20

 

 

Hallie se encontraba cerca de la puerta, observando a los invitados que bailaban. Braden estaba marcándose unos pasos de baile desfasados con Lainey y Paige, y parecía encontrarse en la gloria. De vez en cuando, la buscaba con la mirada y le hacía un gesto de que todo iba bien.

Le alegraba que Braden estuviera disfrutando. Había hablado dos veces por teléfono con su madre desde que llegó a Nantucket y sabía que estaba preocupada por su hijo.

—¡Me encantaría hacerles algo horrible a esas chicas! —había dicho la mujer—. ¿Cómo es posible que sean tan crueles con mi hijo? Claro que tampoco ayuda mucho que él elija mujeres tan espantosas. Ay, Hallie, ¿por qué no es capaz de ver lo que ha tenido delante de las narices todos estos años?

Hallie sabía que se refería a ella. ¿Por qué no tenía Braden el suficiente sentido común como para ver que al otro lado de la calle había una chica que nunca le había creado problemas? Si Hallie se casaba, jamás sería infiel. Tendría dos o tres niños y sería una madre entregada. Cuando crecieran, volvería a su respetable puesto de trabajo y sería... en fin, perfecta.

«Perfecta... y aburrida», pensó mientras respondía al gesto de Braden agitando la mano. Jamás lo había visto desanimado. En el instituto, Braden era el delegado de su clase y también había sido muy popular en la facultad de Derecho. Ningún conocido se sorprendería al saber que estaba a punto de convertirse en socio de un prestigioso bufete aun siendo tan joven.

Tal como Braden afirmaba, solo las mujeres le ocasionaban problemas. Y la hermanastra de Hallie parecía haber sido la gota que colmó el vaso. Ella tenía la culpa de que Braden estuviera desesperado por emparejarse con una mujer segura. Más concretamente, con la chica que había conocido desde que nació. Hallie no podía evitar sentirse responsable por el último golpe que había recibido Braden. Ella fue quien lo involucró en el asunto de Shelly. ¡Joder! ¿Por qué su hermanastra no era capaz de comportarse ni una sola vez en su vida?

Al sentir que un brazo conocido la rodeaba por los hombros, todo pensamiento se borró de su cabeza, y se apoyó en el costado de Jamie. Él la besó en el cuello.

Al cabo de un segundo, Hallie se apartó de un respingo y lo miró, furiosa.

—Pero ¿qué te has creído?

—Solo te estaba saludando —contestó él con una sonrisa inocente—. ¿Has comido tarta?

—No. Tu familia no me ha dejado que me siente siquiera. —Había fruncido el ceño.

—Y esos zapatos parecen la mar de cómodos...

Hallie quería seguir enfadada con él, pero fue incapaz.

—Me duelen hasta las uñas.

Jamie levantó las llaves del coche que tenía en una mano.

—¿Qué te parece si yo conduzco y luego te doy un masaje en los pies?

—El paraíso —respondió ella—. Mejor que el sexo.

—Eso lo dices porque todavía no te has metido en la cama conmigo.

La expresión de sus ojos hizo que Hallie se quedara sin aliento un instante.

—Olvida el «todavía» y no puedo irme contigo. He venido con Braden.

Jamie miró hacia la pista de baile.

—No me parece que esté sufriendo mucho. —Cogió a Adam del brazo cuando este pasó por su lado—. Entretén al novio, ¿vale? Voy a llevar a Hallie a casa. Preséntale a todas las primas y menciona como de pasada el término «heredera».

—Lo haré —le aseguró Adam, que después se inclinó para besar a Hallie en la mejilla—. Hasta mañana.

Jamie se apartó para que Hallie lo precediera.

Sin embargo, antes de echar a andar, Hallie se volvió para tratar de llamar la atención de Braden. Debería decirle que se marchaba. No, debería quedarse con él. El hecho de que Jamie le hubiera dicho a Adam que mencionara el término «heredera» no dejaba de ser un golpe bajo... pero tristemente llevaba razón. Apenas unos minutos antes, Braden había sacado a colación el término, refiriéndose a Paige.

Cuando Braden la miró, Hallie señaló la puerta y le envió un beso. Él pareció estar de acuerdo con que se marchara. Se despidió de Leland agitando la mano y él le sonrió en respuesta.

Jamie abrió la lona de la puerta de la carpa para que ella pasara.

—A Braden no le preocupa mucho que te vayas con otro, ¿no?

