ni el sentido común ni la inteligencia.
Todo eso era nuevo para Jamie, que trató de no demostrar sorpresa.
—¿Ni siquiera mamá?
—Ella mucho menos. Tardé bastante en comprender lo mucho que tu madre significaba para mí. No te imaginas lo cerca que estuve de perderla.
—Pero hiciste el numerito de James Bond con el helicóptero. Mamá dice que fue el súmmum del romanticismo.
Kane levantó una mano.
—Tenía que hacer algo grandioso para tapar mi estupidez. Pero, antes de llegar a eso, tuve que llegar al punto en el que me vi obligado a tragarme el orgullo y admitir que había elegido mal. Cuando por fin recuperé el sentido común, tu madre estaba allí. Aún creo que la conquisté porque es escritora.
—¿Me lo explicas?
—Si una criatura tan maravillosa como ella hubiera ido de un lado para otro en vez de mantenerse encerrada en casa con sus libros, otro hombre se la habría llevado antes que yo.
Jamie sonrió, pero había escuchado la historia de labios de su madre sobre lo mal que lo había pasado mientras esperaba a su padre. Cale pensaba que su padre no la quería. Jamie levantó la cabeza.
—Esto va de Hallie, ¿verdad?
—Solo trato de que aprendas de mis errores. Necesitas decirle algo a Hallie. No lo pospongas. No lo dejes en el aire.
—¿No te parece que es un poco pronto? —preguntó Jamie—. Hallie y yo hace muy poco que nos conocemos.
—Cierto, pero os he visto juntos y... —Guardó silencio—. Es tu vida y juré que sería tu madre la que interfiriera en estos asuntos. Pero, en este caso, quería ofrecerte mi opinión.
—La verdad es que no estoy seguro de ser un hombre con el que deba lidiar una mujer —dijo—. Todavía no. Pero gracias a Hallie estoy progresando con rapidez. Cuando me cure por completo, podré pensar en «hablar» con una chica, tal como tú lo describes.
—Me parece sensato —replicó Kane—. Tan pronto como vuelvas a ser el de antes, deberías hablar con Hallie. Dime una cosa, ¿todavía piensas que el champán es un grupo nutricional por sí solo?
Jamie gimió.
—Papá, eso fue una única noche. Era un niñato que quería impresionar. Desde entonces, me han pasado muchas cosas. La universidad y la guerra. ¿Se te han olvidado?
—No. ¿Y a ti?
Jamie frunció el ceño.
—Tengo las cicatrices que me recuerdan el paso por una de ellas.
—Tienes muchas cicatrices, ¿verdad? —Kane se puso en pie—. Tengo que irme. Mi mujer y mis hijos me necesitan.
—Sutil, papá. Muy sutil.
Kane echó a andar hacia la puerta.
—Tu madre me enseñó a decir lo que debía decir en el momento adecuado. Si quieres venir a cenar esta noche, vamos a reunirnos todos en Kinsgley House. Hemos decidido librar a los restaurantes de la presencia de la familia.
—Creo que Hallie y yo nos quedaremos esta noche en casa. Tenemos cosas de las que hablar y... —Dejó la frase en el aire al percatarse de la miradita que le echaba su padre.
—Una chica que prefiere quedarse contigo en casa en vez de salir de fiesta. No es exactamente lo que le habría gustado al antiguo Jamie, ¿verdad? Hasta mañana. —Y se marchó, tras cerrar la puerta al salir.
Jamie se dejó caer de nuevo en el sofá.
—¿Veis lo que tengo que aguantar? —preguntó, sin dirigirse a nadie en particular. Aunque después supuso que las Damas del Té estarían allí.
Cogió la caja con los documentos de la investigación de Jilly y empezó a ojear fotocopias. Una fotografía se cayó al suelo y la cogió. Era la colorida fotografía de un anillo de compromiso recortada de una revista. Un anillo muy sencillo y muy elegante que creyó que a Hallie le gustaría.
Al cabo de un segundo, arrojó la foto a la mesa auxiliar.
—Vosotras también, chicas.
Mientras se tumbaba en el sofá y empezaba a leer, creyó escuchar a dos mujeres que reían.