—No creo que te vea como a un competidor.

—Pues es idiota —soltó Jamie.

Una vez fuera y mientras sorteaban la gran cantidad de coches que estaban aparcados, Hallie lo siguió hasta un enorme Range Rover negro. Jamie le abrió la puerta y se apartó para que se sentara. El vehículo era muy alto, el vestido de Hallie, muy corto y los tacones, de vértigo.

—Creo que no voy a ser capaz —dijo ella—. ¿Te importaría echarme una mano?

—No —rehusó Jamie—. Solo quiero mirar.

—¿Qué bicho te ha picado esta noche?

—¿Es que un hombre no puede ser un hombre sin más?

Hallie no comprendió la pregunta, de modo que se dio media vuelta para tratar de encontrar la manera de subirse en el coche sin que el vestido se le levantara hasta la cintura.

Al final, Jamie se compadeció de ella. Tras dejar las muletas apoyadas contra el coche, le rodeó la cintura y la levantó hasta el asiento.

—¿Mejor así?

—Sí —respondió ella, que se acomodó en el asiento mientras él rodeaba el vehículo. En el salpicadero vio una caja blanca típica de una pastelería—. ¿Qué es esto?

—La tarta. He pensado que cuando lleguemos a casa, podemos abrir una botella de champán y probarla. ¿Te parece bien?

Al ver que no contestaba, Jamie la miró. Estaba atardeciendo y la luz del sol que se filtraba entre los árboles era muy bonita. Como siempre sucedía en Nantucket, el clima era maravilloso. Jamie era consciente de que entre ellos había cosas sin aclarar.

—¿Escuchaste hablar a mi hermano? —le preguntó sin rodeos.

El primer impulso de Hallie fue decir que no. Escuchar conversaciones a escondidas era de mala educación. Pero decidió no mentir.

—Sí.

—¿Ese es el motivo por el que has estado enfadada?

Hallie se encogió de hombros.

Jamie alargó un brazo para cogerle una mano.

—Primero, fue mi hermano quien dijo esas cosas, no yo. Segundo, su trabajo consiste en no fiarse de nadie. Y tercero, me protege demasiado. Le preocupa que pueda morir en cualquier momento. Le encantaría encerrarme en una habitación, alejado de todo el mundo, para mantenerme a salvo.

—Todo lo que dijo es cierto —replicó Hallie en voz baja.

—¿Sobre Raine?

—¡No! Me gusta, pero no de ese modo —contestó ella, y después comprendió que Jamie estaba bromeando.

—Me alegro, porque Raine ha estado llorando un montón. —Jamie arrancó el motor y dio marcha atrás.

—¿Ah, sí? ¿Lo has dejado llorar en tu hombro?

—¿Estás loca? Si se me echa encima, me aplasta. Tendrían que ingresarme otra vez y escayolarme todo el cuerpo.

Hallie intentaba no reírse.

—Supongo que tendré que prestarle el mío.

—¿Para que nos aplaste a los dos? —Jamie parecía confundido.

Hallie soltó una carcajada.

—¡Ay, te he echado de menos! —Se mordió la lengua—. Me refiero a...

—No pasa nada —la interrumpió él—. Yo también te he echado de menos. Creo que algunos de los momentos más felices de mi vida han sido los que hemos pasado solos en nuestra casita. Esas son las cosas por las que luchan los soldados.

Hallie miró por la ventana para contemplar los preciosos edificios frente a los que pasaban. Nantucket era tan bonita que parecía creada por criaturas celestiales. Tal vez fuera el ambiente, pero se relajó.

—Braden dice que he cambiado, y creo que es cierto.

En ese momento, Jamie enfilaba la estrecha Kingsley Lane con el enorme vehículo.

—¿En qué sentido has cambiado?

Hallie esperó hasta que Jamie aparcó, salió del coche y lo rodeó. Una vez a su lado, extendió los brazos, la agarró por la cintura y la bajó.

Por un instante, mientras estaban tan cerca, se miraron a los ojos, y les pareció muy natural besarse. Jamie inclinó la cabeza, pero ella se dio media vuelta para sacar del coche la caja con la tarta.

Jamie no pareció molestarse mientras la seguía hasta la puerta principal.

—Cerrada —dijo Hallie—. Como la última vez. —Le contó a Jamie lo que pasó el día que regresó a casa después de haber estado de compras y descubrió que no encontraba las llaves y que la puerta estaba cerrada—. Creo que pretendían que entrara por el salón del té. Creo que... —Lo miró—. Creo que querían que escuchara lo que dijo tu hermano.

—¿Y eso fue lo que hizo que acabaras con ese anillo en el dedo? ¿Todavía estás intentando quitártelo o vas a dejártelo puesto?

Hallie lo miró a los ojos y se percató de que hablaba muy en serio.

—Ahora mismo, Braden necesita algo estable en su vida. Lo que no necesita es que la chica que siempre ha estado ahí lo rechace también.

Por un instante, vio que la furia relucía en los ojos de Jamie, pero desapareció enseguida.

—Es razonable. ¿Puedo llevarte al altar el día de tu boda?

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.

—Si estás intentando bromear, no tiene gracia. —Se dio media vuelta y echó a andar hacia la puerta de doble hoja del salón del té.

—No bromeo sobre la boda de la mujer que quiero.

Al escuchar sus palabras, Hallie aminoró el paso pero no se detuvo. Al igual que sucedió la vez anterior, una de las hojas de la puertas estaba entornada. Descubrió que Edith había servido uno de sus espléndidos tés.

—Mira —dijo, y abrió la puerta por completo.

—No sé tú, pero yo estoy muerto de hambre —replicó Jamie—. Raine ha dejado el frigorífico pelado y los Montgomery, que son muy exquisitos, se han comido todo lo que han servido en la boda.

Hallie se alegró al escucharlo bromear de nuevo, tras haber dejado el tema de «la mujer que quiero». En ese momento, no se encontraba en condiciones para hablar de eso.

En el sofá aún había ropa apilada. Jamie arrojó un montón de jerséis a una silla y, tras sentarse, le dio unos golpecitos al cojín de al lado, invitándola a tomar asiento.

—Bueno, ¿qué tal es tu primo?

Hallie suspiró aliviada por el hecho de que no hubiera elegido un tema de conversación serio y se sentó a su lado. Así había sido siempre, antes de que todo se complicara con la llegada de su familia y de un hombre que era, más o menos, su novio.

—Leland es genial —dijo Hallie—. Nos hemos escapado de la gente durante una hora y hemos dado un paseo por la propiedad. Me ha hablado de su trabajo, y de lo harto que está de vivir en hoteles. Quiere asentarse en algún lugar y... ¡Ah, se me había olvidado! Me dijo que se había pasado por aquí y que había dejado la maleta y una caja llena de información para mí. —Entró en la casa a través de la despensa, pero vio que la caja se encontraba en una de las baldas. La cogió y la llevó hasta el salón del té, donde la dejó en el suelo, junto a la mesa.

—Prueba esto —le dijo Jamie, que le ofreció un sándwich pequeño para que lo mordiera. Él se comió la otra mitad.

—Está buenísimo. ¿Qué es?

—Algo de origen marino. Prefiero la ternera. Bueno, ¿qué hay en la caja?

Hallie examinó el contenido mientras comían. Había cartas, un álbum antiguo con recortes de periódico que alababan a un hombre al que describían como el mejor actor de todos los tiempos, y varias entradas de cine. En el fondo, descubrió un ramillete de flores secas envuelto en un pañuelo de seda.

Hallie leyó en voz alta mientras Jamie le daba de comer.

—Mmm, mira esto —dijo con la boca llena de tarta—. La señorita Emmeline Wells se casó con el señor Drue Hartley el 22 de julio de 1912. Son parientes míos.

Jamie se inclinó y le dio un beso en la comisura de los labios.

—Tenías un trocito de cobertura y no encontraba la servilleta.

—La tienes en la pierna.

—Ah, pues sí. ¿Qué te ha contado Leland sobre vuestros antepasados?

—Eh... —Hallie tenía problemas para recuperarse después del beso—. Ah, sí. Drue era el benjamín de la familia y a los diecinueve años se enamoró por completo de una joven actriz. Su padre, que era un empresario muy rico, le dio a elegir entre la familia o la guapa Emmeline.

—Y él, muy acertadamente, eligió a la chica —señaló Jamie—. Y esa elección al final hizo que tú estés aquí. ¿Te he dicho ya lo bien que te queda ese vestido?

—No, no lo has hecho. Pero todos los demás sí. Braden dice que solo puedo ponérmelo porque he perdido mucho peso. No sé cómo lo he conseguido consumiendo tantas calorías.

Jamie cogió los papeles que descansaban en el sofá entre ellos y los dejó en el suelo para poder acercarse a ella.

—Desde luego, Braden da mucha importancia al peso, ¿verdad?

—¿Qué estás haciendo?

Jamie le estaba acariciando el brazo desnudo.

—Bueno, ¿qué planes tiene tu primo?

—No lo sé. No tiene familia, igual que yo. Por eso decidió dejarlo todo y venir a conocerme. Podría... —Dejó la frase en el aire porque Jamie le había colocado la mano en la cintura y le estaba besando el cuello.

—Te he echado de menos cada segundo que hemos pasado separados —susurró él—. Quería que todos se fueran para que pudiéramos estar juntos.

Hallie echó la cabeza hacia atrás para facilitarle la tarea.

Mientras la besaba, susurró:

—He echado de menos nuestras conversaciones, el tiempo que pasábamos juntos y las comidas. He echado de menos saber que estabas acostada en una cama cerca de la mía. Me acordaba del día que me desperté contigo entre los brazos.

Empezó a besarle la barbilla y las mejillas. Tras aferrarle la cara entre las manos, le besó los párpados, que ella había cerrado.

—No creo que debamos hacer esto —protestó Hallie, si bien su voz carecía de convicción.

Sin soltarle la cara, Jamie esperó a que ella abriera los ojos y lo mirara.

—¿Vas a casarte con un hombre que te ve como a un premio de consolación?

—No —contestó Hallie, y al hacerlo sintió un enorme alivio. No quería desilusionar a Braden ni a su madre, pero no era capaz de seguir adelante—. No voy a hacerlo.

Jamie estaba a punto de besarla, pero un ruido hizo que se apartara de ella. Cuando miró al suelo, vio el enorme y reluciente anillo de compromiso. Se había caído del dedo de Hallie. Lo cogió entre el pulgar y el índice, y lo levantó. Estaba a punto de decir algo, pero Hallie se lo quitó y lo dejó sobre la mesa.

—Vale, ya está bien —dijo—. Te he oído hablar mucho sobre lo bien que haces el amor, pero quiero pruebas fehacientes.

Jamie sonrió, la tomó de la mano y, tras coger una muleta, echó a andar hacia la escalera. Una vez allí, dejó que ella subiera primero.

Cuando entraron en el dormitorio, Hallie se sintió un poco nerviosa.

«Y ahora, ¿qué?», se preguntó. ¿Lo harían otra vez de pie contra la pared o se meterían en la cama?

Sin embargo, Jamie asumió el control. Se sentó en el borde de la cama con las piernas separadas y la acercó a él. Después, la instó a darse media vuelta y comenzó a bajarle la cremallera del precioso vestido. Le dejó un reguero de besos en la piel que quedaba expuesta mientras le rodeaba la cintura con las manos hasta dejarlas en las caderas.

Con delicadeza, dejó que el vestido le cayera hacia delante y, después, que cayera al suelo, en torno a sus pies.

Cuando Hallie se dio media vuelta, Jamie pegó la cara a su abdomen desnudo y la besó, tras lo cual la abrazó y la estrechó contra él.

Hallie inclinó la cabeza y enterró la cara en su cuello. Lo había tocado cuando le daba masajes, pero eso no era lo mismo.

—Yo también te he echado de menos —murmuró.

Él la miró, sonriente, y cuando Hallie se inclinó para besarlo, la levantó de repente del suelo y la arrojó a la cama, sobre el cobertor.

—Ahora eres tú quien estás a mi merced —dijo, de una forma que lo hizo parecer el villano de unos dibujos animados.

Hallie se echó a reír y empezó a desabrocharle la camisa.

Sin embargo, Jamie le apartó la mano.

—No. Te toca a ti estar desnuda delante de mí.

—Qué idea más espantosa —replicó ella, que parpadeó varias veces sin dejar de mirarlo.

Jamie empezó a besarle el cuello mientras sus manos la exploraban. Aún llevaba la bonita ropa interior blanca, pero no se la quitó. Se limitó a acariciarla por todos lados a placer.

—Me has parecido preciosa desde el día que te conocí —le dijo al tiempo que dejaba un reguero de besos descendente.

Desde luego, parecía saber dónde tocarla y cómo, pensó Hallie mientras él la recorría con las manos y los labios. No supo bien cuándo le quitó la última prenda de ropa, pero en un momento dado se quedó desnuda y él la tocó sin impedimentos. Le acarició la cara interna de los muslos para que los separara. Al sentir sus labios en los pechos, arqueó la espalda.

Cuando estuvo preparada, descubrió que Jamie había llevado protección y él se encargó de ponérsela.

En cuanto la penetró, se aferró a él, encantada con el peso de su enorme cuerpo. No se había quitado la camisa, de modo que se le clavaron los botones en la piel.

Su tamaño, su peso y su olor tan masculino estuvieron a punto de volverla loca. Se corrió antes que él y Jamie la abrazó, sin dejar de acariciarle la espalda. Se limitó a abrazarla con fuerza para que disfrutara del placer.

Poco a poco empezó a moverse en su interior, despertando en ella sensaciones que no había experimentado antes. Era como si algo latente en su interior estuviera cobrando vida.

Se entregó por entero a la experiencia, disfrutando de ese hombre y del momento.

—Jamie —susurró.

—Estoy aquí —murmuró él contra su oreja—. Siempre estaré aquí.

Se quitó la camisa, y Hallie sintió el ardiente roce de su piel, la rugosidad de sus cicatrices. Le acarició la espalda sobre los bultos y las hendiduras. Y sonrió. Ese era Jamie. Ese hombre único y fascinante era Jamie.

Cuando se corrió, Jamie la estrechó contra su cuerpo. Al sentir cómo su cuerpo se relajaba sobre ella, Hallie se sintió poderosa. La necesitaba. Pese a su fuerza y a su tamaño, pese a su virilidad, estando con ella no le importaba nada eso. Con él, todo se reducía a una cuestión de confianza y, posiblemente, de amor.

Durmieron un rato, abrazados, tan juntos que eran como una sola persona. A primera hora de la madrugada, Jamie empezó a inquietarse. Una pesadilla. Como siempre, Hallie lo tranquilizó con besos. Se relajó, pero se despertó al cabo de un momento.

—¿Lo he hecho otra vez?

—Sí —contestó ella al tiempo que le apartaba el pelo de la frente.

—A lo mejor no me recupero nunca —susurró.

Su cuerpo desnudo estaba pegado al suyo, había pasado una pierna por encima de las suyas y percibía la tensión que comenzaba a invadirlo. Aunque su voz sonaba normal, Hallie sabía que lo que estaba diciendo era muy importante para él.

—Lo sé.

—No, no lo sabes —la contradijo él—. Tal vez siempre sufra pesadillas. No sé si podré tolerar algún día los ruidos fuertes. Si no te deseara tanto, no habría asistido en la vida a una boda familiar. Todas esas puertas y la gente, y el ruido...

Hallie lo besó.

—Lo sé. Todo eso forma parte de ti.

—Las cicatrices que llevo por dentro seguirán siempre ahí. Los años a lo mejor las suavizan, pero nunca desaparecerán. No puedo vivir como los demás. Debo hacer ciertos sacrificios.

Hallie no estaba segura, pero creía que tal vez estaba hablando de seguir juntos después de que la lesión de su pierna sanara. Puesto que no tenía una respuesta que ofrecerle, se limitó a seguir besándolo.

—Me gusta tu respuesta —dijo él—. Te toca a ti encima.

Jamie sonrió mientras se volvía hasta tumbarse de espaldas y después la levantó para que se colocara sobre él. Estaba más que listo.

 

 

Hallie se despertó al escuchar que corría agua. La puerta del cuarto de baño estaba abierta y vio que Jamie se encontraba delante del espejo. Solo llevaba una toalla en torno a la cintura mientras se afeitaba.

Sus miradas se encontraron en el espejo.

—Por fin te has despertado.

Hallie se desperezó a placer, sin preocuparse de mantener la sábana sobre sus pechos desnudos.

Jamie se detuvo un momento para mirarla. Cuando acabó de afeitarse, se secó la cara y se acercó a la cama para sentarse en el borde.

—Tú con solo una toalla encima —murmuró ella mientras le acariciaba un brazo—. Esa fue mi perdición la primera vez.

Jamie la besó, pero justo cuando las cosas se ponían interesantes, se apartó.

—No sé cómo quieres enfrentarte a esto, pero Adam acaba de mandarme un mensaje. Tu novio llegará en unos minutos.

Hallie le estaba besando el cuello.

—¿Quién?

—Me alegro de que no lo recuerdes —replicó Jamie, que se estiró a su lado.

De repente, Hallie se sentó.

—¡Se me había olvidado Braden!

—Comprensible. —Jamie estiró un brazo para tirar de ella y que se acostara otra vez, pero Hallie rodó hasta el extremo más alejado de la cama y se bajó.

Vio que la camisa de Jamie estaba en el suelo y la cogió. Metió un brazo en una manga y le dio la vuelta a la otra al tiempo que corría hacia el cuarto de baño.

—Se me ha olvidado por completo —dijo una vez dentro—. ¿Dónde ha dormido? ¡Ay, no! No se habrá acostado con alguna de tus primas, ¿verdad? Su madre me matará. Se suponía que debía echarle un ojo, pero no lo he hecho. Esto es un desastre.

Jamie estaba tumbado en la cama, con unos cuantos cojines bajo la cabeza.

—No a todo. Tu novio sigue siendo virgen y puro.

Hallie asomó la cabeza por la puerta para mirarlo.

—Ríete todo lo que quieras, pero Braden es responsabilidad mía. Voy a decirle que ni siquiera la chica que siempre ha estado a su lado quiere casarse con él. ¿Cómo sabes que se encuentra bien?

—Porque me han llegado un montón de mensajes. Adam dice que se llevó a Leland y a tu novio...

—Por favor, deja de llamarlo así.

—A tu ex novio a la casa de Plymouth. Como Todd se ha ido, tenían una habitación libre.

—¿Tu hermano se ha ido? —le preguntó Hallie—. Qué pena. Me habría gustado despedirme de él. A lo mejor el tío Kit puede enseñarme algún gancho especial de boxeo para despedirme de tu hermano.

Jamie rio entre dientes.

—Para que lo sepas, Todd jamás le devolvería un golpe a una mujer.

—Me alegro de saberlo. —Salió del cuarto de baño tapada con el albornoz—. Anoche hiciste que me olvidara de todo.

—¿Ah, sí? —replicó él, que abrió los brazos a modo de invitación.

Hallie se acercó, se acurrucó a su lado y empezaron a besarse. Las manos de Jamie comenzaron a explorar su cuerpo cuando se le abrió el albornoz.

—¿Hallie? ¿Estás aquí? —escucharon que decía Braden desde la planta baja.

Ella se apartó de Jamie.

—Tengo que bajar. —Al ver que no la soltaba, lo empujó con más fuerza—. Tengo que ver a Braden.

—Dile que estás ocupada.

Empujó con tanta fuerza que habría acabado en el suelo si Jamie no la hubiera sujetado mientras se levantaba.

—No puede enterarse de lo nuestro. Todavía no. Tengo que decírselo con delicadeza. Ha sufrido muchos desengaños últimamente. —Se llevó una mano a la frente—. Acabo de recordar que le prometí a Leland que esta mañana daríamos un paseo juntos por Nantucket. Y algunos de tus parientes se marchan hoy y tengo que despedirme. Tú también deberías despedirte.

—Ayer acabé harto de mi familia. ¿Cuánto tiempo necesitas para deshacerte de tu primo y de tu novio?

—Leland se va esta tarde, pero Braden... no lo sé. Ahora mismo está hecho un lío y es mi amigo. —Se acercó a la escalera para decirle que bajaría en unos minutos—. Tengo que vestirme —le dijo a Jamie mientras pasaba a su lado a la carrera—. Hazme un favor y deshaz tu cama, para que Braden piense que has dormido en ella.

—No me gusta mentir —protestó él.

Hallie le colocó las manos en la espalda y lo empujó hacia la puerta.

—Te gusta mentir para conseguir lo que quieres. ¡Vete! Y vístete.

—¿Tu novio se puede desmayar si ve las cicatrices de un soldado? —repuso él como si fuera un mártir.

Hallie se detuvo y lo miró.

—No, porque eres tan guapo que Braden se sentirá fatal.

—¿Ah, sí? —le preguntó Jamie con una sonrisa.

—¡Vete! —exclamó ella mientras abría el armario. Se detuvo un instante e inspiró hondo. Necesitaba tiempo para pensar en todo lo que había sucedido, para analizar todo lo que tenía en la cabeza: Jamie, Braden, la familia recién descubierta, Todd, y sí, claro, Jamie—. Que no se vaya todo al traste —dijo en voz alta, sin saber si estaba rezando o hablando con alguno de los fantasmas residentes que siempre parecían estar cerca—. Quiero quedarme con todo. Por favor.

No tuvo tiempo para pensar más. Había gente esperándola. Cogió la ropa y se vistió a toda prisa.